Homilías

Miércoles, 10 abril 2019 09:20

Homilía del cardenal Osoro en la clausura del Simposio de Teología organizado con motivo del 75º de la Revista Vida Religiosa (3-03-2019)

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Querido padre general, padre provincial, director de la Revista Vida Religiosa, Luis Alberto. Queridos hermanos sacerdotes. Querido diácono. Hermanos y hermanas todos.

Para mí es un gozo poder estar aquí para dar gracias a Dios. El salmo 91, que hemos recitado y cantado juntos, nos habla de que es bueno dar gracias al Señor. Porque todos somos pecadores. El justo también. La diferencia en la Biblia entre el justo y el pecador es que el justo se pone delante de Dios y le pide ayuda, y le pide perdón, y reconoce de verdad que Dios puede cambiar su existencia y su vida.

Dar gracias a Dios, y vivir de cara a Dios, y proclamar que el Señor es justo, y que nos hacemos justos en la medida en que nos situamos ante el Señor, esto es precisamente lo que ha querido hacer la Revista Vida Religiosa a través de estos 75 años de existencia en la vida de la Iglesia.

Por eso esta mañana -ya en sí mismo la Eucaristía en la gran acción de gracias- damos gracias a Dios con sinceridad, porque el Señor nos pone los medios necesarios para renovar toda nuestra vida.

Yo quisiera acercar a vuestra vida tres palabras, que son la síntesis de la Palabra que el Señor hoy nos regala. Tres palabras que queden en nuestro corazón en este día en que celebramos precisamente pues estos 75 años. Habéis celebrado un Simposio. Habéis tenido también la gracia –yo no he podido acercarme ayer- de poder escuchar a personas que han vuelto a ilusionarnos desde el Evangelio con la grandeza que supone la vida consagrada. La vida religiosa.

Tres palabras querría que tuvieseis en vuestro corazón: elogiar, trabajar y, en tercer lugar, sanar o curar.

Elogia, nos dice el Señor, siempre después de haber escuchado o leído. Cuando leas o escuches, elogia. La Palabra que nos ha regalado el Señor a través de la lectura de este texto del libro del Eclesiástico, nos lo dice. Por una parte, el hombre se prueba en su razonar; por otra parte, la Palabra nos hace ver qué mentalidad tiene que tener el ser humano; y, por otra parte, el elogio es algo necesario siempre. El Señor lo hace en el Evangelio a quien se pone en su dirección.

La Revista Vida Religiosa, que nace en el año 1944, que tuvo una pretensión de acompañar a la vida consagrada, desde entonces ha mantenido un servicio ininterrumpido, y ha llegado a más de 80 países, a 8.000 comunidades, y a centenares y miles de personas, consagradas y consagrados, en el mundo. El íter, el sentido que quería tener, el servicio que quería realizar esta revista, era el de cuidar la coherencia de la vida consagrada en los momentos históricos de cada etapa. Y ha hecho un gran servicio al Evangelio, y a vivir la alegría del Evangelio en estos últimos años ciertamente de cambio. Ha tenido dos cardenales –el cardenal Ferreira y el cardenal Aquilino Bocos- de directores antes, ¿no?. Ojalá siga la misma tradición, ¿verdad?. Y otros que habéis estado trabajando ciertamente en la revista: ahora le toca al padre Luis Alberto, pero anteriormente ha estado el ya fallecido padre Severino, el padre José Cristo Rey, y el padre Pedro Requena.

Me gustaría deciros que el elogio que quiero hacer, y que la primera lectura que hemos proclamado del libro del Eclesiástico me da la posibilidad para hacerlo, es precisamente que es una revista que ha sabido acompañar las situaciones de la vida consagrada en los diversos momentos que ha tenido esta en la historia. Lo que supuso ayudar a la renovación que nos ha pedido el Concilio Vaticano II, lo que ha supuesto integrar siempre y hacer posible la transformación de los Institutos, buscando el sitio en la sociedad, en el momento histórico que estamos viviendo; la formación de líderes; la propuesta eclesiológica de comunión que ha sabido mantener la revista por encima de todas las cosas, a veces en momentos no fáciles; el formar esa nueva conciencia que tiene elementos fundamentales, porque está la interculturalidad, la intergeneracionalidad, la intercongregacionalidad también…

Yo creo que es motivo suficiente para, en esta Eucaristía, hacer un elogio y decir: Señor, te damos gracias a ti, porque suscitaste en la congregación de los padres  Claretianos el tener, el dar y el visibilizar la orientación de la vida religiosa a través de esta revista. Y proclamar siempre la misericordia de Dios en la mañana, que es más fácil porque hay luz, y cuando aparecen nubarrones en la noche, también, que es más difícil. Pero ha mantenido esa fidelidad a la vida consagrada. Y la ha mantenido, y nos ha hecho a todos, a los que hemos buscado en algún momento saber algo de la vida religiosa, nos ha mantenido -como nos decía el salmista- como esa palmera que crece, que crece, y que hace sitio, y hace sombra, y todos se pueden arrimar a ella. Por eso, damos gracias al Señor y elogiamos este momento que estamos viviendo.

