Homilías

Martes, 22 enero 2019 12:24

Homilía del cardenal Osoro en la Misa de la Epifanía del Señor (6-1-2019)

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Queridos don José, don Santos y don Jesús, obispos. Queridos hermanos sacerdotes. Queridos diáconos y seminaristas. Hermanos y hermanas:

Un día especial e importante para todos nosotros: la manifestación de Jesucristo. Dios mostrándose a los hombres en Belén. Dios dándose a conocer a todos los hombres.

Hemos escuchado en el salmo 71 que, ante el Señor, se postrarán todos los pueblos de la tierra. Los Magos representan a todos los pueblos, a todos los hombres. Y ellos, todos los hombres, representados por los Magos, se fían del Señor. Confían en el Señor. Florece su vida porque la justicia y la paz se hacen presentes en este mundo en nuestro Señor Jesucristo. Ante Él se postran y le ofrecen dones. Y todos los pueblos, a través de ellos, sirven al Señor. Y es cierto que este Jesús libera, entrega la libertad verdadera, hace posible que el afligido tenga protector, y experimente la protección en Dios nuestro Señor. Sí. Él salva la vida de todos los pobres.

Si tuviéramos que resumir, queridos hermanos, la Palabra de Dios que acabamos de proclamar, tendríamos que decir así: mira tu Iglesia. Reconoce quién eres, y tu misión. Todos los hombres han de ser llamados, han de ser encontrados, han de ser guiados por el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Porque hay un deseo, además, innato en el ser humano: la búsqueda de felicidad. La búsqueda de sentido. Esto es lo que la Palabra de Dios, queridos hermanos, nos ha dicho. Y que yo quisiera acercar a vuestro corazón y a vuestra vida.

Mira tu Iglesia. Reconoce. Reconozcamos quiénes somos, y la misión que tenemos, queridos hermanos. Ha sido de una belleza extraordinaria la primera lectura que hemos proclamado del profeta Isaías: «Levántate, resplandece Jerusalén». Podríamos decir: resplandece nueva Jerusalén. Resplandezcamos nosotros. La Iglesia no es un ente, queridos hermanos. Somos nosotros parte de la Iglesia, miembros vivos de la Iglesia que caminamos aquí, en esta tierra y en este mundo, y que el Señor nos pide que nos pongamos en pie, que lo anunciemos y que resplandezcamos. No con nuestra luz propia, sino con la luz que nos viene del Señor. Porque la luz ha llegado, nos decía el profeta Isaías. La gloria del Señor está, y la oscuridad de los hombres ha sido eliminada. Hay luz. Y sabemos, si nos ponemos al alcance de esa luz, quiénes somos y hacia dónde tenemos que ir.

Los pueblos, hermanos y hermanas, han de caminar a esta luz. Por eso, nosotros, levantemos la vista a esta luz que se nos ha manifestado en Belén como se les manifestó a los Magos. Levantemos la vista y descubramos cómo, ante esta luz, nuestro corazón se engrandece, se ensancha. Y en nosotros surge la alabanza del Señor. Mira tu Iglesia.

Esta mañana, todos nosotros miembros de la Iglesia nos miramos. Miramos hacia nosotros. Y cada uno de nosotros, ante el portal de Belén, como los Magos, sintamos ese agradecimiento de haber sido llamados a formar parte de la Iglesia. De esta Iglesia que tiene que llevar el amor de Dios a todos los hombres. De esta Iglesia que tiene que proclamar que no hay oscuridad, que hay luz; que no hay mentira, que hay verdad; que todos los hombres no son unos enemigos los unos de los otros, sino que son hermanos. Esta Iglesia que tiene, en medio de este mundo necesitado de luz, que regalar, y promover, y manifestar, la luz de Jesucristo.

En segundo lugar, el Señor también nos ha dicho: todos los hombres han de ser llamados. Todos los hombres han de ser encontrados y guiados por el Evangelio. Esta perspectiva, queridos hermanos, de universalidad, que se manifiesta en Belén, en la adoración de los Magos, la tenemos que tener también nosotros, los miembros de la Iglesia. No somos una gente para un grupo determinado, para un grupo que tiene estas ideas o estas otras. No, queridos hermanos. El Señor ha venido a este mundo y ha dejado a su Iglesia, de la que somos parte, para que vayamos a todos los hombres. Todos han de ser llamados. Todos han de ser encontrados por Cristo. Todos han de ser  guiados por el Evangelio.

Nos lo ha dicho el apóstol Pablo en la carta a los Efesios: la distribución de la gracia de Dios, que ha sido dada no solamente para los judíos, sino para los gentiles, para todos los hombres. Queridos hermanos: hagamos partícipes de esta gran noticia a todos los hombres. Tenemos una misión extraordinaria.

Qué belleza tienen estos días, queridos hermanos, entre nosotros. Las familias nuevamente reunidas. Las familias que se encuentran. Y acontece todo esto porque ha nacido Jesucristo. Quizá algunos lo han podido olvidar, o si no lo han olvidado pasa a segundo término. Pero esto acontece porque ha nacido Jesucristo. Y las familias se reúnen. Y esto es algo importante. Y esto es algo necesario. No nos dejemos engañar por otras luces que son aparentes. Por otras luces que se apagan normalmente. No nos dejemos engañar. Sintamos el gozo de tener esta luz, que es Jesucristo, que permanece siempre. Y sintamos el gozo de que tenemos que dársela a todos los hombres. Todos.

