Homilías

Martes, 11 octubre 2022 15:59

Homilía del cardenal Osoro en la Misa de envío de profesores (29-09-2022)

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Querido vicario general. Vicarios episcopales. Deán de la catedral. Hermanos sacerdotes. Querida delegada de Enseñanza, Inmaculada. Querido Carlos. Hermanos y hermanas todos que trabajáis y tenéis este empeño por regalar el horizonte que Dios, en su Hijo Jesucristo, ha entregado a esta historia y a todos los hombres, con vuestra presencia en las diversas instituciones educativas.

Ofertamos, con la enseñanza de la Religión, libertad. Legitimamos con nuestra presencia la libertad que existe y que se tiene que dar en todos los lugares del mundo, pero al mismo tiempo ofertamos un modo de entender la vida, de expresarla y de manifestarla proponiendo la oferta de libertad, el proyecto existencial, humano y social que ha ofrecido Jesucristo Nuestro Señor a todos los hombres.

Cómo no hacer verdad lo que hace un momento recitábamos nosotros en el salmo responsorial: «Me levantaré. Me pondré en camino». Y, al mismo tiempo, decíamos: Misericordia, Señor, por tu bondad. Por tu compasión. Porque tú nos das un corazón puro. Porque tú nos renuevas por dentro. Porque tú, cuando te acogemos en la vida, abres nuestros labios, y podemos proclamar una noticia distinta, diferente, que no nace de la fuerza de los hombres, sino que nace de la fuerza de Dios.

Pues, queridos hermanos, hoy celebramos esta Eucaristía y le damos el contexto del envío que la Iglesia, en este mundo que entendemos que cada día tiene que ser más libre, puede ofertar a todos los hombres y, especialmente, a los jóvenes, allí donde estéis vosotros educando.

La iglesia del Señor va caminando por el mundo entre las dificultades, pero también con la gracia y con la legitimación que la Iglesia ha ido conquistando en todos los lugares de la tierra donde se da libertad y donde se reconoce que lo que ofrece la iglesia en su misión es entrega de una manera de entender la vida que propicia el bien siempre de los demás, y una manera de entenderse uno a sí mismo que nos hace vivir con convicciones hondas y profundas, y no desorientados en la vida. Quizá el momento que vivimos en esta historia que tiene el mundo es un momento privilegiado para reconocer esto.

En un desayuno que tenía esta mañana con personas diversas, de grupos incluso políticos diferentes, no me dejaban de reconocer que la oferta que la iglesia hace es una oferta de libertad. Es la oferta de reconciliación. Es la oferta de fraternidad. Es la oferta de construir una relación entre los hombres que, crean o no crean, aportamos los que creemos en esa oferta, respeto, capacidad de entrega a quienes lo necesiten, sean quienes sean, y capacidad también para entregar la vida si hace falta por el bien de los demás. Os doy las gracias, como profesores que sois de Religión, como ofertadores que sois de libertad, de paz, de amor y de entrega a los demás.

Las lecturas que acabamos de proclamar, fundamentalmente podríamos resumirlas en tres palabras: capaces y confiados, buscadores y acogedores. En torno a estas palabras voy a intentar acercar a vuestro corazón lo que en verdad estáis ofreciendo desde la responsabilidad que tenéis como educadores y profesores en los centros educativos.

Capaces y confiados. No estáis aquí por pura casualidad, como nos decía hace un momento el apóstol Pablo, y así se lo comunicaba a Timoteo. Él daba gracias a Dios, y añadía: «Me hizo capaz, se fió de mí y me confió este ministerio». Hoy se hace realidad, aquí, esto, queridos hermanos y hermanas. Yo doy gracias también porque el Señor se fió de mí para ser arzobispo de Madrid. Y el Señor, no solamente se ha fiado de mí, sino que me ha encargado un ministerio, que es dar a conocer el horizonte de existencia, el horizonte de compromiso, el horizonte de verdad y de vida que ofrece Jesucristo Nuestro Señor, y que históricamente se puede comprobar que esta oferta se ha hecho durante 21 siglos, y que tiene una capacidad de promover vida y verdad que no hay otra ninguna otra oferta capaz de mostrar lo que hoy la iglesia puede mostrar en la historia concreta de los hombres, tanto en los países de tradición cristiana muy grande, como puede ser Europa, como en los países de nueva evangelización. Capaces y confiados.

