Homilías

Martes, 24 marzo 2020 17:15

Homilía del cardenal Osoro en la Misa del IV Lunes de Cuaresma (23-03-2020)

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Querido diácono, Fausto. Querida traductora al lenguaje de signos. Hermanos y hermanas todos que a través de YouTube estáis viviendo esta celebración.

Una vez más, quiero acercarme a vuestra vida para haceros entender que ciertamente el Señor nos libra. Venimos con una confianza absoluta en Jesucristo nuestro Señor porque Él nos ensalza. Él nos libra. Él nos saca de la fosa. Él, con su bondad, nos libera. Él nos escucha. Y nosotros todos hoy le decimos al Señor: «Ten piedad de nosotros, Señor, socórrenos». Tú cambias el luto en danzas. Te daremos gracias por siempre. Ayúdanos en estos momentos de nuestra vida, de la vida de nuestra archidiócesis de Madrid. Ayúdanos. Te lo pedimos desde lo más hondo de nuestro corazón.

Quizá hoy el Señor nos está invitando a nosotros a vivir esta Palabra que hemos proclamado a través de tres palabras que son la síntesis de lo que hemos leído: transformar, recibir, curar.

Transformar. «Voy a transformar Jerusalén en alegría». Con esta confianza venimos, Señor, a encontrarnos contigo. Hay muchos de los que están viviendo esta celebración que han padecido o están padeciendo las consecuencias del coronavirus, y otros que tienen muy cerca personas y gente que lo están padeciendo. Señor: transforma. Transforma nuestra vida en alegría. Que tu Iglesia extendida por toda la tierra, que tu Iglesia viviendo aquí en Madrid, hoy, en torno a tu Persona, tengamos el gozo... Tengamos el gozo de que los gemidos y los llantos se transformen en algo diferente. Porque tú nos ayudas. Tú nos consuelas. Creemos que tú vas, intervienes, para que los sufrimientos no sean los que habiten en nuestro mundo y en nuestra tierra, sino que sea tu vida y tu verdad y tu alegría. Que los gemidos y los llantos se conviertan para todos nosotros en lugares de gozo, de verdad y de vida. Transfórmanos.

En segundo lugar, recibamos al Señor como lo recibieron en Samaría. Jesús mismo había hecho una afirmación grande: «un profeta no es estimado en su propia patria». Cuando llegó a Galilea, los galileos lo recibieron muy bien- Habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén. Y fue otra vez a Caná de Galilea, donde había hecho el primer milagro, donde Él se había manifestado como Dios. Él había mostrado que era Dios, que tenía fuerza y poder. Nosotros hoy  recibimos también a Jesús con la convicción total de que tiene fuerza, de que tiene poder, de que tiene la gracia para cambiar lo que está oscuro en una tremenda y abundante claridad. Queridos hermanos: transformar. Recibir. Lo recibimos hoy con alegría a Nuestro Señor. Sabemos que Él puede cambiar la dirección a nuestra vida.

En tercer lugar, le decimos al Señor: «Cúranos, Señor». Aquella experiencia de aquel hijo del funcionario real, que se acercó a Jesús en Caná de Galilea para que lo curase, hoy son muchos hijos tuyos los que se acercan a ti, y te los pongo en tus manos, Señor, que están sufriendo la enfermedad, que están padeciendo situaciones duras y difíciles. Cura, Señor. Cúralos. Que creamos en ti. Que creamos que tú tienes la fuerza, el poder y la gloria. Señor, que nosotros hoy sintamos estas mismas palabras que tú dijiste a aquel funcionario, a aquel padre: «Tu hijo está curado». Cúranos, Señor. Cúranos. Te lo pedimos a ti, que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

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