Homilías

Martes, 09 enero 2018 09:08

Homilía del cardenal Osoro en la Misa de la Epifanía del Señor (6-01-2018)‬

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Ilustrísimo señor deán. Vicario general. Vicarios episcopales. Cabildo catedral. Seminaristas. Hermanos y hermanas.

Es verdad que se cumplirá lo que el Señor nos ha manifestado: ante Él se postrarán todos los pueblos de la tierra. Y en este día de la Epifanía, es lo que estamos celebrando. Los Reyes representan a todos los hombres de todas las culturas y razas que llegaron a  Belén y se postraron ante el Señor. Porque es cierto que el ser humano necesita confiar su juicio y su justicia a quien de verdad es el que mantiene el juicio de los hombres y la justicia verdadera. El ser humano necesita esa paz que domine de mar a mar, en la que los hombres puedan vivir en esta tierra. Él, es verdad, que nos libra, que nos protege, que nos salva. Este Jesús que nace en Belen se ha manifestado a todos los hombres. Pero ha dejado a su Iglesia, de la cual nosotros somos parte, para que sigamos también manifestando a los hombres a este Dios que quiere de verdad al ser humano, y que le da las medidas verdaderas que tiene que tener el ser humano para poder hacer bien y vivir con los demás como hermanos.

Yo quisiera acercar a vuestra vida, en primer lugar, que el Señor nos hace una llamada. Y nos dice también, en esta Epifanía: Iglesia, levántate. Resplandece. En segundo lugar, el Señor nos manifiesta una revelación: todos los hombres son llamados por Dios. Todos. Sin excepción. De ahí la dimensión misionera de la Iglesia de salir a anunciar a todos los hombres la verdad del hombre y la verdad de Dios, que se manifiesta en Jesucristo. Y, en tercer lugar, el Señor nos regala una misión, que se ha manifestado claramente en el Evangelio que acabamos de proclamar.

Sí. Hoy el Señor a la Iglesia, a nosotros, nos hace una llamada: Iglesia, levántate. Resplandece. Lo habéis escuchado en la primera lectura que hemos proclamado, del profeta Isaías. Cuando el profeta, con fuerza, habla de esta manera: «levántate Jerusalén, resplandece, porque llega tu luz, llega la glora del Señor». Las tinieblas que cubren la tierra y la oscuridad que tienen los pueblos van a desaparecer cuando el Señor se haga presente en medio de estos pueblos. Pues, queridos hermanos y hermanas, esta llamada que, en este día de la Epifanía, de la manifestación de Dios a los hombres, nos hace a nosotros el Señor como Iglesia, acojámosla en lo más profundo de nuestro corazón.

Mirad. Estamos en un momento especialmente importante de la humanidad. Es una época nueva en la que estamos. Es una época nueva que no es que está naciendo: está ya. Pero se está manifestando de diversas maneras en muchas partes. Entre nosotros también. Y se manifiesta con una necesidad de que los hombres tengan luz. De que los hombres tengan un corazón nuevo. De que los hombres tengan el juicio de Dios, y no el de ellos mismos. Los diversos conflictos que vivimos en todas las partes de la tierra necesitan de la Epifanía, de la manifestación de Dios a los hombres. Las diversas situaciones inhumanas que están a nuestro alrededor, que no hacen crecer al ser humano, que eliminan fácilmente al que consideramos que sobra… Esta humanidad resulta que tienen sobrantes humanos cuando a Dios no le sobra absolutamente nadie. Levántate. Resplandece. Queridos hermanos: no es una llamada triste. Es una llamada de alegría. Dios cuenta con la Iglesia para hacer ver a todos los hombres, si hay tinieblas, cómo se pueden eliminar; si hay oscuridad, cómo se puede entregar luz. Porque los pueblos, todos, tienen que caminar en la luz.

Queridos hemanos y hermanas: el Señor nos hace una llamada a ser Epifanía. A ser manifestación real de la presencia y de la luz de Dios en medio de los hombres. El Señor nos llama a dar el verdadero humanismo a esta tierra que lo está perdiendo, queridos hermanos. Cerramos puertas a gente que lo necesita; cerramos lugares a gente que se está muriendo de hambre; cerramos la vida, y no nos importa matar a gente. La Iglesia ha de ser Epifanía. Y sin agresividad de ningún tipo, queridos hermanos, sino con el amor mismo del Señor. Un amor, el que nos manifiesta en Belen de Judá. Un amor que no se manifiesta en la grandeza, sino en la pequeñez, en la sencillez, en el tú a tú. En los hechos. Y le sobran las palabras, como en Belén. El Dios que se hace niño no hablaba aún, pero los Magos –que representan a todos los hombres– fueron. Y qué verían ellos que, como nos dice el Evangelio, tomaron otro camino. Levántate. Resplandece, Iglesia de Jesucristo.

