Homilías

Jueves, 12 julio 2018 09:54

Homilía del cardenal Osoro en el funeral del padre Garralda (4-07-2018)

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Queridos hermanos y hermanas todos:

Acabamos de recitar juntos ese salmo 26 diciendo todos «el Señor es mi luz y mi salvación». Y a través del salmo hemos podido experimentar en nuestra propia existencia palabras como estas: esperanza, confianza, valentía, entrega confiada, cuando tú quieras… Son palabras que hemos repetido con el salmo, pero a la hora de elegir las lecturas de este día a mí me parecía que son palabras del padre Garralda.

Bastaría, para todos los que estáis aquí, la homilía que es su propia vida; no necesitaría más explicaciones, quizá esta Palabra del Señor. Es verdad que cuando os digo esto es una persona a la que yo admiré siempre, sin haberle conocido hasta que llegué aquí a Madrid, le había conocido en otros lugares antes pero una vez solamente, y pude comprobar esto que acabamos de escuchar. Él esperaba gozar del Señor, sentía y percibía que Él era la luz y la salvación de los hombres, y no temblaba por ninguna circunstancia. Acometía todas con entrega confiada porque lo que lo que para él era fundamentalmente buscar siempre habitar en la casa del Señor y hacer posible que este mundo fuese habitable para todo, especialmente para los más pobres y para lo que más necesitaban.

Por eso el salmo al final nos habla de cómo el salmista le dice al Señor: «Cuanto tú quieras, Señor». Es así como ha vivido, su vida es memoria, memoria agradecida al Señor por haber conocido a este sacerdote jesuita, por hacer una oración también por el padre Garralda para ponerle en manos del Señor, poner su vida en manos de nuestro Señor.

Pero yo quisiera esta tarde deciros tres cosas que las hemos escuchado en la Palabra de Dios.

En primer lugar el Señor nos anima a gastar la vida por los hermanos sabiendo que esta vida es de Dios. Y nos invita a hacerlo desde una manera de entender la vida, como acabamos de escuchar en la primera lectura de este texto de la Carta a los Romanos. Qué bien han sonado en este templo y estando detrás la imagen del padre Garralda “ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo”. Si vivimos, vivimos para el Señor, y si morimos también morimos para el Señor. Gastar la vida, queridos hermanos, por los hermanos, por los que más lo necesitan, sabiendo que la vida es de Dios, es lo más grande que un ser humano puede hacer, es lo más maravilloso que nos puede ocurrir a los hombres. Es lo más grande que puede acontecer en nuestra vida pero viviendo siempre con esta seguridad: que en la vida y en la muerte somos del Señor. Este es el seguro verdadero que nos hace no mirar a nosotros mismos sino mirar permanentemente para los demás.

Toda la vida del padre Garralda, los que le habéis conocido más y durante tanto tiempo habéis tenido relación con él, descubriréis que esto ha sido así en su vida. Tenía esta seguridad y por eso aceptó todas las situaciones. Yo recuerdo cuando fue a vivir a Alcalá, estaba feliz, y además veía la vida con unos ojos de felicidad también. Me decía –cuando miraba a los hermanos jesuitas que estaban allí– «son buenísimos, unos santos, no se quejan de nada»; yo esas palabras las recuerdo porque me han venido bien a mí también. Un hombre que había trabajado y había estado en todos los lugares y de repente asume, con todas las consecuencias, una manera de vivir absolutamente distinta.

Queridos hermanos, gastemos la vida por los demás sabiendo que la vida nuestra está en manos de Dios, pero no guardemos nada para nosotros mismos. Haciéndolo como nos dice también el texto: imitando a Jesucristo; para esto murió y resucitó Cristo: para ser Señor de vivos y muertos. Cristo es el que nos salva, Cristo es el que nos alienta, Cristo es el que nos guía, Cristo es el que nos dice el camino que tenemos que seguir en cada momento y en cada instante de nuestra vida. Y haciéndolo siempre como nos decía hace un instante el texto: doblando la rodilla, alabándolo siempre en todas las circunstancias que estemos; cuando tenemos todas las fuerzas necesarias para trabajar y para hacer lo que fuere y también cuando viene esa debilidad de las fuerzas y que son limitadas y que nos hacen asumir otra manera de vivir y de estar entre los demás, pero sin olvidar nunca a los últimos.

