Homilías

Martes, 01 octubre 2019 15:42

Homilía del cardenal Osoro en la Misa de envío de profesores (27-09-2019)

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Queridos hermanos sacerdotes. Querida delegada. Queridos hermanos y hermanas, todos profesores: no hacéis cualquier construcción, sino la de un ser humano al cual queréis llegar a su corazón para que desarrolle todas las dimensiones de su vida. Por eso, hace un instante le decíamos al Señor: defiende mi causa, sálvame. Y decíamos en el salmo 42: nuestra causa es la causa del hombre que, en definitiva, es la causa de Dios. Y reconocíamos en el salmo que el Señor es nuestro Dios y nuestro protector; que el Señor nos hace vivir en la luz y no en la sombra; que el Señor nos hace experimentar que el otro no es enemigo, sino que es hermano. Por eso, decíamos al Señor, con el salmista: envía tu luz y tu verdad. Envía tu luz y envía tu verdad.

Nosotros nos acercamos hoy, al comienzo del curso, al altar del Señor. Queremos estar junto al Señor porque sabemos que Él nos da confianza, nos da alegría, y le damos gracias por tener en nosotros esta tarea tan extraordinaria y tan bella como es anunciar también con nuestra vida a nuestro Señor Jesucristo.

Queridos hermanos: la Palabra de Dios que hemos proclamado hoy nos ayuda a entender incluso nuestra propia vocación como educador. Siendo distinto, siendo diferente. Sin embargo, en toda nuestra diócesis describimos una pintura bellísima. Quizá con coloridos distintos, como nos decía antes en la monición de entrada Inmaculada. Pero hacemos una tesela bella. Y la hacemos pensando siempre en los demás.

La fuerza se muestra en vosotros. Por eso, yo quisiera acercar hoy la Palabra de Dios con tres palabras, a vuestro corazón: trabajar, confesar, vivir y anunciar. Juntas estas dos últimas palabras, porque no anuncia el que no vive. Y no vive plenamente el que no anuncia.

Estamos comenzando un nuevo curso. Y la carta pastoral que he escrito para toda la diócesis la he titulado: En la misión, ¿qué quieres que haga por ti?. Esa expresión, ¿qué quieres que haga por ti?, es la expresión que nuestro Señor Jesucristo un día le dijo al ciego Bartimeo. Aquel ciego que estaba al borde del camino, aquel ciego a quien querían tapar y hacer que no gritase, pero que el Señor se volvió hacia él y le preguntó: «¿Qué quieres que haga por ti?». En este dinamismo, a mí me gustaría que situaseis también el trabajo que realizáis en vuestra misión.

En primer lugar, trabajar. La fuerza se muestra a través de vosotros. A través de lo que hacéis. A la obra. Nos decía el Señor: a la obra, que estoy con vosotros. Que estoy con vosotros. Lo decía el profeta Ageo en un contexto muy singular. Él había visto el templo en su primer esplendor. Y ahora pregunta: ¿Y qué es lo que veis ahora? Pero les animaba: ánimo Josué, ánimo pueblo. A la obra, que estoy con vosotros, que la vais a hacer mejor, que la vais a hacer más bella. Se trata de trabajar, queridos hermanos. No nos tocan, ni a vosotros ni a mí, tiempos fáciles. Otros han sido también difíciles. Pero a nosotros nos toca vivir un momento especial de la historia de la humanidad. Muchas cosas están cambiando, y cambiarán. Pero, por muchas dificultades que tengamos, sean las que tenemos para realizar nuestra misión, o sean las que nos pongan los demás, el Señor esta tarde nos dice lo mismo que les dijo al pueblo de Israel: a la obra, que estoy con vosotros.

El Señor nos dice: ¿quién queda entre vosotros que haya visto esta casa en su primer esplendor? El esplendor del ser humano, el esplendor de la humanidad, está en nosotros también, queridos hermanos. Porque no tendrá esplendor la humanidad si olvida a Dios. Si retira a Dios. No habrá esplendor en esta humanidad si no hay personas que digan, como el Señor a Bartimeo: ¿qué quieres que haga por ti? No habrá esplendor. Y, naturalmente, hay que hacer lo que el Señor hizo.

¿Qué es lo que veis ahora? Quizá vosotros, queridos hermanos, veis dificultades, veis que la tarea es difícil. La tarea en sí misma, y además las dificultades que nos ponen los demás. Sin embargo, tened ánimo: vamos a la obra. Yo estoy con vosotros. Este encuentro que tenemos esta tarde aquí, entre nosotros, no es una cosa más que hacemos para comenzar el curso y porque digamos es preceptivo o no, queridos hermanos.  Queremos expresar públicamente entre nosotros que, en medio de la dificultad, en medio de nuestro trabajo, que no es fácil en estos momentos, hacemos caso a nuestro Señor y logramos, junto a Él, tomar el ánimo y meternos a la obra. Porque el Señor no nos abandona: está con nosotros, en medio de mostros Él mantiene el Espíritu. Y lo mantiene vivo. En medio de nosotros, Él sacudirá al cielo y a la tierra, al mar, al suelo firme, como nos decía hace un momento el profeta. Y tendremos tesoros. Y llenaremos de gloria esta humanidad si creemos, de verdad, que el Señor es el Señor de la vida.  Él tiene la fuerza suficiente no solamente para dárnosla a nosotros, sino para mostrársela a los demás. Él tiene la fuerza suficiente para llenar nuestra vida de ese tesoro y de esa gloria que solamente la puede dar nuestro Señor Jesucristo.

Trabajad. No os desaniméis. El Señor está con vosotros.

