Homilías

Viernes, 07 enero 2022 09:37

Homilía del cardenal Osoro en la Misa de Santa María, Madre de Dios y Jornada Mundial de la Paz (1-01-2022)

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Queridos obispos auxiliares don José, don Santos y don Jesús. Vicario general. Vicarios episcopales. Queridos hermanos sacerdotes. Queridos seminaristas. Hermanos y hermanas.

Feliz año nuevo nos decimos en este día unos a otros. Feliz año nuevo. Y tenemos como prototipo para comenzar este año nuevo a nuestra Santísima Madre la Virgen María que, en este primer día del año, pone la Iglesia en el centro. Le pedimos al Señor lo que hemos cantado hace un instante en el salmo 66: «Que Dios tenga piedad y nos bendiga». Que nos bendiga, que nos ilumine, que nos haga conocer el camino verdadero. Que todos los pueblos de la tierra encuentren esta salvación que nos regala Nuestro Señor Jesucristo. Que todas las naciones de la tierra canten a este Dios que rige y gobierna el mundo. Que todos los pueblos alaben y bendigan al Señor. Este es el deseo que todos tenemos, en nuestro corazón, en el comienzo de este año, en este día en el que celebramos también la Jornada Mundial de la Paz.

Hago mía para vosotros, queridos hermanos, la fórmula de bendición que acabamos de escuchar hace un momento en la primera lectura que hemos proclamado: «El Señor os bendiga, os proteja, ilumine vuestro rostro, os muestre su rostro, os conceda la paz». Este es mi deseo como pastor de la Iglesia que camina aquí, en Madrid, para todos los que estamos viviendo en este territorio. Y para todos deseo también que, con alegría, acojamos la radicalidad y la verdad de lo que somos, como nos decía el apóstol Pablo en la segunda lectura que hemos proclamado. Somos hijos de Dios. Llegó la plenitud del tiempo, Dios envió a su Hijo, que nació de mujer, que nació bajo la ley, pero para que todos recibiéramos el título de hijos. Somos hijos de Dios. No somos esclavos. Somos hijos. Hijos de Dios y, por eso, hermanos de todos los hombres. Quizá también, por esta realidad que acogemos en nuestra vida, hoy pedimos por la paz, y trabajamos también para que esa paz llegue a todos los hombres. Acogemos la radicalidad de la alegría y de la verdad de lo que somos: hijos de Dios.

Y el Señor nos invita hoy precisamente a hacer la misma peregrinación que hicieron los pastores. Ellos fueron corriendo, y encontraron a la Sagrada Familia. Ellos les contaron lo que habían oído del Niño. Y nos dice el Evangelio que María conservaba esto en su corazón. Ellos regresaron y salieron de Belén dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y por lo que habían oído. Queridos hermanos: los pastores fueron corriendo hacia Belén. Allí encontraron a María y a José y al Niño. El Evangelio de esta fiesta nos lleva también a nosotros, como a los pastores, a Belén. Los pastores fueron corriendo; se apresuraron, dice el texto griego. Es tal el impacto del anuncio del ángel, que han sentido la necesidad de ir inmediatamente. Ojalá este impacto esté en nuestra vida y en nuestro corazón. Dios está entre los hombres. Dios se convierte para los pastores en una prioridad. Hoy, queridos hermanos, para nosotros, en este mundo en el que vivimos, quizá no esté en la lista de las prioridades. Que este año que hemos comenzado hoy hagamos un camino interior a ese Dios que se ha manifestado en Jesús y que llena de sentido la vida de los hombres.

En este primer día del año celebramos la fiesta de Santa María, Madre de Dios. María es la Madre de Jesús, que es Dios. Es la fiesta más antigua que se conoce, queridos hermanos. En la ciudad de Éfeso, en el año 431, María fue proclamada Madre de Dios para poner de relieve que Jesús es Dios. Pero a María, por el hecho de ser Madre del Señor, no se le ahorra el tener que hacer un camino de fe. Por eso, María medita en su interior lo que sucede y se dice de Él en el entorno en el que vive. En este sereno meditar en su corazón, María, queridos hermanos, se convierte para todos nosotros en modelo de todo creyente; en modelo para cada uno de nosotros.

