Homilías

Jueves, 16 diciembre 2021 10:40

Homilía del cardenal Osoro en la consagración de dos mujeres en el 'Ordo virginum' (4-12-2021)

  • Print
  • Email
  • Media

Querido don Jesús, obispo auxiliar. Vicario general. Vicarios episcopales. Vicario de la Vida Consagrada. Queridos hermanos sacerdotes, diáconos. Queridos miembros del Orden de las vírgenes. Queridas hermanas que hoy hacéis este compromiso para entrar en este Orden de las vírgenes, Sonsoles y Adelina. Hermanos y hermanas todos.

«El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres». El Señor sigue llamando, a mujeres también, como en el inicio de la vida de la Iglesia, para servirle a Él dentro de la Iglesia diocesana, como lo hace aquí, en estos momentos, a través de estas dos hermanas. «El Señor –como hemos cantado– está grande con nosotros».

Queridas hermanas. La consagración en el Orden de las vírgenes, la consecratio virginum, el Ordo virginum, significa en definitiva hacer un camino desde Cristo. Solo desde Cristo. Con Jesucristo. Al lado de Jesucristo. Con la fuerza de Jesucristo. Es un renovado compromiso de la vida consagrada en este tercer milenio que la Iglesia ha querido volver a tener de una forma clara y explícita en la vida de la Iglesia como estuvo desde el principio. Esta consagración establece una relación de comunión especial con la Iglesia particular, con la diócesis en la que hacéis esta consagración, con la archidiócesis de Madrid. Una relación de comunión a nivel particular y universal, pero definida por un vínculo peculiar que determina la adquisición de un nuevo estado de vida, y os introduce en este Ordo virginum.

Virginidad, esponsalidad y maternidad son tres perspectivas que permiten describir la experiencia espiritual que hoy asumís vosotras, queridas hermanas, y que antes que vosotras, Sonsoles y Adelina, han asumido otras hermanas nuestras. Virginidad. Vivir y dar la vida solo para Dios, solo para el Señor, en el servicio concreto de la Iglesia. Asumir esa esponsalidad con la Iglesia, pero a través de una Iglesia concreta que vive y camina, con sus alegrías, y también a veces con sus dificultades. Y la maternidad. Tres perspectivas que son importantes. Y vuestra forma de vida es el seguimiento evangélico: seguir a Jesús según nos va relatando el Evangelio. Naturalmente, con la sensibilidad y la personalidad que cada una de vosotras tenéis en ese seguimiento de Jesucristo.

Una tarea esencial en vuestra vida es la oración. Contemplar la belleza de Jesucristo, aquel que nos ama, aquel con el que queremos entrar en una comunión con Él, y con el mundo también, donde nosotros, unidos a la Iglesia, queremos anunciar el Evangelio de Jesucristo.

Por eso, yo doy gracias a Dios esta noche: junto a toda la Iglesia, junto a todos los sacerdotes que están aquí conmigo, concelebrando y viviendo este momento que, para vosotras, es un momento especialmente importante. Como nos ha dicho hace un instante el libro de Baruc, si os habéis dado cuenta, invitaba a la Iglesia: «Iglesia, vístete las galas de la gloria de Dios». Es verdad que lo decía para Jerusalén. Pero todos los que estamos aquí pertenecemos a la nueva Jerusalén, a la Iglesia de Cristo, y este grito de Baruc, del libro de Baruc, «Iglesia, vístete las galas de la gloria de Dios», en definitiva es vestirse de una pertenencia exclusiva a Dios, para siempre, para toda la vida. Y esto es lo que asumís; esta gloria es la que queréis asumir en nombre de toda la Iglesia y, asumiéndolo en vuestra propia vida, vosotras dos que hoy entráis en este orden.

Lo hacéis con amor. Que vuestro amor, como nos decía hace un instante el apóstol Pablo en esta carta a los Filipenses, siga creciendo más y más en penetración y en sensibilidad. Amad a la Iglesia como la Iglesia es y se presenta. Veis que.. es verdad que la Iglesia triunfante de los santos es bella, pero los que militamos aún todavía en este mundo, y que somos con ellos miembros de la Iglesia, naturalmente que necesitamos: necesitamos de vuestro amor, necesitamos de vuestra entrega, necesitamos de esa pasión por Jesucristo Nuestro Señor para que Él reluzca plenamente en la vida de la Iglesia. Hacedlo como hoy os comprometéis: creciendo más y más en la penetración y en la sensibilidad en el amor de Jesucristo.

