Homilías

Viernes, 13 septiembre 2019 13:56

Homilía del Cardenal Osoro en la Misa de la fiesta de la Real Esclavitud de la Almudena (8-09-2019)

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Queridos hermanos obispos, don Juan Antonio y don Jesús. Excelentísimo cabildo catedral. Queridos hermanos sacerdotes. Queridos seminaristas.

Excelentísimo señor alcalde de nuestra ciudad de Madrid. Autoridades civiles y militares. Ilustrísimas autoridades. Hermanos y hermanas todos.

En esta fiesta de la Santísima Virgen María, y en este domingo, el Señor nos permite descubrir qué significa para todos nosotros pertenecer a la Real Esclavitud. Qué contenido damos a nuestra vida cuando nos incorporamos a esta asociación de la Iglesia. Lo habéis escuchado en la Palabra que hemos proclamado. Pero quizá donde mejor se ve es fijándonos por unos instantes en dos expresiones de la Santísima Virgen María. La primera de ellas, cuando el Señor le pide que ofrezca su vida para ser su madre. Cuando le pide un servicio a esta humanidad. Y recordáis la expresión de la Virgen: «he aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu Palabra». Y otra de ellas es la actitud de la Virgen ante las necesidades de los hombres. El primer milagro que hace Jesucristo, donde se manifiesta que es Dios, es en las bodas de Caná. Una situación de una familia, de un grupo, que vivía en apuros, que tenia necesidad, que no podía celebrar la fiesta porque faltaba el vino. La respuesta de María recordad que fue también con esta expresión: «haced lo que Él os diga».

Son dos expresiones, «aquí me tienes, Señor» y «haced lo que Él os diga», que de alguna manera definen lo que está celebrando en estos momentos esta Real Esclavitud. Y yo quisiera que lo descubriésemos también en la Palabra que el Señor nos entrega este domingo, a través de la Iglesia. Con tres palabras: sabios, hermanos y centrados. Tres palabras que resumen la Palabra de Dios que acabamos de proclamar, y que nos manifiestan también el significado de esas dos expresiones de la Virgen María.

En primer lugar, vivir con la sabiduría de Dios. Esto es lo que hace María. Daos cuenta de que, cuando a través del ángel, Dios la pide que preste la vida para hacerse presente en este mundo, para tomar rostro humano, Ella, no es que dude, hace una pregunta: «¿Cómo será esto? No conozco varón». «El Espíritu vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra». Es decir: es la sabiduría de Dios, a la que responde la Virgen María, porque lo que no es posible para los hombres, Ella sabe que es posible para Dios, porque tiene la sabiduría de Dios. Y por eso dice: «aquí estoy. Hágase en mí según tu palabra».

Por eso, hermanos, han sido maravillosas las expresiones que hemos escuchado en la primera lectura del libro de la Sabiduría. ¿Qué hombre conoce el designio de Dios? ¿Quién comprende lo que Dios quiere? ¿Quién rastreará las cosas del cielo? ¿Quién conocerá el designio de Dios? Solamente aquellos que acogen la sabiduría de Dios. Solo conocemos de verdad si acogemos la sabiduría de Dios. Así haremos los caminos rectos y descubriremos que esta sabiduría salva, es salvadora para los hombres.

En segundo lugar, hermanos, vivir como hermanos. No solamente vivir con la sabiduría de Dios, que ya es. Sino que se tiene que manifestar: vivir como hermanos. La Virgen María, en las bodas de Caná, no se pone aparte, no se echa a un lado ante las dificultades reales que tienen los hombres. Aquella familia en concreto. Ella dispone, pero naturalmente remite. Remite a alguien que nos hace diferentes.

Si os habéis dado cuenta, en esta segunda lectura que hemos proclamado, de la carta de Pablo a Filemón, hay algo extraordinario. Quizá algo que es necesario que los hombres conozcan cada día más, y más y más: el descubrir que tenemos un titulo que nos ha dado el mismo Jesucristo cuando nos ha dado su vida por el bautismo. Somos hermanos de todos los hombres. Porque quien siendo Dios se hizo uno de tantos, y se hizo hombre, y se hizo el hermano mayor de todos los hombres. Esto es lo que expresa Pablo. Pablo, anciano, prisionero, había conocido a Filemón. Y Filemón se había convertido al cristianismo. Un hombre que tenía esclavos. Y en un viaje, Filemón le presta uno de sus esclavos para que vaya con él. Y este esclavo se convierte. Se hace cristiano. Y Pablo, cuando lo devuelve a su dueño, lo que hace es mostrarle cómo tenemos que tratarnos los unos a los otros cuando tenemos la vida del Señor. La tiene Filemón, el dueño. Pero le dice Pablo: No he querido retenerlo conmigo. Quizá se apartó de ti, que lo tenías como esclavo, para que lo recobres ahora, mucho mejor, como hermano».

