Homilías

Lunes, 11 febrero 2019 12:46

Homilía del cardenal Osoro en la Misa de la campaña contra el Hambre de Manos Unidas (10-02-2019)

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Querido párroco de esta comunidad cristiana de Santa María del Pilar. Hermanos sacerdotes. Don Juan José, consiliario diocesano de Manos Unidas en Madrid. Presidenta nacional de Manos Unidas, doña Clara Pardo Gil. Miembros de Manos Unidas de Servicios Centrales y Delegación de Madrid. Estimado don Gregorio, presidente delegado de Madrid Comisión Nacional. Queridos hermanos que estáis aquí en esta parroquia, y hermanos que a través de TVE estáis siguiendo y viviendo esta celebración. Hermanos todos. 

Estamos celebrando la Eucaristía de la campaña contra el Hambre. La colecta que se hace en todas las parroquias de España la recoge Manos Unidas, que en este año celebra el LX aniversario de su presencia entre nosotros. Y lo hace dentro del marco del trienio «Promoviendo los derechos con hechos». Recordamos con inmensa gratitud el esfuerzo realizado por tantas personas, mujeres y hombres, para que los derechos humanos se hagan realidad, especialmente en los lugares donde la pobreza y la vulnerabilidad es evidente. Conscientes cada día más de que los discursos sobre los derechos humanos no se corresponden con la realidad de millones de personas que, considerados «sujetos de derechos», sin embargo no pueden acceder a ellos, incluso a los más elementales, como es el derecho a la alimentación. Por ello, Manos Unidas sitúa este LX aniversario en el marco de un trienio, «Promoviendo los derechos con hechos», abordando lo escrito en los textos legales con hechos. Este viernes pasado hemos celebrado el «Día del Ayuno voluntario». He podido ver con mis ojos cómo en una parroquia se volcaban los cristianos en hacer visible la promoción de los derechos humanos con hechos concretos significativos en la vida de la comunidad cristiana. Así se ha realizado en otras muchas parroquias. Os lo agradezco a todos en nombre de nuestros Señor Jesucristo, que quiere que todos los hombres vivan con la dignidad con la que Dios nos creó.

Hemos escuchado la Palabra de Dios que en este domingo V del tiempo ordinario hemos proclamado. ¡Qué hondura alcanza el corazón humano cuando podemos hacer nuestro el Salmo 137 que juntos hemos proclamado, diciendo: «Delante de los ángeles tañeré para ti»!. Sí, Señor: te damos gracias de corazón porque en tu misericordia, en tu amor entrañable por los hombres y por todas sus situaciones, acrece el valor de cada uno de nosotros para mirar y leer la realidad. No solo mirarla: también hay que leerla. Es así como descubrimos que Tú nunca abandonas la obra de tus manos. Nos creaste y creaste todo lo que existe. Todo lo hiciste para que nos respetásemos y diésemos dignidad a todos los hombres. Tú, Señor, te hiciste presente entre nosotros para enseñarnos a vivir sin robar la dignidad a nadie. Nos mostraste caminos concretos para hacerlo con tu gracia, tu luz, tu amor, y con el modo de vivir que tú mismo nos diste, cuando nos dijiste de Ti: «no he venido a ser servido sino a servir, haced lo mismo vosotros», o aquellas otras palabras tuyas: «nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos, vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando». ¿Qué nos mandó el Señor? Se sintetiza en estas palabras suyas: «amaos los unos a los otros como yo os he amado».

Hemos proclamado la Palabra de Dios. Sintamos con el Señor. Dejémonos alcanzar por los sentimientos de Cristo, que se nos revelan en sus palabras, y leamos la realidad de la pobreza en el mundo desde su mensaje, pensando que esos pobres podríamos ser nosotros, o personas a las que queremos. Contemplad y mirad. Las cifras de pobreza que tenemos son escandalosas: 1.300 millones  de seres humanos, según la ONU. Los rostros humanos de quienes padecen esta situación son: niños y niñas, jóvenes desempleados, indígenas y campesinos expulsados de sus territorios, trabajadores mal retribuidos, marginados y hacinados urbanos, ancianos excluidos, rostros de mujeres. Y, como nos dice el Papa Francisco, ante situaciones así: «todos estamos llamados a ir más allá. Podemos y debemos hacerlo mejor con los desvalidos» (Mensaje del Papa Francisco a la FAO 2018). ¿Qué nos dice el Señor hoy en su Palabra?: 1) protagonistas en servir a los hombres; 2) manteniendo nuestra identidad siempre; 3) siendo servidores de la alegría del Evangelio.   

