Homilías

Jueves, 12 enero 2023 11:09

Homilía del cardenal Osoro en la Misa de Navidad 2022 (25-12-2022)

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Querido obispo auxiliar, don José. Querido deán de la catedral. Vicario general. Rector del Seminario. Vicarios episcopales. Hermanos sacerdotes. Queridos hermanos y hermanas. ¡Feliz Navidad!

Felices porque hemos conocido a Dios. Felices porque Dios no ha tenido a menos hacerse hombre y vivir entre nosotros. Felices porque Dios, al hacerse hombre, nos ha propuesto una manera de vivir y de ser que ahonda en lo más profundo de la vida del ser humano y hace posible que la historia que construimos en esta humanidad sea una historia, si lo acogemos a Él, de amor, de entrega, de servicio de unos a los otros, de construir la fraternidad en este mundo; en definitiva, de mostrar en esta historia el proyecto de Dios para todos los hombres.

¡Feliz Navidad, queridos hermanos! Estamos llamados precisamente, todos nosotros, a hacer realidad esto que acabamos de escuchar. Esta palabra: «El Verbo se hizo carne, y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria». Si os dais cuenta, hermanos, esta es la afirmación fundamental del Evangelio de este día en el que seguimos celebrando el nacimiento de Jesús. Que no es un mero hecho histórico: es mucho más. Él viene a nuestro encuentro y nos acoge a todos los hombres. Acoge nuestra condición humana, frágil y limitada.

En el principio existía el Verbo. El término griego «logos» significa más que palabra. Significa más bien sentido, que se expresa en la palabra. Habría que traducir mejor que en el principio estaba el sentido. El sentido de todo. Esa realidad última que llamamos Dios. En el principio existía el amor. Alguien que sustenta todo, y que da sentido a todo. En el principio no existía nada. De la nada nunca nace nada. En el principio existía Alguien. Existía el Misterio. Existía Dios. Existía el amor. Este amor está en el origen de todo, queridos hermanos. De este amor ha surgido el gran designio del Padre. De este amor ha surgido la vida.

En Navidad, esto es lo que celebramos: la vida de Dios en nosotros. En cada uno de los que estamos aquí reunidos. ¿Somos conscientes de que estamos sumergidos en un océano inmenso de amor que nos sobrepasa y nos rodea por todas partes? Lo habéis escuchado en el Evangelio que hemos proclamado: «el Verbo era la luz verdadera que alumbra a todo hombre». Él, Cristo, es luz que alumbra nuestra oscuridad. Que alumbra nuestro corazón. Que da claridad a nuestra vida. Y, a través de nosotros, esa claridad llega con su amor a los demás. Esa luz es más fuerte que nuestras tinieblas.

Y hemos escuchado también otra afirmación: «Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron». Y esta no es una metáfora piadosa, decir hoy que Dios vino a su casa, pero que los suyos no le recibieron. ¿Qué quieren decir estas palabras? Quieren decir que todos nosotros tenemos la dramática capacidad de poder deshacer el amor, de poder elegir el camino que lleva a la vida o el camino que podemos malgastar y malograr nuestra vida. Significa también nuestra ceguera, en la que podemos confundir la luz con la oscuridad. Dios puede no encontrar casa entre nosotros. Tampoco puede encontrar casa donde domina el hambre, la violencia, la guerra, la mentira, donde predomina la injusticia.

Por eso, hermanos, en esta fiesta de Navidad nos preguntamos todos: ¿Tengo un espacio para Dios en mi vida cuando Él quiere entrar en mí? ¿Tengo tiempo y espacio para Él?

