Homilías

Jueves, 07 julio 2022 15:55

Homilía del cardenal Osoro en la Jornada de la Responsabilidad en el Tráfico (3-07-2022)

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Querido director del Departamento de Pastoral de la Carretera, don José Aumente. Querido don Gonzalo, párroco de esta parroquia de San Cristóbal. Querido don Vicente. Queridos diáconos. Queridos hermanos y hermanas todos.

Ha sido precioso el salmo que hemos escuchado y que hemos repetido: «Aclamad al Señor tierra entera». Cantar al Señor, tocar en su honor, decir al Señor «qué grandes son tus obras», poderle decir y pedirle que se postre en esta tierra, que todos los hombres toquen para tu nombre, que contemplen las obras de Dios, que descubramos cómo Él transforma todas las cosas, y que nos alegremos en el Señor y lo escuchemos, es la tarea que en estos momentos a nosotros se nos presenta y se nos da.

Queridos hermanos. Los obispos de la Subcomisión episcopal para las Migraciones y Movilidad Humana, a través del Departamento de la Pastoral de la Carreta, nos han hablado con motivo de este día de la responsabilidad en el tráfico, que cada año la Iglesia celebra el primer domingo de julio. También yo quiero deciros a todos, a los que estáis aquí presentes en esta comunidad, y a los que a través de Televisión Española, TVE2, estáis viviendo esta celebración, que nosotros todos, y especialmente los conductores, entre todos, hagamos realidad lo que hoy aún nos parece quizá una utopía: cero de accidentes mortales en nuestras calles, en nuestras carreteras.

Queridos hermanos: el lema que ha escogido esta Subcomisión episcopal de Migraciones y Movilidad Humana ha sido María se puso en camino. Es el lema de esta 54 Jornada de Responsabilidad en el Tráfico del presente año 2022. María, cuando recibe el anuncio de Dios, que le pide, y ella acepta, ser madre de Dios, se puso en camino para visitar a su prima Isabel. Y llevó la noticia más importante: llevaba en su seno ya la presencia de Dios en su vientre. Y nos dice el Evangelio que la criatura que llevaba Isabel, cuando María llamó a la casa de Isabel, y esta abrió la puerta, saltó de gozo aquella criatura por la presencia de Dios en su vida. Que en este día nosotros también, bajo este lema, María se puso en camino, hagamos y vivamos esta presencia de Dios.

La Palabra que acabamos de proclamar nos ayuda a vivir tres realidades que a mí me parece que son esenciales en nuestra vida, como habéis podido escuchar en la proclamación de la Palabra de Dios. Tres realidades que podríamos resumir en tres palabras: alegría, paz y misericordia y, en tercer lugar, para todos nosotros, algo que es especialmente importante en nuestra vida, y que se manifiesta de una forma especial en el Evangelio que acabamos de proclamar: misión. Tenemos que realizar una misión, y una misión que el Señor nos la narra y nos la relata a través de estos 72 discípulos, a quienes manda anunciar la Buena Noticia. «Festejad, Jerusalén».

En primer lugar, alégrate. Alégrate, Iglesia, de poder llevar la Buena Noticia a todos los hombres. La noticia más importante: la noticia de la paz, la noticia de la fraternidad, la noticia de la vida, de entregar siempre vida. Alégrate, Iglesia de Cristo. Entre nosotros, queridos hermanos, somos parte de esa Iglesia que funda Nuestro Señor. Es verdad que de la Iglesia son parte desde aquellos primeros que inician el camino junto a Jesucristo; desde María, su madre, a quien especialmente recordamos precisamente en este día. María se puso en camino. Todos juntos llevamos la alegría del Evangelio, queridos hermanos. Que es alegría de dar siempre vida. Que es alegría de la responsabilidad que tenemos también en la conducción para ser hombres y mujeres que llevamos siempre vida, y tenemos cuidado especial de no producir muertes, ni para nosotros ni para los demás. «Como un niño a quien su madre consuela –nos decía el profeta Isaías–, os consolaré yo, y en Jerusalén seréis consolados». En la Iglesia, en la nueva Jerusalén, que tiene la misión en todas las partes de la tierra, donde está presente ciertamente, de anunciar esta Buena Noticia que es Jesucristo Nuestro Señor; que es noticia de vida; que es noticia de fraternidad; que es noticia de bondad; de ejercicio de responsabilidad; de descubrir que el otro siempre es mi hermano, y que lo tengo que cuidar de un modo especial en todo aquello que yo, de alguna manera, utilice en la vida, como es en este caso cuando conducimos, cuando llevamos un vehículo, del tipo que fuere... Llevar también la responsabilidad de que estamos conduciendo para dar vida y no muerte.

