Homilías

Miércoles, 15 abril 2020 15:57

Homilía del cardenal Osoro en la celebración de la Pasión y Muerte del Señor el Viernes Santo (10-04-2020)

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Queridos hermanos obispos auxiliares de Madrid: don Juan Antonio, don Jesús, don Santos y don José. Queridos hermanos sacerdotes. Querido diácono. Todos los que estáis en vuestras casas. Quiero entrar en vuestras casas, en ese lugar que hoy se convierte para vosotros en lugar también de celebración de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo. Quisiera deciros que si tenéis a mano un crucifijo, lo pongáis en la mesa que tengáis al lado de donde estéis viendo y celebrando este día de la Pasión del Señor. La cruz en vuestra casa. La que tengáis, o quizá una de las que han hecho vuestros hijos estos días.

En este Viernes Santo, cuántas personas y realidades se nos hacen presentes en nuestro corazón. Dirigiendo la mirada al rostro ensangrentado de Jesús, la pandemia que estamos viviendo pone rostro al crucificado en los que vivís el dolor de la enfermedad; en los que habéis vivido el dolor de la pérdida de un familiar o de un amigo; el dolor, también, de no poder trabajar, y a veces no poder sustentar a la familia; el dolor de quedaros a la intemperie; el dolor de haber llegado de otros lugares aquí, a Madrid, para encontrar salida, y encontraros en esta situación, y algunos de vosotros afectados también por esta enfermedad. Pero me vais a dejar deciros que lo que acabamos de escuchar, el grito de Jesús, «tengo sed», sigue recuperándonos. Jesús tiene sed de vida para todos los hombres. Y viene a darnos esa vida. Nos da su vida, por amor. En Cristo crucificado descubrimos el gran amor de Dios al mundo. Este amor de Dios que se hace solidario del sufrimiento de todos los seres humanos.

Jesús muere hoy en la cruz. Dirijamos nuestra mirada a este rostro ensangrentado de Jesús crucificado. Esta tarde, ese gran amor de Dios al mundo lo celebramos en el hecho histórico, sangriento y trascendente de la Pasión y la Muerte de Jesús. Fue un viernes, antes de la jornada solemnísima de la Pascua de los judíos. Y fijaos en algo importante. Escuchamos que Jesús dice: «Tengo sed». La sed de Jesús es uno de los mayores tormentos de la cruz. Es una sed asfixiante, a causa entre otras cosas de la sangre perdida. La sed de Jesús es física. Es la sed del moribundo que quizá ya ni puede tragar.

Pero la sed de Jesús no es solo es la sed de agua: es la sed de justicia, de paz, de libertad, de amor. Sí. Jesús tiene sed de vida para este mundo. Ttiene sed de vida para esta Europa en crisis que olvidó sus propias raíces cristianas y quizá va muy a la deriva. «Tengo sed». «Tengo sed». Y el evangelista, si os habéis dado cuenta, añade algo importante, y es que cuando probó el vinagre, dijo: «todo está cumplido». El vinagre es la bebida de los condenados. Jesús tiene sed, y recibe vinagre. Pero, ¿qué significa el vinagre? El vinagre es símbolo del odio y de la agresividad. Jesús, al tomar el vinagre, acepta la muerte causada por el odio, y expresa su amor hasta el extremo. Hasta el final. Si os habéis dado cuenta, el relato que hemos escuchado de la Pasión del Señor nos dice que cuando probó el vinagre, dijo: «Todo está cumplido». Sí. «Todo está cumplido». En el Señor solo hay amor. Amor. «E inclinando la cabeza, entregó el espíritu».

Jesús duerme. Es una muerte que no interrumpe la vida. Jesús no muere por morir, sino para mostrar su amor hasta el final. Si os habéis dado cuenta, hermanos, nadie, nadie, nadie nos ha amado así. Nadie. Porque nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Jesús ha entregado la vida por nosotros. Para que nosotros vivamos. Para que el mundo viva. Por eso, hoy recordamos que la Pasión de Jesús se prolonga en todos los crucificados de la historia. Jesús está hoy siendo crucificado en los millones de hombres que sufren, que mueren. Está crucificado en los que padecen hambre, desigualdad, injusticia. Está crucificado en las víctimas de los sangrientos conflictos armados que siguen existiendo en el mundo, en los refugiados que se ven obligados a huir de sus países, en todo tipo de violencia. En los profundos sufrimientos que existen en muchos pueblos, en muchos lugares de la tierra.

