Homilías

Lunes, 15 enero 2018 10:10

Homilía del cardenal Osoro en la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado (14-01-2018)

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Queridos hermanos y hermanas: quienes estáis presentes en esta celebración en la comunidad parroquial de Nuestra Señora de la Soledad, de Usera, y quienes seguís esta celebración por la 2 de TVE. Dejemos entrar en nuestra vida ese deseo inmenso de que en nuestro corazón esté presente, con toda su fuerza, el espíritu de misericordia. Hoy queremos abrazar a todos los que huyen de la guerra y del hambre, y a aquellos que se ven obligados a abandonar su tierra a causa de la persecución, la pobreza, la degradación ambiental, la búsqueda de trabajo... Son más de 280 millones las personas que viven fuera de su país de origen. Son migrantes en el mundo. De ellas, 60 millones y medio son refugiadas y solicitantes de asilo. Cada una con su historia personalísima de fe, sueños, afectos y sufrimiento enorme, como he podido constatar en mi reciente visita al Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE). Este es un gran desafío para toda la humanidad, pero es un signo de los tiempos para cuantos creemos en Cristo, así como también una llamada a ser Iglesia Católica, Iglesia Universal.
    
La Palabra de Dios que acabamos de proclamar nos llama la atención, en esta Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado, a volvernos activos ante la globalización de la indiferencia: escuchando a Dios, sabiéndonos hijos de Dios y por ello hermanos de todos los hombres, y promoviendo la hospitalidad en esta humanidad.

En primer lugar, escucha a Dios. Lo acabáis de oír. Un niño, Samuel, que en hebreo significa «aquel que escucha a Dios», estando a punto de dormir, oyó algo, se levantó, corrió, preguntó, insistió y descubrió que era Dios quien lo llamaba a la misión. «Escuchemos a Dios». Como nos ha dicho la primera lectura del primer libro de Samuel, «aquí estoy» dispuesto a acoger, proteger, promover a todos los hombres como Tú lo haces, Dios mío. Hoy, por deseo de la Iglesia, quieres que nos fijemos en los emigrantes y refugiados.
    
En segundo lugar, eres hijo de Dios y hermano de todos los hombres. Lo hacemos tomando conciencia, con la capacidad y la audacia que nos da saber que se ha pagado un gran rescate por nosotros; pues, haciéndose hombre y entregando la vida por nosotros, Dios nos ha revelado de una vez por siempre que somos hijos de Dios y, por ello, hermanos. Así lo hemos escuchado en la segunda lectura de la primera Carta a los Corintios.    
 
Y, en tercer lugar, practica la hospitalidad. Seamos fieles a nuestro Señor, que no cesa de convocarnos a la hospitalidad (cf. Hbr 13, 2,). Nosotros no hemos encontrado a nadie con tal fuerza sanadora y restauradora del corazón humano como Él para hacer lo mismo. Descubramos lo que nos dice el Evangelio que hemos proclamado: los discípulos de Juan Bautista, al indicar y oírle decir señalando a Jesús «este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo», lo siguieron. El Señor los miró e hizo esta pregunta que todos estamos deseando que alguien nos haga siempre: «¿qué buscáis?». Es decir: ¿buscáis la felicidad?, ¿buscáis la paz y la reconciliación de los hombres?, ¿buscáis salidas para todos los problemas que tiene esta humanidad?, ¿buscáis que todo ser humano pueda tener una tierra, una familia, un trabajo?, ¿buscáis ser hermanos? La respuesta del Señor ya la hemos oído, pues ante la pregunta «¿dónde vives?», les hizo una invitación: «venid y lo veréis»; es decir, haced una experiencia conmigo, descubriréis quién soy yo y cómo puedo transformar vuestra vida, aprendiendo la gramática del Evangelio, en la que hay cuatro verbos fundamentales que el Señor practicó con sus discípulos: acoger, proteger, promover e integrar.