El nuevo año que hoy comenzamos es una llamada a renovar nuestra vida. Necesitamos comenzar el año con un deseo de renovación profunda. Este año nuevo es un tiempo también de posibilidades nuevas que se nos dan; es un tiempo que se nos ofrece como gracia y como salvación. En medio, queridos hermanos, de la nostalgia de un año que se va y la incertidumbre del año que comienza, todos intuimos que hemos nacido para vivir una vida más plena, una vida con más sentido, una vida con más profundidad. Por eso, sería bueno que en este comienzo del año todos nosotros nos hiciésemos esta pregunta: ¿Qué es lo que realmente deseo en este nuevo año que hoy comienza? ¿Será un año más? ¿Será un año vacío y sin sentido, o un año para crecer y para ponernos de nuevo en camino, como los pastores? Los pastores vieron a Jesús y volvieron de nuevo, pero de una forma distinta.

«María conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón». Queridos hermanos: es admirable el silencio de María. Un silencio contemplativo. María está callada ante el misterio. María acoge dulce y amablemente la Palabra que se nos revela en Jesús. Nosotros necesitamos aprender de la Virgen María la interioridad. Necesitamos vivir interiorizados como María, escuchando la Palabra que da vida a nuestro corazón. Pero, ¿quién en estos días trata de vivir en lo interior de sí mismo? ¿Quién pone como central en estos días el misterio que estamos celebrando? Nosotros, queridos hermanos, todos, necesitamos volver a Dios como una prioridad en nuestra vida. Dios es la primera necesidad, queridos hermanos. Dios es la primera necesidad. Si Dios está ausente, nuestra vida enferma, ya que el ser humano necesita de una respuesta que no se puede dar él a sí mismo. Si Dios desaparece de nuestro horizonte, por muy ilustrada que sea nuestra vida y tengamos unas ideas excepcionales, se nos derrumba lo esencial y nuestro mundo no puede cambiar. Por eso, en este primer día del año, tiene mucho sentido hacernos esta pregunta: ¿tiene sentido una vida sin Dios?

Queridos hermanos: la cultura moderna ha querido desplazar a Dios del centro de la vida; quiere ponerlo en un rincón. El centro, a veces, se pone en los ídolos modernos, queridos hermanos. Y hoy, el Señor se pone en el centro. Hoy, María pone en el centro a Jesucristo. Hoy, María ha conversado con los pastores, y ha puesto en el centro de las vidas de estos hombres a Cristo. Y ellos salen de vuelta, anunciando a Jesucristo. Queridos hermanos: pongamos en el centro a Jesús.

Hoy celebramos la Jornada Mundial de la Paz. El Señor nos conceda la paz de este nuevo año. El Señor nos conceda la paz a cada uno de nosotros, a nuestras familias, al mundo entero. Todos aspiramos a vivir en paz. Pero actualmente en nuestro mundo no existe paz. El nacimiento de Jesús es la inauguración de un tiempo de paz. Pero, sin embargo, el mundo sigue amenazado por la violencia, y nuestra sociedad occidental está fragilizada. Recordemos que el año 2021 ha estado todavía marcado por una gran pandemia, particularmente en países empobrecidos, que ha causado la muerte a muchas personas que ni siquiera han podido despedirse de sus seres queridos. Recordamos en este día también a los sanitarios que han entregado la vida heroicamente; y también un año marcado por la violencia y la muerte en tantas guerras que continúan presentes en nuestro mundo. Por eso, en esta fiesta de la paz, pedimos perdón por tantas guerras, por tanta agresividad y tanta violencia que enfrenta a los pueblos, y violencias que a veces tenemos nuestro corazón. Necesitamos comenzar este año, una vez más, desarmando nuestro corazón de toda hostilidad y buscando, queridos hermanos, caminos ciertos de paz, de vida, entre nosotros.

