Homilías

Viernes, 03 abril 2015 02:38

Homilía de Monseñor D. Carlos Osoro, Jueves Santo

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                                HOMILÍA JUEVES SANTO 2015

            Queridos hermanos Obispos D. Luis, D. Fidel y D. Juan Antonio. Excmo. Cabildo Catedral, Rectores de nuestros Seminarios Metropolitano de San Dámaso y Misionero Redemptoris Mater. Hermanos sacerdotes, Hermanos y Hermanas miembros de la Vida Consagrada, Laicos Cristianos, hermanos y hermanas:

            Acabamos de dirigirnos a Dios así: Señor Dios nuestro, nos has convocado esta tarde para celebrar aquella misma memorable Cena en que tu Hijo, antes de entregarse a la muerte, confió a la Iglesia el banquete de su amor, el sacrificio nuevo de la alianza eterna; te pedimos que la celebración de estos santos misterios nos lleve a alcanzar plenitud de amor y de vida. Ya desde este instante os digo que lo que pedimos al Señor es un transplante de corazón. Pedimos que nos dé su Corazón. ¿Qué celebramos esta tarde? La institución de la Eucaristía de la que nos alimentamos y que hace posible que nuestro corazón crezca y sea el de Cristo, la institución del ministerio sacerdotal que hace permanente la presencia de nuestro Señor en esta historia a través de hombres elegidos por Él, y el mandamiento nuevo del amor que expresa con obras y palabras que tenemos el corazón de Cristo.

            Hagamos una composición de lugar: Los discípulos primeros se encontraban en el Cenáculo, allí estaba la mesa dispuesta, como también hoy está preparada, y Jesucristo mismo nos hará vivir y ser contemporáneos de su pasión, muerte y resurrección. En esta mesa Jesucristo se nos da a sí mismo. Se nos da Él, que puede parar todas las fuerzas. Él nos regala su Vida que contiene su Amor. Es el mismo Jesucristo que se entrega, quiere y desea que su Amor sea quien ocupe la vida y el corazón del hombre. Desea que globalicemos su amor, para que la esperanza se mantenga en la historia de los hombres y nuestra humanidad tenga la fuerza que tiene que tener para subsistir y crear la gran familia de los hijos de Dios.

Por otra parte, nadie está excluido de la invitación que nos hace Jesucristo a sentarnos a su mesa. Es una invitación amorosa, con el amor mismo de Dios que ha tomado rostro humano en Cristo. A todos está esperando, es la mesa preparada del Padre. Jesucristo es la gran señal. Lo mismo que nos dice el libro del Éxodo, la sangre del cordero será una señal para que no se dé el exterminio: La sangre será vuestra señal en las casas donde estéis; cuando vea la sangre, pasaré de largo; no os tocará la plaga... Este día será para vosotros memorable (cf. Is 12, 1-14).  Ahora Jesucristo, el Cordero de Dios, es quien da la vida y nos salva, nos regala su Vida y nos llena de su Amor. Queda envuelta la historia en su Amor. Quiere que todos los hombres descubramos que el alimento verdadero es Él. A nadie se le excluye de esta gracia y de esta salvación. Es Jesucristo quien tiene la última palabra. Y no es palabra de condena, es palabra que libera y que salva. Jesucristo siempre nos está llamando para curar y sanar todo lo que está destrozado y herido en la humanidad y en la historia. Sabe que esto no se puede hacer sin un trasplante de corazón". Lo hace Él, sin herir, sin dolor, con su Amor.

La manifestación más grande, la expresión más bella, la obra más maravillosa que ha traído la salvación a todos los hombres, la ha realizado Jesucristo con su sacrificio, con su entrega por amor dando la vida por nosotros. En el misterio de la Eucaristía se concentra toda esta realidad. Estamos celebrando la pasión y muerte y resurrección de Jesucristo. Todo nos lo da Él, es la buena noticia que dice que el Amor es más fuerte y más grande que la muerte y que este Amor vence, abre puertas, nos lleva la alegría, trae esperanza a los hombres. Hoy nos pasa a nosotros lo mismo que les pasó a los de Emaús: lo hemos conocido al partir el pan.

Hemos comenzado una nueva etapa evangelizadora, que ha de estar marcada por cristianos que salen al mundo con estructura eucarística, como nos recordaba San Juan Pablo II. Redescubramos la belleza y la alegría de dar la vida con el mismo amor de Jesucristo por los demás. Mostremos con esta estructura eucarística que ha habido en nuestra vida un trasplante de corazón. Alimentarnos de Jesucristo nos da otro corazón, que nos hace vivir con el amor mismo de Dios manifestado en Jesucristo. Un trasplante de corazón que nos hace acercamos, descubrir en las raíces más hondas y profundas del ser humano que está necesitado de Amor. Cuando el ser humano se muestra y vive con este corazón trasplantado, como es el de Jesucristo, hace que todo lo que nos rodea pase de la muerte a la vida, de la tristeza al gozo. El encuentro con Nuestro Señor Jesucristo en el misterio de la Eucaristía nos hace sentir la urgencia de que el amor de Dios y su reino sea acogido por todos los hombres y mujeres en todas las situaciones de su vida, curando toda clase de heridas.

