Homilías

Jueves, 15 agosto 2019 16:47

Homilía del cardenal Osoro en la fiesta de la Virgen de la Paloma (15-08-2019)

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Queridos hermanos y hermanas:

Un año más nos reunimos en torno a nuestra Madre la Santísima Virgen en esta advocación de La Paloma (Nuestra Señora de la Soledad), con tantas raíces en la Villa de Madrid, en nuestra ciudad de Madrid. Y todo comenzó en un corral en el que se guardaba leña y un hombre se percató de la presencia del lienzo entre la leña. Había unos niños jugando por allí y se lo regaló a ellos para que siguiesen jugando con el lienzo, pero una cristiana, vecina de aquí, Isabel Tintero, al verlo decidió comprárselo a los niños y les dio unas monedas, limpió el cuadro y lo colocó en el portal de su casa. Así de esta manera sencilla comenzó la devoción a la Virgen a través de esta advocación de La Paloma. Después pasó a venerarse en una capilla y más tarde, desde el año 1912, en esta Iglesia en la que estamos celebrando la Eucaristía. Como en Belén, donde nació Jesús, entre niños y adultos comenzó una historia llena de ternura de la Virgen María con el pueblo de Madrid.

Como veis, queridos hermanos, las cosas de Dios son sencillas, pero cuanto más sencillas, tienen una profundidad especial, pues pueden ser acogidas en esa profundidad por todos los hombres. A la Paloma han venido hombres y mujeres de todas las condiciones, desde reyes a esas personas que no tienen ni comida ni trabajo, ni son importantes para nadie y vienen a la Virgen porque saben que para Ella son importantes y Ella es intercesora en sus necesidades. Sabéis que este cuadro de la Virgen María no tiene gran valor pictórico, ¿quién le ha dado valor? Vuestra fe, la fe del pueblo, ahí vosotros y tantas gentes anteriores a nosotros, de ayer y de hoy, vieron y seguimos viendo a nuestra Santísima Madre, que nos mira, nos invita a vivir con la originalidad cristiana y a anunciar a todos los hombres dónde está el camino, la verdad y la vida del hombre. Queridos hermanos, ¿quién dio valor a este cuadro? El pueblo cristiano: desde aquel hombre que se lo entregó a los niños, los niños mismos y la mujer que lo compra para ponerlo ante la mirada de todos. El valor que tiene lo dan las miradas que, a través de los años, ha tenido de tantos hombres y mujeres, niños y ancianos de Madrid y de otros lugares que vieron en él a María contemplando, viviendo y anunciando a Jesucristo.

Pido a la Santísima Virgen de La Paloma, que nos conceda a todos los hombres en estos momentos de la historia de la humanidad que vivimos: su mirada, es decir, su capacidad contemplativa; Su corazón, es decir, su modo de vivir, y sus obras, es decir, su modo de anunciar:

1. Su mirada o, lo que es lo mismo, su capacidad contemplativa. Madre de la Paloma, enséñanos a mirar como tú. Deseamos ver lo que tú viste el día en que Dios, a través del ángel Gabriel en Nazaret, te dijo: «Alégrate, llena de gracia», «concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús». Qué palabras más bellas, más hondas, y comprometidas salieron de tu corazón: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Pusiste todo lo que eras y tenías a disposición de Dios; se hicieron verdad esas palabas que hace un momento hemos escuchado del libro del Apocalipsis: «Ahora se estableció la salud y el poderío, y el reinado de nuestro Dios, y la potestad de su Cristo» (Ap 12, 10 ab).

Santísima Virgen María, en esa mirada contemplativa que haces de la realidad y que con tanta dignidad vemos los cristianos en esta imagen, descubrimos la urgencia y la necesidad de mirar como tú, para también prestar nuestra vida de tal manera que seamos y demos rostro a Jesucristo. Él cuenta con nosotros, quiere acercarse a todos los hombres y darles su luz, su amor, su entrega, su valor. Todos los hombres son hijos de Dios y no podemos estar tranquilos hasta que todos puedan descubrir y vivir la dignidad que Dios mismo les dio. María nuestra Madre, porque miró con los ojos de Dios, pudo descubrir las necesidades de los hombres, como lo vemos en las bodas de Caná. Allí, Ella vio la necesidad que había pues no podían celebrar la fiesta y los remitió a quien es el único capaz de hacer posible que los hombres vivan en fiesta.

La mirada de María no es secundaria: saber mirar y contemplar la realidad con la mirada de Dios, que se convierte en una necesidad en la historia que hacemos los hombres. Ver a todos los hombres como imágenes de Dios que son, que ninguna imagen se estropee; descubrir y vivir que todos somos hermanos, que ya no hay distinción entre libres y esclavos, hombres y mujeres, pues todos son hijos de Dios. Urge que implantemos esta novedad radical en este mundo al que bajó Dios mismo haciéndose hombre, valiéndose para ello de la Virgen María. Y urge más que nunca, ya que estamos en unos momentos donde se quiere instaurar en la historia de la humanidad lo que en otras épocas se implantó: había hombres sobrantes. María nos dice que no hay ninguno, que todos son hijos de Dios y hemos de defender su dignidad que es la que Dios les ha dado con pasión.

2. Su corazón o, lo que es lo mismo, su modo de vivir. Madre, enséñanos a vivir como tú. Que en nuestro corazón esté la vida de tu Hijo como estuvo en ti. Que el movimiento de nuestro corazón sea al unísono del que tú tuviste con tu Hijo. Esto es lo que vive la Virgen María. Cuando al Señor le dicen: «Ahí está tu Madre», responde con esas palabras contundentes: «Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen». Sabía muy bien que el ser humano que mejor había escuchado a Dios era su Santísima Madre.

