Homilías

Domingo, 01 enero 2017 10:56

Homilía de monseñor Osoro en la Misa de la solemnidad de Santa María Madre de Dios (1-01-2017)

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Querido don Juan Antonio, obispo; querido vicario general; deán de la catedral; vicarios episcopales; cabildo catedral; diáconos, seminaristas... Queridos hermanos y hermanas. Feliz año.

La felicidad viene porque el año nuevo se mantiene si mantenemos en nuestra vida y en nuestro corazón a quien ha nacido en Belén de Judá: Jesucristo Señor Nuestro. Él hace posible que tengamos siempre un año nuevo, un año diferente, un año de paz. Aquel que percibieron los pastores de Belén cuando los ángeles se les aparecieron y comenzaron a cantar gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad.

En este primer día del año, por una parte nos reúne a todos nosotros la Iglesia diciéndonos que contemplemos a Santa María, a Nuestra Madre, aquella que hizo posible que el año nuevo se percibiese y se mantuviese en esta humanidad con la fuerza y la garantía que solamente Dios nuestro Señor nos da para hacerlo posible. Y, por otra parte, esta Jornada Mundial de la Paz que celebra la Iglesia nos está indicando en quién tenemos que poner nuestra vida y nuestro corazón para tener precisamente esta paz.

Queridos hermanos: cuando entraba en la catedral me iba fijando -y estáis mucha gente de Madrid, por supuesto- que hay mucha gente de otros lugares, de otros continentes. ¿Quién nos reúne aquí? ¿Las ideas? ¿La raza? ¿La pertenencia a un grupo determinado, sea cultural, político o lo que fuere? ¿Quién nos reúne? Cristo nuestro Señor, y nadie más queridos amigos. Y Él hace posible que esas fronteras que a veces ponemos en nuestro corazón, y que proceden de nuestras pertenencias singulares, pero que nada tienen que ver con el proyecto de la novedad del año que trae Jesucristo y de la novedad que la Santísima Virgen María quiere, aceptando la propuesta de Dios, presentar en medio de los hombres, eso que nosotros tenemos en nuestro corazón, nada tiene que ver con lo que estamos viviendo ahora aquí: somos hermanos. Cristo nos reúne. Hemos escuchado su palabra. Por eso, el salmo 66 que hemos proclamado y hemos cantado juntos garantiza perfectamente: que Dios tenga piedad y nos bendiga, que nos haga caer en la cuenta de la verdad nuestra, de la verdad de la humanidad, de la verdad de la paz, de quién es la paz, de quién construye la convivencia, de quién construye la fraternidad, de quién hace posible que los seres humanos rompamos fronteras y sintamos que los unos con los otros somos hermanos. ¿Quién lo hace?

Que Dios nos bendiga. Que Dios nos ilumine. Que toda la tierra conozca los caminos de Dios: los que comenzaron en Belén tomando rostro humano. Dios mismo. Que todos los pueblos descubran dónde está la salvación y la paz. Que todas las naciones puedan vivir en la alegría: en la alegría del amor, en la alegría de la fraternidad, en la alegría de la bondad de Dios, en la alegría del perdón, en la alegría de la reconciliación. Que todos los hombres puedan alabar a Dios y sentir esta bendición que Dios regala cuando abrimos nuestra vida y nuestro corazón por todos los confines del orbe.