En segundo lugar, el Señor nos dice que no solamente estemos alegres por pertenecer a esta Iglesia de Cristo que anuncia la paz y la verdad y la vida a los hombres, sino que entreguemos paz y misericordia. Son preciosas las palabras que hemos escuchado del apóstol san Pablo en la carta a los Gálatas: «Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo». Queridos hermanos: esa cruz que abraza a los hombres, esa cruz que entrega paz y misericordia, esa cruz que nos dice el Señor que es la gracia que nosotros queremos regalar. Como nos decía el apóstol: «En adelante, que nadie me venga con molestias, porque yo llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús». Y esas marcas de Jesús son marcas de amor, de entrega, de servicio, de dar vida, de eliminar toda posibilidad de muerte. Siempre dar vida, como nos la da el Señor. Alegría. Paz y misericordia.

Y, queridos hermanos, todos nosotros, los que estamos en esta celebración, los que estáis siguiendo esta celebración a través de Televisión Española, somos igual que aquellos 72 a los que el Señor mandó de dos en dos por delante a todos los pueblos y lugares donde pensaba ir Él. La misión que Jesús les encomienda tiene un carácter comunitario: vamos realizándola de dos en dos. Mostramos con hechos y con la vida lo que anuncia la Palabra. No nos envía el Señor en solitario, no nos envía como jerarcas, sino como amigos y como hermanos, que queremos buscar y dar la vida a los demás. La misión del Evangelio solo empieza donde existen al menos dos testigos como signo de amor mutuo, como expresión de comunidad.

¡Qué belleza tiene precisamente esta Eucaristía, en este día en que llamamos a la responsabilidad en el tráfico, en las carreteras! Porque miramos el bien de los demás, miramos la vida de los demás. La misión del Evangelio comienza y empieza donde existen testigos. Y, queridos hermanos, nosotros queremos ser testigos de la vida, testigos de la verdad, testigos de la responsabilidad que tenemos sobre los demás, testigos de que yo tengo que cuidar al otro de tal manera porque es mi hermano.

«La mies es abundante –nos decía el Señor–; los obreros, pocos». Queridos hermanos: Jesús, a veces, en el Evangelio, se queja de no encontrar suficientes braceros para la recolección. Todos nosotros queremos ser esos braceros. Ante una Europa que vemos cómo está, necesitamos recordar que la Iglesia no está para sí misma; está para la humanidad; está para llevar la Buena Noticia. «Poneos en camino –nos dice el Señor hoy–, mirad que os mando como corderos en medio de lobos». En una sociedad que se nos presenta a veces con agresividad, con competitividad, defendiéndose -a veces vemos los ataques- «como lobos». Estamos llamados a vivir de tal manera que toda persona pueda descubrir que la vida, a pesar de todo, es buena. Sí. Nos lo ha dicho el Señor: «os mando como corderos en medio de lobos». Hoy necesitamos más que nunca ser corderos, hermanos. Sí. Hay agresividad. Hay resentimientos en nuestra sociedad. Tenemos que preguntarnos, cada uno de nosotros: ¿podemos vivir de otra manera que no sea la de la defensa, la de la rivalidad, la del ataque del lobo? Sí. Jesús nos dice que sí, que podemos vivir como hermanos y buscar el bien de los hermanos siempre.

Nos lo avisa: «No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias». Él no quiere crear una empresa económica; quiere que no vayan con cosas su discípulos, sino que vayan con la vida misma de Cristo. Esta es la gran invitación que nos hace el Señor: quiere que vayamos sin la seguridad de una infraestructura, del tipo que fuere, sino en gratuidad, como testigos de la vida y del amor del Señor. «No os apoyéis –nos dice el Señor–, en los recursos materiales, o en los poderes de este mundo. No, Cuando entréis en una casa, llevad la paz».

Queridos hermanos. La paz es buena notica. «Paz a esta casa». Es la que queremos llevar nosotros en estos momentos de la historia de los hombres, y en este día en que celebramos esta jornada de la responsabilidad en la carretera. ¿Qué es lo que pueden llevar hoy los hombres y mujeres de nuestra sociedad? Podemos llevar la fuerza liberadora del Evangelio, queridos hermanos. Acertemos a tocar el corazón y la vida del hombre con el mensaje del Evangelio en que el Señor hoy nos invita a vivir y a entregar. «Os mando a todos los pueblos, a todos los lugares. Pero id en mi nombre». Que Jesús, que se hace presente en el altar, nos ayude a todos nosotros a vivir esta tarea en esta jornada que hoy celebramos de la responsabilidad en la carretera.

Queridos hermanos: que el Señor os bendiga y os guarde. Estad alegres. Vivid con esa responsabilidad de la cual nos hablaba el Señor hace un instante. Y, sobre todo, vivamos la misión. La pasión por la misión. La mies es mucha, y los hombres necesitan una Buena Noticia. Y no hay más Buena Noticia que Jesucristo, que se hace presente en este altar dentro de unos momentos.

Amén.

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