Homilías

Jueves, 09 noviembre 2017 12:03

Homilía del cardenal Osoro en la fiesta de Santa María la Real de la Almudena (9-11-2017)

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Hermanos y hermanas que estáis aquí presentes y quienes estáis siguiendo esta celebración a través de Telemadrid, TRECE y COPE:

Después de haber escuchado la Palabra de Dios, me vais a permitir que exprese en voz alta lo que acabamos de decir todos juntos aplicándoselo a la Virgen María en esta advocación de Santa María la Real de la Almudena: «Santa María Madre de Dios, es verdad, Tú eres el orgullo de nuestra humanidad». Todos los hombres de todas las razas, en todas las culturas, en todos los lugares de la tierra a los que llegó la noticia de Jesucristo, saben que Él nos entregó a su Madre como Madre nuestra. Saben que, gracias a Ella, por su incondicional sí, fuimos capaces de  ver el rostro de Dios que se hizo Hombre, y sabemos quién es el Señor, qué quiere de los hombres y quién es el hombre. En María, la bendita entre todas las mujeres, Dios nos ha bendecido, nos ha glorificado, y por eso nuestra alabanza y nuestro reconocimiento: Santa María Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

La Virgen María nos hace ver y nos sitúa en la realidad. Hoy Ella nos sigue haciendo esta pregunta: ¿qué es lo real para vosotros? ¿Solamente los bienes materiales, los problemas sociales, económicos o políticos? Es verdad que son una realidad. Pero el gran error de las tendencias dominantes en este siglo pasado fue falsificar la existencia, haciendo una amputación de la realidad fundante y decisiva que es Dios. Es María nuestra Madre la que nos hizo percibir que excluir a Dios del horizonte no nos hace ver la realidad; es más, sin Dios esta se falsifica. De ahí la sabiduría de María en su sí a Dios, en  sus palabras: «Hágase en mí según tu palabra»; en ellas percibimos la fuerza y la hondura de la profecía de Zacarías: «Voy a habitar dentro de ti, […] en medio de ti, […] me ha enviado a ti».

¡Qué profundidad alcanzan en la vida de María para esta nueva época! Ella sabe que, solamente quien reconoce a Dios, conoce la realidad y puede responder a ella de modo adecuado y realmente humano. No seamos ingenuos. No nos engañemos. Veamos y contemplemos el rostro del hombre que nos desvela Jesús, y el rostro de Dios que Él manifiesta. ¿No es este rostro el que necesita esta época que se fragua ya? El Dios que toma rostro en María es realidad fundante. No es un Dios pensado o hipotético, sino el Dios de rostro humano. Es el Dios con nosotros, el Dios del amor hasta la Cruz. Es quien nos dijo que somos hijos de Dios y, por eso mismo, hermanos de todos los hombres. Por ello no nos extrañe que María nos diga con insistencia: «Haced lo que Él os diga». Bien sabe Ella que, cuando el discípulo acoge en su vida a este Dios que no es una idea, sino una Persona que nos «ama hasta el extremo», no podemos dejar de responder si no es con un amor semejante y decir: «Te seguiré adonde vayas».

La Virgen María es la imagen más bella de la Iglesia. Y a la Iglesia también le entregó Jesucristo una tarea de trascendencia excepcional: dar rostro a Dios en esta humanidad. Esto implica, por una parte, custodiar y alimentar la fe del Pueblo de Dios, recordando siempre a los cristianos que, por el Bautismo, estamos llamados a ser discípulos misioneros de Jesucristo. Y por otra, tiene que provocar, en todos los hombres de cualquier tiempo, el descubrimiento del derecho a una vida plena, propia de todo ser humano, hijo de Dios, creado a su imagen y semejanza. Por ello,  la Iglesia ha de buscar siempre las condiciones más humanas, fomentando una cultura de la vida, de su respeto desde el inicio hasta la muerte; la cultura del encuentro entre los hombres, la eliminación de toda forma de violencia, la creación de condiciones para vivir la fraternidad en el respeto, en la entrega de unos a otros. La cultura de formar la gran familia de los hijos de Dios, como guía y orientación de toda su misión.

¡Bendita seas, María! Tú has bendecido a Madrid y a España con esta advocación de la Almudena. Tú que has sido morada de Dios con los hombres, da a la Iglesia el gozo de vivir como Tú, siendo la primera y mejor discípula misionera. Tú regalaste la presencia de Dios en la historia, el Dios con nosotros que «enjuga nuestras lágrimas, elimina la muerte, el luto, el llanto… porque hace todo nuevo». María, queremos entrar contigo en esta novedad. Queremos regalar esta novedad a los hombres.

A todos los madrileños y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, os propongo que nos acerquemos a nuestra catedral, santuario de la Virgen en el centro de España, miremos la imagen de La Almudena y acojamos la propuesta que nos hace el Señor a través de Ella para ser discípulos misioneros:

1. Fijémonos en la mirada de María: mirando siempre a Dios. Su mirada está puesta en el horizonte. Ahí tiene su presente y su futuro. Y sabe que es el presente y el futuro de los hombres. Aquí está la raíz para poder realizar la misión. Solamente desde un encuentro radical con Dios podemos salir, mirar, acercarnos, curar, vendar, prestar nuestra vida a todos los hombres sin excepción, y no desentendernos de nadie. La mirada de María es creativa. Mira a Dios y por eso mira a los hombres. Es una mirada que alcanza a todos. Es una mirada que alcanza toda la realidad humana y actúa a favor de todos.

2. Fijemos la atención en la mano derecha de María: está abrazando los pies del Señor, de un Dios que quiere entrar por todos los caminos por donde transitan los hombres. Nuestra Madre nos está invitando a hacer lo mismo. La Iglesia tiene que ir sin miedos a todos los caminos. Nuestra Madre nos ayuda y nos cuida, nos alienta y aligera nuestros pasos. Ella abraza nuestros pies para que caminemos, para que no dejemos de estar con todos los hombres, por el camino que sea, como Jesús. Así llevamos y somos Buena Noticia.

3. Fijemos la atención en la mano izquierda de María: toca el corazón de Cristo. Mientras el Señor ha estado en su vientre, sus corazones han palpitado al unísono. Tocar el corazón de su Hijo es decirnos que tengamos la osadía y el atrevimiento de dejar que nuestro corazón palpite al unísono con el de Cristo, como lo hizo Ella. No es extraño que el Señor, en Juan, nos dijese a nosotros: «Ahí tienes a tu Madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa». Quiso tenerla como maestra de su corazón, que le enseñase que palpitar al unísono del corazón de Cristo es, en definitiva, acoger su mandato: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado».

Santa María de la Almudena, danos tu mirada, abraza nuestros pies y toca nuestro corazón. Haz que los que creemos en tu Hijo caminemos como Él. Y que quienes, por los motivos que fuere, no creen, viendo a tus hijos se pregunten: ¿por qué nos miran como hermanos? ¿Por qué entran en todos los caminos? ¿Por qué tiene un corazón en el que caben todos los hombres? ¿Por qué?

La Eucaristía que celebramos y en la que se hace presente Jesucristo nos hace mirar la realidad como es: hijos de Dios y mis hermanos, por quienes doy la vida con el mismo amor de Jesucristo. Amén.

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