Homilías

Martes, 06 julio 2021 14:04

Homilía del cardenal Osoro en la Misa acción de gracias por la venerable Amparo Portilla (28-06-2021)

  • Print
  • Email
  • Media

Querido deán de nuestra catedral, y párroco de esta comunidad. Queridos hermanos sacerdotes. Querido diácono. Querida familia de Amparo. Hermanos y hermanas todos.

Es una alegría para todos nosotros poder celebrar esta Eucaristía, y en este día precisamente, en estas vísperas de la festividad de los apóstoles san Pedro y san Pablo. Y es una alegría porque queremos darle gracias al Señor en este día por el decreto de virtudes heroicas que el Papa Francisco dio para convertir a Amparo Portilla en venerable. Es verdad que los que la habéis conocido y habéis estado junto a ella, es algo que esperabais. Pero, a pesar de esperarlo, es un hecho que a todos nosotros nos llena de alegría. De alegría y de una capacidad que el Señor quiere que manifestemos de dar gracias. De darle gracias por el don que supone este reconocimiento para vosotros, especialmente también para la familia y los amigos, y para la Iglesia.

Por eso, este día, como os decía, es especialmente importante para nosotros. Escuchamos esta Palabra de Dios, en la que juntos hemos cantado el salmo 18: «a toda la tierra alcanza su pregón». Y hay vidas que manifiestan de tal forma la presencia de Dios, que alcanzan el corazón de las personas. Es verdad, como nos dice el salmista, que «el cielo proclama la gloria de Dios». Y pregona la obra de las manos de Dios. Y hace posible que, en medio de la oscuridad, el pregón se pase de unos a otros. Y a veces, sin pronunciar, sin resonar la voz, pero ciertamente el pregón que proclama la gloria de Dios llega al corazón de los hombres.

Nosotros estamos hoy dando gracias a Dios por Amparo Portilla. Gracias al Señor por haberla tenido entre nosotros. Porque su vida, de alguna manera, al proclamarla también y reconocerla como venerable, ha hecho que su existencia pregonase la gloria de Dios y que quizá, en medio de las oscuridades que nosotros podamos tener en nuestra vida, aparece esta luz que nos es dada por una persona que hace que especialmente su vida y sus obras resuenen en nuestra vida y en nuestro corazón.

Como os decía antes, celebramos esta acción de gracias en esta fiesta de los apóstoles san Pedro y san Pablo. Yo os diría que la Palabra que el Señor nos entrega hoy se podría resumir en estas expresiones: en primer lugar, te doy de lo que tengo, Señor; en segundo lugar, me escogió y me llamó para que te anunciase yo a los hombres; y, en tercer lugar, el Señor, a través de esta página del Evangelio, nos examina para que descubramos si estamos siguiendo al Señor o no lo estamos siguiendo.

Quisiera que esta acción de gracias por haber reconocido a Amparo Portilla venerable se inscribiese dentro de estas páginas que hoy la Iglesia nos regala a todos nosotros. Y que también nosotros descubriésemos lo que esta mujer, que hoy en acción de gracias nos reúne, dio con su existencia. «Te doy de lo que tengo». Esto es lo que hizo Pedro, como hemos escuchado en esta lectura primera del libro de los Hechos de los Apóstoles. Él subía al templo con Juan, y vio a un lisiado, a alguien que no podía caminar, que estaba permanentemente en el templo, en la puerta Hermosa, como nos dice el libro de los Hechos, pidiendo limosna. Pedro lo miró. Lo miró y clavó sus ojos en él. Y Pedro dio de lo que tenía: «No tengo plata ni oro, pero de lo que tengo te doy. Levántate y anda». «Tengo la fuerza de Dios».

Queridos hermanos. Hay personas que nos encontramos en la vida que precisamente nos regalan de lo que tienen, de lo que es abundancia en su vida, de lo que es gran generosidad en su vida. Personas que viven una amistad especial con Dios, y que la expresan y la manifiestan en una forma de vivir, en la familia, entre los amigos, entre las gentes que conocen. «Te doy de lo que tengo: el amor de Cristo. Y te doy también la curación de Cristo». Seamos capaces de pasar por esta vida nosotros también regalando este amor y esta curación, queridos hermanos. Que a veces no es una curación, como en el caso que hemos escuchado de un milagro que se hace; es la curación que a veces dan personas a nuestra vida, porque nos hacen sentirnos a gusto con ellas, y nos hacen sentir lo que es importante y lo que es secundario en nuestra vida. El amor de Dios es lo más importante. Y cuando ese amor lo experimentamos a través de personas concretas que han aparecido en nuestra vida, esto es una gracia.