En segundo lugar, confesad. Confesad. ¿Os habéis dado de las dos preguntas que el Señor les hace a los discípulos? ¿Quién dice la gente que soy yo? ¿Y vosotros, quién decís que soy yo?. Son dos preguntas. La gente empezó a decir: unos, que Juan Bautista;  otros, que Elías; otros que… Es decir, también entonces había dificultades. Y el Señor paseaba en medio de ellos. Pero había dificultades para reconocerle. Lo importante no es solo lo que dice la gente, que hay que tenerlo en cuenta para acercarnos a ello. El realismo en el que nos pone el Señor la misión es muy clara: tenemos que saber lo que piensa la gente. No podemos anunciar a nuestro Señor, y ser testigos de nuestro Señor, sin saber lo que piensa la gente, y las necesidades que tiene el ser humano en cada momento. Por eso el Señor les pregunta, como nos pregunta a nosotros: quién dice la gente que soy yo. Quién dice la gente que soy yo. Algunos ni le conocen en estos momentos en los que vivimos.

Pero la segunda pregunta es también muy importante: y vosotros, ¿quién decís que soy yo?. Mirad: para confesar la fe hay que tener una relación muy profunda con Jesús. Los discípulos de Jesús contestaron: el Mesías de Dios. Pedro, en nombre de todos, dijo: tú eres el Mesías de Dios. La confesión de boca es fácil, la confesión con las obras es más difícil, porque este mismo si os dais cuenta negó al Señor, tuvo dudas, no experimentó del todo la cercanía de Dios, podía ser otra cosa distinta. Terminar como terminaba no le daba confianza para decir: sí, soy discípulo del Señor. Contestar: ¿quién decís que soy yo?.

Queridos hermanos: esto supone pasar tiempos también hablando con el Señor. Pasar tiempos escuchando su palabra. Pasar tiempo viendo el rostro de Jesús en las personas que tenemos alrededor. Y en los que más heridas tienen en nuestro mundo. ¿Quién decís vosotros que soy yo?.

¿Veis? Hay que trabajar. A la obra. El Señor está con nosotros. Y hay que confesar a Dios. Hay que ver qué es lo que piensa la gente de Cristo, y hay que ver también qué es lo que nosotros decimos de Él de verdad. Y qué estamos dispuestos a dar.  Confesemos a Cristo: seamos educadores, trabajadores y confesores de la fe en el Señor y de la adhesión a nuestro Señor Jesucristo.

En tercer lugar, vivir y enunciar. Uno las dos palabras. Vivir y enunciar. Jesús les dijo quién era, pero habéis escuchado en el Evangelio que les dijo también cómo habían de vivir: el hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser despechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado, pero al tercer día ha resucitado. Resucita. Jesús les dijo quién era. Él tenía que padecer. Él tenía que ser ejecutado. Y un discípulo, queridos hermanos, no es más que el maestro. Un discípulo también tiene que estar dispuesto a vivir y anunciar al Señor en medio de la dificultad. En medio de las turbulencias que pueda haber.

Yo ya no lo hago. Cuando era más joven, en mi tierra, me podía tirar al mar. Y aunque hubiese mucho oleaje, en el norte el oleaje es grande, en el Mediterráneo es más suave, pero en el norte es más fuerte, y el oleaje es más grande. Pero si te sumerges, por abajo tú no notas nada. Por abajo está en calma todo. Ves los peces y todo.

Sumergíos. No os quedéis en la superficie. ¿Dificultades?: muchas. Algunas además nos parece difícil superarlas. Pero entremos en la profundidad. El ser humano tiene necesidad de Dios. El ser humano tiene necesidad de Dios. La historia de la humanidad no se puede escribir, si quieres ser esta humanidad cada vez más humana, solo desde ella misma. Es necesario que Dios entre. Y para ello a veces nosotros tenemos que entrar en la profundidad. Porque en la superficie nos quedamos con el oleaje y las dificultades. En la profundidad, vemos que Dios es calma. Que Dios es necesario. Los peces no están arriba, en el mar. Están abajo. Y pasean tranquilamente.

Queridos hermanos: como veis, al iniciar este curso, y para poder responder a esta pregunta, ¿qué quieres que haga por ti?, es necesario que acojáis estas tres tareas: que trabajéis, a la obra, a la obra, Dios está con nosotros, el Señor está con nosotros; confesad también vuestra fe, con las dos preguntas al tiempo: viendo cómo está la gente, lo que piensa la gente, lo que vive la gente, las necesidades de la gente… Pero vosotros, sobre todo, quién decís que es el Señor. Confesad vuestra fe. Sin miedo. Sin vergüenza. Y vivid y anunciad. Vivid en medio de este mundo, con la sencillez de un ser humano que ha puesto la vida en manos de Dios y que sabe que sin Dios esta humanidad no puede vivir. Que lo necesita, y por eso lo anunciáis. Por eso queréis comunicar a los demás la vida del Señor. Y queréis hacerlo, no de cualquier manera, no dais catequesis, es verdad, pero estáis trabajando en una tarea que es esencial para el presente y para el futuro de los hombres. Sin Dios, queridos hermanos, el ser humano no vive. Convierte este mundo en una selva, donde el animal que más puede se come al otro.

Dios es necesario para que este mundo sea un paraje en el que todos podamos vivir y que todos podamos sentir la necesidad del uno y del otro. Que vosotros seáis también ejemplo de esa estela que, con colores diferentes, hacéis un gran dibujo aquí, en nuestra archidiócesis de Madrid.

Que Jesucristo, que es a quien queremos confesar, que es por quien queremos trabajar, y que es a quien queremos anunciar, nos haga sentir hoy su cercanía y su amor.

Amén.

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