Y el Señor a mi me pidió también que me fiase de gente, de profesores y profesoras preparados como vosotros, para hacer esta oferta de libertad a todos los hombres. Y os ha hecho capaces. Y yo me fío de vosotros. Y os confío este ministerio, que no es cualquiera. En la construcción del ser humano, en el desarrollo del ser humano, hay ejes estructuradores de la existencia humana que son definitivos: el hablar y el promover, ofertar, estos ejes, es una necesidad. Siempre. Y es una oferta salvadora. Y es una oferta de libertad. Y es una oferta de construcción de la sociedad de una manera singular.

Gracias a Dios, he podido comprobar durante este curso en dos lugares donde he estado, centros oficiales, institutos, la fuerza que en los centros educativos tiene el profesor de Religión. Y la valoración que hacen del profesor o de la profesora de Religión. Yo os doy las gracias. Estáis aquí, entre nosotros, los que habéis hecho esto. Y he podido comprobar, por las reuniones después con profesores, y por el modo de acogerme incluso a mí, la maravilla que hacéis en esos lugares. De verdad que os lo agradezco de corazón. Sois como san Pablo: capaces y confiados. Como nos ha dicho esta carta de Pablo a Timoteo, podéis fiaros y aceptar sin reserva lo que vosotros mismos presentáis. No dais catequesis, pero sí ofertáis una manera, un horizonte existencial de vida, de compromiso, que ciertamente, como nos ha dicho el apóstol, manifiesta que Cristo ha venido a este mundo para salvar, para hacer crecer al ser humano. Y ofertarle como modelo de existencia para todos los hombres es una tarea esencial.

Cristo os ha enviado. Y os ha capacitado. Y se fía de vosotros. Es verdad que el Señor lo hace a través de mí, pero cuando os entrego la misión, es un gesto de confianza absoluta. Capaces y confiados.

En segundo lugar, otra palabra: buscadores. A Jesús, como nos ha dicho el Evangelio que hemos proclamado, se acercaban publicanos y pecadores a escucharle. Había gente que murmuraba entre ellos, porque hacía la oferta de su predicación a todos los hombres. De Jesús decían: es que acoge a pecadores, y come con ellos. Todos los que se acerquen a vosotros, sean quienes sean, haced lo que hizo Jesús. Aunque a veces murmuren. Aunque a veces la gente, incluso de los nuestros, puedan decir: Y este, ¿con quién se junta? ¿Cómo lo hace? ¿Cómo se acerca a este profesor o a esta profesora?… Primero, en general, no sabemos nada de los demás, o muy poco. Y, por mucho que sepamos, más sabe Jesucristo, que nos dice que nos acerquemos a todos los hombres, porque todos son hermanos nuestros. Solían acercarse a Jesús publicanos, pecadores… Le escuchaban. Murmuraban algunos de los escribas y fariseos.

Queridos hermanos y hermanas: supongo que os harán llegar la Carta pastoral que al inicio de curso yo escribo para toda la diócesis, desde que estoy aquí. Y lo he hecho en las cuatro diócesis en las que he estado. Siempre. Marcando una línea, y marcando una dirección.

En la Carta pastoral, que he titulado A la misión… Siempre sabéis que elijo una página del Evangelio que me ayude, y os ayude a vosotros también, a hacer la reflexión que yo quiero proponeros. He elegido precisamente esta página. Yo la llamo del padre misericordioso, no del hijo pródigo, porque el importante aquí es el padre. El importante es Dios. Ante Dios puede haber varias actitudes, como vemos en los hijos: uno se marchó, pero el padre no le olvidó; estuvo siempre cercano a él. El otro se quedó en casa, pero no era precisamente un quedarse en casa para vivir con la misericordia que tenía el padre; la prueba es que cuando llega el hijo que se había marchado, y le recibe con fiesta y con…, protesta.

Estamos en un momento eclesial misionero, queridos hermanos. El Papa Francisco, en la primera exhortación apostólica que nos entregó, nos hablaba ya en sus primeras páginas que estamos en una etapa misionera. De anuncio. De cercanía a todos los hombres. Esta parábola que os propongo, la pongo ¿por qué? Porque hoy estamos en una situación en la que a veces tenemos gente dentro, como el hijo que se quedó en casa: protestones, no atraemos… Y cuando quiere entrar alguien, como que nos molesta que venga. No le dejamos sitio. Proponer como profesores la verdad del horizonte cristiano. Pero también es verdad que tenemos gente que se nos marchó de casa, que se han marchado. Y otros que nunca entraron. Y que hay que buscarlos: tanto a los que marcharon, habiendo conocido lo que era, como a los que nunca entraron, pues hay que buscarlos.