Y, en tercer lugar, queridos hermanos, descubramos el deseo innato que hay en el hombre. Todos buscan la felicidad. Ved a los Magos. Representan a todos los hombres. Y los Magos, en esta búsqueda de felicidad, hacen una pregunta cuando llegan a Jerusalén. ¿Donde está el Rey de los judíos que ha nacido? ¿Dónde está? ¿Dónde está  alguien que a mí me de felicidad? ¿Que dé sentido a mi vida? ¿Que me dé paz? ¿Qué me dé reconciliación? ¿Qué me dé dirección? ¿Qué me dé metas? ¿Dónde está? Queridos hermanos: lo buscan todos los hombres.

Qué maravilla han sido estos días pasados: el 28, 29, 30 y 31 de diciembre, hasta el día  1 por la mañana, en que 15.000 jóvenes –más de 15.000 jóvenes- han estado en Madrid, de toda Europa, celebrando precisamente que ellos han encontrado la luz, que es Jesucristo nuestro Señor; que ellos sienten ganas de comunicar esta luz a todos los hombres. ¿Dónde está el rey de los judíos? El deseo innato del hombre nace también de una pregunta: ¿dónde? ¿Quién me da a mí la felicidad? ¿Quién me da sentido a la vida? ¿Quién?.

Pero, fijaos: hay una propuesta. Y hay propuestas que son malas. Lo habéis visto en el Evangelio: cuando Herodes se entera, llama en secreto a los Magos para que le precisaran dónde está este rey. «Y cuando lo encontréis, avisadme. Yo también quiero adorarlo». Esta adoración no era así. «Yo también quiero matarlo, porque la luz quiero ser yo».

En este mundo que vivimos, queridos hermanos, hay muchas maneras de hacer ver que la luz son lucecitas que duran un tiempo, que se apagan, que a veces nos enfrentan con otras luces, que no nos hacen hermanos, que nos hacen enemigos los unos de los otros, por idea, por situación…

Qué maravilla, queridos hermanos, esta pregunta: ¿dónde está el rey de los Magos? No la tiene. La respuesta no la tienen las lucecitas que aparecen por ahí, de formas diversas. No hacen felices a los hombres. No nos llevan a construir la fraternidad. No nos llevan a conquistar la paz. No nos llevan a tener la paz en nuestro corazón, porque cuando la tenemos en nuestro corazón la damos, la entregamos, la manifestamos.

Hay algo importante también: en ese deseo innato del ser humano de encontrar la felicidad está la pregunta. Está en las respuestas que a veces se dan. Pero, fijaos: hay un encuentro que marca un camino nuevo, y es que los Magos, cuando van donde Jesús a Belén, lo adoran y marchan por otro camino. No vuelven por el mismo. Por el que venían no era el de la felicidad. Han encontrado la felicidad en Jesucristo, y marchan por otro camino.

Qué maravilla sería, queridos hermanos, esta propuesta que nos hace el Señor hoy a todos nosotros: levántate Jerusalén. Levantaos, queridos hermanos. Mostrad quién es la luz: en vuestras familias, en vuestros hijos, en vuestros nietos. Mostrad quién es la luz. Entregad la felicidad verdadera: la felicidad que construye fraternidad, que nos invita a la reconciliación, que nos invita a construir la paz, que nos invita a marcar caminos; caminos de encuentro, no de dispersión; caminos de comunión entre los hombres, no de división; caminos, queridos hermanos, de misión. Salgamos a la misión. Un encuentro que marcó un camino. Nos lo dice el Evangelio: ellos se llenaron de alegría al ver dónde se paraba la estrella, entraron en la casa, vieron al niño con María su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; le ofrecieron los regalos -oro, incienso y mirra-, y se retiraron por otro camino. El camino que les había mostrado Jesús.

Hermanos y hermanas, que el Señor os bendiga. Sí. Qué hondura alcanza el ser humano cuando hablamos con Dios de lo que es la persona humana, cuando se deja mirar por nuestro Señor Jesucristo. Qué hondura alcanza, queridos hermanos, esta vida. Por eso, yo os pediría que tengáis un profundo deseo de ser amados, de ser guiados, de ser encontrados. Esto os va a llevar necesariamente a buscar y salir de vosotros mismos, y encontrar la luz de Jesús. Es verdad que surgirán dificultades, pero id al encuentro de Él. En esas dificultades que tengamos, hay que despertar a la alegría de la fe, a la alegría del amor. Del amor de Dios que nunca se agota. A la alegría de la ternura de Dios, como los Magos de Oriente. Ellos no se dejaron engatusar por el mal. Ellos siguieron los rastros de la luz. Comprobaron que Dios nos marca otro camino distinto. En el encuentro con el Señor hay un antes y un después, queridos hermanos. Quizá si lo pensásemos un segundo esta mañana, aquí, ahora, todos, veremos cómo es el antes y el después.

Quizás hemos buscado la felicidad, pero está en Jesús. En ese niño que está ahí representado en el belén, que después, al final de la Eucaristía, vamos a adorar. Es a Él. Hay un después. Un después. Qué bonito es aquello que nos decía el Papa Benedicto XVI: se comienza a ser cristiano por el encuentro con un acontecimiento, con una persona que da un nuevo horizonte a la vida, y una orientación decisiva a la vida.

Hermanos: en esta Epifanía, pensad un segundo. ¿Queremos aceptar y meter en nuestro corazón esta orientación?. Todos deseamos tener estar orientación. Y ahora Jesús se hace presente, ahí. Es el nuevo Belén. Se hace presente porque Él quiere, ha querido, seguir mostrando el misterio de la encarnación a través del misterio de la Eucaristía. Con Él nos vamos a encontrar. Emprendamos el camino que Él quiere entregarnos.

Que el Señor os bendiga, os guarde, y que hagamos verdad lo que nos decía hoy a todos nosotros el Señor: levántate Iglesia. Levántate. No tengamos miedo. Mostremos el camino del Señor.

Amén.

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