En segundo lugar, no solamente gastemos la vida sabiendo que está en manos de Dios, sino gastémosla con la mirada fija en quien es la primera bienaventuranza, que es Jesucristo. Mirad, las bienaventuranzas para leerlas bien hay que descubrir que hay una primera bienaventuranza que no está dicha, está predicha, que es Jesucristo mismo; después vienen las bienaventuranzas. Pero ¿por qué son bienaventurados aquellas gentes que –como nos dice el evangelio que hemos proclamado– sufren, lloran, tienen hambre, sed, son misericordiosos, buscan la justicia…? ¿Por qué? Porque se han encontrado con la primera bienaventuranza, que es Jesucristo. Este Jesús que nos ha dicho que al ver al gentío subió a la montaña, se sentó, se acercaron sus discípulos y se puso a hablar enseñándoles.

Por eso es verdad lo que os decía hace un instante: gastemos la vida por los hermanos, sabiendo que está en manos de Dios, pero hagámoslo siempre con la mirada fija en quien es la primera bienaventuranza, que es Jesucristo. Porque es la única manera de permanecer alegres, cuando ya sólo podemos dirigirnos al Señor y tenemos que dejar tareas que antes hacíamos con todas nuestras fuerzas. Qué bien lo entendía, quizá como buen jesuita lo había leído y lo había orado muchas veces esa oración de san Ignacio: «Tomad Señor y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y poseer. Vos me lo disteis, a vos Señor lo torno. Todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad. Dadme vuestro amor y gracia, que esta me basta». Pues queridos hermanos, para eso hay que haber tenido muchas veces puesta la mirada y siempre en la vida en quien es la primera bienaventuranza que es Jesucristo.

Y en ese sentido yo no estoy haciendo aquí una canonización, queridos hermanos, la Iglesia lo dirá, pero ciertamente nos hemos encontrado con un hombre que tuvo la mirada puesta en Jesucristo; y que esta oración de san Ignacio no fue una oración más, fue un diseño también de su propia vida, con los fallos que todos tenemos humanos pero diseño de su vida al fin y al cabo.

En tercer lugar no solamente gastemos la vida sabiendo que está en manos de Dios nuestra vida, y con la mirada puesta en Cristo, sino gastémosla y con esa mirada lo mismo que el Señor vio e hizo ver siempre a los más pobres, por los que como el padre Garralda siempre luchó. Cuando la mirada está en Cristo, uno ve más fácilmente a quienes más necesitan, uno ve a estos que nos decía el evangelio: «Dichosos los pobres, los sufridos, los que lloran, los que tienen hambre y fe de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz, los perseguidos por la justicia. Dichosos cuando os insulten, y os persigan, y os calumnien». Queridos hermanos, esta es la dicha que tenemos que tener en nuestra vida, con esa mirada hay que ver siempre y hay que otear el horizonte de nuestra vida, viendo a los más necesitados.

Con esta mirada quiso pasar por este mundo el padre Garralda, naturalmente por supuesto apoyado por sus hermanos, apoyado por la Compañía, apoyado por tantos de vosotros que estáis aquí y que yo os estoy viendo que acogisteis también esta manera de ver y de observar la realidad y ver a quienes necesitaban también experimentar la dicha del amor mismo de Dios, de sentirse queridos por Dios en medio de todas las circunstancias difíciles o malas que tuvieran.

Pues queridos hermanos, estamos celebrando esta eucaristía y pedimos por el padre Garralda. Yo le pido al Señor esta noche en todos nosotros que provoque la experiencia de sabernos en manos de Dios. Provoque también en nosotros ese entusiasmo por tener siempre la mirada puesta en Jesucristo nuestro Señor. Porque mirad, esa mirada, cuando la ponemos en el Señor, no nos evade de mirar a los demás; al contrario, nos remite permanentemente a los demás. Y nos remite a los demás para mirarle como los vio Jesús cuando en el monte vio las situaciones de la gente; y nos remite a ponernos a trabajar por ellos; y nos remite a no olvidarnos de ellos; y nos remite a tener pasión por quienes más lo necesitan. Es la única manera, además, de hacer un mundo diferente, no un mundo de descartes sino un mundo en el que nadie sobra y en el que todos podemos ayudarnos a darle la dignidad que Dios ha puesto en cada uno de nosotros.

Descanse en paz el padre Garralda. Todos tenemos fallos en la vida, al rezar por él le pedimos al Señor que le acoja en su seno y que nos dé a nosotros también ese espíritu que él tuvo y esa pasión por anunciar el evangelio con obras con los que más necesitan.

Amén.

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