Homilías

Lunes, 11 enero 2021 13:29

Homilía del cardenal Osoro en la Eucaristía de la Epifanía del Señor (06-01-2021)

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Queridos hermanos obispos, don José, don Santos y don Jesús. Querido deán de la catedral. Querido vicario general. Hermanos sacerdotes. Queridos hermanos y hermanas.

Se postrarán ante ti, Señor, todos los pueblos. Esta es la tarea, la misión que Jesús, cuando asciende a los cielos, nos entregó. Id y anunciad a los hombres: mi noticia, mi persona.

En este día de la Epifanía, en este día en el que vemos acercarse a Jesús al mundo que estaba fuera del pueblo de Israel, un mundo pagano, nosotros acogemos lo que el Señor, en este salmo que hemos cantado juntos, nos ha dicho: confiamos el juicio, la justicia, la paz a este Jesús que queremos que entre en nuestro corazón, en nuestra vida. Porque, ciertamente, en este momento de la historia en que todos los hombres buscan luz, quieren encontrar la luz, a veces en caminos y direcciones que no son las verdaderas, en que les envuelve además mucha más oscuridad, sin embargo es verdad que el ser humano clama por tener esta luz. Y el Señor nos dice que Él nos entregará la salvación.

Si os habéis dado cuenta, el Señor nos ha hablado a través del profeta Isaías de algo especialmente importante para nosotros. Somos anunciadores, la Iglesia. A la Iglesia, la nueva Jerusalén, llegan estas palabras del profeta Isaías: levántate, responde, anuncia la luz.

Los pueblos caminan aún en la oscuridad. Levántate. Tiene que amanecer la gloria. Tiene que venir la claridad a los pueblos. Tiene que venir el amanecer antes de descubrir, queridos hermanos, esta luz que nosotros hemos descubierto: Jesucristo. Pero tenemos la misión de ensanchar cada día más y más nuestra voz y nuestra vida y nuestro testimonio, para que los pueblos y los hombres encuentren a Jesucristo nuestro Señor. Lo mismo que lo encontraron los Magos en el portal de Belén. Iban buscando luz. Caminaban detrás de la estrella. Y encontraron la verdadera luz que es Jesús, nuestro Señor.

Anunciadores somos. La Iglesia de Cristo. La nueva Jerusalén. A la nueva Jerusalén, en estos momentos de la historia concreta que vivimos, se nos dice: resplandece, levántate. Porque, en segundo lugar, no solo somos anunciadores. Somos partícipes de la promesa de Jesucristo. Sí. El apóstol Pablo lo describe de una manera durísima en la carta a los Efesios que hemos escuchado. La distribución de la gracia se le ha dado a Él, pero no para encerrarla en un grupo, sino para anunciársela a todos los hombres. A los gentiles también. Pablo experimenta que se le dio a conocer el misterio de la coredención, y se le dio a conocer no para que lo agarrase para sí mismo, sino para que lo entregase a los hombres y mujeres que aún no conocen a Dios. Esta es nuestra misión, queridos hermanos.

Este momento que estamos viviendo es un momento de anuncio. A través de las programaciones pastorales que venimos haciendo durante estos años, y para este trienio, hemos hablado... En la primera carta  pastoral que os escribí para este trienio, el primer año, os la resumía en una expresión de Jesús cuando se acerca a Bartimeo: qué quieres que haga por ti. Es la reflexión que tiene que seguir haciendo la Iglesia en todos los lugares de la tierra. La Iglesia no puede vivir encerrada en sí misma. ¿Qué quieres que haga por ti? Bartimeo contestó. que vea. El ser humano tiene necesidad de luz. Pero al mismo tiempo, en este segundo año, yo os proponía también en la carta pastoral del curso, que marca y enmarca la dinámica pastoral de nuestra iglesia diocesana, otra expresión que nace también del mismo Jesús: quiero entrar en tu casa. No se trata ya… Hay que entrar en los lugares donde están viviendo los hombres, en las situaciones reales en las que están... No en las que me a mí me gustaría que estuviesen. En las que están realmente. En la casa que tienen. Jesús entró en casa de Zaqueo, llena estaba de pecadores. Ridiculizaron incluso a Jesús: este va a ser el Mesías. Entra en esta casa. Entró para entregar su luz.

