Homilías

Jueves, 28 diciembre 2017 09:05

Homilía del cardenal Osoro en la Misa de Gallo (25-12-2017)

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Ilustrísimo señor deán. Vicarios episcopales. Queridos hermanos sacerdotes. Queridos seminaristas. Queridos hermanos y hermanas. ¡Feliz Navidad!.

«La gloria del Señor los envolvió con su claridad». Lo acabamos de escuchar en el Evangelio que hemos proclamado. Aquella claridad transformó la noche que caía sobre Belén de Judá. Gracias a la luz de aquella noche, los pastores se vieron inmersos en una extraordinaria claridad, porque no solo había luz en torno a ellos, sino que había luz en su interior. Esta luz nos alumbra a todos en esta Nochebuena. La noche cerrada se convierte en claridad que nos envuelve. Cuando el ser humano mira hacia el interior de sí mismo, Dios se manifiesta como una luz que le permite descubrir su propio misterio, el misterio que lleva en su corazón. Que la luz del nacimiento del Señor ilumine la noche de nuestro mundo y la noche de nuestro corazón.

Hermanos y hermanas: la Navidad es una llamada a dejarnos envolver por el amor mismo de Dios que se ha hecho presente entre nosotros, que ha tomado rostro, que ha caminado entre nosotros, que nos salva, y que nos devuelve la dignidad. ¿Qué significa esto? Darnos cuenta, ser conscientes hermanos, de que somos hijos de Dios y, por ello, hermanos de todos los hombres. Y así hemos de vivir. Significa tener la dignidad del Señor, del Hijo de Dios; una dignidad que crece y se desarrolla en la medida en que nos vamos encontrando, más y más, con Él. Hemos sido salvados por el amor.

Hagamos en esta noche, en que celebramos el nacimiento del Señor en Belén, un acto de fe. Digámosle al Señor: Señor, yo creo en tu amor, que es el que salva a los hombres. Creo que tu amor nos da esperanza y capacidad para vivir como hermanos que se conocen y se ayudan, que tiran las armas que destruyen nuestra vida y la convivencia. Creo, Señor, que solamente tu amor puede darnos y alcanzarnos la verdadera dignidad que tú nos has dado. Que en esta Navidad, en la contemplación de tu persona en Belén, nos suceda como a los pastores y como a los Magos. Sí, como a ellos. Que comencemos a cantar la única verdad: Gloria a Dios en el Celo, y paz a los hombres que ama el Señor.

Y la valentía para tomar otra dirección en nuestra vida, la que tú Señor nos propones, la que tuvieron los Magos de Belén, que aunque Herodes les dijo que volviesen otra vez a verle para decirle dónde había nacido el rey de los judíos, el mesías, ellos, al encontrarse con el Señor, se volvieron por otro lugar, por otro camino. Creo en tu amor, y te abro mi vida y mi corazón para que este amor venga, nos llene y nos empuje a amar a los demás. Ojalá el eslogan de esta Nochebuena, el que entre en nuestro corazón, sea el que nos dice el Señor: que su amor nos empuja a amar.

La vida no es siempre tranquila. No siempre aparece la belleza en primer término en la vida, queridos hermanos. No. Es necesario que acojamos la vida como se presenta, pero también es necesario que nos demos cuenta que somos discípulos de Jesús, y que nos ha dicho que Él siempre nos acompaña, que siempre está a nuestro lado. Y lo ha mostrado: ha nacido en Belén. Dios tomó rostro humano.

¿Entramos en toda las situaciones que la vida nos pone con ese arma tan bella que es el amor mismo de Dios? Sí, ese amor que Él nos ha mostrado en Cristo, que se hizo presente en el mundo. Ni siquiera tuvo una posada para poder nacer. Nació en una cueva. Pero allí -en aquella cueva- comenzó a regalar su amor. Quienes primero lo percibieron fueron María y José. También los pastores, y los Magos, que andaban buscando el camino, la verdad y la vida, y todo ello lo encontraron en Jesús. Ellos mismos volvieron por otro camino.

Seamos valientes, queridos hermanos. Entremos en todos los problemas que tiene nuestro mundo, que tenemos nosotros,. Entremos siempre, como el Señor nos enseña: con el amor de Dios. En los conflictos que tengamos: en la familia, los pueblos, las divisiones, las rupturas, la defensa de la vida, la defensa de los más vulnerables, la defensa de los emigrantes, el derecho que todo hombre tiene a tener un trabajo y una familia, y a poder pasear por la tierra que Dios hizo para todos... Esto solo se puede hacer con el arma del amor de Dios. Los problemas, hermanos, nunca se resuelven diciendo simplemente: a mí no me gusta, o murmurando, o criticando. Y tampoco maquillando las situaciones. El Señor nos dice: «No tengáis miedo. Soy yo». Y nos lo dice esta noche también. Soy yo, Dios, que ha venido. Y me he hecho hombre como vosotros. Para que me entendáis y comprendáis hasta qué punto os amo. Y para que entendáis y comprendáis cómo ha de ser el hombre.

El Señor siempre a nuestro lado. Siempre. Busquemos en los momentos de dificultad el encuentro con Jesús. Dejémonos proteger por la Santísima Virgen María. Hay un icono medieval de la Virgen en el que la Virgen aparece cubriendo con su manto a todo el pueblo de Dios, a todos los que formamos parte de la Iglesia… Pongámonos bajo este manto. Y hagámoslo diciendo a la Santísima Virgen: bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desoigas la oración de tus hijos, no desoigas la necesidad que tenemos del amor mismo de Dios.

