Homilías

Viernes, 06 enero 2017 16:00

Homilía de monseñor Osoro en la Misa de la Epifanía del Señor (6-01-2017)‬

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Querido e ilustrísimo cabildo catedral; queridos hermanos sacerdotes; queridos diáconos, seminaristas; hermanos y hermanas.

Nos reúne aquí una de las fiestas más importantes en la tradición cristiana. Entre los católicos de la iglesia oriental, una fiesta fundamental. Y para nosotros también, porque es la fiesta de la Epifanía, en la que el Señor quiere mostrarse a todos los hombres. Sí: todos los pueblos de la tierra, a través de la historia de la humanidad, estamos viendo cómo buscan una luz; buscan a alguien o algo que les haga felices. A través de las diversas culturas, de las artes diversas que el hombre es capaz -con su inteligencia- de crear y de hacer, ha buscado esa luz. A través, incluso, de la organización de los pueblos en la vida social, en la vida política... está buscando esa felicidad y esa luz cuya necesidad anida en lo más profundo del corazón del ser humano.

Pero, queridos hermanos, esas búsquedas que hacemos por nuestra cuenta no han dado la felicidad que tiene que tener el ser humano. Esta era la situación en la que vivían todos los pueblos de la tierra, representados por los Magos de Oriente: buscaban. Pero un día encontraron la estrella, la dirección en la que se encontraba el sentido del ser humano, el presente del ser humano, el futuro del ser humano; en la que se encontraba la felicidad verdadera del hombre, sin discriminar absolutamente a nadie, por nada: ni por modos de pensar, ni por modos de concebir cómo hay que construir este mundo... Los Magos lo encontraron. Y lo encontraron, precisamente, en Belén. Se postraron ante el Señor y, en ellos, se postraron todos los pueblos de la tierra.

Por eso, ¿cómo, esta mañana, todos los que estamos aquí reunidos, no vamos a decir también: «Señor, confío, y gracias por fiarme de tu juicio»? Gracias porque sé que solo contigo florece la justicia. Gracias porque sé que solo en ti el ser humano encuentra la reconciliación y la paz, la capacidad para vivir juntos. Gracias, Señor, porque hoy todos los pueblos de la tierra tienen la posibilidad de liberarse de la aflicción, de la pobreza, de la indigencia, y encontrar la verdadera salvación.

Queridos hermanos: me gustaría deciros fundamentalmente a vosotros, después de haber escuchado la Palabra de Dios, en primer lugar, que levantemos la vista. Sí. Nos lo acaba de decir el profeta Isaías: levántate, llega la luz, las tinieblas y la oscuridad pueden eliminarse de esta tierra y de este mundo, pueden eliminarse del corazón del ser humano. Levanta la vista. Hazlo, como lo hicieron aquellos Magos de Oriente, que viendo la estrella, la dirección, fueron a preguntar: ¿dónde está el Rey de los judíos que ha nacido?.

Es verdad que a veces esto da sobresalto. Como le pasó a Herodes, que quería organizar lo que estaba a su alrededor: no perder el poder. Pero también es verdad que estos hombres, con la valentía que Dios pone en el corazón, pudieron levantar la vista más allá de Herodes, más allá de sí mismos, y acercarse a quien quita la oscuridad y las tinieblas, que es Jesucristo. Levantad la vista, queridos hermanos. No nos dejemos engañar: no nos dejemos engañar por propuestas mediocres que nos sitúan a nosotros siempre en la mediocridad de la pobreza existencial de nuestra vida. No nos dejemos engañar.

Hoy, precisamente, no es extraño que los niños tengan un protagonismo especial en este día de Reyes. Es verdad que es un día en que les hacemos regalos. Pero, queridos hermanos, el regalo más grande que podemos hacer a un ser humano, ya desde niño, es mostrarle dónde está la verdadera luz, el verdadero sentido de la vida; es abrirle el corazón y la existencia a las medidas reales que tiene que tener el ser humano, y que hacen posible que quien no tenga que eliminar a quien está a mi lado, en absoluto, aunque piense muy distinto a mí, sino que le tenga como hermano. Levanta la vista.

