Homilías

Jueves, 03 enero 2019 17:35

Homilía del cardenal Osoro en la Misa de la Sagrada Familia (30-12-2018)

  • Print
  • Email
  • Media

Querido hermano Joseph, cardenal arzobispo de Bruselas. Querido señor Nuncio en España. Querido don Antonio, obispo de Teruel. Queridos Santos y José, obispos auxiliares de Madrid. Queridos hermanos sacerdotes. Permitidme que tenga un saludo especial para el hermano Alois y para los miembros de la Comunidad de Taizé que están con nosotros esta mañana, pero que sabéis que están con nosotros durante estos días en este encuentro de jóvenes de Europa. Muchas gracias a ti, hermano, y en ti a todos los hermanos y a toda la Comunidad por vuestra presencia en Madrid. Gracias.

Hermanos y hermanas: hoy es un día especial para nosotros. La Iglesia comienza en la familia. En familias. Será Iglesia doméstica, como dice y nos recuerda el Concilio Vaticano II. Y hoy celebramos el día de la Sagrada Familia. Una familia que quiere seguir los caminos marcados por Dios; que quiere poner en el centro de la casa a quienes forman la familia: los padres y los hijos, todos, como nos decía el salmo 127, alrededor de la mesa, y quizás en ningún lugar como este momento lo podemos entender mejor que en la celebración de la Eucaristía. Y una familia que, siguiendo los caminos del Señor y alrededor de la mesa, viven la gran bendición que da Dios a los hombres.

Yo quisiera acercar a vuestra vida tres aspectos de la familia que los podríamos sintetizar en esta frase: la belleza de la familia formada por elegidos de Dios que tenemos un modelo de familia, la familia de Nazaret.

Me detengo en la primera parte: la belleza de la familia. Habéis escuchado la primera lectura del libro del Eclesiástico: aparece ahí el padre, la madre, los hijos; el padre y la madre que viven la honradez de vivir de cara a Dios, los hijos que viven el cariño de los padres, y también el cariño de ellos hacia los padres; ellos se siente amados, pero también sienten que tienen necesidad de amar a los padres. Se aman todos entre sí. A todos les une una fuerza: la fuerza del amor. Redimensionado ese amor con las medidas que Dios nos da, y que se nos han revelado en Jesucristo nuestro Señor, alcanzan su máximo esplendor y su máxima belleza.

Queridos hermanos: la familia tiene una belleza singular y especial. Remitamos nuestra vida a la familia de Nazaret. María, esta madre que ha puesto toda su vida en manos de Dios, ha dejado que Dios entre en su existencia con todas las consecuencias. Aquí estoy Señor. José, que le ha dicho a Dios un sí absoluto también en fe. Vive absolutamente en fe todo lo acontecido, pero Dios le regala la grandeza de formular la existencia de esa manera tan bella que se formula cuando se acoge a Dios y se cree en Dios. Y en nuestro Señor Jesucristo, que revela también lo que es su Hijo viviendo sometido a sus padres: es Dios, pero ha querido estar y regalarnos lo que significa y lo que es estar en una familia, donde lo que se deben unos a otros es el amor solamente. Y el amor con una medida: la medida que nos da Dios a ese amor. Que va más allá de nosotros mismos, alcanza más allá y, por tanto, alcanza también a quienes nos rodean.

Queridos hermanos: cómo no comprometernos en vivir la belleza de la familia, cómo no comprometernos en anunciar esta belleza de la familia, cómo no descubrir que en esta sociedad en la que estamos necesitamos recuperar la fuerza y la belleza singular que tiene la familia. Donde las fuerzas que miden las relaciones entre unos y otros son las fuerzas que nos vienen de Jesucristo nuestro Señor: la medida del amor. La misma que nos enseña Jesús cuando nos dice: tanto amó Dios al mundo que le dio a su hijo, y nadie tiene amor más grande que el que da la vida. Esto es lo que nos pide el Señor. Y aquí es donde adquiere la belleza de la familia cuando el padre, la madre y los hijos viven estas relaciones formuladas, no por teorías, sino por la fuerza misma del amor.

