Homilías

Jueves, 09 mayo 2019 14:55

Homilía del cardenal Osoro en la Misa de Cáritas Diocesana de Madrid (8-05-2019)

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Querido vicario general. Vicarios episcopales. Querido vicario de Desarrollo Humano Integral e Innovación. Queridos todos, miembros de esta Cáritas diocesana, que hoy nos reunimos para aclamar al Señor. Como nos decía el salmo 65, queremos aclamar y que le aclame toda la tierra. Y la única manera de hacerlo y de expresarlo y de manifestarlo es que esta tierra se llene de esa gloria de Dios que es el amor de Dios. Que esta tierra se llene de Espíritu del Señor. Ese Espíritu que no pone fronteras. Ese Espíritu que no hace descartes. Ese Espíritu que no elimina a nadie. Ese Espíritu que acoge a todos. Ese Espíritu que disculpa a todos. Ese Espíritu que abraza a todos los hombres. Esto es lo que nos reúne a nosotros.

El Señor, con este Espíritu, transforma esta tierra y transforma esta humanidad. Por eso, nos queremos alegrar.

Yo quiero deciros, en primer lugar, que es cierto: Cáritas llena la ciudad de alegría. Esto que hemos escuchado en la primera lectura que hemos proclamado del Libro de los Hechos se hace verdad aquí, en esta celebración, entre nosotros, porque es cierto que Cáritas, Cáritas Madrid, llena la ciudad de Madrid de alegría.

Lo acabamos de ver también, porque esta palabra de Dios es real. Es verdadera. Es palabra de Dios que se cumple, y se hace también en estos momentos de la historia. Y se hace aquí, entre nosotros. Hay persecuciones, hay dificultades, pero sin embargo los discípulos de Jesús nos dispersamos. Por lo menos, eso quiere el Señor: que nos dispersemos, para entregar a todos la vida y no la muerte. Para entregar en todos la Resurrección.

Aquellos hombres piadosos que enterraban a Esteban, y que hicieron duelo por él; aquellos hombres que incluso habían participado en la matanza de Esteban, como el mismo Pablo, que se ensañaba contra la Iglesia; aquellos hombres, sin embargo, no pudieron hacer nada comparado con aquellos que movidos por el Espíritu de nuestro Señor, por el amor de nuestro Señor, iban difundiendo el Evangelio, la Buena Noticia, el amor de Dios, con obras a todos los hombres.

Queridos hermanos: esto es lo que estamos intentado hacer desde Cáritas diocesana. Cumplir de verdad esta palabra que hoy el Señor nos entrega. Estos somos nosotros: hombres y mujeres que somos capaces de difundir, en el lugar concreto donde vivimos y estamos, de llenar la ciudad de la alegría del Evangelio.

Qué bien nos lo explica el Libro de los Hechos: Felipe, que bajaba de la ciudad de Samaría y predicaba a Cristo. La gente lo escuchaba. Escuchaba y aprobaba lo que decía Felipe, porque además se manifestaba con signos que hacía. Y la gente lo estaba viendo. Y, por tanto, la palabra, no era una palabra teórica, sino que era una palabra real.

¿Queremos a los ancianos de verdad? ¿Queremos y lo manifestamos con obras? ¿Queremos a los niños? ¿Lo manifestamos con obras? ¿Queremos a los jóvenes, a los que más necesitan, a los que más dificultades tienen? ¿Lo manifestamos con obras? ¿Queremos a las familias? ¿De verdad? ¿Les facilitamos incluso el lugar para vivir y construirse como familia, cuando no lo tienen?.

Felipe hacía así. Y la gente creía. Y haremos creíble a la Iglesia si hacemos así. Reales. Nos dice el Libro de los Hechos que muchos espíritus salían, que los paralíticos andaban, que los lisiados se curaban, y que la ciudad se llenó de alegría.

Pues, queridos hermanos: hoy nos reunimos para tomar conciencia de que la ciudad de Madrid se tiene que llenar de la alegría del Evangelio. Y que la alegría del Evangelio tiene un modo concreto de hacerse y de llevarse, que es regalando el amor mismo del Señor a todos los hombres. Y eso no es exclusiva nada más que de cada uno y de todos los cristianos, de todos los que forman la Iglesia. No es de ese. Yo no puedo estar señalando. Tú y yo somos los que tenemos que llevar este amor a todos los hombres.