En segundo lugar, el Señor nos hace una revelación. Mirad. Todos los hombres son llamados por Dios. Todos los hombres son llamados a ser hijos. Y todos los hombres son llamados a ser hermanos. Qué bien nos lo decía el apóstol Pablo en este texto de la Carta a los Efesios que acabamos de escuchar. Oísteis hablar de la distribución de la gracia, pero Pablo dice: «A mí se me dió el dársela también a los gentiles». La gracia no es para un grupo. Dios no es para un grupo determinado. Dios es para todos los hombres, porque todos son hijos. Todos son coherederos. Todos tienen que formar parte, y llegar a ver y descubrir que pueden formar un solo cuerpo. Todos han de recibir la misma promesa en Jesucristo: la promesa de la libertad, de la verdad, de la vida, de la reconciliación, de entregar la paz, de vivir en el servicio a los demás, de no poder -porque está en lo más profundo de nuestro corazón- eliminar a nadie de nuestra vida, queridos hermanos.

Una revelación: todos los hombres somos llamados. Y nos la hace el Señor hoy, cuando los Magos de Oriente van a Belén. Los Magos, que representan a todos los hombres de toda la tierra, a todos los humanos. En Belén, el Señor los recibe. Y el Señor los alienta de tal manera que -como os decía antes- toman otro camino distinto al que querían, al que quería Herodes que tomasen. No toman el camino de la muerte; toman el camino de la vida, de la paz.

En tercer lugar, queridos hermanos, el Señor nos regala una misión. Yo os invito a que la acojamos. Es una manifestación maravillosa la que nos hacen los Reyes de Oriente, los Magos de Oriente, cuando se presentan en Jerusalén diciendo y preguntando dónde está el rey de los judíos que ha nacido, «porque hemos visto una estrella y venimos a adorarlo». Todos los hombres, queridos hermanos, están en búsqueda. Todos los hombres de la tierra. Todos. Todos quieren ser felices. Todos quieren la paz. Todos quieren vivir en la reconciliación. Solo aquellos que tienen intereses de tener más que otros a costa de lo que sea... pero en lo más profundo de su corazón tampoco son felices. Porque quien utiliza su poder para eliminar a otros, no puede ser feliz queridos hermanos. No puede estar tranquilo.

Todos los hombres están en búsqueda. Y, como los Magos, todos preguntan dónde está ese rey que nos puede dar lo que necesita nuestro corazón, y lo que necesita nuestra vida y nuestra historia concreta, para poder vivir en paz, reconciliados, con amor, con entrega, con servicio, donde a nadie le falte nada. Pues, queridos hermanos, en esta misión hay algo excepcional: que Herodes se sobresaltó. Y toda Jerusalén. Convocó a todos los Sumos sacerdotes y escribas, porque le dijeron que en Belén de Judea, allí, nacería alguien que pastorearía todo el pueblo de Israel. Es que Dios tomó rostro humano. Dios ha tomado rostro humano. Cuando el ser humano, en tiempos de nuestros primeros padres, decidió olvidar a Dios, y marginar a Dios, y esconder a Dios, y hacerse dios mismo, vino la destrucción. Siempre, queridos hermanos. Y Dios quiso hacerse presente entre nosotros para decirnos cómo se construye la vida del ser humano. Cómo ha de ser la vida del ser humano. No ha venido a imponernos absolutamente nada. Nos ofrece en libertad su vida entera. Naturalmente que a aquellos que quieren hacerse dueños de este mundo les molesta Dios. Les molesta este Dios. Lo mismo que a Herodes. Y por eso él llamó a los Magos, y los mandó a Belén, pero les dijo: averiguad qué es de ese niño, y avisadme cuando lo encontréis.

Queridos hermanos: es importante para nuestra vida entrar en la misión. Hacer la misión. La que hicieron los Magos: fueron a Belén, vieron al niño, pero olvidaron lo que Herodes les había dicho. No fueron. No volvieron. Fueron por otro camino. Porque Jesús nos enseña un camino nuevo, distinto. Le hicieron presentes, muchos regalos. Pero decidieron entrar por un camino distinto.