Este trasplante de corazón nos lleva a hacer realidad lo que acabamos de escuchar en el Evangelio: estaban cenando y Jesús se levanta de la Cena, se quita el manto y tomando una toalla se la ciñe, echa agua en la jofaina. Este relato no es un cuadro pintado que miran nuestros ojos para contemplar la belleza del mismo porque es un buen pintor el que lo ha realizado. Es una escena real. Es Dios mismo que se ha hecho Hombre, el Mesías, el Maestro, el Señor, quien provoca un desconcierto tremendo, y se pone a lavar los pies. A los discípulos les cuesta entender que él se arrodille ante cada uno de ellos, que se incline ante ese hombre que hay en ellos, lleno de egoísmos, de intereses personales, de pecados. Pero esto lo sigue haciendo el Señor aquí y ahora, con nosotros, cuando el Señor se acerca a nuestra vida en el misterio de la Eucaristía: se abaja, se inclina a nosotros y nos devuelve la libertad y la dignidad, nos hace libres, no esclavos. A los discípulos les lavó los pies y se los acariciaba, era como decirles: tu vida es valiosa, yo la amo. Estas mismas palabras nos las dice cada vez que nosotros nos acercamos al misterio de la Eucaristía: yo te amo, eres valioso, son valiosos todos los hombres y quiero cambiarte el corazón para hacer posible que se acerquen a mi vida. Jesucristo, lavando los pies, nos dice: nadie es superior a nadie, todos somos iguales en dignidad, no hay esclavos, Yo os he hecho libres. Si estáis en mi Amor tenéis libertad auténtica. Dadla vosotros también haciendo un trasplante de corazón, ya que yo os regalo el mío. Este gesto de lavar los pies es un gesto revolucionario, es un amor peligroso, nos devuelve la imagen y semejanza que tenemos de Dios, destruye totalitarismos y nos propone una manera nueva de hacer el cambio de este mundo: con el amor mismo de Dios.

Pero somos como Pedro cuando dice: Señor, ¿tú a mí lavarme los pies? Tú no me lavarás los pies jamás. Pedro no admite la igualdad, no admite el trasplante de corazón, no quiere ser imagen y semejanza de Dios, no admite que la desigualdad no es legítima, nos hace esclavos y dueños de los demás. Por eso el Señor le dice a Pedro: si no te lavo los pies no tienes parte conmigo. Pedro no quiere Jesús se abaje hasta el extremo y no entiende lo que significa el amor. No se deja amar. Y, sin embargo, es necesario que Jesús toque los pies: los pies significan la base de la persona, lo fundamental, sin ellos no podemos sostenernos. Necesitamos la experiencia básica del amor. Necesitamos dejarnos amar por él, dejarnos alcanzar por su amor en lo profundo de nosotros mismos. Necesitamos que Jesús trasplante nuestro corazón.

¡Qué propuesta más maravillosa!¡Qué propuesta más revolucionaria para este mundo! ¿Hay alguna propuesta con más capacidad de cambio que la que nos regala Jesucristo cuando nos sienta a su mesa? Por eso cuando Jesús termina el lavatorio de los pies nos dice: “¿habéis comprendido lo que he hecho con vosotros? Si Yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, también vosotros debéis de lavaros los pies unos a otros. No hacen falta muchas explicaciones. Solamente con un trasplante de corazón podemos hacer verdad que el Evangelio y la evangelización tengan una repercusión personal y social. Cuando nos dejamos hacer trasplante de corazón tenemos y damos alegría, esperanza y crecemos en ímpetu para comunicar a todos que la realización del ser humano está en la entrega absoluta de la vida que solamente se puede hacer con la gracia de Jesucristo.

¿Queréis hacer un trasplante de corazón? Os invito a contemplar, vivir y anunciar el Amor de Dios que se manifiesta en Cristo Eucaristía. Para ello: 1) celebrar la Eucaristía por lo menos los domingos y, si podéis hacerlo todos los días, mejor. En ella, asistís al acontecimiento más grande de la historia, el que ha cambiado todo: pasión y muerte y resurrección de Jesucristo; 2) en la celebración diaria de la Eucaristía tenéis también la Palabra que Jesucristo nos entrega para que pongamos dirección a la vida; 3) en la celebración de la Eucaristía tenemos el modo más sublime de comunicarnos con todos los hombres: desde Jesucristo puedo llegar a todos los corazones, a todas las situaciones, a las personas concretas; 4) celebrar la Eucaristía nos hace mantener la salud y un corazón trasplantado que vive regalando el amor mismo de Jesucristo.

Hoy también celebramos la institución del ministerio sacerdotal; por eso, os pido que recéis por quienes tienen la misión de hacer las veces de Jesucristo.

Hay que hacer posible que el mandato del amor sea la opción que estamos dispuestos a hacer dando algo de lo nuestro que expresamente manifieste que amamos a los demás, especialmente a los que más necesitan. No demos de lo que nos sobra sino de lo que tenemos para nosotros.

Miremos a la Santísima Virgen María en este día. Ella fue el primer sagrario, pues contuvo a Dios mismo en su seno. Paseó por este mundo a Dios, que se hizo hombre, porque ninguna cosa es imposible para Dios. Que la Virgen María Nuestra Señora de la Almudena, que tuvo la estructura eucarística, interceda por nosotros para que el Señor nos la regale. Amén.

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