1. Protagonistas en servir a los hombres: ¡Con qué fuerza hemos de escuchar siempre al Señor! Su presencia en todo momento en nuestra vida nos abre a los demás. Él siempre nos ofrece posibilidades nuevas. Ante realidades que contemplamos, como es hoy el hambre en el mundo, viendo y escuchando cómo Dios quiere que estemos presentes en ellas de un modo pro-activo, es decir, interviniendo para que cambien, protagonizando,  percibimos cómo el Señor desea contar con nosotros cuando oímos cómo dice: «¿a quién mandaré?». Esas palabras deseamos escucharlas en lo más profundo del corazón. Escuchadlas. Estoy seguro de que cada uno de nosotros, los que estáis aquí en el templo y quienes estáis en vuestras casas siguiendo esta celebración, como le pasó al profeta Isaías, deseamos responder: «aquí estoy, mándame».   

Y, queridos hermanos, es que el Señor quiere y desea que aspiremos a la universalidad. Desea darnos un impulso utópico; ese que el Papa Francisco en tantas ocasiones ha rehabilitado, mostrando el valor movilizador de la utopía. Es cierto: podemos quitar el hambre en el mundo. ¿Utopía? No. Es verdad que no podemos olvidar los límites. Tenemos grandes límites que no se pueden suplir con voluntarismos. Pero siempre encontramos una parte valiosa que nos sirve a nosotros y puede servir siempre a los demás. Movilicemos esa parte valiosa. Nunca nos despreciemos a nosotros, ni a los demás. Nuestro verdadero talento está en descubrir qué lugar encontrar para animar, dar valor, saber hacer. La Iglesia acoge siempre, nunca responde negativamente a quien quiere y desea hacer algo por los demás. Es verdad que no lo hacemos desde una ideología, pues darnos al otro -sea quien sea- nace del encuentro con una Persona, con Jesucristo. ¿Tenemos poco? Démoslo, pongámoslo en manos del Señor. Veréis cómo se multiplica. Recordemos a aquella multitud hambrienta: había solamente cinco panes y dos peces, pero en manos de Jesucristo se multiplicó y sobró para dar de comer. Juntos podemos hacer mucho. Nunca sin el otro. De ahí la fuerza de la comunidad cristiana. Seamos protagonistas del abrazo de Dios a todos, del apoyo al otro, de regalar nuestra amistad, de dar algo a los demás, de suscitar ese dar ganas de ser para el otro que es lo que provoca el encuentro con el Señor y nos hace decir: «aquí estoy, mándame».    

 2. Manteniendo nuestra identidad siempre. ¡Qué belleza adquiere nuestra vida cuando nos sentimos fundados y salvados en Jesucristo y remitidos siempre a los demás, a todos los hombres! Entremos en la lógica del Evangelio, que es muy clara. Quizá la vemos con mucha más fuerza cuando escuchamos a Jesús en aquella parábola en la que nos dice: «si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere da mucho fruto». Es la lógica en la que hemos de entrar para cambiar nuestro mundo. Y es que no vale vivir para uno mismo, no vale buscar salvarse uno: hay que entrar en otra dinámica; según Jesucristo, hay que perder la vida, hay que darla como Jesús; es un perderse, que significa ganar. Hay que hacerlo por los otros, como Jesús. Lo hemos escuchado en la lectura del Apóstol San Pablo a los Corintios, en su primera carta: «Cristo murió por nuestros pecados…fue sepultado y resucitó al tercer día…se apareció a Cefas y más tarde a los Doce…se me apareció también a mí…no soy digno de llamarme apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios…por la gracia de Dios soy lo que soy».    