Es un momento especial. Sed buscadores. Salid en búsqueda de los hombres. Salid, como profesores, con vuestro testimonio de vida. A mi me ha agradado mucho el encontrarme con claustros de profesores que valoran de una manera especial al profesor de Religión. Yo os lo agradezco. Y os felicito. Porque lo que hagáis, no es rutina. Es una forma de entender la vida desde vosotros mismos. Gracias de corazón.

Como os decía, sois capaces, os fiais de Dios y sois buscadores: salís a la búsqueda de los hombres. Y, en tercer lugar, la otra palabra es acogedores. Acoged siempre a todos. Entre los alumnos, e incluso entre los profesores, habrá de todo. Habrá quienes os consideran, y habrá recortadores de libertad que a veces creen que la Religión tiene que estar en no sé dónde. Limitar el horizonte de la existencia humana, aún para el que no cree, es engendrar en la vida y en la historia: engendrar cadenas que atan, que no nos hacen libres; dar libertad. Garantizar esa libertad hace a los hombres y a las mujeres grandes.

Sed buscadores de todos los hombres. Que el Señor os dé fuerza para acoger siempre a todos. En la clase tendréis, aunque se apunten a clase de Religión, alumnos que incluso por familia no están cerca, no practican… Acoged a todos. Quered a vuestros alumnos. Mostradles con vuestra manera de presentar la oferta de la Religión que no habláis en el vacío; que habláis de algo de lo cual tiene una necesidad imperiosa el ser humano. El vacío existencial que se está provocando en estos países nuestros que llamamos civilizados es tal fractura del ser humano que estamos viviendo las consecuencias que se están dando en todas las latitudes de estos países.

La Religión, y la oferta de la Religión, de hablar de lo religioso, no es secundario. No es secundario. Pertenece a una dimensión de la existencia humana. Que se puede aceptar o no. Pero pertenece.

Gracias por vuestra entrega. Gracias por vuestro trabajo. Dios nos muestra su misericordia de muchas maneras, pero, como nos ha presentado esta parábola, nos descubre lo increíble de un amor que profesa Dios a los hombres; que nos hace, cuando acogemos ese amor, formar una familia unida; valorar el desastre que supone la guerra; el enfrentamiento; la destrucción. Eso no es humano. Por supuesto, no es de Dios. Estamos viviendo las consecuencias de la tragedia de relegar a Dios de la vida. Hay una encuesta que se ha hecho, entre psiquiatras y psicólogos, no solamente creyentes. Y ven esa tragedia. Hasta los no creyentes.

Queridos hermanos: gracias por vuestra entrega. Gracias por vuestro trabajo. En el horizonte de esta celebración de la Eucaristía, donde Jesucristo Nuestro Señor se hace presente; donde el Señor nos dice qué es el hombre y quién es el hombre cuando lo acoge a Él en su vida; qué capacidades nuevas tiene el ser humano cuando acoge a Jesucristo… Es verdad que no damos catequesis, como os decía. Pero acercamos una manera de entender la vida que ciertamente a algunos, en algún momento de su existencia, les puede llegar al corazón. Porque la verdad plena requiere la presencia de Dios en nuestra vida para explicar quiénes somos, cómo somos, para qué somos, adónde vamos, de dónde venimos, y si de verdad estamos haciendo algo que merezca la pena en este mundo.

Es necesario releer la historia humana. Pero la historia humana se puede releer también mirando que cuando ha faltado Dios, o se ha puesto en cuestión a Dios, las tragedias han sido terribles.

Acojamos a Jesucristo. Y gracias de corazón por vuestro trabajo. No puedo estar con todos, pero bueno. Si este año voy a otros dos institutos, también merece la pena. Y no me importa ir, aunque haya gente… Yo los sitios donde he ido, no he visto… Si lo han hecho por detrás, lo habrán hecho. Pero delante de mí, no solamente no he visto nada mal, sino todo lo contrario.

Gracias por vuestra vida. Y por la misión que tenéis. Y muy especialmente quiero dar las gracias a la delegada de Enseñanza por todo el trabajo, que no es fácil en nuestra diócesis; por la cantidad de gente que tenemos y la cantidad de tareas, y a veces las dificultades reales que tenemos. Por eso, también sed compresivos con todo el equipo de la Delegación, porque sé que trabajan, y a veces hacen más de lo que pueden.

Vamos a recibir a Jesucristo, que nos lanza a la misión de una manera extraordinaria. Que así sea.

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