Homilías

Martes, 08 septiembre 2020 13:12

Homilía del cardenal Osoro en la Misa de inicio de curso de la Curia diocesana (7-09-2020)

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Querido vicario general, vicarios episcopales. Queridos hermanos obispos. Hermanos sacerdotes. Hermanos y hermanas. Al Señor le hemos perdido hace un instante que nos guíe. Y que nos guíe con su justicia. Y lo hacemos en este inicio del curso, en esta inauguración del curso en nuestra Curia diocesana, porque creemos firmemente que Jesús, quien nos ha mostrado el rostro de Dios, no ama la maldad. Él quiere la bondad y la vida. Él detesta a quien se sitúa desde sí mismo, al que crea su propia verdad que a veces se convierte en mentira. Por eso nosotros, en este servicio que hacemos en la Curia, venimos un año más, al iniciar el curso, junto a Él. Porque sabemos que hay alegría en aquellos que se acogen al Señor, y hay protección para que quienes sirven se llenen de gozo y amen por siempre y para siempre su nombre.

La Palabra que acabamos de proclamar, que es la Palabra que hoy en la lectura continua toda la Iglesia escucha, nos habla de tres tareas que son esenciales para un discípulos de Jesús: fermentar, entrar y curar. Tres palabras, digo, esenciales, que, en el fondo, en el fondo, son expresión y manifestación de algo que es esencial en nuestra vida, que es fundamental en nuestra existencia, y es esas actitudes que tenemos que vivir en nuestra existencia viendo a Jesús. Jesús comenzó a evangelizar. Sí. El evangelista Mateo nos explica muy bien cómo comenzó. Pero es importante verlo para descubrir esta misma palabra que acabamos de proclamar. Y es importante verlo haciéndonos una pregunta: en primer lugar, ¿cómo comenzó Jesús?; en segundo lugar, ¿dónde comenzó Jesús?; y, en tercer lugar, ¿a quién comenzó Jesús a hablar? A mí me parece que responde a las tres, digamos, tareas que el Señor nos propone en su Palabra.

Fermentar. Ser levadura que fermente la masa. La primera lectura nos ha hablado de una situación de unión ilegítima en la comunidad cristiana, y Jesús nos recuerda que nosotros nos reunimos en nombre de Él. Que nosotros tenemos una tarea. La misma que el apóstol recordaba a aquellos cristianos de Corinto: «¿No sabéis que un poco de levadura fermenta la masa?» «¿No sabéis que vosotros sois levadura que fermenta la masa?». El Señor nos habla con claridad: sed levadura que fermente la masa. Nos reunimos aquí hoy en nombre de Cristo. Y nos reunimos porque queremos salvar al hermano. Salvar al hermano. De alguna manera, recordad que esto es lo que nos decía el Evangelio de este domingo pasado que hemos escuchando ayer: «Si tu hermano peca, repréndelo a solas; si te hace caso, has salvado a tu hermano». Se trata fundamentalmente de salvar al hermano. Jesús está hablando de la vida de la comunidad, como el apóstol Pablo. Y en esa vida de la comunidad, se trata de salvar al hermano y ser esa levadura.

¿Cómo comenzó Jesús la evangelización? Nos viene bien a nosotros saberlo. Comenzó. Lo resume en una expresión muy breve y muy sencilla: «Convertíos. Convertíos. Está cerca el reino de los cielos». Esta es la base de todos los discursos. Nos dice que el reino de los cielos está cerca. ¿Qué significa? Por reino de los cielos se entiende el reino de Dios; su forma de reinar es estar entre nosotros. Y esta es la gran tarea que también nosotros tenemos: que el Señor esté entre nosotros. El Señor nos invita a acercarlo a todos los hombres. Aquí está la novedad de Jesús. La que nos trae Jesús. Sí. Dios no está lejos. Dios, que habitaba en los cielos, ha descendido a la tierra. Se ha hecho hombre. Dios ha eliminado barreras, ha cancelado distancias. Sí. Él vino a nosotros, y sigue viniendo a nuestro encuentro. Y esta cercanía del Señor con su pueblo es permanente.

Este es un mensaje de alegría. Dios vino a visitarnos. ¿Cómo comenzó? Visitándonos. ¿Cómo queremos comenzar el curso en nuestra Curia diocesana? Siendo protagonistas también cada uno de nosotros, en la tarea que tengamos, de esa visita del Señor a los hombres. No tomó nuestra condición humana por un sentido de responsabilidad del Señor. No. Lo tomó por amor. Por amor nuestro. Por amor asumió nuestra humanidad. Porque se asume lo que se ama. Y esto es lo que el Señor nos pide a nosotros también. Él desea estar entre nosotros y con nosotros, darnos la belleza de vivir, darnos la paz del corazón, darnos la alegría para que la demos nosotros a los demás. ¡Convertíos! ¡Cambia tu vida!