Alcancemos la belleza de la familia. Sí. Una familia formada por elegidos de Dios. Habéis escuchado al apóstol Pablo en la carta a los Colosenses, en la que nos dice que somos elegidos. Hemos sido elegidos. Y hemos sido revestidos, queridos hermanos. Por el bautismo hemos sido revestidos de compasión, de bondad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia. Hemos sido capacitados para perdonar como el Señor lo hace con cada uno de nosotros. El mismo perdón que el Señor nos regala a cada uno, Él quiere que lo regalemos también a quienes están a nuestro lado.

La belleza de la familia formada por los elegidos de Dios. El culmen de todo amor. El culmen de todo el amor de unos por otros, está en la unidad de la familia. En la paz que se crea en la familia. Que nos hace ser un solo cuerpo. Por eso, queridos hermanos, hoy agradecemos al Señor lo que Él nos dice que es la familia cristiana. Agradecemos al Señor tantas y tantas familias que viven con este agradecimiento. Agradecemos al Señor que podamos alimentarnos permanentemente de su palabra. Que podamos enseñarnos los unos a los otros. Que seamos maestros en la familia los unos de los otros. Pero no maestros de cualquier cosa, sino del amor mismo de Jesucristo que nos debemos los unos a los otros. Ese el cántico nuevo que tenemos que hacer precisamente en la familia. En la familia somos todos pastores los unos de los otros. Nos pastoreamos mutuamente los unos a los otros. Y precisamente porque nos pastoreamos, regalamos compasión, bondad, humildad, mansedumbre, proximidad, paciencia, projimidad, formada por elegidos, queridos hermanos. Y tenemos un modelo: la familia de Nazaret. Sí. Lo habéis escuchado en el Evangelio que hemos proclamado. Quizás para comprender este Evangelio, os dais cuenta que es necesario retrotraernos a los tiempos de Jesús, cuando la familia era nuclear, formada no solamente… no existía la familia de hoy, era mucho más amplia. Era una especie de clan, de familia patriarcal. Y toda la familia fueron, subieron a Jerusalén: hermanos, tíos, primos… Formaba una unidad sociológica. Y esta es la familia que sube a Jerusalén. Y ahí es donde se pierde Jesús. Se dan cuenta de que Jesús no está en el grupo de la peregrinación. Y José y María vuelven a Jerusalén. Vuelven a buscarlo. Y recordad estas palabras que hemos escuchado en el Evangelio: hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que te buscábamos tu padre y yo. La respuesta de Jesús ya la habéis escuchado: ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que debía estar en las cosas de mi padre?.

Queridos hermanos: María, al decir tu padre, se refería a José. Pero cuando Jesús dice «mi padre», ¿«no sabíais que yo debía estar ocupado en las cosas de mi padre?», se está refiriendo a Dios. «Tu padre y yo te buscábamos». Y Jesús corrige: yo debía estar en la casa de mi padre. Es como si Jesús dijera: Dios es mi padre, pertenezco a Él, con Él estoy, yo estoy en mi Padre. Esta es la palabra clave: es mi Padre. Y en las relaciones familiares, queridos hermanos, esta es una palabra clave. Si a Dios le entendemos de otra manera, el Dios que nos ha revelado Jesús es al que Él se dirige cuando le encuentra María. «Debo estar ocupado en las cosas de mi padre». Padre que nos hace hijos, que nos hace hermanos. Y en una familia nos hace hermanos, a todos. Y ocupados los unos de los otros.