El Papa Francisco, en esta 55 Jornada Mundial de la Paz, nos ha hablado de la necesidad del diálogo entre generaciones y, en concreto, de la importancia que tienen la educación y el trabajo como instrumentos para construir una paz duradera para todos los hombres. Necesitamos el diálogo entre nosotros. Dialogar significa escucharse, ponerse de acuerdo, caminar juntos. Fomentar todo esto, queridos hermanos, entre las generaciones, significa labrar la dura y estéril tierra del conflicto y de la exclusión, cultivar las semillas de la paz. Vosotros sabéis que, aunque el desarrollo tecnológico y económico haya dividido a menudo a las generaciones, la crisis contemporánea está pidiendo que nos aliemos todos. Los jóvenes necesitan de la experiencia existencial, de la sabiduría espiritual de los mayores. Los mayores necesitan el apoyo, el afecto, la creatividad de los jóvenes. Hoy hay grandes retos en la construcción de la paz que no pueden prescindir del diálogo. Por una parte está la memoria. Pero la memoria la tienen los mayores, queridos hermanos. La tienen los mayores. Y los continuadores de la historia son los jóvenes, pero acogiendo esa memoria que tienen los mayores. Tampoco podemos prescindir de la voluntad de cada uno de nosotros de dar cabida al otro. No ocupemos escenarios siguiendo solo nuestros intereses. No. La crisis que estamos viviendo nos muestra que el encuentro, que el diálogo, es la fuerza propulsora de toda la convivencia, queridos hermanos.

El Papa Francisco nos habla de estas realidades: de la educación que esté acompañada por un compromiso que sea el promover la cultura del cuidado; de cuidarnos los unos a los otros; de construir puentes entre mayores y jóvenes. Puentes. Un país crece cuando sus diversas riquezas dialogan de manera constructiva. Queridos hermanos: aseguremos la paz. Aseguremos esta paz. La situación del mundo, del trabajo, necesita de esta paz. Millones de actividades económicas se han vulnerado en este tiempo. Actividades económicas y productivas han quebrado. Hay precariedad en el trabajo. Y tenemos que unirnos todos. El trabajo es la base sobre la cual se construye una comunidad en justicia y en solidaridad. El trabajo es una necesidad; parte del sentido de la vida en esta tierra; ayuda al desarrollo humano y a la realización de cada persona.

Pero, como nos indica el Papa, necesitamos también el motor de la instrucción y de la educación, que son motores para la paz. Queridos hermanos: a nivel mundial, en los últimos años, el presupuesto para instrucción y educación ha disminuido significativamente. Y, sin embargo, esto es un vector importante para el desarrollo integral de los hombres. Queridos hermanos: pidamos a todos los que tienen responsabilidades en este mundo que precisamente este trabajo de diálogo entre generaciones, de educación, de búsqueda de trabajo, sean los instrumentos que ellos entreguen también a todos para construir esta paz verdadera.

El prototipo de la paz es Jesucristo. Pero quien la ha traído, y dijo a Dios «hágase en mí según tu palabra», es la Virgen María. A esta mujer, protagonista fundamental de la instauración en este mundo de la paz verdadera que es Jesucristo, hoy le decimos: «Santa María, gracias. Gracias por ser nuestra Madre. Gracias por iniciar el año contigo, de tu mano. Gracias por habernos dado a conocer a tu hijo Jesucristo. Gracias, porque si hoy estamos reunidos aquí, es gracias a que tú un día diste rostro a Dios». Y, generación tras generación, nos ha comunicado a nosotros dónde está la verdad y la vida: en Jesucristo Nuestro Señor, a quien, una vez más, recibimos en el altar en este primer día del año y le decimos: «Señor, justicia nuestra, verdad auténtica, danos la mano para construir la paz. Ayúdanos a que tu Santísima Madre esté a nuestro lado, como lo hizo contigo, y sea la propulsora, lo mismo que lo fue en los pastores de Belén, de que salgamos anunciando “gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a todos los hombres”».

Amén.

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