Homilías

Martes, 25 octubre 2016 14:42

Homilía de monseñor Osoro en la Misa acción de gracias por la canonización de san Manuel González (24-10-2016)

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Querido don Juan Antonio, obispo. Querido vicario general y vicarios episcopales. Querido párroco de la parroquia de san Manuel González. Queridos hermanos sacerdotes. Queridas religiosas Eucarísticas de Nazaret, Familia Eucarística. Queridos miembros de la vida consagrada que hoy habéis querido haceros presentes en esta celebración de acción de gracias por la canonización de san Manuel González. Hermanos y hermanas todos.

La gloria de Dios es verdad que es su bondad y lealtad. Cuando alguien nos pregunte «¿Dónde está tu Dios?», hemos de responder también que es un Dios que no es construido con oro y plata. Nuestro Dios lo que quiere lo hace. Es un Dios vivo. Es un Dios del que nos fiamos: se fía la Iglesia, el pueblo que ha querido hacer este Dios, que vino a este mundo y se hizo hombre para mostrar el rostro de Dios a todos los hombres. Nosotros confiamos, ciertamente, y pedimos la bendición, como san Manuel González lo pidió. Y sentimos el gozo de ser bendecidos por el Señor, y de ser bendecidos precisamente cuando el Señor ha entregado a la Iglesia un nuevo santo: este hombre que, vosotros sabéis, hizo todo un proyecto espiritual, pastoral y humano, engendrado precisamente en la Eucaristía.

Nosotros le agradecemos al Señor la Palabra que nos ha dado. En primer lugar, una palabra de confianza, como nos ha dicho la primera lectura. Elías se siente animado y alentado por Dios mismo. Se siente alimentado por Dios para comenzar y realizar una tarea; una tarea no fácil, con dificultades. Esta es la confianza que tuvo siempre el obispo santo que hoy nos reúne a nosotros aquí para dar gracias a Dios por su canonización. La confianza en un Dios que alimenta a los hombres, en un Dios que le alimentó a él en su vida para emprender un camino de sanación precisamente alimentando a los hombres con Jesucristo. De sanación de la vida personal y de la vida social. De cambio. Demos gracias a Dios por esta invitación que nos hace, en este día de acción de gracias san Manuel González, obispo, a vivir en la confianza.

En segundo lugar, este santo nos invita a vivir la comunión. Sí: vivir alimentados del Señor para estar en comunión con Cristo y con los hermanos, como nos ha dicho el apóstol Pablo hace unos momentos en ese texto de la primera carta a los Corintios. Alimentados por Cristo y de Cristo, para crecer en todas las dimensiones de la vida. Hermanados con los hermanos, con todos los hombres. Hermanados con todos. Cristo nos hace ver y descubrir, en la medida en que nos alimentamos de Él, que somos hermanos. Y en la medida en que nos alimentamos de Él, nos hace abrir nuestro corazón y crecer en todas las dimensiones de la vida, de las cuales el apóstol Pablo tan maravillosamente canta en el himno de la caridad: el amor es comprensivo, servicial, no tiene envidia, no se engríe, no es maleducado, no es egoísta, no lleva cuentas del mal, no se alegra de la injusticia, se goza con la verdad, disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites.

Comunión. Esta es la gran invitación que hoy, en esta acción de gracias, también, no solamente la palabra sino la vida de san Manuel González, nos hace vivir y entender. Porque es verdad que hoy la Palabra nos invitaba a la confianza, en la primera lectura; a la comunión, en esta segunda lectura que hemos escuchado. Pero es que la Palabra tomó carne en esta persona que hoy nos reúne aquí, porque él supo vivir en esta confianza en medio de todas las dificultades que tuvo en la vida, y en esta comunión con Cristo y con los hermanos.

Y, en tercer lugar, san Manuel nos invita a evangelizar. Él nos entrega un método, un camino de evangelización. Método que se nos ha descrito tan bellamente en el Evangelio que hemos proclamado. Qué bellas son las palabras de san Manuel en sus escritos, señalando el camino, como hemos escuchado de Juan en el Evangelio: «Este es el cordero de Dios». Esa señal san Manuel la apunta y la apuntala en el sagrario. Él no quiere que los sagrarios estén abandonados. Él ve en el sagrario la presencia real de nuestro Señor Jesucristo, a la que todos los hombres debemos acudir. Y, por eso, el método de evangelización que tiene es el que nos decía el Evangelio, y que comienza por alguien que señala el camino: «éste es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo». Pero, al mismo tiempo, el método hace posible que junto al Señor nos dejemos preguntar, como nosotros esta noche, por el mismo Jesús: «¿Qué buscáis?».

