Homilías

Jueves, 23 enero 2020 16:32

Homilía del cardenal Osoro en la Misa de la Sagrada Familia (29-12-2019)

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Queridos obispos auxiliares don José, don Santos y don Jesús. Queridos vicarios episcopales. Vicario general. Hermanos sacerdotes, diáconos. Queridas familias. Queridos María y José, delegado de Laicos, Familia y Vida, que habéis preparado tan bien esta fiesta de la Sagrada Familia para todas las familias de aquí, de Madrid. Queridos hermanos y hermanas.

Quiero comenzar dando gracias a Dios. Dando gracias a Dios porque la Conferencia Episcopal Española eligió para este día este slogan que contiene en sí lo que es la familia cristiana: Familia, escuela y camino de santidad. Felices quienes ponéis la vida ante Dios y seguís ese camino que Él nos pide.

Yo quisiera acercar a vuestro corazón, a vuestra existencia, la palabra que el Señor nos ha regalado. Hemos cantado hace un instante el salmo 127: dichosos los que temen al Señor y siguen sus caminos. Podríamos traducir: dichosos los que ponen la vida delante de nuestro Señor y quieren seguir estos caminos que el Señor nos propone. Dichosos quienes construís una familia cristiana y os ponéis delante de nuestro Señor, y mantenéis esa familia con la fuerza que viene de la gracia del Señor, y además deseáis que los caminos de Jesús se hagan siempre en vuestra vida. Siempre bajo Dios. Siempre siguiendo sus caminos. Trabajando, sintiendo la dicha de ser discípulos de Jesucristo. Todos juntos, como nos dice el salmo, alrededor de una mesa. Todos juntos porque la familia es la eucaristía, es la celebración permanente de la eucaristía, donde la palabra perdón, fraternidad, donde esas palabras -bondad, dulzura, comprensión, sobrellevarnos, perdonándonos-, donde el amor es el constitutivo fundamental de quienes viven la familia.

Queridos hermanos: la palabra que el Señor nos ha entregado nos invita a vivir tres realidades. En primer lugar, son necesarias dos laderas para la vida y para la familia: padre y madre. Sin esas laderas, la familia cristiana no existe, queridos hermanos. No existe. Lo habéis escuchado en la primera lectura que hemos proclamado: Dios hace respetable al padre, afirma la autoridad de la madre, el que honra a su padre y a su madre acumula tesoros, cuando rece será escuchado... Dos laderas necesarias.

Queridos hermanos: podemos tener otras fórmulas para vivir, pero para que haya vida son necesarias dos laderas. Los que estamos aquí, todos, estamos porque hubo dos laderas que suscitaron cada una de nuestras vidas: padre y madre. Por eso, para nosotros hacer hoy un homenaje a quienes fueron sustentadoras y hacedoras de nuestra existencia para venir a este mundo no solamente es una necesidad, es un compromiso el que nosotros tenemos que tener en nuestra vida. Ha sido donde nosotros, no solo hemos recibido la vida, sino que hemos recibido lo mejor que tenemos: la fe. El bautismo se nos regaló a través de nuestra familia. La vida misma de Jesucristo, y quizá las primeras palabras para pronunciar la palabra de Jesús o de María, las hemos aprendido en esta familia. Donde esas dos laderas han sido sustentadoras de nuestra existencia y hoy, en esta fiesta de la Sagrada Familia, queremos hacer también delante del Señor un homenaje a estas dos laderas necesarias para venir a este mundo.

En segundo lugar, también se nos ha enseñado a tener un uniforme. Como nos decía hace un instante el apóstol Pablo en la carta a los Colosenses. El uniforme es la vida de Jesús en nuestra propia existencia. El Señor nos invitaba, a través del apóstol, a vestirnos con este uniforme: la misericordia, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión, el sobrellevarnos, el perdonarnos mutuamente, el perdonarnos y, por encima de todo, el amor. Son, queridos hermanos, como ochos bienaventuranzas de la familia para mantener, como nos decía el apóstol, la paz y la unidad. Para todos nosotros es como un uniforme con el que yo os invito hoy a las familias a salir por este mundo. Sí. A anunciar la buena noticia. Sois buena noticia la familia. Pero sois buena noticia, o seréis buena noticia, si asumimos este uniforme con estas ocho bienaventuranzas:

  • Bienaventurada la familia que vive la misericordia. Que vive la bondad. La bondad con la que Jesús, María y José vivieron en Nazaret, y lo expresaron en la vida cotidiana.
  • Bienaventurada la familia que vive la humildad. La humildad para reconocerse en la verdad, los unos a los otros.
  • Bienaventurada la familia que vive la dulzura. Esa dulzura que nos hace tener ganas de estar juntos, ganas de vernos, ganas de entendernos.
  • Bienaventurada la familia que vive la comprensión. Hay diferencias. Pero las diferencias, queridos hermanos, en la familia, se sobrellevan. Porque se comprenden. Se comprenden. Y habrá cosas que alomejor no admitamos. Pero se admite. Lo que no se elimina es la persona.
  • Bienaventurados cuando nos sobrellevamos. Qué maravilla, queridos hermanos, ver en una familia cómo todos aportamos algo: los padres a los hijos, los hijos a los padres, los hijos entre sí, los padres entre sí. Mutuamente.
  • Bienaventurados cuando somos capaces de perdonarnos. El perdón. Que es lo que Jesús nos regaló allí en la cruz, cuando estaba en la cruz muriendo. Así como veis esa cruz que está delante de vosotros, las últimas palabras de Jesús fueron: perdónales, no saben lo que hacen. Perdón.
  • Bienaventurados, queridos hermanos, cuando vivimos del amor. Pero no de cualquier amor. Del amor mismo de Jesús. Ese amor que tan maravillosamente el Papa Francisco, en el último sínodo de la familia, cuando nos ha regalado la exhortación apostólica sobre la familia… En esa exhortación hay todo un capítulo dedicado a comentar la vía de la caridad, en la que una familia se sostiene. El matrimonio y la familia. El amor es comprensivo, es servicial, no tiene envidia, no es maleducado, no es egoísta, no lleva cuentas del mal, no se alegra de la injusticia, se goza con la verdad, disculpa sin límites, cree sin límites, aguanta sin límites. El amor no pasa nunca, termina diciendo el apóstol. Y el Papa Francisco va comentando el contenido de cada una de esas palabras.

