Homilías

Sábado, 03 diciembre 2016 10:49

Homilía del cardenal Osoro en la I Jornada Diocesana de la Discapacidad (3-12-2016)

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Querido José Luis, vicario episcopal de Pastoral Social; queridos vicarios episcopales; querido Víctor y miembros de la comisión de discapacidad; queridos hermanos sacerdotes, queridos diáconos, seminaristas. Queridos hermanos y hermanas todos.

La Iglesia siempre es puerta de participación para todas las personas. Para todas. Porque, aunque con capacidades diferentes, todos tenemos la misma hechura de Dios. Y es responsabilidad también de los pastores, de todos los agentes de pastoral, asegurar que la puerta de la Iglesia esté siempre abierta para todos: en todas las comunidades cristianas, en las parroquias, en todas las instituciones de la Iglesia.

Pensad qué elemento tan importante y primordial para construir esta paz -en este mundo y en esta tierra, que tantas dificultades tiene para crearse- es promover la igualdad de los hombres, promover la reconciliación, promover en definitiva eso que el Papa Francisco nos está invitando a hacer: la cultura del encuentro. Y un elemento primordial es el reconocimiento de la igualdad de las personas humanas, que nace de la misma dignidad trascendente: aunque tengamos capacidades diferentes, pero todas ellas complementarias y necesarias. En este sentido, la igualdad es un bien de todos; es un bien inscrito en esa gramática natural que se desprende del proyecto divino de la creación, un bien que no se puede desatender ni despreciar sin provocar graves consecuencias que ponen en peligro la convivencia entre los hombres. Por eso, esta tarde, aquí, en esta catedral, queremos expresar juntos, con capacidades diferentes, que promover la igualdad de los hombres es algo en lo que apostamos con nuestra vida. Pensad que el respeto de los derechos del hombre pasa necesariamente por evitar que se debiliten todos los que tiene el ser humano como imagen de Dios que es. Por eso, para todos nosotros, pasa por edificar la cultura del encuentro, o esa cultura de la misericordia que en definitiva es la cultura donde está presente el amor mismo de Dios. Que Dios os pague, queridos hermanos, a todos los que hacéis posible esto con vuestra contribución a la edificación de esta cultura que se pone al servicio de todos y construye la familia humana.

El amor al prójimo no se puede delegar a nadie. El Estado, la política... con la solicitud por los demás necesaria para la situación social, no pueden sustituir el amor al prójimo. El amor al prójimo requiere siempre el compromiso personal, para el cual ciertamente se deben crear las condiciones generales favorables. Gracias a este compromiso, la ayuda mantiene su dimensión humana y no se despersonaliza. Vosotros, y todos los que estamos aquí, no tapamos agujeros. Con este encuentro no queremos tapar ningún agujero: queremos hacer una red social en la que todas las personas, con las capacidades diferentes que tenemos, todos juntos, de verdad contribuyamos a dar rostro humano y rostro cristiano, el rostro de Cristo en esta sociedad.

Todos los hombres necesitan ser valorados. Absolutamente todos. Todos necesitamos que nos digan: te necesito, tú eres capaz, cuánto bien nos hace tu vida. Precisamente, hermanos, en su sencillez, estas palabras nos remiten de modo indirecto al Dios que nos ha querido a cada uno de nosotros, y que a cada uno ha dado una tarea personal; que necesita a cada uno de nosotros, y espera además que contribuyamos con esta tarea que según nuestra capacidad hacemos en favor de todos.

Comprometámonos por amor con todos en la diversidad de capacidades. El sí a un compromiso es una decisión que nos hace libres y nos abre a las necesidades de los demás; a las exigencias de la justicia, de la defensa de la vida y de la salvaguardia de la creación, como dice el papa Francisco. En este compromiso entra en juego la dimensión clave de la imagen cristiana de Dios y del hombre, es decir, el amor a Dios y el amor al prójimo. El amor a Dios se expresa en el amor al prójimo, y el amor al prójimo debe expresar el amor que tenemos a Dios.

Hermanos y hermanas: en este día, que me gusta más denominar día de las capacidades diferentes que día de la discapacidad, comprometámonos con una cultura de las capacidades diferentes. Nadie sobra. Dios quiere personas que amen como Él. En el siglo XIV así lo decía un teólogo, Scoto: quiere personas que amen como Él, nos quiere a nosotros que amemos como Él, que nos necesitemos los unos a los otros.

