Homilías

Domingo, 12 noviembre 2017 12:26

Homilía del cardenal Osoro en la Misa de acción de gracias por la beatificación de 60 mártires de la Familia Vicenciana (12-11-2017)

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Hermanos y hermanas:

Nos hemos reunido en la santa iglesia catedral de Santa María la Real de La Almudena para dar gracias a Dios por estos 60 miembros de la Familia Vicenciana que ayer fueron beatificados. Ellos nos dan a conocer con su vida el mensaje de Jesucristo. Su vida es un libro escrito con su propia sangre. Ellos han fundido en su existencia el «amor a Dios y al prójimo». Nos dan una lección sobre lo que es evangelizar pues, dando su vida por amor a Cristo y perdonando a quienes se la quitaban, nos recuerdan dónde está la clave de la auténtica evangelización.

En la Familia Vicenciana sabéis bien que la auténtica liberación cristiana pasa por revelar a los hombres que un discípulo lo es de verdad, y es discípulo misionero, cuando fundamenta su existencia en la roca que es Dios mismo, y vive de su Palabra y se siente impulsado a llevar la buena nueva de la salvación a los hermanos. Aunque tenga que dar la vida para ello.

Hoy damos gracias a Dios por estos hermanos nuestros que, enamorados de Jesucristo, no dejaron de anunciar al mundo que solo Él salva; que solamente Él es la luz; que sin Él no hay esperanza; que sin Él, que es Amor, no podemos transformar y cambiar este mundo, pues solo el Amor que viene de Dios es fuerza transformadora de todo lo que existe, de nuestra vida y de nuestras relaciones. Sin el Amor que viene de Dios, no hay presente ni futuro.

¡Qué logro hicieron estos mártires! Mostraron y pusieron de relieve la dedicación de san Vicente de Paúl durante toda su vida al Evangelio y a la Caridad. Nos lo mostraron vivo en sus vidas.  Les inspiró una manera singular de vivir en la Iglesia, desde esa unidad, armonía y belleza que da sumar «caridad y misión».

Querida Familia Vicenciana, hoy el Señor os llama a revitalizar el tesoro y la herencia que habéis recibido. Transmitidlo con la fuerza e intercesión que estos mártires nos dan. Sed esos discípulos seguidores de san Vicente y de santa Luisa de Marillac que hoy siguen acogiendo a los pobres, que hoy tienen un nombre: «forastero y refugiado».

Recordad la escena de Jesús sentado a la mesa con los discípulos de Emaús. Cuando reciben de Jesucristo el pan bendecido y partido, se les abren los ojos, descubren el rostro del Resucitado, sienten en su corazón y entienden los motivos por los que el Señor ha dado la vida. Descubren que es verdad todo lo que Él ha dicho y hecho, y que ya ha iniciado la redención del mundo. Estos mártires que hoy nos reúnen, estaban eucaristizados. Era en la Eucaristía donde ellos vivían el encuentro personal con Cristo, al escuchar la Palabra que les hacía arder su corazón. Y era Él quien partía el pan y era a Él a quien  recibían, como alimento indispensable para la vida de un discípulo misionero, dispuesto a dar la vida por Él y por los hermanos.

Ante los desafíos que nos plantea esta nueva época en la que estamos inmersos, unamos nuestras vidas a estos mártires por la causa de Cristo y de la verdad de los hombres. Y, junto a ellos, renovemos nuestra fe, proclamando con alegría a los hombres de nuestro tiempo la misma noticia por la que ellos dieron la vida: Jesucristo. Sintamos el gozo de sabernos amados y redimidos por el Hijo de Dios, resucitado y vivo en medio de nosotros. Por Él y solamente por Él somos libres del pecado y de toda clase de esclavitud, y estamos dispuestos con su gracia y con su amor a vivir y construir nuestro mundo en la justicia de Dios que va más allá y más al fondo que la de los hombres, y a construir la fraternidad siguiendo los pasos y las huellas del Señor.