Queridos hermanos: lo acabáis de escuchar. Hoy el Señor nos hace tres propuestas. En primer lugar, el Señor nos dice: vivid en esta atmósfera. Esta atmosfera, este lugar donde se respira lo que hace un instante escuchábamos en la primera lectura del Libro de los Números: que el Señor nos bendice, que el Señor nos protege, que el Señor nos concede su favor. Esta fue la bendición que el Señor dijo a Moisés: di a Aaron y a sus hijos la fórmula con la que bendeciréis a Israel. Es la fórmula con la que el Señor, al comenzar el año, nos bendice a nosotros. Vivamos en esta atmósfera de un Dios que nos bendice, que nos protege y que nos concede su favor. Y el gran favor de Dios es que nos ha hecho a su imagen, que solamente nosotros podemos utilizar las armas que Dios nos ha dado. No utilicemos un desdibujamiento de lo que es el ser humano. Si os habéis dado cuenta, tanto el papa emérito Benedicto XVI, como el papa Francisco, nos lo está repitiendo siempre: la crisis del mundo de hoy es la crisis del hombre; el hombre no sabe quién es y hay que decírselo, hay que contárselo. Y, queridos hermanos: hoy la Santísima Virgen María nos lo viene a contar; nos dice: este es el Hijo de Dios; este es el Hijo de Dios que ha tomado el rostro humano en mi vientre, que os doy para que lo metáis en vuestro corazón, para que sintáis la protección de Dios, para que sintáis y descubráis de dónde viene la bendición, para que veáis que el favor a esta historia y a esta tierra solamente viene de Dios. Vivamos en esta atmósfera y hagámosla vivir a tanta gente que la desconoce.

En segundo lugar, vivamos con este regalo que la madre de Dios nos da a nosotros. Sí, hermanos. Nos lo ha dicho el apóstol Pablo en este texto de la carta a los Gálatas: sois hijos, sois hijos en el Hijo, en este que yo os he mostrado en Belén, que ha nacido de mis entrañas. Este es la verdadera imagen del hombre, y este os ha dado -a todos los hombres, a todos los que somos bautizados- esa imagen de Dios. Somos hijos, el espíritu está en nuestro corazón, el espíritu del Hijo está en nosotros, ese espíritu que nos dice: decid a todos con fuerza ‘Padre’. Y cuando decimos esto, los demás no son unos extraños, queridos hermanos; nadie es extraño para mí. Con todos tengo que construir la paz, a todos tengo que dar esta noticia. Mirad: os ofrecemos este regalo. La Iglesia tiene la tarea inmensa, en este mundo y en esta tierra, de ofrecer este regalo. Sí. A Cristo. El espíritu de Cristo, que hace posible que los hombres rompamos todas las fronteras –Padre- y que nos sintamos hermanos.

Quizá aquí entendéis mejor lo que el papa Francisco nos ha dicho en el mensaje de esta L Jornada Mundial de la Paz. Titula este mensaje: ‘La no violencia, un estilo de política para la paz’. Queridos hermanos: estamos en un mundo fragmentado, roto, dividido, y le rompemos más cuanto más retiramos a Dios de nuestra vida. Porque cada uno de nosotros nos hacemos dioses y creemos que la verdad está en nosotros, y no somos capaces de perdonar, de dar la mano al otro, sea quien sea; porque no hemos aprendido juntos a decir ‘Padre’, y a sentir que este mundo es una familia. Demos esta buena noticia, nos dice el papa Francisco; demos esta buena noticia. Jesús también vivió en un tiempo de violencia; tremendas violencias había en tiempos de Jesús, en las partes de la tierra conocida entonces; tremendas violencias. Pero, ¿qué puso Jesús?: un plus de amor y un plus de bondad, un plus de fraternidad, de construcción de la fraternidad. Lo puso Dios mismo: no había fronteras; las gentes con las que se encontraba Él eran muy distintas, y a todas regalaba su amor, regalaba la fraternidad, regalaba su bondad, regalaba el sentir y el percibir que eran hijos de Dios. ¿Es que no lo vamos a poder hacer nosotros, hermanos? Más fuerte que la violencia es el amor de Dios; más fuerte que la violencia es la paz que viene de Jesucristo. Eliminemos esta violencia en este mundo.

