Homilías

Martes, 08 marzo 2022 15:38

Homilía del cardenal Osoro en la Misa de Miércoles de Ceniza (2-03-2022)

  • Print
  • Email
  • Media

Querido don Jesús, obispo auxiliar. Vicario general. Vicarios episcopales. Queridos rectores de nuestros seminarios, metropolitano y Redemptoris Mater. Hermanos sacerdotes. Queridos hermanos y hermanas.

Comenzamos hoy este tiempo que es un regalo, a través de la Iglesia y su misterio, para descubrir que necesariamente, mientras estamos en este mundo, necesitamos vivir todo un proceso de conversión. Dar una versión nueva a nuestra vida, la que nos regala Jesucristo, es una gran tarea que nosotros tenemos siempre, pero que especialmente queremos intensificar en este tiempo de Cuaresma, tiempo de conversión.

Durante muchos años, a veces, hemos intentado resolver problemas, conflictos… Pero lo hemos hecho con nuestras armas. Y, naturalmente, con nuestras armas seguimos viviendo en la oscuridad. Los esfuerzos, quizá porque los hacíamos desde nosotros mismos, no daban los resultados que nosotros necesitamos y queremos. El Señor nos quiere ayudar. Y, como Él lo quiso desde siempre, lo hace a través de la Iglesia, regalándonos este tiempo de conversión. Le pedimos al Señor que abra nuestros ojos, que abra nuestros corazones, que nos dé valentía para descubrir lo que cada de nosotros necesitamos. «Infúndenos, Señor, el valor de llevar a cabo gestos concretos que den esa versión a nuestra vida, la que Tú, en el Bautismo, dándonos tu vida, nos diste. Infúndenos valor. Tú eres un Dios amor que nos has creado, que nos llamas a vivir a todos nosotros como hermanos. Danos fuerza para ser hombres y mujeres que construyamos nuestra vida, no desde nuestras fuerzas, sino desde tu amor. Desde tu amor. Haznos disponibles para escuchar lo que Tú quieres de nosotros. Transforma nuestra vida, Señor. Mantén encendida en todos nosotros esa llama de esperanza para ser perseverantes en esta gracia que Tú nos das, en este tiempo de Cuaresma, para nuestra conversión».

Lo hacemos y se lo pedimos al Señor en un momento de la vida y de la historia de los hombres en que tiene una particular importancia para todos nosotros la situación que vive este mundo de conflicto, de guerra. Le pedimos al Señor que sean desterradas del corazón del ser humano estas palabras que se convierten en realidades profundas en nuestra vida: división, odio, guerra. «Desármanos Señor. Renueva nuestros corazones. Que tu palabra, que tu presencia, nos lleve el encuentro siempre del hermano. Que el estilo de nuestra vida se convierta siempre en esto que Tú nos pides. En la Palabra de Dios que acabamos de proclamar».

Queridos hermanos: el Señor hoy nos hace unas invitaciones muy concretas. Estamos llamados a la conversión. Estamos invitados a reconciliarnos con Dios y con los hermanos. Y estamos comprometidos a hacer un cambio en nuestra vida con las armas que nos regala el Señor, que podemos utilizarlas con fuerza en este tiempo de Cuaresma.

Sí. Llamados a la conversión. «Misericordia, Señor, hemos pecado». Lo decíamos rezando el salmo 50, y proclamando: «Ten compasión. Limpia mi pecado. Que yo reconozca mi culpa. Que yo te pida con todas las fuerzas: crea en mí un corazón puro y renuévame por dentro. Dame tu Espíritu Santo. Dame ese Espíritu que me entrega tu luz y tu fuerza. Devuélveme la alegría. Alegría de la salvación. Señor, que mi vida sea una manifestación y una proclamación de tu persona».

En primer lugar, estamos llamados a la conversión. Lo hemos escuchado en la primera lectura de la profecía de Joel. Esa invitación que el profeta hacía: «Convertíos a mí de todo corazón». El Señor quiere esto. Rasgad los corazones, pero además convertíos. Porque no es un Dios, el nuestro, el que está esperando a ver cómo nos confundimos, sino que es un Dios compasivo y misericordioso. Tiene pasión por todos nosotros, queridos hermanos. Dios nos quiere. Dios nos mira. Dios nos ama. Dios nos levanta. Dios nos indica. Porque tiene pasión por el hombre. Tanta pasión, que ha venido a este mundo y se ha hecho uno de tantos. Ha vivido con nosotros, pero es un Dios con misericordia. No apunta los delitos que hemos hecho. Se acerca a nuestra vida. Quiere abrazarnos. Por eso, queridos hermanos: este Dios en el que creemos nos llama a dar una versión nueva de la vida. La que Él ha entregado mientras ha estado entre nosotros en este mundo.

Pero, en segundo lugar, no solamente nos llama a la conversión, sino que nos invita a reconciliarnos con Dios y con los hermanos. Qué bien nos lo ha dicho el apóstol Pablo en esta página que hemos proclamado de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios. «En nombre de Cristo, os pido que os reconciliéis con Dios. Uniros a Él, secundando su obra. Es tiempo favorable. Es tiempo oportuno. Es tiempo para entregar salvación y no muerte».