Seamos discípulos de Jesús que saben acoger: como Jesús, que no tuvo inconveniente en llevarlos consigo. Esto, en estos momentos que vive la humanidad, debe significar para nosotros ampliar las posibilidades para que los inmigrantes y refugiados puedan entrar de modo seguro y legal en el país de destino. Es deseable un compromiso concreto para incrementar y simplificar la concesión de visados por motivos humanitarios y para reunificación familiar. El Papa Francisco dice: «Al mismo tiempo, espero que un mayor número de países adopten programas de patrocinio privado y comunitario, y abran corredores humanitarios para los refugiados más vulnerables». Aprendamos a acoger junto a Cristo.

Seamos discípulos de Jesús que saben proteger: los discípulos sintieron la protección del Señor. Hagamos nosotros lo mismo, conjugando toda una serie de acciones en defensa de los derechos y de la dignidad de los emigrantes y refugiados en origen, en tránsito y en destino. Proteger revertirá positivamente en quienes acogemos, de tal modo que si las capacidades y competencias de los emigrantes, los solicitantes de asilo y los refugiados son reconocidas y valoradas oportunamente, constituirán un verdadero recurso para las comunidades que los acogen.

Seamos discípulos de Jesús que saben promover e integrar: marcharon de un manera tan nueva, que buscaron a otros para que estuvieran con Él. Promover e integrar es esencialmente trabajar con el fin de que todos vivan en la verdad de lo que son; en este caso, que a los emigrantes y refugiados se les dé la posibilidad de realizarse como personas en todas las dimensiones que componen la humanidad querida por el Creador y revelada y manifestada por Jesucristo. No hay promoción verdadera sin integración, de tal manera que deben ir unidas. Por eso, es necesario integrar. Y ello en el plano de las oportunidades de enriquecimiento intercultural generadas por la presencia de los emigrantes y refugiados. El Papa insiste en la necesidad de favorecer una cultura del encuentro y de multiplicar las oportunidades de intercambio cultural. Para ello habrá que mostrar y difundir «buenas prácticas» de integración, y desarrollar programas que preparen a las comunidades locales para  procesos  de plena inclusión social. La Iglesia se ofrece y tiene experiencia de ello.

El Señor nos ha hablado, pero se va a hacer realmente presente en el misterio de la Eucaristía. El mismo Jesús que nos ha dicho «¿qué buscáis?», y el mismo que nos dice «venid y lo veréis», nos hace sentir y vivir las categorías que manifiestan el ser discípulos de Jesús: acoger, proteger, promover e integrar. Quienes estáis aquí, en este templo, sabéis cómo nuestro Plan Diocesano de Evangelización para este curso nos hace esta propuesta de trabajo: «El Pueblo de Dios que vive en Madrid, anuncia el Evangelio y trata de dar respuesta a los problemas personales y sociales que hay en nuestro mundo». Hermanos: en la realidad intercultural que se da en nuestra comunidad diocesana, tenemos la grandísima oportunidad (no un problema) de dar respuestas concretas de acogida, protección, promoción e integración de nuestros queridos hermanos y hermanas inmigrantes y refugiados. En no pequeña medida constituyen el futuro de nuestra Iglesia local, no solo como destinatarios de la Buena Noticia, sino como sus primeros testigos. La atención a la persona inmigrante y refugiada y el servicio a la fe en una sociedad culturalmente heterogénea deben ser una opción preferencial de la Iglesia de Madrid.

Hermanos: hagamos un renovado esfuerzo evangelizador hacia las personas desplazadas. Defendamos los derechos de los migrantes,  refugiados y de las víctimas de trata, siendo esa Iglesia de Cristo que siempre está en salida, que derriba muros y tiende puentes. Sepamos hacer un trabajo en red: todos para todos. No hay ellos: solamente hay nosotros. Junto a Jesucristo, no podemos decir ni vivir otra cosa con quien nos encontremos más que esta: eres mi hermano.

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