En segundo lugar, mirad, esta alegría es imposible llevarla. Llevaremos ideas, pero la alegría del Evangelio es imposible llevarla sin alimentarnos de Jesús. Como nos ha dicho el Evangelio: yo soy el pan de vida. Y hacer verdad aquello que san Agustín, que yo tantas veces repito, decía a los cristianos de aquellos siglos primeros del norte de África; cuando terminaba de celebrar la Eucaristía, san Agustín se dirigía a ellos y les decía: ¿a quién habéis comido?, ¿de quien os habéis alimentado? De Jesucristo, contestaba la gente. Nos hemos alimentado de Cristo. Y san Agustín decía: pues dad de aquello que os habéis alimentado. Dad eso. Dad a Cristo. Y dar a Cristo es dar su amor. Es dar su entrega. Es dar su fidelidad. Es dar el abrazo a todo ser humano que nos encontremos. A todo ser humano. Y muy dirigirnos a aquellos que más lo necesitan, que necesitan que los levantemos. No lo podremos hacer, hermanos, sin el verdadero alimento. Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre. Y yo añado: ni hará que pase hambre absolutamente nadie. Hambre de amor. Hambre de pan. Hambre de cultura. Hambre de fraternidad. No pasará hambre. No pasará hambre.

Y, por otra parte, la ciudad de la alegría se hace con hombres y mujeres que se alimentan del verdadero pan de vida que es Cristo. Que no dan ideas. Que no dan proyectos. Dan su vida. Y dan su amor. Y dan su entrega.

Y también hombres y mujeres, en tercer lugar, que están dispuestos a cumplir la voluntad de Dios. ¿Y cuál es la voluntad de Dios? Esa que nos manifiesta Jesús: que no se pierda nada de los que Dios me dio. Que no se pierda nada, queridos hermanos. Y lo más valioso que existe en esta tierra es el ser humano. Que es imagen de Dios. Que no se pierda. Que no se rompa. Que no se estropee. Que no se eche fuera, porque me estorba o me da la lata. Que no se pierda, queridos hermanos. Que todo el que vea a Jesús y crea en Él que haga esto: haga posible que nada se pierda.

Ante tantas situaciones que estamos viviendo hoy, queridos hermanos, perdemos cuando construimos muros de separación. Vamos perdiendo gente. Perdemos cuando descartamos de nuestra vida a personas, porque no piensan como nosotros, porque no viven como nosotros. Un discípulo de Jesús, lo habéis visto en la primera lectura, no descarta absolutamente a nadie. No excluye. Incluye. El cristiano incluye, acoge, sirve, da la vida, no guarda nada para sí mismo. El Señor a esto, nos dice el Evangelio, nos resucita. Nos resucita con Él.

Pues, queridos hermanos, llenemos esta ciudad. Que Cáritas llene esta ciudad de Madrid de la alegría del Evangelio. Que Cáritas haga ver a todos los discípulos de Jesús que para llenar de alegría esta ciudad es necesario alimentarnos del Señor, que es al que vamos a recibir dentro de un momento en el misterio de la Eucaristía. Que Cáritas y cada uno de los miembros de la Iglesia entienda que la voluntad de Dios es que no se pierda nadie. Nadie. Y, por lo tanto, al que más necesita, tenemos que ir a buscarle.

Y, queridos hermanos: aquí sí que se hace verdad la parábola del Buen Samaritano. Encontraremos a gente tirada. El Señor no nos dice que preguntemos a ver quién es. Pasaron de largo muchos que creían en el Señor. Pero un samaritano, que no era judío, fue a buscarle: lo miró, lo cogió, lo curó, no se desentendió de él. Eso sí que es, queridos hermanos, cumplir la voluntad de Dios.

Y Cáritas está en Madrid no solamente para hacer todas las obras bellísimas. Es de una belleza ver juntas todos los trabajos que está realizando Cáritas. Es un Madrid distinto. Si quitamos eso, quedaría muy feo Madrid. Porque son obras de amor. Esas que se ven y otras que no se ven, que se están realizando de verdad. Pero los discípulos de Jesús no vamos con pancartas por la calle para decir lo que hacemos. Los discípulos de Jesús queremos hacer, alimentándonos del Señor, que nada se pierda. Y ahí donde esté alguien que necesite, vamos nosotros. Y si hay situaciones nuevas de necesidad, ahí tenemos que estar nosotros. Porque lo demás el Señor nos lo irá dando para que lo hagamos.

Felicidades, queridos hermanos, los que trabajáis en Cáritas. Sí: felicidades, porque estáis haciendo la ciudad de la alegría.

Vamos a unirnos al Señor, porque sabemos que esta ciudad no se puede hacer sin unir nuestra vida a Él. Por Él, con Él y en Él. Es el lema que yo escogí hace ya muchos años, cuando me nombraron obispo. Es lo que repetiremos dentro de un momento, en la Eucaristía. Siempre. Por Él. No estamos aquí por una idea. No. Con Él. No estamos aquí con un proyecto teórico. Con Él. Con Cristo. Y en Él. Metidos en su persona, salimos al mundo y encontramos las heridas que existan en esta tierra y las curamos en Él.

Felicidades. Que así sea.

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