Queridos hermanos: qué maravilla es la familia. Qué maravilla es la familia que María, José y Jesús nos presentan hoy, que es expresión de lo que es la familia cristiana. Dos laderas necesarias para la familia, como os decía antes: padre y madre. Un uniforme que tenemos que llevar la familia cristiana, con la que nos mostramos así en medio del mundo. Y, en tercer lugar, la familia siempre defensora de la vida y del amor. Lo habéis escuchado en el Evangelio que acabamos de proclamar. El ángel se aparece en sueños a José. La vida había venido a Belén, a este mundo. La vida misma, que es Jesús. Y peligra esta vida. Peligra porque Herodes no quería tener competidores. Había oído que el Mesías había nacido, y quería eliminarlo. Y entonces manda a matar a todos los niños recién nacidos. José marcha fuera de su patria, fuera de su lugar, a un país extranjero, por salvar la vida queridos hermanos. La familia, defensora de la vida.

Cuánta gente encontramos, aquí en Madrid, que está viniendo de otros lugares del mundo, donde no hay trabajo, para encontrar aquí trabajo. Han dejado su tierra porque defienden la vida. Vienen para ganar el sustento de sus hijos. Queridos hermanos: este es un don. Es un don. No es un estorbo, queridos hermanos. No. Esto es cristiano. Es de los discípulos de Jesús. Defensores de la vida, y defensores de ese amor, del amor de Dios que nos hace querer a los demás, y que por lo tanto y precisamente por los que quiero hago lo que fuere y sacrifico lo que sea para mantener y vivir ese amor. Como José y María, que marcharon. Se levantó, tomó al niño, se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de Herodes. Y cuando murió, el ángel le pidió que regresase. Coge al niño y a su madre y vuelve a la tierra de Israel, porque ha muerto quien atentaba contra la vida del niño.

Queridos hermanos: la familia defensora de la vida y del amor. Yo creo que hoy, para nosotros, esta fiesta de la Sagrada Familia tiene una importancia capital queridos hermanos. La familia, nuestra cultura, la ha puesto en crisis. Y los cristianos, cuando abandonamos la referencia, que es nuestra, fundamental, Jesucristo, también ponemos en oscuridad a la familia. Es necesario que volvamos a encontrarnos con nuestro Señor. La familia, queridos hermanos, y la familia cristiana es casa de salud, casa de entrega, casa de alegría, casa y puerta convincente de mostrar los mejores caminos para salir adelante. Hagamos un canto de la familia. De la familia cristiana. Seamos capaces nosotros de descubrir la grandeza y de honrar la grandeza de esas dos laderas, padre y madre. La grandeza del uniforme que el Señor nos invita a ponernos. Y, sobre todo también, la grandeza de defender la vida y el amor.

Hoy, en esta fiesta de la Sagrada Familia, os invito a guardar estas realidades. Que no son mías, como habéis escuchado: son de la palabra de Dios. Es palabra del Señor. Y esta palabra es la que nos tiene que guiar a nosotros. No busquemos cualquier palabra. No hagáis caso de teorías que hacemos los hombres. Aquí no hay teorías. Lo que hemos proclamado es palabra de Dios. Y la palabra de Dios nos ha indicado que valoremos al padre y a la madre, porque es cuando adquieren valor los hijos. Que pongamos este uniforme del que nos hablaba el apóstol Pablo. Y que defendamos la vida, porque somos hijos de la vida. Somos hijos de Dios. No somos hijos de la muerte, queridos hermanos. Somos hijos también del amor entrañable de un Dios que se ha hecho hombre, y que nos ha expresado y manifestado dónde tenemos que buscar las razones fundamentales para vivir y para entregarnos los unos a los otros.

Esta mañana, una vez más, recibimos a Jesucristo. Yo os invito a las familias a que abráis vuestra puerta a Jesucristo. No solamente no es un estorbo: es una necesidad. Hoy hay manifestaciones reales, en nuestro tiempo, en nuestra cultura, de la necesidad de volver otra vez a recuperar el tono, la vitalidad, la fuerza, la energía, la capacidad de sanación que tiene la familia cristiana.

Que el Señor os bendiga y os guarde. Dejad entrar a nuestro Señor en vuestra vida. Él viene a nosotros. Y cuenta con nosotros, queridos hermanos. Que el Señor os bendiga siempre. Amén.

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