El Señor hoy, en esta primera lectura, nos ha dicho: Fermentad. «¿No sabéis que un poco de levadura fermenta la masa?». El seños nos invita a identificarnos con Él. A identificarnos con su persona. Sí. ¿Cómo comenzó Jesús? Pues de esta forma sencilla. Como nos pide a nosotros que comencemos. Comenzó con esta palabra que os decía: «convertíos». Este mensaje de alegría. Este mensaje de un Dios que viene a visitarnos, y de un Dios que cuenta con nosotros para que hagamos la visita a todos los hombres, es el que se acerca y nos dice que seamos levadura. Hoy llama el Señor a nuestra puerta. Por eso el Señor nos regala su Palabra: para que podamos aceptarla y sea nuestra carta de presentación. La ha escrito para nosotros. Su Palabra nos consuela. Su Palabra nos anima, como lo habéis escuchado en esta primera lectura que hemos proclamado. Nos anima y nos consuela, porque nos invita a ser levadura. Y esto no puede hacerse sin vivir una comunión efectiva con nuestro Señor.

En segundo lugar, Él nos ha dicho que entremos en este mundo. Ha sido, en el inicio del Evangelio, una llamada fundamental para nosotros. «Un sábado –a Jesús no le importa el día– entró Jesús en la sinagoga a enseñar». Esto es importante. El Señor nos invita a entrar en este mundo, a entrar en todas las situaciones que vivan los hombres. Un sábado que, en el mundo judío, como todos sabemos, no se puede hacer nada: ni abrir la puerta siquiera. Nada. Y, sin embargo, hay escribas y fariseos que están al acecho por ver si curaba. El Señor nos invita a entrar a la misión. Mirad, la carta pastoral que os he escrito este año, que marca el sentido que tiene este segundo año del Plan Diocesano Misionero, la he titulado Quiero entrar en tu casa. Os he propuesto el texto de Zaqueo como el texto que nos ayuda a descubrir qué significa ese «entrar en tu casa». Jesús ve a un hombre, cuando entra en Jericó, subido a un árbol, y se dirige a él: «Zaqueo, baja deprisa, quiero entrar en tu casa».

¿En qué lugares tenemos que entrar nosotros hoy? ¿Dónde comenzó Jesús a predicar? ¿Dónde? Descubrimos que comenzó precisamente en las regiones que entonces se consideraban oscuras. La primera lectura, es decir, el Evangelio, nos habla de esta tierra y de las sombras de muerte que hay. Jesús comienza en esas ciudades. En el territorio, nos dice el Evangelio, de Zabulón y Neftalí, camino del mar. «Galilea de los gentiles» dice el capítulo 4º de Mateo. De hecho, allí estaba la orilla del mar, que representaba una encrucijada. Allí vivían pescadores, comerciantes, extranjeros… Es Madrid hoy, para nosotros. Sí. Allí estaba la orilla del mar. Ciertamente, no era un lugar donde se encontrase la pureza del pueblo elegido. Sin embargo, Jesús comenzó allí. No desde el atrio del templo de Jerusalén, sino desde el lado opuesto del país: desde la Galilea de los gentiles, desde un lugar fronterizo. Él comenzó desde la periferia. De esta realidad también podemos sacar un mensaje para todos nosotros: este Jesús del que nos habla el Evangelio de Lucas, que entró a enseñar y cambió las tornas.

La palabra que salva no va en búsqueda de personas preservadas, o en lugares preservados, esterilizados, seguros… Ahora que tenemos que hacer tantos lavados para salir y entrar... y hay que hacerlo, claro está. Viene Jesús a nuestras complejidades. Viene a nuestra oscuridad. Desea visitar aquellos lugares donde creemos que no llega. Cuántas veces nosotros preferimos cerrar la puerta, ocultando nuestras confusiones, opacidades... Esta es una hipocresía escondida. Jesús recorre. Entra. Entra en la sinagoga también, como hemos escuchado. Y entra para cambiar unas costumbres. No tiene miedo a explorar el corazón. No tiene miedo a entrar en una situación áspera y difícil. Él sabe que solo Él cura. Que solo su presencia transforma. Y este Jesús nos invita a hacerlo así a nosotros.