Jesús continúa crucificado en aquellas personas que han sido tocadas por el coronavirus y que se encuentran solas en una habitación hospitalizada, o están en cuarentena, o crucificados porque están en la UCI con respirador. Crucificado en todos los hospitalizados y todos aquellos que se encuentran en tantos hospitales. Jesús está crucificado, queridos hermanos, en tantos de vosotros que no habéis podido acompañar a un ser querido y que os encontráis desgarrados por el dolor. Pero qué maravilla, queridos. Mirad, el Evangelio de Juan dice: «Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, esposa de Cleofás y María Magdalena». Mientras los hombres le abandonan, hay unas mujeres que siguen a Jesús hasta la cruz. Son signo y principio de la Iglesia cristiana que permanece fiel a la cruz. María, nuestra madre. La madre de Jesús. Nuestra madre, porque Él nos la ha regalado. Permanece en pie acompañándonos en tantos sufrimientos que estamos viviendo estos días, queridos hermanos.

Yo os invito a que acojamos algunas de estas direcciones que os voy a proponer para nuestra vida. En primer lugar, acercaos a Jesucristo crucificado. Acercaos. Cuántas veces hemos cantado esto: «Victoria, tú reinarás; oh cruz, tú nos salvarás». Pero quizá pocas veces hemos descubierto todo el contenido que tiene lo que cantamos. Acercaos a Cristo crucificado. Todos conocemos y hemos escuchado ese texto impresionante en el que el apóstol, ante la pregunta que le hacen, «¿no eres tú también de sus discípulos?», responde «no soy. No lo soy». Esta tarde, yo quiero haceros a vosotros la misma pregunta. Quiero hacerla: «¿Sois discípulos de Cristo?». Mucho me agradaría que la respuesta fuese como la que tuvieron todos los apóstoles después de la Resurrección. Una respuesta de entrar de tal manera en comunión con Cristo que todos fueron capaces de dar la vida como el Señor mismo la dio. Yo os invito esta tarde a que, ante la cruz del Señor, nos dejemos preguntar hoy: «¿Eres tú también de Él?». Queridos hermanos: no os importe. Mirad, habrá situaciones… Pero que nada os separe de ser discípulos de Cristo. Nada. Nada. Y si algo os separa, venid a verme. Que todos nosotros, esta tarde, digamos también ante la pregunta: «¡Sí, Señor!». Y lo decimos sin complejos. Con un compromiso sincero de ser testigos suyos, donde nos movemos. Él se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación. Acercaos a Cristo crucificado.

Otra línea, la segunda. En la cruz adquirís una misión de totalidad. Con mucha frecuencia en nuestra vida diaria distinguimos entre vida física, económica, social, profesional, espiritual. Desde la cruz, todo es diferente. La vida es totalidad. Es verdad que la vida tiene muchas manifestaciones, pero es totalidad. No admite compartimentos estanco. La existencia humana es todo lo que incluye la dimensión terrena y la dimensión trascendente. Desde la cruz, descubrimos una forma de estar en el mundo y de interpretar los acontecimientos desde la fe. La cruz nos enseña que nunca, nunca, podemos separarnos de los demás ni del mundo, porque todo esto nos lo ha puesto Dios en nuestras manos. Dar la vida por todo es una manera de estar y de comprender la vida desde Dios mismo, mirando todo lo que existe. Queridos hermanos: este momento que estamos viviendo de la pandemia, en la cruz, hagamos una mirada de totalidad. Estemos dispuestos a dar la vida. A estar al servicio de los demás. A estar junto con los que más necesitan.

Otra dirección. En al cruz, se da una mirada de simpatía y amor hacia todos los hombres. Desde la cruz, qué bueno es escuchar aquellas palabras de Jesús: «Perdónales, no saben lo que hacen». Son unas palabras de amor entrañable del Señor hacia los hombres. De simpatía por todos los hombres.

El Papa san Pablo VI, en el año 1969, en una audiencia general decía estas palabras que a mí siempre me han impresionado, y que hoy las quiero hacer llegar a vuestro corazón: «El mundo que tiene la Iglesia presente es el de los hombres, o sea, la familia humana entera en el contexto de todas las realidades en las que vive. El mundo entero, teatro de la historia del género humano, y que lleva consigo las señales de sus esfuerzos, de sus derrotas, de sus victorias. El mundo que los cristianos creen creado y conservado por el amor del Creador, mundo ciertamente todavía bajo la esclavitud del pecado, pero liberado por Cristo crucificado y resucitado, con la derrota del maligno para que según el plan de Dio se transforme y llegue a su plenitud». En la cruz –mirad la cruz, hermanos–, en la cruz, contemplad al hombre auténtico, contemplad la simpatía de Dios por el hombre. Abraza a todos los hombres. En ese abrazo descubrimos la verdad de Dios y la verdad del hombre.