No podemos vivir, queridos hermanos, instalados en la cultura de la superficialidad, en la cultura de la oscuridad, en la cultura del sin sentido de la vida, en una permanente huida hacia delante. A la larga, nos encontraremos con que nuestras vidas están terriblemente vacías. Hoy, en esta fiesta de la Epifanía, todos nosotros somos invitados a seguir la estrella que brilla en nuestro corazón. Que nos conduce a Jesús, luz del mundo. Toda la luz de Dios se ha concentrado en Jesús. Él es luminoso para nosotros. ¿Por qué será, queridos hermanos, que en Jesucristo todos los hombres encuentran a alguien que tiene una referencia especial para ser humanos? Incluso aquellos que no creen como nosotros, o que no le reconocen como Dios, encuentran en Él respuesta, anhelos, aspiraciones íntimas y profundas. Este Jesús que brilla en Belén nos hace percibir a Dios no como rival. No. A un Dios que es amigo del hombre. Y que nos hace amigos a nosotros. Que nos hace hermanos. Que nos hace servidores los unos de los otros. Que nos hace servir siempre a la vida, a la verdad, a la justicia, a la bondad. Que nos hace reconocer la dignidad que tiene todo ser humano porque es imagen verdadera de Dios, que nadie puede estropearla, que nadie puede servirse de ella. Ellos entraron a la casa, y vieron con María y José al niño, y cayeron de rodillas, y lo adoraron. Queridos hermanos, esta palabra -lo adoraron-, esta actitud, cuestiona también nuestra vida en esta fiesta, y nos pregunta: ¿a quién adoráis vosotros?, ¿ante quién o ante qué nos arrodillamos?, ¿cómo se llama el Dios que ocupa nuestro corazón?.

Nos volvemos hoy al Señor para decirle juntos: tú eres nuestra luz. Alumbra Señor nuestra noche. Disipa las tinieblas. Haz posible que florezca la verdad, la justicia, la paz, la reconciliación entre los hombres. Que tu Epifanía, que tu manifestación en medio de este mundo, traiga a esta humanidad sentido: sentido de la verdad del hombre, sentido de aquello que hace crecer al ser humano, que no lo animaliza, al contrario, que le diviniza, que le hace vivir desde aquello más excelso que Dios ha puesto en nuestro corazón y nuestra vida, y que lo necesitamos. Él librará, Él se apiadará y Él salvará, queridos hermanos.

Por eso nos reunimos aquí: porque creemos que esto es así, y queremos ser esa Iglesia que se levanta y dice en medio de este mundo lo que Dios quiere para los hombres. No es fácil hacerlo, queridos hermanos. En una sociedad en la que nadie cuestiona nada, ser cristiano es como tirarse al río y seguir la corriente. No podemos seguir la corriente hoy. Porque hay corrientes diversas. Es necesario que los cristianos -no con cualquier fuerza, sino con la que Jesús nos entrega, con la misma, sin necesidad de otra porque esta vence siempre, siempre-, salgamos a este mundo. Nos levantemos. Sin agresividad de ningún tipo. Con la fuerza del amor de Dios, que cambia el corazón y la vida de los hombres. Con una fuerza que se manifiesta también entre nosotros, en cualquier barrio de nuestra ciudad de Madrid, donde hay un grupo de gente que está cuidando a niños que no tienen a nadie, o que teniendo a sus padres no les pueden dar de comer, que les cuidan mientras tanto -a ellos y a sus padres-. Y no estoy contando cosas raras, queridos hermanos. Son realidades concretas que tenemos.

Levántate Iglesia. Haz ver la oscuridad que existe. Haz ver la oscuridad de unos hombres que quieren encerrarse, creyendo que ellos tienen no sé qué verdad, que no tiene éxito porque rompe, divide, estropea, banaliza la vida. Pues a este Jesús, que no banaliza la vida, le acogemos ahora nosotros también. Al mismo que nació en Belén de Judá también nosotros, como los Magos, lo adoramos. Y le decimos: Señor, haz que seas tú nuestro Dios, que no tengamos otros dioses. Que reconozcamos y mostremos en la vida tu persona. Haznos fuertes. Haznos valientes. Haznos hombres y mujeres con sentido profundo. El sentido profundo que tiene la vida. Dánoslo y haz que lo manifestemos en nuestra familia, entre nuestros amigos, en nuestros trabajos, en nuestras casas, calles, en la convivencia diaria. Pero que lo manifestemos como tú lo manifestaste.

Que así sea. Feliz Epifanía. Sois Epifanía. Manifestación de Dios.

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