Con la misma convicción de María nuestra Madre, vivamos siempre como servidores de los hombres. No nos servimos de ellos, nos debemos a los hermanos. Y nuestros hermanos son todos los hombres, pues todos son hijos de Dios. En un momento de la historia donde incluso esto se pone en cuestión, especialmente con las obras, acojamos el modo de vivir de la Virgen María. ¡Qué fuerza tiene el modo de vivir de nuestra Madre que, nada más recibir la noticia de que iba a ser Madre de Dios, se pone en camino para visitar a su prima Isabel! Lo que debe de distinguir a los discípulos de Cristo es lo que distingue a María: puesta al servicio de Dios, se pone al servicio de todos los hombres. Va a visitar a una mujer anciana, su prima Isabel, y le hace percibir tanto a ella como al niño que estaba en su vientre la presencia de Dios. Ahora entendemos por qué los discípulos de Cristo hemos de estar en todos los lugares donde exista una necesidad del ser humano, donde se cuestione la dignidad que Dios ha dado a todos los hombres, pues todos son hijos de Dios; algunos no lo saben, pero se enterarán por los gestos y las obras que hagamos con ellos. Como hemos escuchado en la Palabra de Dios proclamada, «Cristo tiene que reinar hasta que Dios haga de sus enemigos estrado de sus pies. […] Dios ha sometido todo bajo sus pies» (1Cor 15, 20-27a). La imagen de la Virgen de la Paloma, con sus manos entrelazadas, uniendo todos su dedos, manifiesta lo que hay en su corazón y los movimientos que tiene su corazón, con todos, entre todos y para todos, es Madre de todos y nos impulsa a todos los que la reconocemos como tal a vivir y ser expresión de esa maternidad de la que nosotros somos conscientes.

3. Sus obras o, lo que es lo mismo, su modo de anunciar. La gran dadora del anuncio de la presencia de Dios entre los hombres es la Santísima Virgen María. En el cuadro de la Paloma, en ese rosario que cuelga de su cintura, están todos los misterios en los que Ella tuvo una presencia activa y con los que nos enseña cómo ser discípula misionera. Ella lo fue, participando de una manera activa en los misterios gozosos, dando presencia a Dios en este mundo; también en los misterios dolorosos, donde siente el dolor de madre viendo cómo da su Hijo la vida por nosotros; en los misterios gloriosos participando de la gloria de su Hijo que regala y conquista para todos los hombres; en los misterios luminosos con los que el hombre encuentra la luz, se hace discípulo misionero y crece como discípulo.

El pasado curso pastoral celebramos un Año Santo Mariano en nuestra archidiócesis de Madrid. Ante los retos que entre todos habíamos descubierto, quisimos ver cómo ser discípulos misioneros. Lo quisimos aprender de nuestra Madre, la primera discípula misionera, y en su modo de ser y hacer encontramos el modo y la manera de ser discípulos misioneros. Es decir, hombres y mujeres que mostramos con nuestra vida que creemos y crecemos y hacemos crecer a todos mostrando y anunciando con nuestras vidas que Dios quiere al hombre, lo hace feliz y le da todo los necesario para hacer felices a los demás.
El canto del magníficat vivido y dicho por la Virgen María es la expresión más clara de lo que un discípulo misionero tiene que hacer, es la manifestación más evidente de cómo hemos de anunciar la Buena Noticia. Lo hemos escuchado en el Evangelio que hemos proclamado. En ese canto se nos describe quién es el discípulo misionero.

a) Proclama la grandeza de Dios, pero no es un canto etéreo, es un canto que describe la vida de quien ha sido tocada en lo más profundo de la vida por Dios mismo. Un discípulo misionero es quien deja tocar el corazón por Dios y percibe que se hace grande, entran en él todos los hombres, los amigos y los enemigos, los buenos y los malos.

b) Vive en la alegría, pues sabe que Dios cuenta con él, que Dios lo ama entrañablemente, y lo alienta y le da vida, es una alegría manifiesta, pues hace saber quién soy y para qué estoy en este mundo.

c) La humildad es característica fundamental de su vida; no se cree más que nadie, se siente servidor de todos y esclavo de todos.

d) Dios le hará percibir y sentir el gozo y la alegría de ver las obras que a través de él hace, regalando su misericordia a él y a quienes se encuentre por el camino de la vida.

e) A través de él Dios realiza obras grandes, proezas extraordinarias, pues son manifiestas en la sencillez de la vida, no desde el poder sino desde el servicio y la entrega. A quien se cree que tiene mucho lo vacía y al que se acerca sin nada lo llena de su amor y de su vida.

f) Auxilia a todos los hombres no porque lo merezcamos, sino porque se acerca siempre con su misericordia.

g) Un discípulo se queda con quien lo necesita siempre, como lo hizo María con su prima Isabel.

Queridos hermanos y hermanas, el mismo Señor del que la Virgen Santísima, la Virgen de la Paloma, contempló y alcanzó su modo de mirar a todos los hombres, el mismo que le dio su corazón y la hizo vivir con sus ritmos que eran sus ocupaciones y preocupaciones por los hombres, el mismo que nos enseñó que por nuestras obras nos conocerán e hizo de la Virgen la mejor anunciadora de su Persona, se hace presente entre nosotros en el misterio de la Eucaristía. Nosotros lo recibimos y le agradecemos que nos haya dado tal Madre. Virgen de La Paloma, ruega por nosotros. Amén.

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