Homilías

Jueves, 08 marzo 2018 16:38

Homilía del cardenal Osoro en el 450 aniversario de la reversión de las reliquias de los Santos Niños Justo y Pastor (9-03-2018)

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Querido don Juan Antonio, obispo de Alcalá, muchas gracias por esta invitación por poder estar celebrando con esta comunidad diocesana esta fiesta entrañable de los Santos Patronos Mártires Justo y Pastor. Querido don Ginés, obispo de Getafe. Querido don Joaquín, obispo emérito de Getafe; don Jesús obispo de Málaga y don José obispo auxiliar de Getafe. Querido cabildo catedral, queridos hermanos sacerdotes. Excelentísimo señor Alcalde y miembros de la corporación municipal. Queridos representantes de hermandades y cofradías. Hermanos y hermanas todos en Jesucristo Nuestro Señor.

Después de tantos siglos cómo es posible que unos niños como los santos Justo y Pastor sigan reuniéndonos a los cristianos y puedan seguir diciéndonos una palabra certera sobre el seguimiento de Jesucristo y una palabra llena de la sabiduría para nuestra propia existencia dicha con su propia vida, con su testimonio. Sabemos, por toda la historia de la salvación, que las gestas más importantes de aproximación de Dios a los hombres las quiso hacer, para mostrar precisamente su fuerza y su poder, con niños y con ancianos. Precisamente cuando los cristianos eran perseguidos por creer en Jesucristo puso como testigos de fidelidad y de compromiso a estos niños, Justo y Pastor, que nos reúnen esta noche en esta catedral.

Todos vosotros sabéis que Justo y Pastor, nacidos al final del siglo III, fueron ejecutados el 6 de agosto del año 306 por negarse a aceptar el edicto imperial de Diocleciano, que prohibía profesar la fe cristiana. Ellos, impulsados por el Espíritu Santo, Justo y Pastor se presentaron ante el pretor Daciano enviado del emperador; y con fe, con valentía, precisamente manifestaron abiertamente semejante negativa a rechazar la amistad con Cristo. Asombrado Daciano, no dudó en presionarles para que adjurasen de su fe pero fue en vano, ellos con su sangre martirial, testigos de Cristo, sembraron en esta tierra la semilla del Evangelio. Y siguen reuniéndonos a todos nosotros en este 450 aniversario de la reversión de las reliquias de los niños santos Justo y Pastor.

Cuando observamos estas realidades, queridos hermanos y hermanas, uno llega siempre a la conclusión que lo importante en la vida es haber tenido todos los elementos que son necesarios para la vida humana, para tener decisión, para tener valentía y para tener el coraje ante la invitación realizada por Dios mismo a ser siempre lámpara encendida en este mundo. Es decir, tomar la vida que Dios mismo nos regala y dejar que Él entre en nuestra vida con todas las consecuencias, esa vida y esa fuerza que viene de Dios mismo. No importa la edad, cada uno a su edad tiene la capacidad propia para acoger la llamada de Dios y responder a esa llamada. Hoy, con los santos Justo y Pastor damos gracias a Dios con las mismas palabras que Él se ha comunicado a todos nosotros hace unos instantes, como todos nosotros cantábamos en el salmo: «Hemos salvado la vida como un pájaro de la trampa del cazador». Sí, queridos hermanos, ellos cantaron esto porque la vida se salva en manos de Dios solamente. Es el Señor quien nos salva cuando nos asaltan los hombres, cuando intentan tragarnos vivos es el Señor el que nos da valentía y el que nos da fidelidad. Y es que cuando Dios llega a nuestra vida y nos hace vivir en esa valentía, la trampa se rompe y escapamos y descubrimos, como los santos Justo y Pastor, que el auxilio nos viene del Señor.

Queridos hermanos, en este día en que recordamos a estos santos niños Justo y Pastor, en la memoria que hacemos de su vida precisamente en este tiempo y en este año, quisiera detenerme en una reflexión que los mismos textos que se han proclamado me ayudan a poder expresar para todos vosotros.

En primer lugar, tengamos una confianza absoluta en Dios, somos de Dios. Lo habéis escuchado en la primera lectura del segundo libro de los Macabeos que hemos proclamado. Aquellos hermanos con su madre, al que el rey los hizo dotar y les forzaba a tomar algo que prohibía la ley, ellos contestaron: ¿qué pretendes sacar de nosotros? O también: tú nos arrancarás de la vida presente, pero el Rey del universo y Creador nos resucitará para la vida eterna. O lo que nos decía también este otro hermano: vale la pena morir a manos de los hombres cuando se espera que Dios mismo nos resucitará.

Confianza absoluta en Dios, queridos hermanos, somos de Dios, somos de Dios. No estamos aquí por casualidad, no estamos aquí por una decisión personal, es Dios quien nos ha puesto en este mundo, es Dios quien nos ha dado la vida. Por eso tengamos esta confianza, somos de Dios, no tenemos cualquier dueño, nuestro dueño es el que ha hecho todo lo que existe.

