Homilías

Martes, 18 mayo 2021 15:29

Homilía del cardenal Osoro en la Misa de la Pascua del Enfermo (9-05-2021)

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Queridos obispos auxiliares don José y don Jesús. Querido vicario episcopal para el Cuidado de la Vida, don Javier. Delegado de Pastoral de la Salud, don José Luis, y subdelegado, don Gerardo. Queridos capellanes que os habéis hecho presentes en esta celebración. Deán de la catedral. Hermanos sacerdotes. Queridos hermanos y hermanas.

Estamos celebrando en este domingo la Pascua del Enfermo del 2021 con este lema que ha querido escoger la Conferencia Episcopal, Cuidémonos mutuamente. Este lema, en esta Pascua del Enfermo, en este VI Domingo de Pascua. Este lema que tiene un tema fundamental: Uno solo es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos. Cuidémonos mutuamente.

La palabra que el Señor en este domingo nos ha regalado y ha puesto en nuestro corazón creo que se puede resumir en estos tres aspectos que nos ayudan a entender lo que significa el «cuidarnos mutuamente» y el mirar precisamente a los enfermos. Creo que a todos nosotros esta pandemia que estamos viviendo nos ha hecho replantear, incluso la pastoral de la Salud. Entiendo, por lo que yo mismo he visto y por lo que me está llegando, que también la Iglesia tiene que hacer un nuevo replanteamiento. Cuidémonos mutuamente.

Dios no hace distinciones. Nos ha dicho el Señor en la primera lectura: ama a todos los hombres. Sin excepción. Pero quiere hacer llegar de una forma especial este amor a quienes sufren, a quienes van viendo que su vida se va limitando y cómo su vida va decreciendo. A quienes están viviendo en el dolor. Dios no hace distinciones. Se acerca, como nos ha dicho la primera lectura que hemos proclamado. Se acerca a todos los hombres. Y se acerca a los que más lo necesitan.

Esto que está viviendo la Iglesia en esta jornada, la Iglesia que camina en España, es para todos nosotros una interpelación. Porque, como hemos escuchado en la primera lectura que acabamos de proclamar, en ese encuentro de Pedro con Cornelio, alguien que posiblemente hubiese estado al margen, sin embargo Pedro mismo reconoce que Dios no hace distinciones, que Dios se acerca a todos los hombres y de manera muy especial quiere que nos acerquemos a los que más necesitan. 

Queridos hermanos: el Espíritu Santo viene sobre todo los que escuchan al Señor. Sí. No podemos negar la cercanía y el amor de Dios a nadie. 

Por otra parte, el Señor nos ha recordado, en segundo lugar, que a todos los hombres nos llama amigos. Por una parte, Él regala su amor. Nos ama. Y quiere que este amor llegue a todos. Y, muy en concreto, a quienes a lo mejor tienen una experiencia negativa porque están sufriendo, y necesitan que el amor de Dios aparezca en sus vidas. Y, por potra parte, nos llama a todos los hombres amigos.

Queridos hermanos: el amor es de Dios. No es nuestro. Y nos lo ha regalado, ese amor, y vivimos la experiencia de ese amor de Dios, para entregárselo a los demás. No para guardarlo nosotros. Quien no ama, quien se guarda a sí mismo, quien no está al lado de los que más lo necesitan, de los que más están sufriendo, no ha conocido a Dios. Dios es amor. Dios es amor.

El amor tiene su origen y su esencia en Dios mismo. El amor es el abrazo de Dios a todos y cada uno de los hombres, y muy especialmente quiere llegar a los que quizás la experiencia es negativa en su existencia. La solidaridad, el altruismo… son virtudes humanas, espléndidas. Pero el amor es sobrenatural. La caridad es una virtud sobrenatural.