En esta Navidad, en esta Nochebuena, después de escuchar la Palabra del Señor -que nos ha dicho que una luz apareció, que alumbraba, que nos hacía vernos los unos a los otros; que nos ha dicho que la gracia del Señor y ser miembros del pueblo elegido por el Señor para mostrar el rostro de Dios en este mundo, a ese pueblo, pertenecemos nosotros-; después de haber escuchado esa narración en que los pastores marchan a Belén, adoran al Señor, yo querría que os quedáseis esta noche con tres palabras: adorar, acoger y salir.

Adorar a Jesús en el portal de Belén. Hermanos, ¿qué significa esto? Cultivad en estos momentos de la vida y de la historia de la humanidad la vida interior. Sí. Los cristianos tenemos que cultivar la vida interior. Ante el Niño Jesús, hablemos al Señor con confianza, hagamos oración; hablemos de nosotros, de los hombres, de las situaciones, y abramos también nuestro corazón. Hablemos al Señor al corazón. Cultivar la vida interior es cultivar el diálogo con Dios. Qué hondura tiene para nosotros saber que orando se consigue de Dios el amor. Y así lo derramaremos sobre el mundo. Lo damos. Lo volcaremos sobre los hombres. Los hombre y mujeres, si os habéis dado cuenta, que más han amando y más han vertido el amor de Dios sobre los demás, con obras y no solo con palabras, son los que más se han dedicado a adorar, a rezar, a hacer oración, a hablar con Dios.

Hay una santa que hemos conocido todos, de este tiempo: santa Teresa de Calcuta. Cómo ha derramado, y cómo sigue derramando su amor en estos momentos, a través de sus hijas y de su familia entera, en todos los lugares de la tierra y con los más pobres, con los que más necesitan, con los que más sufren. Era mujer de oración. Pasaba horas y horas, antes de salir a buscar a los pobres, hablando con Dios.

La vida interior es detenerse con Dios, y estar con Él, dedicarse a Él, dar espacio al Señor en nuestra vida. En definitiva, orar es ponerse ante el Señor con respeto, con calma, con silencio, con confianza, dándole a Él nuestra vida, o dándole a Él en nuestra vida el primer lugar. Y abandonándonos a su persona. Quien adora, queridos hermanos, se llena del Señor. Y se vuelve misericordioso, amable, comprensivo, disponible; no es rígido, no saca el arma que divide y rompe… Saca el amor que ha contemplado. Y con el que ha hablado.

Segunda palabra: acoger. Acoger es mucho más que hacer. Hacer no significa que yo he acogido a alguien. Acoger es la disposición no solamente de hacer sitio a alguien, sino de ser personas acogedoras, disponibles, dispuestas a darnos siempre a los demás. Donde mejor se comprende la acogida es en Belén. En el portal de Belén. Pues allí vemos a Dios como nosotros, y con nosotros, y por nosotros. Así hemos de ser nosotros con los demás.

Esta vida, a veces la vivimos como propiedad privada. Y no es así, queridos hermanos. No somos propiedad privada. Nuestro tiempo no nos pertenece. ¿No veis a Dios desprenderse de todo en Belén? ¿No veis a un Dios que no tuvo a menos hacerse hombre por nosotros? Quien lo acoge renuncia a su 'yo' y hace entrar en su vida al 'otro', y al 'nosotros'. Lo mismo por lo que Jesús vino a este mundo: para acoger y para acompañar. Para crear paz, para crear concordia, para regalar la comunión, para sembrar la vida de generosidad, y de paz… Aprendamos de Jesús a acoger.

Y salid. El amor siempre es dinámico. Sale de sí mismo. Qué bien lo entendéis los padres que estáis aquí. Os olvidáis de vosotros, porque lo primero son vuestros hijos. Nunca el amor nos dispone a quedarnos mirando. El amor hace que dispongamos nuestra vida a ir, a salir, a buscar. De hecho, quienes van a Belén, y se encuentran con Jesús, el verdadero rostro del amor, nos ha dicho el Evangelio cómo salieron: los pastores, anunciando a Jesús con cánticos. Lo que antes cantábamos en el salmo:  «Cantad al Señor un cántico nuevo». Los Magos, volviendo por otro camino… Habían descubierto todos el camino del amor. No quisieron volver a otro camino. Situarnos junto a Belén, es llenarnons del amor. E inflamar nuestro corazón del amor de Jesús, que vino a este mundo a traer fuego para inflamarlo de su amor.

Queridos hermanos. El relato evangélico dice de forma poética que los ángeles cantaron en la noche de Belén: «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que Dios ama». ¿Quiénes son los hombres que Dios ama? Dios ama a todos los seres humanos. Nuestra sed de ser amados se sacia esta noche. Ha nacido y ha venido a este mundo un Dios que ama. El amor de Dios nos abraza a todos. Por eso, esta noche es una noche de paz. También nosotros, cuando entra el amor de Dios, abrazamos a todos. Dios ha amado al mundo en Cristo. Ha revelado a todos los seres humanos el camino de la paz. Ayúdanos, Señor, a ser hombres y mujeres de paz.

Que Jesús, el mismo que nació en Belén, y que va a hacerse realmente presente en el misterio de la Eucaristía, nos regale a nosotros lo que la palabra de Dios nos decía: capacidad para adorar, para vivir una vida interior profunda, que nos llene del amor de Dios. Capacidad también en nuestra vida para vivir mirando siempre a los demás. No volviéndonos hacia nosotros mismos.

Que el Señor os bendiga, queridos hermanos. En esta noche, comenzó una nueva dirección de la historia. No la estropeemos. Es la dirección de la fraternidad y de la paz. Que los cristianos tengamos la valentía para entregar esto a este mundo, en medio de las persecuciones o las dificultades que puedan existir. Que nunca nos retrotraigamos a modos de ser y de vivir que nada tienen que ver con este Jesús que hoy, en el portal de Belén, nos manifiesta el amor de Dios. Amén.

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