Queridos hermanos, lo habéis escuchado: «El Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros». Es llamativo que el evangelista utiliza el término 'carne'. Que significa la condición existencial del ser humano. Afirmar que «la palabra se hizo carne» significa que, en Jesús, Dios asumió la condición humana frágil, con debilidades y limitaciones. Acogió nuestra vulnerabilidad, tal y como hoy la vivimos. Podemos repetir con alegría, cada uno de nosotros: «la palabra se hizo carne y habitó entre nosotros». Por eso, celebrar la Navidad como lo estamos haciendo en este día, es celebrar el misterio de la encarnación. Es celebrar que Dios se atreve a hacerse carne. A hacerse humanidad. A hacerse historia. A tomar sobre sí los desvaríos, las miserias, y también todo lo bueno y bello de los seres humanos.

Dios no asumió una humanidad abstracta, sino un ser histórico, en Jesús de Nazaret. Él conoció personalmente la sed, la soledad, la traición, las lágrimas por la muerte de un amigo, la alegría de la amistad, las tentaciones, el horror a la muerte. Jesús acoge nuestra fragilidad, y la impotencia de nuestra condición humana. Y esto, queridos hermanos, es lo que es profundamente liberador. ¿Seremos nosotros capaces de acogernos en nuestra fragilidad, y de percibir que Él nos acoge juntamente en nuestra propia fragilidad humana? Él nos acoge, queridos hermanos. A cada uno de nosotros. Con la debilidad. Con las medidas que tenemos. En el momento en el que estemos ahora mismo. Él nos acoge. Acoge nuestra fragilidad. Esto es profundamente liberador ¿Seremos capaces nosotros de acogernos también en nuestra fragilidad, y de percibir que Él nos acoge en nuestra propia fragilidad humana? Nos acoge a todos, queridos hermanos. Como estemos. Como somos. Dios viene a abrazarnos. No viene a rechazarnos. Pero, cuando comprendemos esta acogida, cuando entendemos qué supone esta acogida y este abrazo de Dios, nosotros somos capaces también de poderle decir al Señor: perdona, Señor. No he sabido lo que hacía. No te conocía.

¿Somos capaces nosotros de acogernos también en nuestra fragilidad? ¿Somos capaces de ver que Él nos acoge justamente en la fragilidad humana? El Evangelio que hemos proclamado termina afirmando: Hemos contemplado su gloria. Gloria propia del hijo único del padre lleno de gracia y verdad. Gloria, que significa el resplandor de la vida en Jesús. En Cristo, descubrimos de verdad lo que es el ser humano. Por eso, no me extraña, queridos hermanos, que vengamos a escuchar su palabra. Que queramos parecernos a Jesús. Que le digamos al Señor: entra en nuestra vida, Señor. Ocupa nuestra existencia. Danos tu fuerza y tu amor para poder construir en este mundo algo muy diferente. Gloria. El resplandor de la vida en Cristo. Sí. La vida, más poderosa que la muerte, se ha manifestado en Jesucristo Nuestro Señor. Nuestro mundo ha sido visitado definitivamente por Dios en Jesús y, por medio de Jesús, dice hoy al mundo y al ser humano: yo te amo. Y en nuestras noches, que todos las tenemos, se enciende una luz que no se apaga. Jesús, que está junto a nosotros, y nos dice: yo te amo. Porque la fuerza de la vida ha triunfado, queridos hermanos. El rostro y la vida de Jesús destruye la muerte. Es el amor infinito de Dios que ha llegado hasta nosotros. Que se ha hecho uno de nosotros.

Hoy, todos nosotros estamos invitados a abrirnos al misterio de Dios. Cuando luego os pase al Niño Jesús, y os bendiga, dejad que el misterio de Dios entre en vuestra existencia. En vuestra vida. No perdéis nada, y ganáis todo. Dejar que entre el Señor en nuestra vida supone establecer en nuestra existencia un modo de ser, de vivir y de estar en el mundo que construye; construye fraternidad; da vida; me hace mirar al otro como hermano: no es un enemigo; me hace descubrir que las armas que yo tengo que tener en la vida para construir este mundo no son las armas de la guerra, de la división: son las armas que nos da Jesús, las de su amor.