Hermanos. Queridos hermanos: esta es la palabra. Somos hermanos. Un discípulo de Cristo ve en el otro a un hermano. Y esto no es buenismo. Esto es vivir en lo que somos. Si tenemos la vida del Señor, que es nuestro hermano mayor, que nos ha hecho hermanos de todos los hombres, de todos los hombres, devolvamos, como el apóstol Pablo hizo a Filemón, el recado: es tu hermano. Remitamos y vivamos esta experiencia de sabernos hermanos. Con la sabiduría de Dios, y viviendo como hermanos.

Y, en tercer lugar, centrados, queridos hermanos. Centrados. Sí. El centro de nuestra vida es Jesucristo, Esta tarde estamos reunidos aquí, y nos reúne su santísima Madre. Pero nos reúne y nos remite, como hizo en las bodas de Caná, a hacer lo que El nos diga. Queridos hermanos: centrados. Tenemos un centro, que es Cristo; tenemos una tarea, la que hizo Jesucristo; y tenemos una riqueza, la que viene de Jesucristo. Tenemos, por supuesto, un centro. Lo habéis escuchado en el Evangelio que hemos proclamado: si alguno viene en pos de mí, si alguno se viene conmigo, y no pospone a su padre y a su madre… ¿Acaso Jesús está contra la familia? ¿Acaso Jesús nos pide que la dejemos al lado y no nos preocupemos de ella? Resultaría muy extraño que Jesús nos pidiera esto. Sería inhumano. Y Jesús es la humanidad en plenitud. Eso no es posible. Lo llamativo es que se haya mantenido lo que Jesús nos dice aquí, en estas palabras. Nos quiere decir que el que quiera ser discípulo de Él, es alguien que le elige a Él, a Jesús. Que le elige como valor absoluto de la vida.

Esta es la elección que hizo la Virgen María cuando Dios le dijo: «¿me prestas la vida». Y Ella dijo: aquí estoy. Elijo servir a Dios. Hacerme esclava de Dios. La referencia última en todo, por encima de todo, es Jesucristo. ¿Veis? Centrar. El centro de nuestra vida es Jesucristo. Por eso, los cristianos, cuando nos reunimos los domingos a celebrar la Eucaristía, lo que queremos hacer es recordar que el centro es Cristo. No tenemos otro. Y es su palabra, que nos orienta, que nos encamina.

Tenemos un centro. Tenemos una tarea. La segunda afirmación que hacía el Evangelio: quien no lleve su cruz, no puede ser discípulo mío. Llevar la cruz. Llevar la cruz no quiere decir únicamente vivir con serenidad, dificultades y sufrimientos. Llevar la cruz quiere decir seguir el camino que Jesús nos enseñó, afrontando con confianza esfuerzos, sufrimientos, y que esto comporta seguimiento. Y esto puede llegar a hacernos sufrir, como Jesús tuvo que sufrir las consecuencias. Pero este es el camino que lleva la vida. Una tarea: seguir a Jesús.

¿Veis? Centrados en Cristo significa tenerle a Él, seguir sus huellas, seguir sus pasos, y también significa tenerle como única riqueza. «El que no renuncia a sus bienes no puede ser discípulo mío». Esta afirmación de Jesús propone un camino de liberación total. La renuncia a todo lleva consigo renuncias a seguridades, a prestigio, a poder, a dinero. Se trata de una disponibilidad y una libertad para el seguimiento de Jesús: convertir la propia vida en don y en servicio a los otros. Que es lo que hizo Jesús, y es lo que hizo la Santísima Virgen María. Porque, queridos hermanos, cuando Ella presta la vida a Dios, convirtió su vida en don y en servicio a todos los hombres, por los siglos de los siglos.

Por eso, hermanos, en esta tarde, le damos gracias al Señor. Nosotros queremos ir detrás de aquel que, enamorando nuestro corazón, nos despierta posibilidades ignoradas de nuestro ser. Queremos ir tras el Señor. Pero queremos hacerlo como lo hizo la Santísima Virgen María. Y sabemos que Ella nos ayuda. Fue Jesús, cuando estaba en la cruz, cuando nos la regaló como madre: «Ahí tienes a tu madre», le dijo a Juan, y en Juan estábamos todos nosotros. Para hacernos también esclavos de nuestra madre. Y para hacernos hombres y mujeres que queremos vivir con la sabiduría de Dios, siendo hermanos de todos los hombres, y centrando nuestra vida en Jesucristo nuestro Señor.

Hermanos: Jesucristo se hace presente aquí, en el altar, en el misterio de la Eucaristía. Jesucristo viene junto a nosotros. Haced lo que Él os diga, nos ha dicho y nos dice su Santísima Madre. Es más, Ella ha dicho: hágase en mí según tu palabra. Y nosotros, esta tarde, al reunirnos aquí en esta fiesta de gozo, le decimos al Señor: Señor, nosotros queremos tener tu sabiduría, deseamos ser hermanos de los hombres, deseamos construir la fraternidad, pero sabemos que solamente solo podemos conquistar y poseer si centramos tu vida en tu persona. Que es lo que queremos hacer en esta celebración de la Eucaristía, y en esta fiesta de la Real Esclavitud.

Que el Señor os bendiga siempre y os guarde. Amén.

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