En segundo lugar, descubramos que a todos los hombres llega la vida de Cristo. No es para unos pocos. Él ha venido para todos los hombres, para entregar la salvación. Esto es lo que el apóstol Pablo, en la carta a los Efesios, hace un instante escuchábamos y nos decía: oísteis hablar de la distribución de la gracia -y se lo decía a los gentiles- que se me ha dado a favor vuestro también. No estáis discriminados. Al contrario: a todos los hombres, a todos, tiene que llegar la vida de Nuestro Señor Jesucristo. A todos tenemos que hacerles partícipes de sentirse un cuerpo; de sentir que la promesa de Dios, la promesa de tener luz, llega a todos los hombres y es para todos los hombres. Sintamos, queridos hermanos, el gozo de transmitir esto.

Y, en tercer lugar, tomemos otro camino, como los Magos. Aprendámoslo hoy. En el mismo Evangelio que hemos proclamado mirad a Jesús, queridos hermanos. Jesús es luz, amor y verdad. En el corazón del ser humano, en el corazón de la humanidad, hay necesidad profunda de luz, de seguir la estrella. Los Magos, como os decía hace un instante, representan a todos los hombres que dejaron todo por seguir la orientación de lo que está en lo más profundo del corazón. Los Magos son presencia de toda la humanidad. De esta humanidad que necesita acercarse donde está la luz.

Hemos visto la estrella y venimos a adorarle. Hay necesidad, en lo profundo del corazón, de ver, de contemplar. Queridos hermanos: la tragedia grande de este momento histórico en el que vivimos es el desdibujamiento del ser humano. Y solamente en quien se ha hecho humano con el humanismo verdadero, que es Cristo, nos puede devolver el dibujo real que tenemos que tener los hombres para poder vivir y convivir entre nosotros, para poder entregar la paz verdadera.

No os dejéis engañar por el poder. Habéis visto el encuentro de los Magos con Herodes. Es el encuentro con quien vive engañado, con quien cree que solo el poder humano salva, el sometimiento a los demás salva, porque es un poder sin amor a la verdad; el amor a la verdad me hace descubrir dónde está la radicalidad y la esencia de lo que tiene que ser el ser humano, y eso solo nos lo da Jesucristo. Cuando no hay amor ni hay verdad hay miedos, hay recelos, hay discrepancias, hay rupturas, hay enfrentamientos... Se cercena a quien sea. Porque lo que importa, hermanos, es mantener mi idea. Pero a este mundo quien ha venido no es una idea: es una persona; es Dios mismo, que se ha acercado a nosotros; es Dios mismo que nos dice: mirad, os doy un arma, la única que tenéis que tener en la vida, el amor mismo que yo os tengo. Practicarlo, vivirlo entre vosotros, no desechéis esta manera, este arma; las otras harán que tengáis recelos, miedos, discrepancias, rupturas, que descartéis gente de vuestra vida, que eliminéis como podáis a quien parece que os estorba...

Queridos hermanos: hoy es la manifestación de Dios. Dejémonos guiar por la luz. Tenemos necesidad de vivir y hacer vivir. Qué manera más discreta y profunda de decirnos dónde está la verdad, como lo hacía el Evangelio: la estrella que habían visto salir se puso y se paró donde estaba el niño, y los Magos se llenaron de inmensa alegría. Han encontrado lo que buscaban, han encontrado lo que la familia humana necesita; y tiene rostro humano, porque nos revela quién es Dios y quién es el hombre, y nos lo hace entender, que es lo más bello de este día queridos hermanos.