El compromiso gratuito tiene mucho que ver, hermanos, con la gracia. Una cultura que quiera contabilizarlo todo y pagarlo todo, que sitúa la relación con los hombres en una especie de corsé de derechos y deberes, gracias a las innumerables personas comprometidas gratuitamente experimenta que la vida es un don inmerecido; experimentamos la verdadera verdad del ser humano y la verdadera necesidad de sentirnos -los que con capacidades diferentes construimos este mundo- necesitados los unos de los otros. Amemos gratuitamente.

Hemos recibido gratuitamente de Dios la vida, hemos sido liberados gratuitamente de ese callejón sin salida del pecado y del mal que a veces nos hace hacer descartes en la vida. Hemos salido, y el espíritu con sus múltiples dones nos ha hecho ver que el amor es gratuito, que no se practica para obtener otros objetivos. Quien es capaz de amar reconoce precisamente que de ese modo también es ayudado. Poder ayudar no es un mérito, no es motivo de orgullo: es gracia que nos ha regalado Dios haciéndonos a su imagen y semejanza. Transmitamos gratuitamente, con nuestras relaciones, con servirnos los unos a los otros, lo que hemos recibido; entremos en esta lógica de la gratuidad, que está por encima del simple deber y del simple poder moral; sirvamos, hermanos, a la dignidad del ser humano.

El compromiso es un servicio que se fundamenta en el hecho de haber sido creados, como os decía antes, a imagen y semejanza de Dios. Todos los que estamos aquí. Ya en el siglo II un gran santo, san Ireneo, decía que la gloria de Dios es el hombre que vive y la vida del hombre es la visión de Dios. Y quien ayuda a dar vida al hombre ayuda a dar la visión del Dios cristiano. Queridos hermanos, puesto que necesitamos tener la mirada de Dios, la mirada de Jesús nos transmite el amor que debemos tener a todos. Las personas nos tenemos que comprometer gratuitamente en el aprecio al prójimo simple y llanamente, como os he dicho, por ser imágenes de Dios. Todas las personas nos recuerdan la dignidad del hombre, y suscitan en nuestra vida alegría y esperanza. Por eso, queridos hermanos, demos gracias a Dios. Tenemos necesidad del amor.

Hay una página del Evangelio que nos señala que el amor al prójimo no se puede delegar; está al servicio de todas las instituciones civiles, pero nunca estas instituciones pueden sustituir el amor. El papa Benedicto XVI, cuando escribía la encíclica Deus Caritas Est, nos decía: El amor siempre será necesario, incluso en la sociedad más justa que os imaginéis. No hay ningún orden estatal, por más justo que sea, que haga superfluo el servicio del amor. Quien intenta desentenderse del amor se dispone a desentenderse del hombre en cuanto hombre. Y hará diferencias. No entenderá las capacidades diferentes que Dios da a cada uno, y que necesitamos todos para vivir y construir esta fraternidad. El amor requiere y requerirá siempre el compromiso personal. Precisamente por eso, en la red social que todos juntos hemos de hacer, quienes aman, con el amor mismo de Dios, contribuyen a delinear el rostro humano y cristiano de la sociedad. Hagamos este rostro, queridos hermanos y hermanas.

Habéis escuchado hace un momento la Primera Lectura del profeta Isaías. Qué maravilla. Qué maravilla, hermanos. En esa descripción que nos hace el profeta, donde esperamos al Rey que viene, que va a poner paz, que va a hacer posible la convivencia, el profeta utiliza imágenes preciosas para decírnoslo. Pero, en definitiva, nos dice que nadie queda fuera para Dios. Nadie. Y quiere mostrarlo haciéndose presente entre nosotros y diciéndonos a cada uno lo que Él desea de los hombres. Todos tenemos algo que aportar, y todos necesitamos de los demás. Todo puede ser diferente si hacemos que brote un renuevo, el tronco de Jesé, nos decía el profeta Isaías.

Animémonos, queridos hermanos, a prepararnos en este tiempo de Adviento. Este es el segundo domingo de Adviento que estamos celebrando. Vísperas. Animémonos a acoger al príncipe de la paz, al príncipe de la justicia, a la justicia de Dios. Animémonos. Así nos lo dice el Salmo 71, que afirma que algo de Dios está en la condición humana. Y merece la pena que dejemos que Dios venga a nosotros para que la condición humana sea respetuosa absolutamente con todos.