Hermanos, dejémonos contagiar por la alegría que viene de Cristo, como lo hicieron estos mártires: sacerdotes de la Congregación de la Misión, hermanos coadjutores de la Congregación de la Misión, hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, seglares congregantes de la Milagrosa y seglares hijos de María de la Medalla Milagrosa. Que, como ellos, también nosotros hoy digamos: ¡nuestra mayor alegría es ser discípulos tuyos, Señor! Tú nos llamas conociendo a fondo nuestra historia, para que convivamos contigo y nos dejemos enviar a la misión.

Estos mártires han sido verdaderos discípulos misioneros, identificados con el Maestro, que movieron su vida al impulso de su amor que los llevó a servir a los demás siempre, hasta dar la vida. Al contemplar sus vidas, se nos pide una decisión clara por Jesús y su Evangelio, que nos viene bellamente descrita en la Palabra que el Señor nos entrega este domingo a través de la Iglesia:

1. Como los mártires, dejémonos envolver por la sabiduría de Dios: es cierto que solamente saben los que aman y los que tienen empeño en buscar siempre lo que Dios quiere y le agrada de nosotros en cada momento de la vida y de la historia. Dejemos que, como a estos mártires, la sabiduría de Dios nos aborde y nos llene para poder realizar el camino de nuestra vida perdonando y amando siempre. (cfr. Sb 6, 12-16).

2. Como los mártires, seamos conscientes de la suerte de quien da la vida por otro: saben y viven que, si creemos en Jesús que ha muerto y resucitado, del mismo modo, a los que han muerto, Dios por medio de Jesús los llevará con Él. Tienen la clarividencia que da la fe y la adhesión a Cristo: que en la vida y en la muerte somos de Dios, que estaremos siempre con el Señor. (1 Tes 4, 13-17).

3. Como los mártires, escuchemos la invitación de Jesús a estar siempre preparados: ese «velad porque no sabéis el día ni la hora» es una invitación escuchada. El Señor quiere hacernos saber que hay que estar alerta para acoger la plenitud de la vida que ofrece a todo ser humano en Cristo. Jesús compara el Reino a una fiesta de boda. Y para que lo entendamos, nos regala la parábola de las diez vírgenes: cinco necias que representan a quienes tienen una cierta fe en Dios, pero no aman, no ponen en práctica el mensaje de Jesús que es amar sin límites. Que han perdido el amor se refleja en que no hay aceite y las lámparas se apagan. Las otras cinco son prudentes o sensatas, es decir, viven lo que creen. Su fe se manifiesta en la práctica del amor, en la misericordia, en la compasión, en el perdón, en la solidaridad, en mantener viva la esperanza a pesar de todo. No son egoístas, saben que estamos invitados a elegir cada día ese amor nuevo que nos ha revelado Cristo.

Los mártires hoy nos hacen estas preguntas: ¿vivo con el amor de Cristo? ¿Cómo estoy de sensatez, es decir de amor de Cristo? ¿En qué grupo me sitúo en este momento de mi vida? Los mártires nos dicen que estamos llamados a llenar de luz la noche, a llenar este mundo del amor mismo de Dios, a llenar esta tierra del gozo del Evangelio. Ya sabéis que en el judaísmo las puertas cerradas son expresión de oportunidades perdidas. Hoy el Señor, a través de los mártires, nos vuelve  dar una oportunidad, nos dice: llenad vuestras vidas de mi amor. Ahí tenéis el ejemplo de los mártires vicencianos. (cfr. Mt 25, 1-13).

El Señor que nos ha hablado también se hace realmente presente en el misterio de la Eucaristía. Cuando nos alimentemos de Él, digámosle desde lo más profundo de nuestro corazón: Señor, tú que eres nuestra lámpara, mantén encendida en nuestra vida la lámpara del amor, del perdón y de la esperanza. Que siempre te sigamos. Que los mártires por quienes hoy te damos gracias nos hagan comprender que, en seguirte a ti, está el poder tener y comunicar la Luz de la Vida que eres Tú. Amén.

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