Hoy estamos invitados a abrirnos al misterio de Dios, que se apareció en Jesús. Nosotros podemos ver la vida brillar en Él en esta fiesta de la Navidad. Y en este día, queridos hermanos, podemos decir cada uno de nosotros: «Ven. Ven a mí, Palabra hecha carne. Ven a mí. Para ser en mí el corazón de un mundo renovado por el amor y la misericordia». Y, más que nunca, esto lo necesita nuestro mundo. Sencillamente, cuando vemos los noticiarios o leemos los periódicos, nuestro mundo está plagado de divisiones, de rupturas, de enfrentamientos. Yo… te… voy contra ti si no me das... Hoy estamos invitados todos a abrirnos al misterio de Dios. Podemos brillar en Él, y como Él. En este día, vamos a decirle cada uno de nosotros al Señor: «Ven, Palabra hecha carne. Ven a ser el corazón del mundo renovado por el amor y la misericordia». ¡Qué maravilla, queridos hermanos! Su amor y su misericordia. «Ven especialmente allí donde más peligra la suerte de la humanidad. Tú, Señor, eres la paz. Eres nuestra paz». Y todos nosotros, queridos hermanos, queremos caminar por este mundo. Con esta fuerza. Con la que nos da el Señor. No queremos otra. Esta. Esta, que nos da Jesús, es la que nos hace vivir en permanente reconciliación y en un abrazo a cada uno de los que encontremos en la vida. «Ven, Señor. Ven hoy a los lugares donde más peligra la suerte de la humanidad. A los momentos y circunstancias donde la humanidad está en peligro. Ven. Ven a las familias. Que las familias descubran el lugar que Tú tienes en esa comunidad por la que Tú quisiste venir a este mundo, y establecer en ese mundo tu hogar, junto a María y a José. Ven. Tú eres nuestra paz, Señor».

«Los confines de la tierra han contemplado la salvación de Dios». Cantemos, queridos hermanos, un cántico nuevo. Nuevo. El que nos enseña Jesús. Que hace maravillas: en nuestra vida, y en la vida de los demás. Que revela la verdadera justicia. Que se acuerda permanentemente de la misericordia y de la fidelidad. Seamos capaces, queridos hermanos, como discípulos de Cristo y miembros de la Iglesia, de llegar a los confines de la tierra; de mostrar la victoria de Dios sobre todas las cosas. Que sepamos aclamar siempre a Jesucristo. «El Verbo se hizo carne, y acampó entre nosotros». Y todos nosotros lo hemos contemplado. Y todos nosotros queremos ser testigos de este Dios que ha nacido; que viene a nuestro encuentro; que nos acoge a todos; que acoge nuestra condición humana, frágil y limitada. Sí. Que da sentido a todo. Que es alguien que sustenta todo.

Cada uno de nosotros hoy nos dejamos abrazar por este Jesús que se va hacer presente en el misterio de la Eucaristía. Este Jesús que renueva nuestra vida. Este Jesús que nos abre a unas perspectivas que nadie, nadie en este mundo puede entregar. Solo Él. Acojamos a Jesucristo Nuestro Señor en cada uno de vosotros, hermanos: en vuestras familias, en esta sociedad que intenta retirar a Dios y singularizarse precisamente por retirar a Dios; y que no sabe que retirar a Dios de la vida es que otro se convierta en Dios; otro igual que nosotros; que sus medidas son raquíticas, que sus medidas a veces son de unas ideas, pero no te abraza con todas las consecuencias. Tengas las ideas que tengas, Dios te abraza siempre. Acoged este abrazo de Jesucristo en esta Navidad, queridos hermanos. Sentid felicidad cuando decís: «Creo en Jesucristo Nuestro Señor». En el que nació en Belén. Y lLe acojo en mi vida. Y le dejo entrar en mi corazón.

Que el Seños os bendiga a vosotros. A vuestras familias. A nuestra nación. Al mundo entero. Seamos capaces, como discípulos de Cristo, de entregarnos a anunciar esta gran noticia que es liberadora para todos los hombres. Amén.

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