Otra dirección. Todo un camino de vida, el camino de la cruz. Sí. Todo un camino. En la contemplación de la cruz tenemos que decir que desde que Jesucristo padeció y fue crucificado, el sufrimiento no solamente tiene un nuevo sentido, sino que puede ser eminentemente humanizante y de un significado profundo. ¿Y dónde está la novedad de esa forma de vivir el sufrimiento liberador? La gran novedad está en que fue la forma de vida que asumió el Dios encarnado. Jesús, al igual que todo hombre, asumió el sufrimiento, incluido el dolor y la muerte, menos el pecado. Y lo que Cristo asumió, también lo santificó, como fue el dolor y la muerte. Por eso, todos los discípulos de Jesús podemos hacer una experiencia santificante de los sufrimientos de la condición humana. El secreto de la santidad humana no está en las cruces: está en el crucificado.

Otra dirección: «Padre, perdónales porque no saben lo que hacen». ¿Os imagináis a Jesús disculpando permanentemente todo lo que hago? En la cruz, y con la Pasión y Muerte de Cristo, es cuando se logró el mayor desarrollo del hombre. Cuando este se abrió más, se elevó más, se derribaron los muros de separación. A todos se nos hizo hermano e hijos de Dios: todos hechos uno en Cristo. ¿Os dais cuenta de lo que significan estas palabras? «Perdónale. No saben lo que es ser hijo. No saben lo que es ser hermano. Pero ahora, yo, por ellos. Perdónales». 

Otra dirección. «Hoy estarás conmigo en el Paraíso». ¿Qué vería Jesús en el buen ladrón para decirle «acuérdate de mí»? ¿Qué experiencia fundamental de vida tendría este hombre junto a Jesucristo, de amor y de confianza? En la cercanía de Cristo se inició el amor gratuito, que nos ama, no porque nosotros seamos buenos, sino porque Él es bueno. Es la experiencia de la inclinación gozosa de Dios a todo hombre. Mirad el crucifijo que tenéis ahí, y que habéis puesto encima de la mesita vuestra, donde estáis. Mirad: el Señor os hace tener esta experiencia. Esta experiencia. La experiencia de que Jesús se inclina gozosamente hacia cada uno de nosotros. La cruz fue lugar de preocupación y de ocupación por los demás. En aquellas palabras, «acuérdate, Señor de mí», y en la respuesta, «hoy estarás conmigo en el Paraíso», expresa esa preocupación.

Y la última dirección, hermanos, es la que nos ha dicho el Evangelio al final, cuando Jesús nos dice: «ahí tienes a tu madre». María. Es de nuestra raza. Es un ser especial. Elegida para ser madre de Dios, nos la dio Jesús como madre nuestra. Ha tenido la experiencia de un Dios próximo que la apoya y que siente su presencia gratuita. Y esto el Señor quiere que lo comunique. Que ella lo comunique: la cercanía de Dios al hombre y la fidelidad de María al proyecto de Dios, que lo comunique, que lo diga, que lo haga llegar a nuestras entrañas. Escuchad, como ella, la Palabra. Escuchad. Escuchemos esa Palabra. Ella es contemplativa y orante.

Queridos hermanos, cuando pase esta pandemia yo os invito a que vengáis todos juntos, toda la familia, y subáis hasta el camarín de la Virgen, Nuestra Señora la Real de la Almudena, y le deis gracias a la Virgen por habernos dado a Jesucristo Nuestro Señor. Prestó la vida para darle rostro. Hemos conocido a Dios y hemos conocido lo que es el hombre. Lo que es ser hombre. Ella ha intervenido.

Tengamos sed de amor de Dios y de amor a todos los hombres. Esta vida tenemos que vivirla desde el gesto de confianza que hoy, en este día en que celebramos la Pasión de Nuestro Señor, y su Muerte, asumimos y acogemos un gesto de confianza en Cristo. Que Santa María, la Señora de la Almudena, nos ayude a vivir desde esta confianza. La que ella tuvo con Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

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