Queridos hermanos: esta invitación que nos hace el Señor a reconciliarnos con Dios; a sentir esta llamada; un Dios que se acerca a nosotros, que nos da su amor, y que lo único que nos pide es que entreguemos ese amor a los demás. Unidos a Él. Secundado su obra. Y nos dice, además, que es el tiempo oportuno. Un tiempo oportuno. Cuando quizá nosotros no hemos desterrado de nuestra vida ni el odio, ni la guerra, ni la división. Es necesario que nosotros aceptemos esta invitación a vivir esa reconciliación con Dios, que nos invita a reconciliarnos con el hermano.

Llamados. Invitados. Y, en tercer lugar, comprometidos. Comprometidos a hacer un cambio. Pero con unas armas muy concretas, que en el Evangelio que acabamos de proclamar nos invitaba el Señor a tener en este tiempo que comenzamos hoy de conversión, de la Cuaresma. Tres armas. Reparte lo que tienes. Da limosna. Y la limosna no solamente es el dinero: da tu amor, da tu compromiso, da tu ayuda a los demás, dale tu mano al otro; dásela: no le niegues la mano; ayuda también al que lo necesita. Da limosna. Pero la limosna no se trata solamente de dar ese dinerillo que a lo mejor me sobra. No se trata de eso. Se trata de dar también mi vida, de poner mi vida al servicio de los demás. Da limosna. Un arma, queridos hermanos: reparte también lo que tienes, y lo que posees. Ayuda a los demás con ello.

Pero, queridos hermanos, otra arma que nos ofrece el Señor en este tiempo para convertirnos es la oración; es el diálogo con Dios. Queridos hermanos: sabemos que Dios ha hecho todo. Sabemos por Jesús que lo que le pidamos a Él, Él nos lo va a dar; que no nos niega nada. Hablemos al Señor. Incluso en este momento de conflicto que se está viviendo en la humanidad, con esta guerra que a todos nos trae preocupación y nos infunde dolor en nuestro corazón, no olvidemos que el que tiene la fuerza y el poder es Dios mismo. Invoquemos al Señor. Él logra la paz. Él logra la reconciliación. Hagámoslo comprometidos en utilizar esta arma que es el diálogo con Dios, y esa petición a Dios para que nosotros dejemos de utilizar las armas que destruyen, que nos dividen, que provocan odio, muerte… para utilizar esta arma que es el decirle a Dios, que ha hecho todo lo que existe y que nos sostiene a cada uno de nosotros: «Señor, apaga nuestro odio. Haz posible que lo que nosotros u otros están haciendo, se quite de su corazón y de sus vidas. Y ofrezcan, no la muerte, sino la vida».

Compartir lo que uno tiene. Saber que Dios es el dueño de todo y que, si se lo pedimos, va a hacer lo que nosotros le pidamos. Porque es un Dios que escucha. Que no pasa de nosotros. Y, en tercer lugar, la otra arma es el ayuno. El ayuno. Es decir, prescinde de muchas cosas, que quizá son legítimas, pero que tú puedes prescindir de ellas. Y, en ese prescindir y ayunar, tú descubres la grandeza también de un Dios que te está pidiendo lo que os decía al principio: compartir, limosa; el diálogo con Él; ayuna. «Cuando ayunes que no se note. Que lo note tu Padre que está en lo escondido, que Él ve lo que los demás no ven, pero ve tu vida».

Queridos hermanos y hermanas: en este tiempo de Cuaresma que comenzamos hoy, en este Miércoles de Ceniza, el Señor nos recuerda algo que después vamos a vivir en la imposición de la ceniza: «Conviértete. Eres polvo. No eres nada. Y si eres algo, lo eres por Dios mismo». Queridos hermanos. Sí. Estamos llamados. Llamados a la conversión, a dar una versión nueva de la vida; invitados a la reconciliación con Dios y con los hermanos. Porque, en la medida en que estamos reconciliados con Dios, nos obligamos a tratar al prójimo como si fuese Dios mismo. Llamados y comprometidos a un cambio en nuestra vida con tres armas que nos ofrece el señor: la limosna, la oración y el ayuno.

Hermanos y hermanas. Vamos a comenzar este tiempo de gracia. Este tiempo de encuentro con Dios. Este tiempo en el que la proximidad de Dios la vamos a sentir mucho más cerca, pero también las exigencias que nos da esa proximidad. Que lo vivamos como un tiempo de gracia, de amor y, sobre todo, de descubrir que necesitamos a Dios. No le podemos echar fuera, queridos hermanos. Dios no está al margen de la vida ni de la historia. Para que la historia tenga sentido, tiene que estar presente entre nosotros. Y los discípulos de Cristo en la Iglesia queremos hacerlo presente en todas las partes de la tierra donde estamos viviendo. Todos juntos queremos, unidos a Pedro, anunciar a Jesucristo Nuestro Señor con nuestras propias vidas. Amén.

Arzobispado de Madrid

Sede central
Bailén, 8
Tel.: 91 454 64 00
info@archidiocesis.madrid

Catedral

Bailén, 10
Tel.: 91 542 22 00
informacion@catedraldelaalmudena.es
catedraldelaalmudena.es

 

Medios

Medios de Comunicación Social

 La Pasa, 5, bajo dcha.

Tel.: 91 364 40 50

infomadrid@archimadrid.es

 

Informática

Departamento de Internet

C/ Bailén 8
webmaster@archimadrid.org

Servicio Informático
Recursos parroquiales

SEPA
Utilidad para norma SEPA

 

Search