¿Qué buscáis, queridos hermanos? Esta era la pregunta que tantas veces y de diversas maneras hacía, permitidme, don Manuel González. Es san Manuel, pero para nosotros seguirá también manteniendo este nombre de cercanía y de aproximación. Él, cuando nos aproximaba al Señor, nos hace que el Señor nos interpele: ¿Qué buscáis? ¿Qué buscáis en la vida? ¿En vosotros mismos? ¿Qué buscáis hacer?

Naturalmente, nosotros tenemos interés por conocer al Señor. San Manuel mantiene en su método de evangelización también este interés. Él quiere que nosotros le preguntemos al Señor «¿Dónde vives?», para que entremos en su casa, entremos en su morada, entremos en su corazón, entremos en su vida... ¿Dónde vives? Porque él sabe que el Señor nos responde, y nos dice: «Venid y lo veréis». El Evangelio, para san Manuel, tiene un nombre, tiene un rostro: Jesucristo. Y es ese Evangelio el que tenemos que llevar nosotros a los hombres.

Queridos hermanos y hermanas. En un artículo que he escrito, y que he titulado Proyecto espiritual, Pastoral y humano, engendrado en la Eucaristía y mostrado por san Manuel, permitidme que os recuerde algunos aspectos que me parece que son especialmente importantes en nuestra vida.

Queridos hermanos: hay una realidad de vacío en la vida de los hombres. San Manuel descubre las consecuencias que tiene esta realidad de vacío profundo, y cómo se quita si logramos pasar al encuentro real con Jesucristo, nuestro Señor. En palabras de san Manuel, obispo, decía así: «Cuando yo muchacho leí un papel en el que un desdichado escritor, haciendo mofa de lo que en todo caso no merecía sino un gran respeto y una gran compasión, echaba en cara a los católicos el que a pesar de todos sus esfuerzos sus templos, sus catedrales, sonaban a vacías. Entonces, sin meterme a responder aquella burla, sentí vergüenza de que fuera verdad y pena de que se nos echara en cara. Hoy -y es el tiempo en el que vive don Manuel-, sin tratar de negar el sonido vacío aún de las catedrales abandonadas por el pueblo fiel, frecuentadas tan solo por una turba impetuosa de curiosos nacionales y extranjeros, le hubiera respondido al burlesco escritor que aplicara el oído a otras muchas cosas que, por sonar a vacío el templo, sonaban también a lo mismo. Sí, que aplicara el oído al valor y a la honradez de los hombres, a la compasión para el débil, al honor de los caballeros, a la justicia de los marginados, a las costumbres del pueblo, a la paz de las familias, a la virtud de los cristianos. Y cómo esto no se hace ni se fabrica en otra fábrica proveedora de la esencia, como es el sagrario, el lugar donde está el Señor».

Para don Manuel, el abandono de la Eucaristía es el que hace posible todos los males. Es el que produce el vacío existencial en las personas; es el que contiene -decía él, en palabras suyas, «el vacilo de innumerables infecciones». Don Manuel, con muchos años de adelanto, describe nuestras propias conversaciones, las que a veces hoy mantenemos entre nosotros los cristianos. «Qué poca gente. ¿Has visto, Señor, cómo los chiquillos se han empeñado en no venir al Catecismo?», decía don Manuel. «Después de aquellos domingos en que venían tantos, ya no vinieron más que dos o tres. ¿Han perdido el apetito espiritual los hombres?». Pero también él se hace esta pregunta: ¿Por qué han perdido el apetito los hombres? Y responde: «Porque se les ha hecho pasar mucho hambre. Y el hambre, cuando es excesiva, trae la inapetencia y hasta la repulsión de los alimentos. ¿Hambre de qué? Hambre de intensa vida cristiana, que la encontramos y la vivimos en el sagrario, junto a Jesucristo, en la Eucaristía. Sí. El sagrario tiene que seguir siendo nido de amores, alcázar de dicha, sala de festín, casa solariega para los cristianos. Que no se trate en destruir esta casa».