Por eso, acogemos esta noche esta lectura y esta proclamación que hemos hecho del Evangelio de san Lucas: «Preparad el camino del Señor». Juan Bautista recoge las palabras del profeta Isaías: «Preparad el camino al Señor». De eso se trata. De preparar un camino para que el Señor llegue a nuestra vida. La pregunta de todos nosotros, y la vuestra también, queridas hermanas, es esta: ¿cómo preparar un camino al Señor en mi vida? ¿Cómo hacerlo? ¿Cómo hacer espacio a Dios en medio de las prisas, de la agitación, del activismo que vivimos, que a veces impide escuchar interiormente? ¿Cómo hacerlo?

Queridas hermanas: vosotras sois respuesta. Entregáis la vida y la consagráis totalmente al Señor en esta Iglesia concreta que camina en Madrid. Y lo hacéis en la situación en que nos hablaba también hace un instante Juan Bautista. Nos decía así el Evangelio: «En el año decimoquinto del imperio del emperador Tiberio vino la palabra de Juan en el desierto». El Evangelio de Lucas sitúa la misión de Juan Bautista en el marco de la historia del mundo pagano, de Israel. Y lo hace con un tono solemne: «En el año decimoquinto del imperio del emperador Tiberio».

Queridos hermanos, queridas hermanas: sí. La salvación de Dios acontece en la historia bien concreta, como nos lo presenta el Evangelio de hoy. La salvación, la vida plena de Dios y que Dios nos ofrece, acontece en nuestro año, en este instante, en nuestra historia personal, con nuestros problemas, con nuestras esperanzas, con nuestras insatisfacciones, con nuestros deseos de vida, en nuestra situación concreta. Allí donde cada uno se encuentra, tal y como está en realidad, Dios viene a nosotros siempre en esta realidad concreta. Y viene a vuestra vida en esta consagración que hacéis hoy.

El Evangelio nos ha dicho que vino la palabra de Dios sobre Juan en el desierto. No es en Jerusalén: es en el desierto donde Juan recibe la palabra. Y esto es significativo. El desierto significa lugar de silencio, de distancia crítica de las corrientes de moda, de todo aquello que nos separa de lo esencial. Y, en ese sentido, vuestra consagración hoy, para todos nosotros, para la Iglesia diocesana, incorporándoos al Orden de las vírgenes con otras compañeras vuestras, significa para nosotros que queréis entregar y hacer ver a los hombres y mujeres que caminan con todos nosotros lo esencial, siempre lo esencial. Juan nos enseña a escuchar en el desierto de nuestro corazón a Dios. ¿Quién escuchará a Dios en el desierto? ¿Quién lo escuchará en el desierto de su corazón? ¿Qué es lo que nos ayuda a ir a lo esencial en nuestra vida? ¿Cómo preparar el camino al Señor en este Adviento?

Para hacerlo, lo habéis escuchado queridos hermanos y hermanas en el Evangelio que hemos proclamado, el Bautista echa mano del texto de Isaías y nos habla de preparar el camino al Señor. Pero hay en este texto cinco verbos sugerentes, detrás de los cuales está diseñado todo el trabajo que tenemos que hacer en este Adviento. Hay que allanar senderos. Es decir, hay que recuperar la fidelidad a Dios, sin baches de ningún tipo. Y en ese sentido, este momento en que hacéis esta consagración, mostráis que queréis hacerlo con todas las consecuencias. Allanar senderos.

Hay que rellenar los valles. Es decir, hay que recuperar para todos nosotros, siempre, salir de los vacíos, salir de los sinsentidos que a veces este mundo está provocando; dejar los barrancos, dejar el desaliento, dejar las desconfianzas, ponernos en una confianza absoluta en Dios. Gracias porque en vuestra consagración asumís también esta realidad. Sí. Rellenar los valles.

Rebajar los montes, nos decía también. Es decir, rebajar ambiciones, dejar la autosuficiencia, dejar la arrogancia. Esta consagración significa también esto. Podíais tener las ambiciones de todos los hombres; en estos momentos vuestra ambición es poner toda vuestra vida entera, en una esponsalidad absoluta, al servicio de Dios y en el servicio de Dios, de Cristo, al servicio de la Iglesia.

Enderezar lo torcido nos decía otro verbo de los que Juan Bautista pronuncia. ¿Qué caminos torcidos hay en mi vida? Necesitamos salir, queridos hermanos, cada vez más de las ambigüedades, sí, en las que nos movemos cada día; de esas ambigüedades de «sí pero no», de «ya pero dentro de un poco». Es necesario acoger a Jesucristo Nuestro Señor en nuestro corazón y en nuestra vida como el único camino que tenemos los hombres para, no solamente tener vida en nosotros, sino para dar vida a todos los que nos rodean. Gracias, queridas hermanas, porque esta consagración ratifica de verdad este sentido que tiene enderezar lo torcido, quitar ambigüedades de la vida, reconocer que el camino y la verdad la tiene Jesucristo. No nace de nosotros mismos ni de cualquiera de nosotros que venga gritando junto a nosotros.