Queridos hermanos: esto es lo que Pablo alienta en la comunidad apostólica. Que estaba a gusto, encerrada en sí misma. Y Pablo sabe que todos los hombres han de ser partícipes de esta promesa que ha hecho Jesucristo. De la vida de nuestro Señor. Todos los hombres. Y a todos, queridos hermanos, tenemos que llegar en estos momentos de la vida y de la historia que estamos viviendo.

Por tanto, somos anunciadores. Somos partícipes de esa gracia que nos da el Señor. Y somos buscadores. Y también encontrados por Jesús.

Ha sido precioso el evangelio. ¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido?, preguntaban aquellos hombres. ¿Dónde está la luz?. Hemos visto salir su estrella, y le venimos a adorar. Hemos visto esa ansia, ese deseo de bien, de paz, de justicia, de verdad, ese anhelo que tiene el corazón humano. Porque esta pregunta de los Magos de Oriente al llegar a Jerusalén es también nuestra pregunta en esta fiesta de Epifanía, queridos hermanos. En esta fiesta, ¿dónde está aquel que puede llenar el anhelo más profundo de nuestro corazón? ¿Dónde?. Los Magos vienen a Jerusalén porque han visto en Oriente la estrella del rey de los judíos.
En Jerusalén preguntan por el Mesías, pero no le encuentran allí. No. No lo encuentran en Jerusalén: lo encuentran en Belén, en un lugar pobre, una pequeña ciudad, lejos del poder. Pero donde hay amor: el amor de Jesús, de María y de José. Donde hay ternura. Los Magos están representando a todos los pueblos de la tierra, a todas las culturas, a todas las razas, a todas las religiones del mundo, a todos los seres humanos sedientos de luz y de sentido de la vida. Los Magos han de ser nuestros modelos en la aventura de la vida. ¿Por qué han de serlo? Porque buscan, queridos hermanos. Porque miran al cielo. Han de ser modelos nuestros. Buscan. Son buscadores. Ay de aquel que se apoltrona en la vida: no hace nada.

Buscan. Se ponen en camino. Ven guiar la estrella en medio de la oscuridad del mundo. Y hay que hacer esto, queridos hermanos. En estos momentos de la historia, que a veces se nos llenan de oscuridades, todo son oscuridades, los discípulos de Jesús estamos para señalar la estrella. La luz. Dónde está la luz. Los Magos representan esa búsqueda interior del ser humano, que va más allá de sí mismo: no se quedan en la tranquilidad confortable, sino que se ponen en camino.

Por eso, permitidme queridos hermanos que en esta Epifanía yo os haga esta pregunta: ¿somos cristianos en camino, o cristianos instalados en nuestra mediocridad? ¿Somos cristianos en camino, que aceptamos este reto de Jesús: quiero entrar en tu casa? Sí: en la familia, en el mundo del trabajo, en el mundo de la organización pública. ¿Somos cristianos que participamos en entregar esta luz, o instalados en nuestra mediocridad? ¿O simplemente hombres y mujeres que decimos: qué mal está esto, aquí no hay solución? ¿Qué estrella necesito seguir en esta etapa de mi vida? ¿Cuál tengo que encontrar?

Porque, queridos hermanos, hoy, en la Epifanía, todos somos Magos que buscamos sentido a nuestra vida. Como ellos, nosotros también nos preguntamos: ¿dónde está el rey que ha nacido?. Percibimos en el corazón que hay una luz. Venimos a adorarle. Su búsqueda fue el motivo para emprender un largo viaje. ¿Dónde encontrar referencias sólidas a mi vida?. Solamente en Jesucristo, queridos hermanos. No nos engañemos. No creamos en esas ofertas baratas que a veces nos dan y nos ofrecen. Solo Dios. Solo Dios.

Queridos hermanos: ¿dónde encontrar esas referencias sólidas? Donde está aquel que puede darnos respuestas, y puede responder a los anhelos profundos de nuestro corazón, de nuestra vida presente; a los anhelos de fraternidad, de paz, de justicia, de verdad, de vida. ¿Quién responde a eso, queridos hermanos?. ¿El primero que grita por no sé dónde? No. Es este Dios, que nace en Belén, que no da ningún grito, que no se da ninguna importancia, pero es quien tiene la luz verdadera. ¿Dónde está? ¿Quién puede darnos respuestas?.