Yo os invito, y perdonad, a que nos hagamos de alguna forma músicos, compositores. Compongamos un quinteto. Y no hace falta saber música: solo hace falta acercarse o dejar que Jesucristo se acerque a nuestra vida, como lo hicieron los Magos. Este quinteto tiene estas notas: en primer lugar alegría. La alegría es Cristo. No hay otra, hermanos. Es la alegría que tuvo por ejemplo la que hace muy poco ha sido proclamada santa: la Madre Teresa de Calcuta. Y ha tenido la alegría en la pobreza, pero la alegría en regalar el amor mismo de Dios a todo el que se encontraba por el camino. Es la alegría del padre Maximiliano Kolbe; cuando van a matar a un padre de familia, él levanta la mano y dice: yo por él. Es la alegría, queridos hermanos, de san Juan XXIII que cuando comienza el Concilio nos dice a la Iglesia: ha llegado el momento de que la Iglesia aparezca como madre de todos los hombres. Es la alegría de san Juan Pablo II cuando nos escribe la Encíclica sobre la misericordia. Es la alegría a la que nos está invitando a vivir el papa Francisco: en la alegría del evangelio, la primera exhortación que nos entrega; en la alegría del amor, la otra exhortación que hace poco tiempo nos ha entregado con motivo del Sínodo de la familia. Pero la alegría, hermanos, tiene un nombre y un rostro: es Cristo. Llenad la vida de alegría, primera nota del quinteto.

Segunda: entrad en su casa. Como los Magos. Los Magos llegaron y entraron. Entraron. No os quedéis a la puerta: entrad. Verificad ante la presencia de Cristo, cuando lo dejéis entrar en vuestra casa, qué sucede en vuestra vida; sois capaces de perdonar, sois capaces de mirar al otro de otra manera. Tengamos la mirada de Dios, queridos hermanos. Esta humanidad necesita tener la mirada de Dios. Y la mirada de Dios nos la ha enseñado Cristo, que se ha hecho niño mirándonos a todos, siendo el que tiene el poder y el que ha hecho todo lo que existe; el más pequeño, para acercarse a todos nosotros. Entrad en casa, como los Magos. Dadle la mano a la Virgen María, que nos enseña a vivir en la verdad y el amor.

Tercera nota: arrodillaos y adoradle. Si somos valiosos para los demás es porque somos imagen del Señor. Arrodíllate. Adórale. Y arrodíllate ante todo ser humano.

Cuarta nota: dale lo que eres. Hazle la ofrenda de tus tesoros. Los Magos le entregaron oro, incienso, mirra, le entregaron lo mejor que tenían. Dale la vida, pon la vida a disposición de Dios, dásela. Tu gran tesoro es precisamente ser hijo de Dios, y porque eres hijo de Dios eres hermano de todos los hombres. Entrega este tesoro a la humanidad. Lo necesita.

Y quinta nota: vete por otro camino distinto, el camino de Jesús; el camino de la entrega, de la fraternidad, del amor, de la verdad, de la vida, de la reconciliación, de la búsqueda del otro, sea quien sea. Entra por ese camino.

Queridos hermanos y hermanas: cojamos estas notas. El quinteto nos lo da hecho el mismo Jesucristo. Solo hace falta que nosotros entremos, como los Magos, a la cueva de Belén. Junto a este Dios. Es un Dios que nos hace hacer un cántico distinto. Salgamos hoy al mundo, a Madrid, donde estamos, haciendo o viviendo esta composición musical. Es la música de Dios que tiene que vivirse en nuestro corazón, el pentagrama está en nosotros mismo, se trata de asumir todas estas notas. Vamos a darlas hermanos. No estamos solos: Jesucristo nos acompaña, se hace realmente presente entre nosotros. Levántate, nos decía antes el profeta para hacerlo. Levántate. No te quedes sentado, no te quedes en la oscuridad. Descubre que este canto es para hacer de la humanidad una gran familia. A todos los hombres tiene que llegar la vida de Cristo. Toma este canto. Acojamos a Cristo y cojamos a su Santísima Madre, a la Virgen María.

Ya habéis visto en la imagen de la Almudena que el niño está puesto de tal forma que parece que nos le tira, nos le echa a nosotros. Acogerlo. Cuando vengáis a rezar a la Virgen, a esta catedral que es santuario también de María, hacer ese gesto de que sí cogemos al Señor en nuestra vida, para hacer este canto.

Amén

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