Para encontrarnos con Dios en esta Pascua del Enfermo que estamos celebrando, no hay otro camino que amar y dejarse amar. Pero hay que amar. El amor lo encontramos siguiendo el camino, siguiendo totalmente el camino que se nos presenta en el Evangelio de san Mateo, en el capítulo XXV: Tuve hambre y me disteis de comer. Tuve sed y me disteis de beber. Estaba desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme. 

El amor tiene su origen y su esencia en Dios mismo. Y para encontrarnos con Dios, no hay otro camino que amar y propiciar que aquel con el que me encuentro se deje amar.

La altura espiritual, queridos hermanos, de una vida humana, está marcada siempre por el amor. El amor nos pone en creciente apertura. Nos hace hacer siempre mundos abiertos, que integran a todos, y especialmente a los que más lo necesitan. Un amor que se extiende más allá de las fronteras y tiene base en ese amor de Dios. Dios ama a todos. Dios nos ha llamado amigos, como habéis escuchado en el Evangelio. Y ser amigo de Dios, ya habéis visto lo que significa en el Evangelio. Es precioso lo que dice el Evangelio, queridos hermanos: «Permaneced en mi amor». «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo». Esta es la experiencia más fundamental que necesitamos tener los hombres, y sobre todo queridos hermanos cuando estamos pues en los límites, en el sufrimiento…. Jesús nos ha manifestado cómo es el amor de Dios. Toda la vida de Jesús: sus palabras, sus gestos, su muerte, su Resurrección, son expresión de su amor. Jesús es un icono que aparece en este mundo y que muestra el amor hacia todos los hombres y, especialmente, hacia los que más lo necesitan.

La experiencia de Jesús es clara. Y ha de ser la experiencia nuestra también, queridos hermanos. Jesús sintió el amor del Padre porque le comunicó el Padre la fuerza de su amor. Y Jesús demuestra el amor de Dios de tal manera, lo comunica con tal fuerza, a todos los discípulos de todos los tiempos, y nos pide que vivamos en el ámbito de este amor. 

Es importante poner de relieve que Dios no es un ser que ama. Dios es el amor. Cristo es el amor. Y un discípulo de Jesús promueve, manifiesta, acerca, imprime en quien se encuentra, el amor de Dios. No es una teoría. No son gestos. Dios es amor. Dios no puede darnos más que amor. Y los discípulos de Jesús no podemos dar más que esto. Y en esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino que Él nos amó primero y regalamos ese amor nosotros también.

Necesitamos, queridos hermanos, purificar la imagen deformada que tenemos sobre Dios. E incluso las proyecciones infantiles que hacemos sobre Dios. Son preciosas las palabras de Jesús que acabamos de escuchar: «Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros. Y vuestra alegría, que la necesitáis para vivir, llegue a plenitud». ¿Y cómo llega a plenitud esta alegría? Porque Jesús desea que vivamos su alegría. No hay mayor alegría que la de sentirnos amados por Dios.

La alegría nace de la experiencia de ser amado. Por eso, el mandamiento de Jesús es claro. Quizá es lo que más necesita nuestro mundo. 

Queridos hermanos capellanes: esto es fundamentalmente lo que a veces, en un hospital, las familias que tienen enfermos… lo que más debemos de procurar es que el mandamiento del amor sea una experiencia que vivan aquellos a quienes nos acercamos. Que os améis unos a otros. Hay que subrayar que cuando Jesús habla del mandamiento, usa el adjetivo singular «mi». «Mi». «Este es ‘mi’ mandamiento». Habrá otros. Pero el «mío» es este: que os améis unos a otros. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.

Y el Señor termina diciéndonos algo especial: «vosotros sois mis amigos». Sí, queridos amigos. Esta mañana nos reunimos en la celebración de la Eucaristía, en todas las partes de la tierra, los amigos de Jesús. Somos los amigos de Jesús. Pero esta amistad con Jesús tiene un distintivo singular y especial: sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. Es decir: si regaláis este amor. Este es el mensaje más hondo del Evangelio. Ser cristiano es ser amigo de Jesús. Y solo con esta amistad se abren las puertas de la vida. Con la amistad con Jesús experimentamos lo bello, lo bueno, lo que nos hace libres de verdad. Y, sobre todo, cuando regalamos este amor.