Nosotros seguiremos rezando y seguiremos invocando para que esta mujer venerable haga ese milagro necesario para que, en primer lugar, pueda seguir creciendo en ese reconocimiento que la Iglesia da, no solamente en ese proceso de venerables, beatos y santos. Pero sí es verdad que esta tarde nosotros damos gracias al Señor, porque especialmente los que la habéis conocido –los hijos, los amigos, las personas más allegadas–, los que habéis conocido a Amparo, habéis descubierto que el amor de Cristo y que la curación de Cristo, también a través de ella de alguna manera, ha llegado a vuestras vidas. Nosotros hoy no queremos canonizarla, entre otras cosas porque no podemos hacerlo –esperemos que sí se haga, y rezaremos para que así se haga–; pero lo que sí no podemos dejar de reconocer es que hay personas que han estado al lado de nuestra vida que nos han dado y nos han hecho percibir el amor de Dios y la curación de Dios. «Te doy de lo que tengo». Lo mismo que hizo el apóstol Pedro lo han hecho muchos hombres y mujeres que, a través de la historia, han pasado al lado de nosotros.

En segundo lugar, sintamos que el Señor nos escogió y nos llamó para anunciarlo a Él a los hombres. La carta del apóstol Pablo, esta página de la carta a los Gálatas, que hemos proclamado en la segunda lectura, nos hace ver a todos nosotros que lo que nos reúne aquí esta tarde, recordando a esta mujer venerable, Amparo Portilla, no es cualquier aspecto de la vida. Es esto que dice el apóstol Pablo a los Gálatas: «El Evangelio iniciado por mí no es de origen humano. No lo he recibido ni aprendido de un hombre, sino que lo he aprendido por revelación de Nuestro Señor Jesucristo». Que sintamos el gozo, queridos hermanos, de estar reunidos aquí esta tarde no porque hayamos aprendido cosas… No. No. Hemos aprendido las cosas de Dios. Hemos aprendido cómo una vida, cuando se encuentra con el Señor, camina de una manera determinada. San Pablo lo reconoce: «habéis oído hablar de mi conducta pasada en el judaísmo. Perseguí a la Iglesia. Pero aquel que me escogió, y me llamó, y se dignó revelar en mí a Jesucristo para que lo anunciase, hizo tal obra en mi vida que sin pedir consentimiento a nadie me fui a anunciarlo a otros lugares».

Queridos hermanos: hoy, todos los que estamos aquí, creemos. Y, por eso, estamos celebrando la Eucaristía. Pero sintamos que hemos sido escogidos. Que hemos sido llamados para anunciar a los hombres el Evangelio de Cristo. La vida de Cristo. Y no para anunciarla teóricamente. No para proclamarla. Para anunciarla con nuestra propia vida. Por eso, también es bueno que en nuestra condición, en nuestra situación, descubramos cómo a nuestro lado pasan hombres y mujeres que han sentido esta llamada, y han sentido la necesidad y la urgencia de anunciar a los hombres a Jesucristo: en su familia, entre sus amigos, en los modos de comportarse en la vida. En esa vida ordinaria que no tiene a lo mejor grandes subidas y bajadas. No. Ha sido una constante en su existencia el anunciar al Señor. Porque uno no tiene más remedio que dar de aquello que tiene. Y quizá es el caso de la persona que ha sido declarada venerable. Y que esta tarde, en esta acción de gracias al Señor, nos reunimos por ella en esta celebración de la Eucaristía. Y sentimos la urgencia de sabernos escogidos y sabernos llamados para anunciar a los hombres esta buena nueva que solo trae Nuestro Señor Jesucristo. El empeño de esta mujer, no solamente cuando estaba sana, sino en medio de su enfermedad, fue precisamente anunciar a Nuestro Señor.

Y, en tercer lugar, queridos hermanos, yo creo que hay algo que es especialmente importante. El Señor, ante personas que nosotros descubrimos en la vida como seres que han seguido muy de cerca los pasos de Nuestro Señor, encontramos que lo más grande de ellas es que, no solamente se han dejado amar por el Señor, sino que han acogido ese amor y lo han entregado a los demás. Han cuidado a los demás con ese amor de Dios mismo.

Por eso, en esta fiesta de los apóstoles san Pedro y san Pablo, esta página del Evangelio de san Juan tiene para nosotros una importancia especial. «Simón, hijo de Juan ¿Me amas? ¿Me amas más que estos?». Y ese ¿«Me amas más que estos?» no es que el Señor quisiera poner en rivalidad a los apóstoles. No. Quería hacerle ver a Pedro lo que es más importante en la vida: «¿Me amas?». Pedro contestó: «Sí, Señor. Tu sabes que te quiero». El Señor hoy nos examina para que descubramos lo que significa seguirlo a Él. Y es necesario que nosotros nos dejemos hacer esta pregunta el Señor. «¿Me amas?» ¿«Me amas más que estos?» Y no por rivalidad.