Igualar lo escabroso. Nivelar. Nivelar con justicia todas estas desigualdades que hay en este mundo, donde unos tienen todos los derechos y otros ni siquiera tienen un trocito de pan para llevar a su boca. Preparar el camino del Señor consiste en definitiva en crear relaciones auténticas. Sí. En pasar de la injusticia a la justicia, de la angustia a la confianza, de la tristeza a la alegría, de hacer una vida cada día más humana, más feliz para todos los hombres.

Este programa tan concreto se cierra con una afirmación que escuchábamos hace un momento en el Evangelio: «Y toda carne verá la salvación de Dios». Hoy, en esta celebración que estamos haciendo, en esta consagración para entrar en el Orden de las vírgenes de estas dos hermanas, es cierto que la salvación de Dios, que la vida plena está ofrecida a todos, se ofrece a nosotros. Esta es la buena noticia del Evangelio: que Dios nos ofrece su amor y su vida a todo ser humano sin excepción, y que hay dos hermanas que hoy, delante de nosotros, lo muestran regalando la vida entera y poniéndola enteramente, sin guardar nada para sí mismas, al servicio de Dios a través de la Iglesia.

Queridos hermanos: hoy el Señor nos está invitando a la esperanza. A una manera nueva de vivir. A hacer realidad lo que hace un momento escuchábamos en la primera lectura del libro de Baruc: «Jerusalén, despójate de tu vestido de luto y aflicción, y vístete las galas perpetuas de la gloria que Dios te da». Este mensaje está dirigido a Jerusalén para alimentar la esperanza en la vuelta de los desterrados en Babilonia, pero es una llamada para todos nosotros a la esperanza. Es una invitación a un cambio de actitud ante nuestra vida. Porque el vestido de luto, ¿qué significa? Significa nuestras desesperanzas, nuestras tristezas, nuestros continuos lamentos que nos paralizan y nos impiden vivir la esperanza y la alegría. Hoy nosotros nos preguntamos, en estas vísperas del domingo: ¿qué vestido de luto siento yo que tengo que dejar? O mejor, positivamente: ¿qué vestido de fiesta Dios me está ofreciendo? Esta es nuestra confianza, nos decía el apóstol Pablo en la segunda lectura: «El que comenzó en nosotros la obra buena, él mismo la va a llevar a término».

Queridas hermanas: es un momento especialmente importante. Vosotras, para ayudar a toda la Iglesia diocesana, cultivad el sentido de pertenencia a Cristo. Cultivad el sentido de pertenencia a la Iglesia. Es nuestra Madre, la Iglesia. Es la que nos ha dado lo mejor que tenemos: la vida de Cristo, queridos hermanos, a veces a través de miembros que no somos lo que tendríamos que ser. Cuidad la dimensión contemplativa de vuestra vida. Tened asiduidad en el camino penitencial, interés siempre en profundizar cada día más y más en el conocimiento de la Escritura, del Magisterio de la Iglesia. Y tened una pasión por hacer visible el Reino de Dios con vuestra consagración y con vuestra vida, con una presencia coherente en medio de este mundo con la vocación a la que el Señor os llama y que vosotras hoy aceptáis con todas las consecuencias.

Queridos hermanos y hermanas: para todos nosotros este segundo domingo de Adviento, con esta consagración, con esta consecratio virginum y del Ordo virginum, es un día de alegría; es un día de fiesta; es un día donde vemos que nada es imposible para Dios; que hay personas que en medio de este mundo, en el día a día normal, hacen la consagración de su vida entera viviendo la esponsalidad con Jesucristo Nuestro Señor. Por eso, todos podemos decir esta noche: «el Señor está grande con nosotros y estamos alegres». Con esa alegría que no es la del triunfo de la vida, sino la alegría de sentirnos amados y queridos por el Señor. Gracias por vuestras vidas, Sonsoles y Adelina.

Amén.

Arzobispado de Madrid

Sede central
Bailén, 8
Tel.: 91 454 64 00
info@archidiocesis.madrid

Catedral

Bailén, 10
Tel.: 91 542 22 00
informacion@catedraldelaalmudena.es
catedraldelaalmudena.es

 

Medios

Medios de Comunicación Social

 La Pasa, 5, bajo dcha.

Tel.: 91 364 40 50

infomadrid@archimadrid.es

 

Informática

Departamento de Internet

C/ Bailén 8
webmaster@archimadrid.org

Servicio Informático
Recursos parroquiales

SEPA
Utilidad para norma SEPA

 

Search