Homilías

Lunes, 20 septiembre 2021 15:06

Homilía del cardenal Osoro en la Misa de inicio de curso de la Curia diocesana (7-09-2021)

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Queridos hermanos obispos, don Jesús, don Santos y don José. Don Juan Antonio, en estos momentos, está comenzando una tanda de ejercicios a seminaristas. Queridos vicarios episcopales. Queridos hermanos sacerdotes. Seminaristas. Queridos hermanos y hermanas miembros que sois de nuestra Curia diocesana.

Lo acabamos de escuchar: «El Señor es bueno con todos». Y el salmo 144 nos invitaba a reconocer esta realidad. A orar para que esto se experimente más y más en la vida de todos los hombres. Y a pedir. Reconocemos que el Señor tiene clemencia y misericordia; que es rico en piedad; que su bondad quiere alcanzar la vida de todos los hombres. Y por eso nosotros también bendecimos, ensalzamos, alabamos, dialogamos con Nuestro Señor, para pedirle que esto venga para todos los hombres. Y ponemos además nuestra vida al servicio del anuncio del Evangelio. Le decimos al Señor: «Que todos los hombres sepan darte gracias, Señor». «Que todos te bendigan». «Y que todos puedan reclamar tu gloria y también hacer conocer las hazañas que tú provocas en el corazón de todos los hombres».

La palabra de Dios que hemos escuchado, que es la que se proclama en el día de hoy en todos los lugares donde se hace la lectura continua, nos ha dicho fundamentalmente tres aspectos que, al comenzar precisamente el curso en nuestra Curia diocesana, podemos acoger en nuestra vida y en nuestro corazón. Imitar, orar y descubrir son tres palabras que resumen esta Palabra, y valga la redundancia, que acabamos de proclamar.

Imitar. El apóstol san Pablo, en esta carta a los Colosenses, nos lo acaba de decir: «Procedamos según Cristo». «Habéis aceptado a Cristo, proceded según Cristo». ¿Cómo? ¿Cómo podemos hacer esto? Y el mismo apóstol responde: tres aspectos son necesarios para proceder según Cristo. Arraigándonos en Él, en su vida, en su misterio, en su conocimiento. Dejando que su palabra sea la palabra que oriente y marque la dirección de nuestra vida. Construyendo nuestra existencia, y la existencia de los que nos rodean, desde esto que estamos viviendo nosotros también en la Eucaristía. Quien entra en comunión con Jesucristo, no puede más que transformar su relación con los demás en esta comunión. Y también el proceder según Cristo no solamente es arraigarse en Él, no solamente es construir como Él, sino saber ser agradecidos. Esto es lo que el Señor nos pide.

Tenemos que regalar el amor de Dios. Un amor de Dios que recibimos, y que repartimos. Demos este amor de Dios. A lo largo de estos 7 años que llevo como arzobispo de Madrid, veo vuestra generosa labor. Y veo también cómo habéis contribuido a hacer visible el amor de la Iglesia; el amor de Cristo, a través de la Iglesia, a todos los hombres y mujeres de Madrid. Cuántas veces me he encontrado con el buen samaritano del Evangelio. He visto en vosotros al buen samaritano. Os habéis acercado a las personas, desde las diversas misiones y tareas que tenéis, con respeto y con compasión; habéis sabido acoger, consolar y proteger. Y yo os diría hoy también que proceder según Nuestro Señor Jesucristo es proceder con estas tres dimensiones que tienen que ser la organización misma de nuestra existencia: cercanos a los hombres, compasivos con todos y con ternura. Al fin y al cabo, estas son las características que nos mostró Nuestro Señor Jesucristo: cercanía, compasión y ternura. Cuántas heridas en este mundo se curan precisamente desde estas realidades. Por ello, no tengo más que agradeceros a todos, ya que desde los trabajos que realizáis habéis dado lugar a este amor de Dios, que se reparte entre los hombres a través de vosotros. Procedamos según Nuestro Señor Jesucristo.

En segundo lugar, busquemos las razones de nuestro trabajo. Las encontramos precisamente cuando oramos. Cuando oramos. El Evangelio nos ha dicho que el Señor se retiró a orar.

Queridos hermanos: la Curia diocesana tiene que ser un lugar, yo diría… una casa de calor; una casa de afecto. Podíamos comparar la Curia con una casa. Y, cuando decimos casa, pensamos en un lugar de acogida, de refugio, de custodia. La palabra casa tiene un sabor típicamente familiar. Y todos nosotros la conocemos por propia experiencia. La palabra casa evoca calor, afecto y ternura; esa que se puede experimentar en una familia, especialmente en los momentos a veces de más dificultad. Pero siempre. Y yo quisiera deciros que eso habéis sido vosotros también. Habéis sido y sois casa. Casa para tanta gente que viene junto a nosotros: casa de esperanza, favoreciendo un camino siempre de atención, de liberación, de entrega, de servicio, de respeto… Habéis sido y seguís siendo casa de esperanza. Yo os tengo que animar a continuar en esta tarea y en este trabajo en las diversas responsabilidades que cada uno de vosotros tenéis en la Curia. Os animo a continuar esa actividad, que es social, que es cristiana, que es humana: ofrecer vuestra valiosa contribución al servicio de todos los que lleguen a nuestra Curia.

Quizá vuestro trabajo es más necesario que nunca, porque la gente necesita de esto que os decía antes: ser acogida; experimentar compasión; experimentar respeto; descubrir que hay consuelo y hay servicio; proteger siempre. Se trata quizá de algo que nuestro mundo precisamente necesita.