En segundo lugar, tengamos la alegría y la esperanza que viene de Jesucristo, tal y como acabamos de escuchar también en esa lectura segunda de la carta del apóstol san Pedro, tengamos la alegría. Dichosos vosotros queridos hermanos, sintamos la alegría que sintieron los niños Justo y Pastor; felices, bienaventurados nosotros, no tenemos miedo, no nos amedranta nadie porque Dios lo puede todo, de Dios es la fuerza, el poder y la gloria. Por eso nuestra tarea fundamental es estar siempre prontos para dar razón de la esperanza que tenemos en Cristo Nuestro Señor, y esto hacerlo con mansedumbre, con respeto al otro, con buena conciencia como nos decía el apóstol.

Queridos hermanos, si somos calumniados que queden confundidos los que denigran nuestra vida y los que quieren nuestra muerte porque tenemos la misma conducta de Cristo, y esto lo hacemos no como un peso que llevamos a espaldas nuestras sino con esperanza y con esa alegría que viene de Jesucristo Nuestro Señor. Mejor es como nos decía hace un instante el apóstol: padecer haciendo el bien que padecer haciendo el mal.

Y, en tercer lugar, sepamos vivir desde esa grandeza que tiene la vida y que alcanza la vida cuando nos ponemos de parte de Dios. Si los hombres supiesen lo que significa ponerse de parte de Dios y lo que trae a nuestra vida y lo que nos hace respetar a los demás, se apuntarían todos queridos hermanos. Por eso el Evangelio ha sido claro: no tengamos miedo, no tengamos miedo. La vida que tenemos de Dios nadie la puede quitar, la vida es de Dios nadie la puede destruir. Creamos que si Dios cuida de todo lo que existe cómo no va a cuidar de nosotros, queridos hermanos, que nos ha dado la dignidad trascendente, esa que cuando se nos habla en el relato de la Creación al crear al hombre y a la mujer se nos dice que nos creó a imagen y semejanza de Dios; dignidad trascendente que nos hace vivir en el respeto absoluto al otro y en la disposición absoluta de dar la vida con tal de mantener la vida que nos ha sido regalada por el mismo Señor. Si uno se pone de parte mía ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante tu Padre.

Cómo cogió, queridos hermanos, a los santos Justo y Pastor la vida de Dios. Tuvieron una familia que les supo transmitir la fe, es verdad que en la sociedad de su tiempo llegó un momento en que consideraron una traición proponer a Jesucristo para construir el proyecto de vida, pero ellos tuvieron una familia que les supo poner en sus manos una lámpara, ser lámpara encendida, que es tener la misma vida de Dios. Quizá quienes les enseñaron a ser testigos de Cristo no sabían las consecuencias que esto iba a traer a estos dos niños, pero ellos quisieron darle la luz que de verdad somos y que solamente lo sabemos cuando tenemos la misma vida de Dios en nosotros. La luz que somos y la luz que estamos llamados a ser desde el momento en que la vida de Dios entra en nuestra vida y nos invita a iluminar, a dar la misma luz de Cristo. Esto lo vivieron de un modo especial y singular estos santos, supieron saborear a su edad lo que es la vida vivida y fundada en Dios mismo.

Qué grande y qué fuerza tiene para el desarrollo del ser humano hacernos Dios vivir todas las dimensiones que pertenecen a la esencia de su naturaleza, entre las que se encuentra de un modo especial esa relación con un Dios que nos salva, la dimensión religiosa. En la existencia humana todas las dimensiones de la vida misma que pertenecen a la esencia de la naturaleza humana tienen que crecer y desarrollarse, pero una de esas dimensiones es la vida religiosa, que tiene la misma carta de naturaleza que la física, la psíquica o la intelectual; es más, sin ésta todas las demás dimensiones quedan agostadas y raquíticas, y no desarrolladas vulneran la esencia del ser humano. De tal manera que no reconocer esta dimensión es ahogar al ser humano y es hacerle esclavo de esas religiones que a la carta pudieran servirles los mismos hombres.

¿Qué nos quiere decir esto a nosotros hoy? Hermanos, la cuestión del Dios vivo revelado por Jesucristo y en Jesucristo no es secundaria, se trata nada más y nada menos que hacer en la vida un camino de desarrollo y libertad o hacer el camino del subdesarrollo y esclavitud. Por eso es normal que Jesucristo en los últimos momentos de su existencia terrena, dijese a los discípulos “id por el mundo y anunciad el Evangelio a todos los hombres”, porque en el fondo, queridos hermanos, Dios quiere para los hombres el desarrollo y la libertad y no el subdesarrollo y la esclavitud.

