Homilías

Lunes, 12 febrero 2018 16:46

Homilía del cardenal Osoro en la Misa de Manos Unidas (2-02-2018)

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Queridos hermanos:

Acabamos de escuchar la Palabra de Dios. Nos llena de gozo escuchar a nuestro Señor que precisamente en este domingo nos anima a vivir la cultura del cuidado, de la solidaridad y del encuentro, y a eliminar de esta tierra la cultura del descarte. ¿No os habéis dado cuenta, hermanos, de la novedad que trae Jesucristo a este mundo? Acerquémonos a los hombres como lo hizo Jesucristo, siempre para curar. Pensad que el leproso representa el extremo de la marginalidad, el excluido de la convivencia y de la fraternidad, el descartado. La campaña contra el hambre de Manos Unidas nos invita a erradicar el hambre del mundo y por eso nos dice comparte lo que importa. Ante el drama del hambre, luchemos cada uno de nosotros, eliminemos el escándalo del hambre y la pobreza. Jesucristo nos enseña a hacerlo. Ante la pobreza de la exclusión que inunda de hambre a tantos niños, jóvenes y adultos en muchas partes de la tierra, pasemos a la acción, compartamos las posibles soluciones. Todos en la campaña contra el hambre.

A través del apóstol san Pablo, el Señor nos invita a vivir de otra manera: «Cuando coman o beban o hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para gloria de Dios… no buscando mi propio bien, sino el de la mayoría… Sigan mi ejemplo, como yo sigo el de Cristo». Nuestro Señor Jesucristo vino a este mundo, se hizo hombre, para enseñarnos a vivir para los demás, para compartir, para dar todo, incluso la vida por el prójimo. Queridos hermanos, un cristiano sabe y vive relatando con su propia vida que todos los hombres son nuestros hermanos, pero hemos de interesarnos especialmente por aquellos que están tirados, rotos, heridos, con hambre, con sed, enfermos, desnudos, en la cárcel, para eliminar su situación y construir su vida desde lo que son: imágenes de Dios, semejantes a Dios. Impulsados por el Señor, vivamos sabiendo que lo más verdadero es esto: comparte lo que importa, es decir, eduquemos, asumamos un cambio de estilo de vida, de usos de recursos, de criterios de producción, de consumo. Y ello, siempre siguiendo a Cristo y dejándonos amar por Él. Cambiaremos este mundo creando fraternidad, justicia, verdad, convivencia. Metidos de lleno en la cultura del encuentro que comenzó con la Encarnación, el día más sublime, bello y grande, cuando dijo María nuestra Madre: «Hágase en mi según tu palabra».    

Guiados por el espíritu con el que nació Manos Unidas a través de aquellas mujeres de Acción Católica, celebramos esta 59 campaña nacional profundizando en ese drama terrible del hambre en el mundo que asola a muchos hermanos nuestros. Lo hacemos con una noticia que Dios no quiere para los hombres: 815 millones de seres humanos tienen hambre en el mundo, según los datos de la FAO en 2016, habiendo aumentado en 40 millones respecto al año 2015. Entre los motivos apuntaban al cambio climático y a los conflictos cada vez más violentos que afectan a los más empobrecidos. Luchemos para erradicar el hambre de la tierra. Se puede. Compartir es lo que importa: no generemos desigualdad y exclusión, no hagamos estructuras y relaciones que no garanticen la vida digna de quienes habitamos la tierra. ¿Cómo? Fuera la avaricia, fuera la complicidad que se organiza para tener más y más, fuera la indiferencia; sembremos semillas entre nosotros los hombres que hagan crecer una vida justa y fraterna, que den recursos, capacidades, responsabilidades, buscando siempre el bien común.

Queridos hermanos, el Evangelio que hemos proclamado nos ayuda a descubrir y a vivir ese lema de la campaña de Manos Unidas de este año: Comparte lo que importa. El Señor nos invita hoy a vivir desde estas tres realidades:

Con una confianza ilimitada en el Señor: la misma que tuvo el leproso del Evangelio, que se acercó al Señor y le dijo: «Si quieres, puedes limpiarme». Poniéndose de rodillas, el leproso manifestó a Jesús su estado de ánimo. Hoy se ponen de rodillas junto a nosotros todos los que padecen hambre. No los tratemos como excluidos de la convivencia y de la sociedad. Es verdad que en tiempos de Jesús un leproso quedaba fuera de la sociedad y no había posibilidad de acceso a Dios. No era solamente un enfermo, sino un expulsado social y religioso. Jesús lo incorpora a la vida social con todos sus derechos. Tengamos esa confianza ilimitada en que el Señor cambia la vida de los hombres. Los discípulos de Cristo, por el Bautismo, tenemos la vida de Cristo y, por ello, ante los hambrientos que nos gritan: «Si quieres puedes quitarme el hambre», podemos decir, con Jesús y como Él: «Quiero, queda limpio», «quiero, compartiré contigo lo que tengo».

Manifestando con nuestra vida la compasión y la ternura de Dios para con los hombres: el Evangelio nos dice que Jesús, sintiendo lástima y compasión, conmovido ante la miseria humana, compadecido, «extendió la mano y lo tocó». El Señor sabe que, en el pensamiento de su tiempo, tocar a un leproso va a mancharle, pero Jesús desoye la prohibición porque va a ser Él quien le devuelva la pureza, le quite la mancha, le devuelva la salud, lo devuelve a la vida. Jesús es la compasión de Dios ante la humanidad; prolonguemos la presencia de esa compasión con los que tienen hambre en esta humanidad. Jesús no excluye a nadie de su amor, todos los hombres son hijos de Dios y dignos de su amor. Ese «quiero, queda limpio», es lo mismo que decir: «Te doy lo mejor que tengo, te devuelvo la dignidad compartiendo contigo lo que tengo».

Los discípulos de Jesús somos enviados a quitar el hambre que padecen muchos en la tierra: no hagamos un mundo de falso progreso. Un mundo que olvida la centralidad de la persona es creador de leprosos y empobrecidos, de hambrientos y marginados. Nosotros somos discípulos de Jesús y por ello invitados y enviados a prolongar los sentimientos, las palabras y los gestos de Jesús. Dejémonos que nos impregne la compasión de Jesús. Así, ante el sufrimiento de las personas, digamos con nuestra vida y obras: «Quiero, queda limpio». Quitemos el hambre en el mundo compartiendo.

Jesucristo se va a hacer realmente presente en el misterio de la Eucaristía, viene junto a nosotros y nos cura como lo hizo con el leproso, solamente hace falta que nos acerquemos a Él. Dejémonos tocar por su gracia y por su amor. Al participar de su mesa en la Eucaristía, necesariamente nos abrimos a los demás, a todos los hombres y vemos con especial mirada a los que más sufren. Con esa mirada, el  Señor nos impulsa a extender nuestras manos como lo hizo Él con el leproso y a abrir nuestro corazón tocado por su amor, que nos envía a acercarnos a amar y cambiar este mundo, con este arma que no mata a nadie, sino que eleva a todos a la dignidad de hijos de Dios. No lo olvidemos, hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, y se nos ha dado un mandato: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. Quienes nos sentamos a la mesa de la Eucaristía, hemos de vivir este mandato del Señor. Amén.

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