Y, en tercer lugar, no solamente el Señor a través de la palabra de Dios nos dice que imitemos a Cristo y que procedamos según Él. Nuevamente, el Señor nos ha llamado también a hacer y a vivir que es necesario en nuestra vida, y quizá con más urgencia que nunca, que hagamos descubrir que la Iglesia es casa: casa de familia, casa de compasión, casa de cercanía. No solamente es esto. También el Señor nos está invitando a que, en nuestra vida, nosotros también hagamos posible que en la Iglesia encontremos razones para que todo el que se acerque descubra la misión que tenemos.

Sí, queridos hermanos: beneficiándonos del amor de Dios, que nos ha puesto en la Curia. Y vosotros, que sabéis vivir esta hermosa aventura, que sabéis descubrir a veces las necesidades de los demás, las pruebas, sois un don precioso que ha de hacer ver el amor de Dios a quienes se acerquen a nosotros. Sí. A los ojos de Dios, sois en la Curia un tesoro, un don, una vida que da dignidad, y la ofrecéis a quienes se acerquen a nosotros. Yo os animo, quizá hoy más que nunca, a construir un mundo, a construir una sociedad donde las relaciones fraternas sean las que llenen la vida; donde hagamos experimentar que hay una casa, como os decía antes: sí, una casa de familia; una casa de familia, donde se encuentran personas que sirven con la mano, con los ojos, con los oídos, con la sonrisa…; que muestran la cercanía de un Dios que cuida de su pueblo, que lo quiere hacer a través de personas concretas: de sacerdotes, de religiosos y religiosas, miembros de la vida consagrada, de laicos. El amor al prójimo es siempre realista y no desperdicia nada que sea necesario para transformar esta historia de los hombres.

Queridos hermanos: es importante para todos nosotros ser amor de Dios repartido. Es importante para todos nosotros mostrar que la Iglesia es casa de calor y de afecto. Es importante para todos nosotros imitar a la Santísima Virgen María, de la que quiero tener un recuerdo singular y especial en esta inauguración de este curso nuevo para nosotros.

Sí. Ella, Madre bondadosa, empeñada en amar a su Hijo, es modelo y guía para todos nosotros. Para la Curia. Porque nos impulsa a amar con caridad evangélica. Nos impulsa a la caridad con el prójimo, que es inseparable de la caridad que Dios tiene con nosotros, y que nosotros hemos que tener con Él. Por eso, enraicemos siempre nuestra caridad cotidiana como la Santísima Virgen siempre lo hizo, en relación diaria con Dios: en la oración personal, en la escucha de su palabra, en la celebración de la Eucaristía, que es sacramento de unidad y vínculo de caridad para todos los hombres.

Qué importante, queridos hermanos, es ser; orar siempre; mantener el diálogo con Dios; y descubrir la novedad que cada persona nos trae siempre a nuestra vida. Sí. Ser uno mismo. Ser uno mismo con los demás. Reencontrar siempre. Los que lleguen a nosotros que reencuentren la alegría de sentirse amados. Sí. Que salgamos al encuentro de los demás, en la situación en la que estén, pero siempre con armonía y con alegría, que expresamos de tenerles a nuestro lado.

Queridos hermanos: habéis elegido poneros al servicio de las personas. Y de haceros prójimos de las personas. De todas las personas. Sirviéndolos, sabéis que servís al Señor mismo. Y, sirviéndolos, ayudáis a comprender que cada persona es una historia sagrada; un don inestimable. El Señor nos invita a jugarnos la vida generosamente, con valentía. La que da el amor del Señor. Y a superar la pasividad, que a veces puede convertirse en complicidad para no amar. Pero el Señor nos invita precisamente a amar.

Sí. Habéis querido ser para las personas los ojos, los oídos, la mano, la sonrisa de Dios. Mostrad la cercanía del Señor, que cuida de su pueblo, con todas las personas. El amor al prójimo es realista. No desperdicia nada. Nada. Con vuestra vida, tratad de ser discípulos de Cristo; no solo de palabra, sino con la obra. Y contagiad, como lo hizo Jesús. Como lo acabamos de escuchar en este Evangelio que hemos proclamado. Esta página preciosa. Este Evangelio que nos lleva a todos nosotros a ver cómo Jesús organiza su Iglesia, y la sigue organizando entre nosotros; cómo Jesús llamó a los apóstoles; cómo el Señor se detuvo entre la gente; nos dice el Evangelio: ante una gran multitud venidos de todos los lugares. Y nombra ciudades que no eran precisamente las más judías: Tiro y Sidón. Pero querían escuchar al Señor, y querían ser curados por el Señor.

Habiendo recibido del Señor tanto bien y tantas atenciones, yo le pido a la Santísima Virgen hoy que nos convirtamos en hombres y mujeres capaces de levantar, de aliviar y de hacer presente el corazón en las vidas de todos los que lleguen a nuestro lado.

Que el Señor nos bendiga en este curso, queridos hermanos. El Señor nos regala todo: nos regala su presencia; nos regala el poder vivir en comunión con Él; nos regala esto que ha dicho el Evangelio: que procedamos siempre según Cristo; nos regala su fuerza, su vida. Él nos alimenta de Él para proceder de esta manera; nos dice que busquemos las razones de nuestro trabajo, como Él lo hizo cuando se retiró a orar y pasó la noche en oración junto a Dios. Y nos pide que descubramos nuestra misión, nuestra misión, en medio de esta gran ciudad, donde hay muchos cristianos, pero también hay mucha gente que no tiene una experiencia viva de lo que es el amor de Dios. Y la Curia también. En todos los trabajos que tenemos. Puede ser para todos una gracia para hacerle presente en las responsabilidades diversas que cada uno de nosotros tenemos.

Que el Seños os bendiga y os guarde. Y entremos en una comunión viva con Él. Amén.

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