Homilías

Martes, 29 noviembre 2022 15:53

Homilía del cardenal Osoro en la Misa de clausura del 24 Congreso Católicos y Vida Pública (20-11-2022)

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Querido don Fidel, arzobispo emérito de Burgos y consiliario nacional de los propagandistas. Queridos hermanos sacerdotes. Querido presidente de esta asociación de propagandistas, don Alfonso Bullón. Director del Congreso Católicos y Vida Pública, don Rafael. Queridos miembros de esta asociación de propagandistas. Hermanos y hermanas que a través de la televisión estáis siguiendo esta celebración de la Eucaristía. Querida también rectora de la Universidad, doña Rosa Visedo. Queridos patronos, todos.

¡Qué alegría, nos decía el salmo que acabamos de citar, cuando nos dijeron vamos a la casa del Señor! Sí. Y la casa del Señor es este mundo. Esta tierra. En este mundo, nosotros tenemos que anunciar a Jesucristo Nuestro Señor y tenemos que celebrar, como nos decía el salmo 121, el nombre del Señor: entregar la vida, la verdad, enseñar el camino, regalar la propuesta que Dios ha hecho para todos los hombres cuando nos ha visitado y se hizo hombre con nosotros.

Acabamos de escuchar esta palabra del Señor que nos da como tres afirmaciones que son esenciales y fundamentales: Señor, tú eres pastor de nuestro pueblo; Señor, tú eres la cabeza de la Iglesia; Señor, tú eres el Rey, y nosotros te contemplamos y te miramos para saber lo que, de una manera singular y especial, nos pides a cada uno de nosotros.

Sí. Tú eres pastor de nuestro pueblo. La expresión del segundo libro de Samuel que acabamos de escuchar es bella y alcanza nuestro corazón. «Hueso tuyo y carne tuya somos». Qué maravilla esto, y qué hondura tiene cuando lo escuchamos los discípulos de Cristo, miembros de su cuerpo, miembros del Pueblo de Dios que tenemos que hacer presente al Señor en medio de este mundo. Tú eres nuestro pastor, y en ti, Señor, fijamos nuestra mirada en esta fiesta de Cristo Rey, y en este día en que, con esta Eucaristía, clausuramos el 24 Congreso Católicos y Vida Pública realizado por los propagandistas. Gracias, Señor, por ser nuestro pastor. Gracias, Señor, porque tú nos has hecho miembros vivos de un pueblo que tiene que mostrar tu presencia y tu amor en medio de este mundo.

Eres nuestra cabeza, como nos ha dicho el apóstol Pablo en esta carta a los Colosenses. Gracias, Señor. Gracias porque tú eres imagen de ese Dios que se ha hecho visible y se ha hecho cercano a los hombres. Gracias, Señor, porque tú eres la cabeza de la Iglesia de la que nosotros somos una pequeña parte y nos has regalado la misión de hacerte presente en medio de los hombres. Tú tienes la plenitud. Tú has venido a reconciliar a todos los hombres. Tú, Señor, eres la paz. Eres la vida. Eres el camino que nos enseña, nos dirige y nos dice cómo tenemos que vivir, qué es lo que tenemos que hacer, qué es lo que tenemos que entregar en medio de este mundo.

Qué bella ha sido la expresión que hemos escuchado en el Evangelio, cuando todos hacían muecas ante Jesús. «A otros ha salvado, que se salve a sí mismo». Qué bella es, digo, la expresión, de aquél que está crucificado al lado del Señor y le dirige unas palabras: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Queridos hermanos: con estas palabras de uno de los malhechores crucificados con Jesús nos dirigimos hoy al rey del universo. Este malhechor representa a todos los ‘malhechores’ del mundo; en definitiva, nos representa a todos nosotros, queridos hermanos; a todos los que pertenecemos a esta humanidad donde siempre hay ambición, hay agresividad, hay violencia. Solo este marginado, este crucificado, descubre el misterio de Jesús y decide confiarse en Él, pidiéndole entrar a formar parte de su reino. Así se lo decimos al Señor.

Nos decía el Evangelio que los magistrados hacían muecas a Jesús diciéndole: «A otros ha salvado, que se salve a sí mismo». Estas autoridades no pueden concebir a un Mesías que muera de esta manera, pues el Mesías de Dios ha de salvar a su pueblo. Y lo salva, queridos hermanos. Tienen un Dios… quienes pensaban de una manera especial y corta de miras tenían una mirada hecha a medida de sus intereses. Por eso se ríen y se burlan de Él, incluso también los soldados cuando le ofrecen vinagre. Los soldados se ríen de Jesús porque no entienden a un rey que no puede defenderse ni siquiera a sí mismo. Se ríen de Él porque en definitiva no han descubierto su rostro de amor hasta el extremo.

Esta mañana, cuando nos reunimos aquí a celebrar la Eucaristía, nos reunimos queridos hermanos por gracia. Hemos descubierto el rostro de un Dios que ama con todas las consecuencias. Que da la vida a todos los hombres. También actualmente en nuestra sociedad a veces muchos se ríen de las creencias religiosas. En una sociedad que quizá en algunos momentos se hace bandera de modernidad y progresismo, la religión y los creyentes son considerados a veces y en momentos singulares como signos de necedad e incluso con la necesidad de apartar el crucifijo de nuestra mirada, porque ignoran que Jesús representa al hombre más humano, al hombre humano de verdad; representa a una humanidad verdadera; al hombre compasivo, que tiene pasión por los demás y no consiente que nadie en este mundo, ningún ser humano, sea estropeado.

