Homilías

Miércoles, 13 diciembre 2017 14:06

Homilía del cardenal Osoro en la Misa de la Inmaculada Concepción (8-12-2017)

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Querido Vicario General y Vicarios Episcopales, Ilmo. Sr Deán, Excmo. Cabildo Catedral, hermanos sacerdotes, miembros de la Vida consagrada, hermanos y hermanas:

Una vez más, nos reúne aquí la Santísima Virgen María, en la fiesta de la Inmaculada Concepción. Quisiera poner la mirada en el corazón joven de María, para tener en el horizonte de esta fiesta un acontecimiento eclesial muy importante: el Sínodo de Obispos que el Papa Francisco ha convocado para octubre del próximo año con el tema Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional. Que la Inmaculada Concepción nos enseñe a mirar, sentir y actuar como Ella lo hizo, para así aprender a discernir los caminos de Dios en nuestra vida y en nuestra historia y acogerlos como supo hacerlo Ella. ¿Quieres ser joven? ¿Quieres permanecer joven? Escucha estas palabras: «María estrella y camino para una nueva juventud». A María le ha sido dada la Luz misma de Dios, la que Eva perdió; Dios se la devuelve a María para que Ella nos la devuelva a todos los hombres. A María le ha sido dada por Dios una Luz que es capaz de iluminar a quien a Ella se acerca y, por otra parte, su vida es un Camino que nos abre a la juventud, es el Camino de Dios, es Jesucristo mismo.

Nacemos viejos, separados de Dios somos viejos; la fecundidad que da el nacer de Dios nos hace vivir con la fuerza, el amor y la entrega de Dios para que el otro sea más y más siempre, para que sea según Dios. Nacemos viejos, con todo el lastre que nos dejaron Adán y Eva, que nos llevaron a tener la herida y la enfermedad más dura, como es estar separados de Dios. Nacemos viejos y por eso Dios nos vuelve a preguntar una y otra vez: «¿Dónde estás? ¿Dónde estamos?». ¡Estamos como Eva o estamos como María?

La nueva Eva, María, siguió al nuevo Adán, Cristo. Y lo siguió en el sufrimiento, en la pasión, en el gozo, en el triunfo definitivo. De tal manera que su carne resucitada es inseparable de la de su Madre terrena, María. Y en Ella toda la humanidad está implicada. En la Inmaculada Concepción se cumplen las palabras del salmo: «La tierra ha dado su fruto» (Sal 67,7). Dios no ha fracasado, en la humildad de la casa de Nazaret, en María, vive el Israel santo, el resto puro. Dios salvó y salva a su pueblo. Del tronco abatido resplandece nuevamente su historia, convirtiéndola en una nueva fuerza viva que impregna y orienta al mundo y lo hace a través de María, la Inmaculada Concepción. María dice a Dios, se pone a su disposición y se convierte en templo vivo de Dios.

¿Dónde se encuentra el fundamento bíblico de este dogma? El fundamento del dogma de la Inmaculada Concepción se encuentra en las palabras que el ángel dirigió a la Virgen maría en Nazaret: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1, 28). Sí, «llena de gracia» es el nombre más bello y hermoso de María, un nombre que le dio Dios mismo para indicar que desde siempre y para siempre es la amada, la elegida, la escogida para acoger el don más precioso: Jesús, el amor «encarnado de Dios», tal y como nos lo decía el Papa Benedicto XVI  en la encíclica Deus caritas est (n. 12).

Para todos los hombres, pero especialmente para vosotros los jóvenes, María es estrella de esperanza. Y lo es por tres razones que os invito a incorporar a vuestra vida:

1. María es la muestra más grande de la belleza que Dios da al hombre: Ella es la que nos da la fórmula para ser siempre jóvenes. Es respuesta a otra manera de vivir. A la pregunta que le dirigió Dios a Eva: «¿Qué es lo que has hecho?»; cuya respuesta fue: «La serpiente me engañó y comí». Y dijo Dios a la serpiente: «Establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya». María nos hace partícipes de ser y pertenecer a otra estirpe, somos de Dios, es la llena de gracia, es la nueva Eva, esposa de nuevo Adán, destinada a ser madre de todos los redimidos; es la primera liberada de la primitiva caída de nuestros padres. Cuando la Hermosa Señora revela su nombre a Bernardette: «Yo soy la Inmaculada Concepción», le desvela la gracia extraordinaria que Ella recibió de Dios, la de ser concebida sin pecado, porque ha mirado la humildad de su esclava (cf. Lc 1, 28). María es la mujer de nuestra tierra que se entregó por completo a Dios y que recibió el privilegio de dar la vida humana a su eterno Hijo. «Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38).

2. María es la muestra más grande de que la fe nos libera y nos desata del mal: qué bien nos lo explica el Concilio Vaticano II en la constitución Lumen gentium 56, cuando toma un texto de san Ireneo para decirnos así: «El nudo de la desobediencia de Eva lo desató la obediencia de María. Lo que ató la virgen Eva por su falta de fe, lo desató la Virgen María por su fe» (Adversus Haereses, III, 22, 4). Como nos ha dicho el apóstol san Pablo, «bendito sea Dios [...] que nos ha bendecido en la persona de Cristo [...] Él nos eligió [...] para fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor [...] nos ha destinado en la persona de Cristo [...] a ser sus hijos [...] seremos alabanza de su gloria» (cf Ef 1, 3-6. 11-12). ¡Qué bien nos viene escuchar esas palabras de la Virgen María para vivir creyendo siempre en Dios! «¿Cómo será eso, pues no conozco varón?» La respuesta es la que nos sigue dando a nosotros en todos los momentos de nuestra vida: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra [...] porque para Dios nada hay imposible». Desátate, libérate del nudo de la desobediencia, de la incredulidad. Sé valiente, no dejes que tu vida esté construida de nudos que te atan y que convierten tu vida en una madeja. Vete adelante como María. Con fe, abraza a Dios y déjate abrazar por Él.

3. María es la muestra más grande de cómo se da rostro a Dios, es decir, de dar carne humana a Jesucristo: el Concilio Vaticano II nos dice: «Por la fe y obediencia engendró en la tierra al Hijo mismo del Padre, ciertamente sin conocer varón, cubierta con la sombra del Espíritu Santo» (cf. LG 63). María concibe a Jesús en la fe y después en la carne. Cuando dice a Dios, comienza la existencia de Dios entre nosotros; en el vientre de María está Dios mismo. Pero solamente cuando María ha dicho . Dios no ha querido hacerse hombre ignorando nuestra libertad, ha querido hacerlo pasando por el libre consentimiento de María. Esto sucede en nosotros en el plano espiritual cuando acogemos la Palabra de Dios, con corazón bueno y sincero y ponemos por obra todo lo que nos dice y es. Creer en Jesús es ofrecerle nuestra carne, nuestra vida, con el valor de María, con todas las consecuencias.

Hoy le decimos al Señor, que se hace presente en este altar en el misterio de la Eucaristía, las mismas palabras que dijo la Virgen: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu Palabra». Señor, «aquí me tienes, dame tu belleza, dame tu libertad, desátame, dame la fe y hazme instrumento que de carne a tu Hijo Jesucristo». Amén.

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