No sé si habéis caído en la cuenta de lo que significa la última tentación de Cristo en la Cruz, cuando le gritan: «si eres Hijo de Dios, sálvate a ti mismo». Le proponen el «evangelio de este mundo», que no es el que ha propuesto Jesús, ni el que propone Él desde la Cruz: «a tus manos encomiendo mi espíritu». Nuestro Señor Jesucristo no propone la autorreferencialidad. Él nos propone la relación con todos, el encuentro, el diálogo. Nos propone dar vida al prójimo y no proporcionarle la muerte. El prójimo nos obliga a la relación, al encuentro. Pero, hoy, en ese ansia de buscar la libertad, el prójimo se interpreta como una atadura. Por ello, me estorba. Hoy nos encontramos con un tiempo de muerte del prójimo, pues el prójimo nos interpela y obliga a la relación. De ahí la importancia de la comunidad cristiana, de la familia cristiana como comunidad: ambas están unidas por los lazos del amor más grande, el de Dios mismo. El amor cristiano, nuestra identidad, es escuela de solidaridad, es cadena que nos une a los unos con los otros, cuando hay amor. Nadie sobra y nadie es extranjero. Es como cuando dos personas se abrazan: no se distingue el que ayuda del que es ayudado; cuando se abrazan es uno…el protagonista es el abrazo. Mantengamos la identidad siempre. Resucitemos con Él.   

3. Siendo servidores de la alegría del Evangelio. Hoy el Señor se acerca a nosotros y desea mostrar su cercanía a todos los hombres. Todos los hombres que habitan este mundo quieren escuchar palabras en las que vean que esa liberación en la que desea vivir todo ser humano, Él la ofrece no solo con palabras, sino con obras, pues cambia el corazón de quien se acerca a Él y lo deja entrar en su vida. El Señor, nos dice el Evangelio, vio dos barcas; y subió a una de ellas, que era la de Simón, para hablar a la multitud que estaba allí. Imagínate que esas barcas sois todos los que me estáis escuchando en estos momentos. El Señor quiere subir a ellas, desea hablar con obras y palabras a los hombres. Desea hacerlo hoy, cuando celebramos la LX campaña de Manos Unidas con el lema Creemos en la igualdad y en la dignidad de las personas. Te invito a que dejes entrar en tu vida al Señor: verás el cambio; aceptarás el desafío de encontrarte con otros diferentes, de dar de lo tuyo a otros, de hacer partícipe de lo que tiene a otro, pero también de recibir del otro lo que él te pude dar. Hemos de ser valientes para hacernos consanguíneos con otros. La Iglesia sabe hacerlo, pues, entroncada y fundada en Jesucristo, sabe de la salvación que Él nos da.

El Señor nos dice a nosotros hoy también, como a Pedro: «rema mar adentro», entra más en la profundidad de los problemas, y «echad las redes», observad lo que más necesitan los hombres, respetad sus derechos, acercaos a sus necesidades reales. Y en este mundo global, vemos cómo la Iglesia  brilla como signo de unidad de la humanidad en el mundo, al servicio de la fraternidad de todos los pueblos y de todos los hombres. ¿Hay miembros que se sitúan al margen? Sí. Pero nadie puede negar que la Iglesia es laboratorio de paz, de caridad, de cultura, de acercamiento a todas las necesidades de los hombres. En la encíclica Laudato Si, el Papa Francisco, partiendo de la tierra y de los pobres, nos propone mirar el mundo como «casa común». Estamos todos interrelacionados; la conversión de un hombre cambia el mundo: de ahí que la cuestión ecológica es al mismo tiempo concreta y espiritual.

Os propongo vivir siete tareas para ser servidores de la alegría del Evangelio: 1) escuchemos a los hombres de todas las latitudes de la tierra (la gente se agolpaba alrededor de Jesús); 2) prestemos la vida, sí, la barca (subió a una barca); 3) dejemos que a través de nosotros hable Jesús (enseñaba a la gente); 4) nunca nos quedemos en la superficie, entremos al fondo de las cuestiones del hombre (rema mar adentro); 5) acepta el don de la fe que te ofrece Jesús. La fe es un don y, como cualquier regalo, se puede rechazar o recibir (por tu palabra echaré las redes); 6) llama a otros y vive con otros en la escucha a Jesús (vinieron a echarles una mano); 7) ponte en manos de Dios y pastorea a tus hermanos los hombres (apártate de mí, Señor, que soy un pecador).

Jesucristo, que nos ha hablado, y con sus palabras nos llama a ser protagonistas en el servicio a todos los hombres, manteniendo nuestra identidad cristiana siempre, y teniendo como misión regalar la misión y la alegría del Evangelio a este mundo, se hace realmente presente en el misterio de la Eucaristía: contemplémoslo, acojámoslo en nuestra vida y vivamos de Él, con Él y por Él, construyendo nuestra casa común. Hoy, ayudando a Manos Unidas a realizar sus proyectos con los más pobres de la tierra. Amén.

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