Qué fuerza y qué belleza tiene la Eucaristía en la transformación de la persona y en la transformación de los pueblos, queridos hermanos y hermanas. Este es el mensaje que nos entrega san Manuel en esta acción de gracias, cuando nos ha invitado a través de la Palabra a que vivamos en la confianza, en la comunión con Jesucristo, y a que anunciemos el Evangelio con el método que él nos propone en la página del Evangelio que hemos proclamado. En las andanzas apostólicas de don Manuel, y especialmente mientras estuvo de capellán en las Hermanitas de los Pobres, hizo muchos viajes para anunciar el Evangelio. Él cuenta qué es lo que aprendió en sus viajes, y más tarde en su vida de sacerdote allá, en Huelva. Cuando habla de las situaciones en las que se encontraban las parroquias, habla de tres síntomas muy importantes en él: la devoción al Sagrado Corazón, el culto tempranero que llama él y que describe en una carta abierta a un cura joven, y el síntoma más triste, el abandono del sagrario, que es lo mismo que abandonar la Eucaristía.

Él comenta: «Que no se rían los sabios cuando digo esto, ni los sociólogos de más o menos enjundia, si pongo en cosas al parecer tan pequeñas los síntomas de cosas tan grandes como es la situación del pueblo. Que no se rían ni lo pongan en duda, que no atestiguo con muertos ni con libros de romances, sino con hechos vivos y que cada cual puede tomarse el trabajo de comprobar». Sí, la devoción al Sagrado Corazón, en la que nosotros alcanzamos las medidas del corazón de Cristo, el «culto tempranero» que dice él, es estar ante el sagrario. Esa respuesta que da a aquel joven sacerdote cuando le pregunta por el éxito que él tiene en las parroquias: «¿Quiere usted decirme, en caridad, por dónde empiezo?» Y responde san Manuel: «Voy a darle una respuesta, que quizá no la haya encontrado en los libros de sociología, y que no por más ignorancias es menos eficaz. ¿Quiere usted hacer de su parroquia vacía una llena, o por lo menos más frecuentada? ¿Quiere usted formar esa parroquia sobre base sólida, de piedad ilustrada y abnegada? ¿Quiere usted que los feligreses comulguen mucho? ¿Quiere usted hacer milagros de conversiones de almas tibias en fervorosas? ¿Quiere usted hacerse una corte de almas escogidas, con temple, con abnegación, con laboriosidad? ¿Quiere ser usted cura de todos, no solamente de los ricos, o de gente comodona, sino de los trabajadores, de los ocupados?. Pues todo eso y mucho más lo conseguirá con una sencilla receta: esté usted sentado todos los días en su confesonario desde las 5:30 de la mañana, lo más tarde. Un párroco que se sienta todos los días, un cura sentado desde temprano, aunque no tenga penitentes que confesar en toda la mañana, es siempre una dulce y avasalladora violencia sobre el corazón de Jesús para que derrame gracias extraordinarias, y especialmente si tiene frente al confesonario el sagrario».

Queridos hermanos y hermanas: damos gracias a Dios. Es un día grande para todos nosotros por tener en la Iglesia este Santo, este obispo santo, este obispo fundador, este obispo que nos acerca permanentemente a la Eucaristía, este obispo que nos habló de eucaristizar el mundo con este neologismo, pero que es importante, porque él da un contenido a ese eucaristizar el mundo que es la acción de volver a un pueblo loco de amor por la Eucaristía, por asumir como proyecto existencial de la vida lo que el Señor nos regala en la Eucaristía.

Hermanos y hermanas: que san Manuel hoy, junto a nuestro Señor Jesucristo que se va a hacer presente ahí, nos dé el gozo que él sentía junto a la Eucaristía. Y nos haga descubrir a todos nosotros que es cierto lo que les decía al principio: Cristo nos regala, a través de ese santo, de san Manuel González, un proyecto espiritual, pastoral y humano que se engendra precisamente en la Eucaristía y que tiene éxito siempre. Siempre. No porque venga con éxitos humanos, sino porque el éxito está en que cambia nuestra vida, cambia nuestras relaciones, cambia nuestras miradas... Todo lo cambia: confiando, viviendo en comunión con Cristo, que nos hace vivir en comunión con los hermanos, y anunciando el Evangelio, siendo capaces de decir, como Juan, «Este es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo».

Que la Virgen Inmaculada, como a san Manuel, nos siga ayudando a descubrir todo lo que hoy, en esta Misa de acción de gracias, el Señor nos regala por intercesión de san Manuel. Amén.

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