El texto que hemos escuchado nos dice que había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: «Este es el rey de los judíos». En los tres idiomas del imperio romano y del mundo de entonces: latín, griego y hebrero-arameo. Que todos puedan leer y sepan que Roma va a matar siempre a quien se atreva a llamarse rey, y rey de los judíos. No hay más que un rey: el emperador romano. Este es un dato histórico indudable. Pero para nosotros, queridos hermanos, el único rey y Señor es Jesús.

¿Quién es el que ha dicho qué es el hombre de verdad? ¿Quién se ha atrevido a decir que somos imágenes de Dios? ¿Quién se ha atrevido a mostrar que nadie puede estropear una imagen de Dios, sino que tiene que hacer posible que desarrolle todas las dimensiones que tiene el ser humano?

Por medio de tanta burla, resuena en la cruz, junto al Señor, una invocación: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Ahora el malhechor vuelve su mirada a Jesús, y pronuncia una oración donde le manifiesta su esperanza de ser aceptado por Dios. Las palabras de esta oración son, queridos hermanos, significativas. Le invoca llamándole por su nombre: «Jesús, acuérdate de mí». Es la única vez que los evangelios imploran a Jesús llamándole por su nombre. Acuérdate. Que se puede decir: piensa en mí cuando llegues a tu reino. Esto es, cuando vengas resucitado de la muerte y en la plenitud de la vida, piensa en mí. Es un delincuente el que reconoce a Jesús como rey, y lleno de confianza le pide que se acuerde de Él. Jesús rompe el silencio, como lo rompe para nosotros también, queridos hermanos, los que estáis aquí, en esta celebración, y quienes estáis siguiendo esta celebración a través de televisión. El Señor hoy nos dice a nosotros como le dijo a aquel que estaba crucificado junto a Él: «Hoy estarás conmigo en el paraíso». Sí. Hoy estarás conmigo. Estas palabras de Jesús en la cruz manifiestan misericordia, amor, compasión hacia todo ser humano. El mensaje de Jesús sobre el amor a todos los hombres, sobre el amor al enemigo o al perdido, se pone de relieve en estas palabras que también hoy nosotros hemos escuchado: «Hoy estarás conmigo en el paraíso».

Queridos hermanos: la cruz es el momento en que se nos revela con mayor claridad el reino que Jesús anuncia. Un reino de amor. De misericordia. De perdón. Los creyentes necesitamos ver en este amor la fuente de nuestra vida cristiana, y recordar hoy que nunca es tarde para entrar por el camino del Evangelio e invitar a todos los hombres a que entren por este camino del humanismo-verdad que entrega Jesucristo Nuestro Señor, y que no ha habido nadie en esta tierra y en este mundo que haya mostrado con tanta claridad y belleza lo que es el ser humano, y lo que quiere y necesita. Cualquier día, cualquier momento, cualquier instante de nuestra vida puede ser el hoy de la salvación. Podemos comenzar de nuevo. El reino del amor, de la misericordia y del perdón está entre nosotros, queridos hermanos. El paraíso es en el hoy, aunque nos encontremos en una situación difícil. Ese hoy está presente. La resurrección y la vida son de hoy. En este hoy. A pesar de la certeza de nuestra muerte, podemos vivir en la esperanza.

Este domingo estamos celebrando la fiesta de Jesucristo Rey del Universo. En la cruz en la que contemplamos a Jesús como rey, hay un mensaje que no siempre escuchamos, pero que quiero mostraros: al ser humano se le salva amándole hasta el final. Amándole. No aprovechándose de él por ideas. No. Amándole. Jesús muerto en la cruz, en actitud de amor total a todo ser humano, nos interpela hoy a todos nosotros. Él abre ante nosotros un camino largo y lleno de esperanza.

Este Congreso que habéis tenido, Católicos y Vida Pública, es importante queridos hermanos. Es importante. Señala católicos. Señala discípulos de Cristo: en el mundo, en la vida, entre los hombres, en la historia, en el compromiso.

Celebramos, como os decía, la fiesta de Cristo Rey. Deseamos que reine en nuestra vida y en nuestro mundo, aunque hoy quien reina a veces en nuestro mundo son otras cosas: ambiciones de todo tipo, pero también hay reyezuelos que ofrecen y ofertan, que tienden quizá a esclavizarnos. Necesitamos nosotros encontrar y preguntarnos quién o qué domina mi vida, qué domina mi tiempo, quién domina mi atención: ¿reyezuelos, o el rey que ha mostrado la verdad del hombre y la verdad de la construcción que hay que hacer en este mundo y en esta historia? Todo lo que nos domine y nos quite la libertad interior puede convertirse en nuestro rey. Prometen vida interesante, feliz y prestigiosa, y con frecuencia nos dejan un sentimiento y un vacío terrible y de un sinsentido de la vida.

Hoy nosotros, en esta fiesta de Cristo Rey, podemos ofertar sentido a la vida, no desde nosotros mismos, sino desde Jesucristo, que ha muerto y ha resucitado. El reino de Jesús no es un reino a la medida del mundo. El reino de Jesús es el reino de la verdad, del amor y de la vida. Vamos a apuntarnos nosotros, queridos hermanos. Vamos a apuntarnos a la construcción del reino que comenzó con Nuestro Señor. Que en este domingo podamos volvernos al Señor, al Señor de la vida, y hacer nuestra la oración de aquel marginado del Evangelio que, mirando a Jesús, le dice: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Jesús: acuérdate de todos nosotros que estamos celebrando esta Eucaristía. Jesús, acuérdate, para que en mi vida domine siempre tu camino, tu verdad y tu vida.

Que así sea.

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