Por eso no solamente, como os decía, tenemos que ser fermento, sino tenemos que entrar. Y en la carta pastoral os voy señalando... hago un recorrido por todas las situaciones que el Concilio Vaticano II nos ha dicho que tenemos que entrar, y por todas las situaciones que desde que terminó el Concilio hasta hoy se nos ha dicho a través de los sínodos que ha celebrado la Iglesia hacia dónde teníamos que entrar. En qué lugares necesariamente tenemos que entrar en este momento. Entrar. Sí. Puede haber gente al acecho. Sigue habiendo escribas y fariseos. Sigue habiéndolos. Pero lo importante es que nosotros acojamos la palabra de Jesús. Entrad en este mundo.

Y, en tercer lugar, el Señor nos invita a sanar. Levadura, entrar y sanar. Curar. Dar vida a todos los hombres. Son preciosas las palabras de Jesús: «¿Qué está permitido en sábado, hacer el bien o el mal?». ¿Dar vida o hacer morir, o matar de alguna manera? ¿A quién comenzó Jesús a hablar?, que sería la pregunta que nos hace el Señor hoy. El Evangelio nos habla de que Jesús siempre llamaba a los pecadores. «Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres», dijo a aquellos pescadores, que no eran precisamente los de más fama. «Venid». Los primeros destinatarios de la llamada de Jesús fueron pecadores, no personas seleccionadas a base de habilidades, no personas piadosas. Son personas comunes y corrientes, que trabajaban. Evidenciamos lo que Jesús les quiso decir, ¿no? Habla en un lenguaje comprensible para todos. Jesús los atrae a partir de su propia vida. Los llama donde están y como son, para involucrarlos en su propia misión. Ellos, empezando por los apóstoles, dejaron las redes y lo siguieron. Zaqueo: «devolveré todo lo robado, daré la mitad de mis bienes a los pobres».

¿Por qué inmediatamente? Sencillamente, porque se sienten atraídos por Jesús. No fueron rápidos y dispuestos porque hubiesen recibido una orden, sino porque habían sido atraídos por el amor. Los buenos compromisos no son suficientes para seguir a Jesús. Es necesario escuchar su llamada todos los días. Solo Él, que nos conoce y nos ama hasta el final, nos hace salir a la vida; nos hace entrar en esta dimensión; a curar, siempre a curar; siempre a dar vida, no a permanecer en la muerte.

Pues queridos hermanos y hermanas: es verdad que cuando yo leía estas lecturas de hoy, digo «pues no sé qué voy a decir ahora». Pero sin embargo la Palabra de Dios siempre acierta. Y nos ha invitado a nosotros, como Curia, a fermentar, a ser fermento. Y no puede ser uno fermento desde uno mismo, sino acogiendo al Señor en nuestra vida. A entrar en los caminos reales de los hombres. No nos quedemos en la comodidad. «Siempre se ha hecho así. Siempre no se qué. Es que es costumbre de aquí. Es que no sé qué». Esto no es de los evangelizadores. Es de otras personas esta actitud. Y entremos en los caminos reales de los hombres. Entremos para curar. Y siempre con un remite: ¿cómo comenzó Jesús? «Convertíos» ¿Dónde comenzó Jesús? ¿Dónde? En las regiones oscuras. En lo más difícil. Este momento que nos toca vivir también nos es difícil, porque se nos impide hacer las cosas que estábamos haciendo antes. Pero el Señor nos da la suficiente creatividad para seguir haciéndolas. Lo que tenemos que hacer es estar disponibles para la misión. ¿Dónde? ¿Y a quién comenzó a hablar Jesús, queridos hermanos? Pues a los que más necesitaban; a los que menos conocían las cosas de Dios.

Entremos en los caminos que Él nos propone a través de la Iglesia en estos momentos en los que nos ha señalado. No buscando éxitos, que no los tendremos a lo mejor, pero sí buscando ser fieles a lo que el Espíritu, a través de la Iglesia, nos está diciendo a los creyentes. Yo pido para la Curia, para todos los que formamos parte de la Curia, que hagamos esto posible. Jesucristo nuestro Señor, el mismo que nos ha hablado, el mismo que nos invita a ser levadura -la de Él, no otra- y llevar la de Él -y no otra-, que nos pide que entremos en todos los caminos por donde van los hombres, y que hagamos posible desde la Curia que se señalen esos caminos, y que ayudemos a entrar. Y que sobre todo seamos capaces todos nosotros, queridos hermanos, de curar. De dar vida.

El Señor ha venido a salvar. «Salva a tu hermano» nos decía ayer también el Evangelio. Pues este Jesús que quiere que hagamos esto, nos lo dice su Palabra, viene aquí a hacerse presente para que entremos en una comunión sincera con Él. Que la Virgen María nos ayude y nos acompañe en esta tarea de este curso. Así sea.

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