Elogiar. Hay que saber hacerlo, queridos hermanos. El elogio no es botafumeiro: es reconocer la verdad. Y el elogio, en estos momentos de nuestra vida, aquí y ahora, después de este Simposio que habéis vivido y esta culminación con la celebración de la Eucaristía, viene dado porque la revista ha hecho un gran servicio a la vida consagrada, a la vida religiosa, en estos años, donde ciertamente ha habido dificultades, como lo ha vivido la Iglesia si ha querido servir a los hombres; pero, sin embargo, ha sabido acercarse a todas las situaciones y a todos los problemas que teníamos para que, de verdad, la vida consagrada se acercase a todos los lugares donde están los hombres y donde tenemos que estar nosotros. No ha escamoteado esfuerzos.

En segundo lugar, trabajar. Otra palabra. Trabajar. Un discípulo es alguien que acepta con todas las consecuencias el ser transformado por el amor, la misericordia, y la compasión que nos revela nuestro Señor Jesucristo. Yo creo que esta ha sido la gran fuerza que ha tenido para todos esta revista, Vida Religiosa. Para decir: lo bueno siempre surge del corazón. De un corazón que sana. Lo mejor está en lo más profundo de nosotros mismos. Porque, decía una expresión que a mí me parece que es válida también para nosotros: hay que llegar al fondo de la bondad de los seres humanos. E ir a buscarlo donde está completamente enterrado. Y la revista os ha ayudado, a vosotros y a la vida consagrada, a ir a las fuentes, a las raíces, a los orígenes. Es una maravilla el acompañamiento que ha hecho. ¿Por qué? Porque, mirad, el texto evangélico que hemos proclamado tiene un hondo y muy profundo sentido psicológico también. Porque solo con actitudes buenas que nacen del interior, no adelantamos nada. Porque solo con actitudes buenas, que nacen del interior, podemos ser liberadores; porque son actitudes liberadoras, dan frutos liberadores. Por eso, damos gracias al Señor, porque esta revista ha querido regalar y hacer posible que todos los consagrados viesen esa perspectiva de situarse en este momento de la historia, con una novedad nueva e integral, pero entregando los mismos frutos liberadores que cuando nació.

Por eso, agradecemos al Señor. Como nos decía el salmista: Dios es mi roca. Existe luz. Existe vida. Existe pasión por la verdad. Existe pasión por entregar el rostro del Señor en medio de los hombres.

Por eso, concluimos este Simposio con la celebración de la Eucaristía, donde Jesús se va a hacer realmente presente. Él es la roca, sin maldad. Y nosotros queremos crecer como justos desde esta roca, y decirle al Señor: gracias Señor por todo lo que has hecho por nosotros. Y por todos los que han escrito en esta revista a través de estos 75 años. Y por todos los esfuerzos que han hecho para mantenernos en la vida religiosa y en la vida consagrada dando frutos, y mostrando que hay caminos, que hay esperanza, que nada se cierra, que la iglesia tiene el mensaje más bello y más hermoso que puede dar cualquiera. Pero, eso sí, nos lo tenemos que tomar muy en serio. Que eso de ser hermoso exige a veces cambios radicales en nuestra vida. Que nos cuestan. Pero que son necesarios. Todos ellos. Porque tiene que aparecer siempre la belleza de Cristo. Y no el mantener una belleza, sino la belleza de Cristo. Y si la belleza hay que mantenerla tirando la vida, hay que tirarla. O lo que fuere.

Pues, queridos hermanos: que nuestro Señor nos aliente, y nos ayude, y nos dé esperanza. Si siempre la vida religiosa, la vida consagrada, ha sido necesaria, yo os digo que en estos momentos tener con veracidad, como cuando veis por la noche, que veis luces por todos los sitios: eso es la vida consagrada, la vida religiosa en medio del mundo. Y lo podéis ser si os ceñís con toda la fuerza que da la caridad al carisma que el Señor os regaló, y que tiene esa cualidad, porque es algo de Dios, y Dios no envejece. Y el carisma acogido por la iglesia es de Dios: no envejece. Es joven. Los que somos viejos –algunos- somos nosotros, que nos comportamos como viejos. Pero ojalá el Señor cambie nuestro corazón siempre. Como vosotros estáis dispuestos a hacerlo. Que el Señor os bendiga.

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