El Evangelio nos dice que ni María ni José comprendieron aquello; pero ellos, sin embargo, relata la Virgen María, María conservaba todas esas cosas en su corazón. Es decir, María es el modelo de creyente que acoge la palabra en su corazón. Y representa la Iglesia que acoge la palabra en su interior. Y el Evangelio, si os dais cuenta, termina diciendo que Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura, en gracia ante Dios y ante los hombres. Es decir: crece en la relación con Dios, que esta es también la tarea nuestra. Crecer. Ir creciendo cada día. Liberando nuestras riquezas. lo que cada uno somos de fondo, y avanzando hacia esa plenitud que nos hace encontrarnos con el Señor y nos hace descubrir precisamente la grandeza de la familia de Dios.

Hoy celebramos la Sagrada Familia. Estamos celebrando la Sagrada Familia. Recordemos, queridos hermanos: tenemos que ocuparnos de las cosas de Dios. Porque cuando nos ocupamos de las cosas de Dios resulta que yo me ocupo de las cosas del hermano. Necesariamente. Porque Dios se ha ocupado de nosotros. Ha venido a nuestra vida, a nuestra historia. Lo estamos celebrando estos días: ha nacido entre nosotros, nos está acompañando a nosotros. ¿Quién puede decir que es discípulo de Jesús y deja de acompañar a los demás? ¿Quién puede decir que es discípulo de Jesús, y a los más inmediatos no les ama con el mismo amor de Jesús?.

Tenemos un modelo,: la familia de Nazaret.

Hermanos y hermanas: en esta fiesta de la Sagrada Familia, yo os convoco a vivir la belleza de la familia cristiana. La belleza de las relaciones que impone e implica el decir que somos discípulos de Cristo, miembros de la Iglesia. Lo que significa esa iglesia doméstica. Esa iglesia que se vive en toda su intensidad entre los padres y los hijos; entre los hijos y los padres. Esa iglesia que manifiesta el amor del Señor. Que lo manifiesta en sus relaciones. La belleza de la familia formada por los elegidos de Dios, que no son santos: santo solo es Jesucristo. Solo es Dios, el santo de los santos. Los demás participamos de esa santidad cuando vivimos la compasión, la bondad, la humildad, la mansedumbre y la paciencia. Cuando logramos mantener la unidad y la paz en la vida de la familia, de la iglesia doméstica, y en la vida de toda la Iglesia. Cuando tenemos como modelo a la familia de Nazaret que, como os habéis dado cuenta, la síntesis quizás del Evangelio está aquí: ¿no sabéis que me debo de ocupar de las cosas de mi Padre?. María conservaba estas cosas en su corazón.

Remitamos nuestra vida, queridas familias, a Dios permanentemente. Remitamos nuestra vida a Jesucristo nuestro Señor, que se va hacer realmente presente aquí, en el misterio de la Eucaristía, entre nosotros. Este Jesús que quiso venir al mundo, y tener un padre y una madre, y enseñarnos a nosotros. Porque, queridos hermanos, solo existen dos laderas para venir a esta existencia: padre y madre. Sin estas laderas, ninguno de nosotros estaríamos aquí.

Conservemos. Queramos. Descubramos lo que significa vivir en la familia cristiana. Acompañados por la familia de Nazaret.

Que el Señor os bendiga y os guarde siempre.

Quisiera tener un recuerdo especial también para aquellos que están siguiendo esta celebración en todas partes de España por Radio María. Que el Señor os bendiga a las familias que estáis siguiendo esta celebración a través de Radio María.

A todos, que el Señor nos convoque a revitalizar su amor en nuestra vida para construir familia.

Amén.

Arzobispado de Madrid

Sede central
Bailén, 8
Tel.: 91 454 64 00
info@archidiocesis.madrid

Catedral

Bailén, 10
Tel.: 91 542 22 00
informacion@catedraldelaalmudena.es
catedraldelaalmudena.es

 

Medios

Medios de Comunicación Social

 La Pasa, 5, bajo dcha.

Tel.: 91 364 40 50

infomadrid@archimadrid.es

 

Informática

Departamento de Internet

C/ Bailén 8
webmaster@archimadrid.org

Servicio Informático
Recursos parroquiales

SEPA
Utilidad para norma SEPA

 

Search