Por eso, en plena noche, yo soy capaz de ver. Sí. Junto a Jesús. Si me dejo guiar por Él, soy capaz de ver. A veces tengo otras luces que me ciegan y estropean mi vida. A cada ser humano, en lo más profundo de sí mismo, le brilla una luz. Y quiere una luz que le guíe, que le invite a avanzar. Esa luz suscita en el corazón un anhelo deinfinito, de vida plena. ¿Quién no siente necesidad de una estrella que le guíe a lo largo del camino de su vida?.

Queridos hermanos: ¿os habéis preguntado alguna vez por qué el Belén, en todas las partes de la tierra, en todas las culturas, entra de una forma especial?. Estas imágenes. Sí. Dios, que ha nacido incluso en gentes que están muy al margen. Porque en el fondo hay necesidad de una luz que nos guíe. Hay necesidad de solidez.

Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó, Herodes es un hombre de poder Y ve en Jesús un rival. Y siente miedo. ¿Percibimos también a Dios como un rival, que no nos permite disponer de nuestra vida como nos apetece, y por eso le retiramos? Queridos hermanos: en la cultura en la que estamos viviendo los hombres, es verdad que hay un intento de retirar a Dios. De retirar a Dios ¿Percibimos a Dios como un rival, que no nos permite disponer la vida como nos apetece, ni la nuestra ni la de los demás? ¿Percibimos que es un Dios que engendra libertad, que engendra vida, que engendra ideas y tareas?. Dios no es un rival. Es el que es capaz de darnos la posibilidad de vivir en plenitud. Es el que es capaz de hacernos experimentar la verdadera alegría en nuestro corazón y en nuestra vida.

El miedo de Herodes, y el miedo de los judíos, puede ser también nuestro propio miedo.¿ Por qué? Porque Jesús es una amenaza para el egoísmo. Es una amenaza para el que quiere vivir para sí mismo, para el que quiere vivir encerrado en sí mismo. Jesús nos hace salir al encuentro de los que sufren, de los que están lejos, de los que están más cerca de nosotros. Queridos hermanos; nos hace salir.

Entraron el casa, nos ha dicho el Evangelio, y vieron a María su madre, y al niño. Y cayeron de rodillas. Este es el centro del relato. Este es el centro. Es bellísimo, queridos hermanos. Es el momento más importante de las vidas de estos hombres: vieron la luz y cayeron de rodillas. El encuentro con Jesús llenó sus vidas. Y es que no hay nada más bello, queridos hermanos, que encontrarse con Jesús. No hay nada más grande.

Dice el texto que lo adoraron. Porque solo Dios es adorable. ¿A quién adoro yo? ¿Ante qué o ante quién me arrodillo? ¿Cómo se llama el Dios que ocupa mi corazón?.

Que, como los Magos, queridos hermanos, encontremos en Jesús el sentido de nuestra vida. Que podamos arrodillarnos interiormente, y poderle decir al Señor: tú eres la luz de la vida, fuera de ti hay vacío y hay nada.

Los Reyes le ofrecieron unos regalos. Los Magos le ofrecieron oro, incienso y mirra. Entregarnos a Cristo, darle la confianza, darle el secreto de mi vida, decirle: Señor tú eres mi luz, que brilles en la oscuridad, que seas tú el que me guíes.

Queridos hermanos: esta es la Epifanía para cada uno de nosotros. Sí. Este Jesús que nos encuentra, a los que buscamos. Nos encuentra. Anunciemos a este Jesús. Como os decía antes, somos anunciadores. Levántate Iglesia. Somos partícipes: todos los hombres tienen que ser partícipes de esta luz. Y tenemos la misión, como san Pablo, de anunciarlo, de darlo a conocer. Quiero entrar en tu casa.

Todos los hombres son buscadores del sentido de la vida. Y Jesús quiere encontrarlos, como encontró a los Magos. Ayudemos a Jesús a este encuentro, en este momento de la historia, aquí, en Madrid. A este Jesús, el mismo que nació en Belén, a quien nosotros dentro de un momento vamos a adorar realmente con su presencia real en el misterio de la Eucaristía.

Feliz Epifanía, queridos hermanos. Felices porque habéis conocido la luz que es Cristo. Amén.

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