Que bellas también unas palabras de la vida que con tanta fuerza y rotundidad nos manifiestan lo que vivían los cristianos del primer momento. Se nos dice en este texto: dos caminos hay, uno de la vida y otro de la muerte, pero grande es la diferencia que hay entre estos caminos. El camino de la vida es este, en primer lugar amarás a Dios que te ha creado, en segundo lugar a tu prójimo como a ti mismo, y todo aquello que no quieres que se haga contigo no lo hagas tampoco al otro. Más el camino de la muerte ante todo es camino malo, es camino de maldición: muertes, codicia, robos, magias, hechicerías, rapiñas, falsos testimonios, doblez de corazón, soberbia, arrogancia, avaricia, temeridad, altanería.

Hermanos, en esta fiesta de los santos Justo y Pastor yo especialmente os invito a los padres, los abuelos, a las familias, a todos los hombres y mujeres de buena voluntad; abriros con todas las consecuencias a Dios a tener una experiencia de fe honda para proponer a los niños, ya desde pequeños, y darles esa lámpara encendida convencidos que es lo más importante que se puede entregar al ser humano ya desde los primeros momentos de la existencia.

Queridas familias, queridos hermanos y hermanas, no entregar la lámpara encendida, es decir, no entregar a Cristo, ¿a dónde está llevando a tantos niños y a tantos jóvenes? Cuando un niño comienza la vida, cuando un joven inicia la existencia, propongámosle ideales realizables con la fuerza que viene de Dios. Con esto, hermanos, no estamos engañando a los niños ni provocándoles una infelicidad o unos desequilibrios que son fruto de no hacerles vivir el desarrollo. No, estamos provocando el verdadero desarrollo, sí, que sepan lo que son, que sepan de verdad lo que tienen, que sepan de verdad dónde está la fotografía verdadera del ser humano. Los que un día por pura gracia hemos conocido a Jesucristo el hombre verdadero, no podemos dejar de hablar a todos los hombres de la sensatez que da a la vida acoger a Dios, y esto sin imponer nada sino proponiendo una manera de vivir y de entender la vida y de desarrollarse plenamente como personas con sentir, como personas que acogemos la dignidad trascendente que es la manera de entender que nos da Jesucristo al ser humano.

Veis, hermanos, la actualidad que tiene la vida de estos santos niños san Justo y san Pastor. En una cultura que quizá la dimensión religiosa de la existencia humana se quiere reducir al ámbito quizá de lo privado, necesita de creyentes que afirmen la fe, que regalen al ser humano esa luz que es la vida misma de Cristo, que nos hagan crecer en todas las dimensiones que tiene la vida, que no neguemos ninguna de ellas ya que la negación de alguna trae esclavitud, ruptura interior y también exterior. Una cultura que somete al ser humano a esta situación necesita escuchar al Dios vivo tal y como acabamos de escuchar hace un instante nosotros en el salmo que juntos rezábamos: hemos salvado la vida como un pájaro de la trampa del cazador.

La luz que somos y la luz que estamos llamados a ser, desde el momento de la vida en que Dios entra en nuestra vida, nos invita a iluminar queridos hermanos. Por eso os invito a no esconder nuestra responsabilidad en la transmisión de la fe. No podemos como cristianos esconder la vocación a la que hemos sido llamados por Dios mismo. Conocer la vocación de persona es conocer quién soy.

¿Os imagináis, hermanos, la revolución que se viviría en el mundo si el ser humano viviera desde lo que es y desde todas las posibilidades que Dios mismo le da cuando entra en su vida, la vida misma de Dios? Hermanos, ¿queréis cambiar el mundo?, no tengamos miedo a tener y a dar esta luz, la misma que dieron con su vida los santos Justo y Pastor. Dad la vida de Dios, dad su gracia, entregad la libertad que Dios nos da, fomentemos en los niños esas capacidades que solamente surgen con la vida de Dios desarrollando y fomentando que el ser humano pueda vivir en la vida pública su dimensión religiosa y confesada.

Queridos hermanos y hermanas, Jesucristo se hace presente realmente en el misterio de la Eucaristía dentro de unos momentos en el altar. Un día con el bautismo recibimos su vida misma, nos dio su luz, su vida, dejemos que siga acercándose a nuestra vida y demos su luz a todos los hombres con los que nos encontremos. Pongamos empeño en ser transmisores de la fe, en hacer la propuesta de Dios no con palabras, que eso es fácil, con nuestro propio testimonio, con nuestra propia vida, con nuestra propia entrega, con la esperanza que Dios nos otorga y nos da; la misma que hizo Jesucristo a todos los hombres: que no vino a ser servido sino a servir, que no vino a condenar sino a salvar.

Tener la certeza de que nuestros santos Justo y Pastor hoy interceden por nosotros. Que nuestra Madre Santísima, en esta advocación que nos une a toda la provincia eclesiástica, Nuestra Señora de la Almudena, nos ayude.

Amén.

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