Hoy, en este recuerdo, en esta acción de gracias que hacemos por Amparo Portilla, lo que sabemos es que es una mujer que, así lo ha reconocido la Iglesia al declararla venerable y ponerla en el camino de la santidad, para ver si es santa o no, pero lo que sí que es cierto es que esta mujer se puso en este camino del amor. «¿Me amas?». «Tú sabes que te quiero, Señor». El Señor le dio una misión: cuidar a los demás. «Apacienta a mis corderos. Apacienta a los más pequeños. Apacienta a mi familia. Cuida a los que tienes alrededor. Da la vida por ellos».

El Señor insiste en alentar este amor que tiene que estar en nuestra vida, queridos hermanos. Las tres preguntas que hace a Pedro, en el fondo son repetitivas. Pero son preguntas necesarias para todos nosotros: «¿Me amas?». «Pastorea también mis ovejas». No solamente a los más pequeños, sino a todos los que encuentres por el camino. «¿Me quieres?». Tú sabes Señor que te quiero. Tú sabes que he marcado mi vida. Y la he puesto en esta dirección tuya. Y la he puesto en esa dirección queriendo regalar a las personas que me encuentro en la vida, no mis propios pareceres o mi amor a veces egoísta, sino tu amor, tu entrega, tu servicio, tu paz, tu fidelidad.

Queridos hermanos: hoy, yo quisiera que al fin y al cabo os quedaseis de esta Misa de acción de gracias esta palabra. La que le dijo a Pedro: «Sígueme». A una persona la Iglesia la declara venerable cuando ha visto que ha habido un seguimiento al Señor. Después se examinarán otras cosas. Pero, ciertamente, ha habido este seguimiento. Y hoy, en esta fiesta en la que celebramos esta Eucaristía, dando gracias a Dios por esta declaración de venerable de Amparo Portilla, el Señor nos dice a nosotros hoy también, como se lo dijo a ella: «Sígueme. Sígueme. No te detengas. Si me amas, si crees que soy importante en tu vida, si crees que doy orientación a tu existencia, si crees que esa orientación repercute en la vida de los demás, sígueme».

Queridos hermanos: Pedro y Pablo lo hicieron hasta las últimas consecuencias. Hasta dar la vida. Vamos a encontrarnos con Nuestro Señor Jesucristo aquí, en el misterio de la Eucaristía. Dejemos que el Señor nos haga percibir la urgencia que tenemos en nuestra vida. Una urgencia grande, queridos hermanos, de poner la vida a disposición de Dios. «Te doy de lo que tengo». Y a disposición de los demás. Porque no es posible estar a disposición de Dios si no estoy disponible para los demás. Pero disponible con lo que tengo de Dios en mi vida. Como lo hizo Pedro. Y como lo hacen tantas personas a través de la vida.

Por otra parte, es necesario y es urgente que descubramos que el Señor nos llama. Nos escoge. Y nos escoge para que no guardemos lo que Él nos da, sino que lo regalemos a los hombres. Nos llama para anunciar. Pero no podremos hacer ninguna de estas cosas si no somos capaces de examinarnos para descubrir lo que supone seguirlo. Y seguirlo no se puede hacer sin dejarnos amar por Jesucristo. El seguimiento se hace cuando nos dejamos amar por el Señor: «¿Me amas?» «¿Me quieres?». Que Jesucristo Nuestro Señor nos de a todos nosotros esta garantía.

Mirad: hay fechas importantes en la vida. El mes de mayo fue muy importante en la vida de Amparo. El mes de la Virgen. Muy importante. Muchas de las fechas que son significativas en su vida, tienen una impronta especial para ella en ese mes de mayo, y configuran de alguna forma su existencia. Para nosotros, este día y esta fiesta del apóstol Pablo, en esta Misa de acción de gracias que hacemos por Amparo Portilla, que sea también una fecha significativa. Significativa de fidelidad a la Iglesia. A través de quien la dirige en el momento que fuere. En estos momentos, Pedro es Francisco. Que seamos capaces todos nosotros de dejarnos interpelar por el Señor, que se va hacer presente aquí en este altar, y nos sigue preguntando a todos nosotros: «¿Me amas?». «¿Me quieres?». «¿Me sigues?».

Que la intercesión de la Virgen María nos ayude a todos a responder con la misma fidelidad con la que ella lo hizo a Dios. «Hágase en mí según tu palabra».

Amén.

Arzobispado de Madrid

Sede central
Bailén, 8
Tel.: 91 454 64 00
info@archidiocesis.madrid

Catedral

Bailén, 10
Tel.: 91 542 22 00
informacion@catedraldelaalmudena.es
catedraldelaalmudena.es

 

Medios

Medios de Comunicación Social

 La Pasa, 5, bajo dcha.

Tel.: 91 364 40 50

infomadrid@archimadrid.es

 

Informática

Departamento de Internet

C/ Bailén 8
webmaster@archimadrid.org

Servicio Informático
Recursos parroquiales

SEPA
Utilidad para norma SEPA

 

Search