Y, queridos hermanos, hay algo que es bello en este mensaje del papa Francisco: cuando nos dice en el mensaje de la paz que la raíz domestica de una política no violenta está precisamente en la familia. Sí. En una familia que hace percibir a los hijos, y lo hacen percibir todos, que el Señor -como os decía hace un instante- nos hace vivir en una atmósfera, nos bendice, nos ilumina, nos protege, nos da su favor, lo invocamos, nos sentimos hijos. Todos los que formamos parte de esta familia se sienten hijos de Dios, dicen ‘Abba’, ‘Padre’, todos siguen el camino que nos muestra Jesucristo. La raíz doméstica de la no violencia, hermanos, está en la familia. Nos lo dice el papa en la exhortación apostólica Amoris Laetitia: una familia que reza, que habla a Dios, que se perdona, que se construye en el perdón, que se construye en la entrega mutua del uno al otro sin guardar nada para sí mismo, una familia que nos llama a vivir las bienaventuranzas para vivir la no violencia como estilo de vida. Sí. Esas bienaventuranzas que tantas veces hemos escuchado y que nos dicen: bienaventurados los mansos, bienaventurados los misericordiosos, bienaventurados los que trabajan por la paz y por la justicia, bienaventurados los que enseñan la verdad del hombre. Esto es lo que la primera discípula de Cristo, la Santísima Virgen María, nos muestra en Cristo: la verdad del hombre, la verdad de la paz, la raíz de la no violencia, de construir este mundo. Vivamos con este regalo, hermanos. Somos hijos y, como nos dice el apóstol, no somos esclavos, somos herederos; herederos de un Dios que nos ha regalado su amor y que nos pide que vivamos con ese amor en medio de todos los hombres.

Y, en tercer lugar, queridos hermanos: como habéis escuchado en el Evangelio, yo os invito hoy a que digamos también nosotros ‘yo también soy pastor’. Los pastores de Belén no eran hombres de gran prestigio; eran gentes que habían sido desechadas del pueblo, porque robaban, hacían rapiñas, molestaban, liaban las cosas, estaban al margen. Por eso vivían a las afueras y a la intemperie, nos dice el Evangelio. Queridos hermanos: empezando por vuestro arzobispo, yo también digo ‘soy pastor’. También a veces robo la dignidad de los demás. Pero vosotros, como yo, no nos escapamos, y todos tenemos que decirle al Señor: perdónanos Señor. Perdónanos. Pero sabéis cómo se recupera uno: yendo a Belén, como los pastores. Nos dice el Evangelio de san Lucas: al verlo, contaron lo que se les habían dicho de aquel Niño. Gloria a Dios, paz a los hombres. Por una parte, María conservaba las cosas en su corazón y, por otra parte, ellos, al ver a Jesús, volvieron de otra manera, diferentes. No para robar la dignidad sino para darla, no para enfrentarse sino para crear paz. Porque volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían oído y visto. La verdad del hombre es Cristo, la fraternidad se construye con Cristo, la no violencia en nuestra vida acontece cuando tenemos a Cristo. La familia humana se construye cuando tenemos a Cristo, que su espíritu nos hace decir juntos ‘Abbá’, ‘Padre’. Y uno descubre que, sea quien sea el que está a mi lado, es mi hermano.

Yo también soy pastor. Y vosotros, hermanos. Decídselo al Señor, y situaros ante Jesucristo como lo vamos a hacer ahora, todos juntos, en este día y en esta fiesta de Santa María Madre de Dios, y en esta Jornada Mundial de la Paz. Cristo se hace presente entre nosotros. Acogedlo en vuestro corazón. Vivid en esta atmósfera, con la bendición del Señor; vivid con este regalo que es Cristo; vivid sintiendo siempre que es necesario regresar a Belén diciendo: yo soy pastor. Es decir, a veces en mi corazón no anida lo que tiene que anidar, y vengo a ti Señor como venimos esta mañana: para que el año nuevo permanezca en nuestra vida siempre, porque el año nuevo es Jesucristo nuestro Señor. Y tenemos la novedad del año cuando Cristo está en nuestro corazón. Recibid así a Jesucristo. Hacedlo con la intercesión de la Santísima Virgen María. Es nuestra madre, queridos hermanos; nos la ha dado Dios mismo. Por eso, juntos, en este primer día del año, al terminar y antes de recibir a Jesús, decimos: Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre Jesús. Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

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