Hermanos: tres expresiones, como habéis escuchado en el Evangelio, nos manifiestan muy bien lo que aquí celebramos y lo que quiere Dios que nosotros también construyamos. Tres expresiones. Una de ellas es que nos convirtamos. Nos ha dicho el Evangelio: convertíos, porque está cerca el Reino de Dios. El Reino de Dios es Cristo mismo. Él es la bondad, la verdad, la justicia. Acercándonos a Él, tenemos todo eso. Dejándole entrar en nuestra vida, tenemos todo eso que Él es. Convirtámonos. Aceptemos este reto.

En segundo lugar, el Señor nos decía: preparad el camino. Preparemos el camino al Señor, allanemos sus senderos. Esos senderos tienen hoy, aquí, una implicación muy especial entre nosotros. Recibir al Señor que viene supone eliminar barreras, las personales, las que nos distancian a unos de otros, pero también las barreras arquitectónicas y mentales, a veces más complicadas de derruir que las primeras. Facilitar el acceso a todas las personas que tienen ciertas capacidades -unas excepcionales- que a nosotros nos enriquecen, y otras además con dificultades para vivirlas. Y es necesario que se eliminen barreras: hacer que no sean nuestros invitados, sino hermanos y hermanas en igualdad de condiciones que los demás, actores y protagonistas de la acción evangelizadora de la Iglesia.

Preparemos el camino, queridos hermanos. Pero esto supone hacer que el rostro del Señor esté en nuestra vida. Convirtámonos al Reino. Es imposible preparar el camino si no nos convertimos, si no damos esa versión a la vida nueva, la de Cristo, que nos hace descubrir en los demás a Cristo mismo, y que nos hace ver lo que necesitan de verdad los demás. Si hay barreras que impiden entrar donde los demás podemos entrar, hay que eliminarlas. Sean, como os decía, mentales -que quizá son las peores-, y también las arquitectónicas.

Por otro lado, queridos hermanos, demos fruto. Dad fruto, nos decía también el Evangelio. ¿Qué es dar fruto? Dar fruto supone una iglesia como la que estamos viviendo aquí, en estos momentos: somos miembros vivos de la Iglesia. Una Iglesia que sale, que tiene que ser antes y para todas las personas una Iglesia habitable, donde todos nos sintamos hermanos; una Iglesia accesible, donde quienes tienen capacidades diferentes se sientan en su propia casa y se ayuden mutuamente, unos a otros. Tenemos que tomarnos muy en serio la incorporación del mundo de las capacidades diferentes. Invertir en ello no es gastar, queridos hermanos. Invertir para que todos podamos vivir juntos es ganar. Os lo decía así en la carta que os escribí: no es un gasto, amigos, es una preciosa inversión. Es un signo de una Iglesia que quiere ser próxima y accesible a todos. Hoy se lo podemos pedir al Señor.

Hermanos: todos vosotros sois imprescindibles en la tarea de evangelizar. Todos. Evangelicemos Madrid. Unámonos todos. Sin vosotros, la Iglesia no sería la misma. Sin todos los que estamos aquí, con capacidades diferentes, la Iglesia sería otra. Es necesario que estemos juntos. Que nos sintamos alentados, confortados, confirmados en la tarea de evangelizar el mundo; este mundo donde, a veces, no se acepta que haya capacidades diferentes, y no se trata a todos como imagen y semejanza de Dios que somos. Iniciativas como vuestra mesa de la discapacidad, que aglutine diversas entidades de la Iglesia, ayudan poco a poco a devolver el lugar que corresponde a las distintas capacidades en el seno de la Iglesia.

Que nunca, queridos hermanos, se nos olvide esta Jornada, que es la primera que celebramos. A todos nos pide el Señor que nos convirtamos; a todos nos pide el Señor que emprendamos el camino, que allanemos el camino; a todos nos pide el Señor que demos frutos. Que nos dejemos tocar por el Señor, que se acerca a nuestra condición humana. Aquí, en el altar, dentro de un momento, se hace presente Jesucristo. Dejemos que toque nuestra vida, nuestro corazón; dejemos que nos abrace y que nos enseñe a abrazar a otro que, con capacidades diferentes, enriquece mi vida. Experimentemos, queridos hermanos, esta noche, aquí, juntos, que el reino de Dios está entre nosotros. Es Cristo. Quiere que cambiemos nuestra vida, y que cambiemos y hagamos más habitable esta gran ciudad en la que vivimos, que es Madrid. Amén.

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