Por eso, este mundo en el que estamos, herido por la pandemia, con las consecuencias que ha tenido: injusticias, una economía mala, donde los que menos tienen sufren… quizá nos han llegado momentos duros de enfermedad de tantas personas, un mundo herido… los cristianos no podemos permanecer indiferentes, queridos hermanos. Y no podemos permanecer indiferentes por esto que nos ha dicho el Señor esta mañana, en esta Pascua del Enfermo. El único designio de Dios sobre el mundo es el amor. Es la vida. Y esta es la que tenemos que entregar a todos los hombres. El designio de Dios sobre el mundo es el amor. Y la vida.

Si recordáis, el Papa Francisco nos está invitando permanentemente a salir de nosotros mismos. A ir a esas periferias, también existenciales, al encuentro con los que más necesitan; al encuentro con los enfermos; a tantos hombre y mujeres que tienen sus necesidades básicas insatisfechas; a tantos hombres y mujeres que viven la vida sin sentido; que quizá, encandilados por el mundo del espectáculo, eso les entretiene, pero que cuando entran en la soledad de sí mismos, y consigo mismos, están desechos, porque encuentran sus vidas vacías. Solo en el encuentro con el Resucitado, queridos hermanos, el corazón humano puede experimentar la felicidad más profunda. Permanecer en el amor.

En esta Pascua del Enfermo, y en esta diócesis tan grande como la nuestra, no dejemos solos a quienes están enfermos. De la enfermedad que fuere. Queridos hermanos: hagamos verdad lo que nos decía el salmo interleccional que hemos proclamado. Cantemos un cántico nuevo. Cantemos el cántico de las maravillas que Dios hace cuando alguien se siente querido, amado, respetado, integrado en la vida, no es alguien que está fuera, visitado. El Señor ahí da a conocer su victoria. El Señor ahí revela la verdadera justicia. Que es amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo. Dios y el prójimo no están separados.

Hagamos contemplar en este mundo la victoria de Dios. Cuidémonos mutuamente, queridos hermanos. Cuidémonos. Y el gran cuidado que tenemos que tener es el que nos ha dicho el Evangelio que hemos proclamado en este día. Que tiene tres palabras. Que son para nosotros. Y que el Señor nos lo regala aquí, en el misterio de la Eucaristía, haciéndose presente. Amar. El Señor nos dice: permaneced en mi amor. He entregado la vida, y os la sigo dando a vosotros. Sois mis amigos. Amigos de Jesús. Tenemos su vida. Demos su vida. Fomentemos su vida. Regalemos esta vida. No estamos aquí por casualidad, queridos hermanos. Nos lo ha dicho el Evangelio: somos elegidos. Al pueblo del Señor, a la Iglesia, no se está por casualidad. Es verdad que el Señor se ha servido de muchas cosas, pero hemos sido elegidos por el Señor. Hay mucha gente en este mundo, pero hemos sido elegidos para regalar a esta tierra, para meter en este mundo, el amor de Dios. Por eso, Jesús nos decía: esto os mando, que os améis unos a otros.

Pero en este día, en esta Pascua del Enfermo, queremos tener queridos hermanos esa mirada especial y singular a los enfermos. Aunque el lema sigue siendo válido para todos. Cuidémonos mutuamente. Como Jesús nos cuida. No solamente nos da su palabra: viene aquí, a nuestra vida. Y viene para nosotros. Acojámosle en nuestro corazón.

Cuando al Señor le metemos en nuestro corazón, decirle: Señor, ¿qué quieres de mí? ¿Cómo quieres que muestre mi amor? El tuyo. El que Tú me has dado.

Que así sea.

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