Homilías

Miércoles, 13 octubre 2021 10:45

Homilía del cardenal Osoro en la Misa del 150 aniversario de la diócesis de San Agustín y la coronación de Nuestra Señora de la Leche y del Buen Parto (10-10-2021)

  • Print
  • Email
  • Media

Excelentísimo señor obispo de la diócesis de San Agustín, monseñor Felipe de Jesús Estévez. Gracias por su invitación y por el Santo Padre enviarme a este lugar, en el que, cuando esta mañana estaba rezando, quería verme como aquellos primeros que llegaron aquí y entregaron la fe en Nuestro Señor y la adhesión a la Santísima Virgen María. No sabían el idioma que aquellas gentes entonces tenían, pero sin embargo llegaron al corazón de la gente. Eso me gustaría a mí hacer en esta tarde aquí, llegar a vuestro corazón a través de la Santísima Virgen maría en esta advocación de Nuestra Señora de la Leche y el Buen Parto.

Querido hermano arzobispo de la iglesia ortodoxa, gracias por su presencia. Hermanos monseñor Vicente Haut y el padre Timoteo, párroco de Santa Atanasia y decano del decanto de San Agustín que habéis sido designados para acompañarme en esta misión pontificia. Gracias de corazón.

Hermanos sacerdotes, religiosos y religiosas. Queridos laicos. Hermanos y hermanas todos. He sido designado por el Papa Francisco como enviado especial, legado pontificio, para representarlo y asistir a esta celebración. En nombre suyo os doy su abrazo de paz y os pido la oración por él, para que su ministerio como Sucesor de Pedro esté lleno de bendiciones y gracias para la Iglesia y para el mundo. Saludos y bendiciones de su parte.

Doy gracias a Dios por todo lo que significa ver a la Iglesia caminando aquí, con vosotros. ¡Cuántos recuerdos! Hace más de 450 años llegó a estas tierras de la Florida el Evangelio y aquí, en San Agustín, se celebró la primera Eucaristía. El 150 aniversario de la diócesis de San Agustín es un día entrañable y de una significación muy especial. Se trata de una Iglesia particular que se pone en camino, que sale a anunciar el Evangelio. Vengo con alegría y con el deseo de ser transmisor de la paz de Cristo y de la hondura y altura que alcanza el ser humano cuando acoge al Señor en su vida. Y deseo que la presencia del Sucesor de Pedro, el Papa Francisco, se manifieste también en las palabras que os voy a dirigir. Vengo desde Madrid (España) para vivir con vosotros, en este contexto celebrativo, lo que significa que la Iglesia viva siempre en misión; para esto la funda Nuestro Señor, para la misión, y de la Iglesia somos parte nosotros. Durante esta celebración tendremos la dicha de vivir la coronación de nuestra Madre la Virgen María, en la imagen a la que vosotros tanta devoción tenéis de Nuestra Señora de la Leche y del Buen Parto.

¡Qué fuerza tienen las palabras que el Santo Padre el Papa Francisco manifiesta en la carta que nos ha dirigido a mí y a vosotros con motivo de esta coronación de la Virgen! «Nuestro Señor Jesucristo –nos dice él– estableció su Iglesia para la salvación de las personas» y animó a que «desdeñemos las cosas transitorias y amemos las cosas eternas». Pensemos en la Iglesia Esposa de Cristo que, desde hace XXI siglos difunde el Evangelio, y reúne a los fieles como hoy aquí en la diócesis de San Agustín, que cumple 150 años. A finales del siglo XVI se construyó el santuario de Nuestra Señora de la Leche y del Buen Parto y en 1870 surgió un nuevo templo con este título. El beato Pío IX promovió la diócesis de San Agustín, dentro del Vicariato Apostólico de la Florida. Gracias, Señor, y gracias a María, nuestra Madre.

La Palabra que hemos proclamado nos ayuda en esta doble fiesta que estamos celebrando: 150 años de vida diocesana y la coronación de nuestra Madre, Nuestra Señora de la Leche y del Buen Parto. Son dos acontecimientos que nos lanzan a seguir adelante, como Iglesia, en salida misionera. Aquí y ahora, celebramos que la Iglesia que camina en San Agustín está viva y quiere vivir el anuncio de Jesucristo Nuestro Señor con el estilo y la manera que lo anunció nuestra Santísima Madre. Y lo manifiesta de dos maneras. En primer lugar lo manifiesta celebrando estos 150 años de inicio del camino misionero y renovando todos vosotros, queridos hermanos, la llamada a la misión. Somos misión. La Iglesia es misión, y cada cristiano es misión. Y en segundo lugar, la Iglesia que camina en San Agustín es consciente de que una Madre nos acompaña en la misión: Nuestra Señora de la Leche y del Buen Parto, a quien vamos a coronar como Reina y Señora de todo lo creado. Reina y Señora nuestra, Madre nuestra.

En primer lugar, lo manifiesta celebrando estos 150 años de inicio del camino misionero y renovando la llamada a la misión. Somos misión. Lo manifiesta observando y contemplando una Iglesia diocesana, que sois vosotros, entre otras muchas gentes, que quiere seguir viviendo en la dinámica del éxodo y del don. El Señor, después de estos 150 años, nos hace contemplar a una Iglesia viva, que quiere celebrar este tiempo de camino para seguir adelante, y que tiene deseos grandes de anunciar el Evangelio de Jesucristo. Queridos hermanos, estamos todos los cristianos llamados a vivir y realizar una salida misionera, personalmente y también como comunidad. El profeta Isaías nos ha recordado hace un instante esto: «La estirpe de mi pueblo será célebre entre las naciones». Hermanos, vosotros seréis célebres. El nuevo Pueblo de Dios, la Iglesia de Cristo que camina en estas tierras, esta parte de la Iglesia que vive en esta Iglesia diocesana de San Agustín, quiere seguir celebrando y no se cierra en sí misma. Quiere salir a anunciar el Evangelio. Todos sus miembros deseáis salir de la propia comodidad y os atrevéis a ir a todos los rincones de la existencia humana para llevar la luz del Evangelio en este momento de la historia. Nuestra alegría es una alegría misionera. Vivámosla en la dinámica del éxodo, de salida, de anuncio, de salir siempre de nosotros mismos, y en la dinámica del don, que se traduce en caminar siempre de nuevo e ir más allá y dar el don que Dios nos ha dado a nosotros haciéndonos miembros de la Iglesia y conociéndolo a Él.

Y lo manifiesta también no solamente en la dinámica del éxodo y del don, sino contemplando a un Pueblo de Dios que nació de la misión y para la misión. Es una Iglesia diocesana que no quiere ni desea olvidar que nació de la misión ni olvidar tampoco que está para la misión. Así podemos entender al profeta Isaías cuando nos decía: «Los que los vean reconocerán que son de la estirpe que bendijo el Señor». Hermanos, dejadme deciros: «Sois estirpe del Pueblo de Dios», habéis aprendido del Señor y seguís haciéndolo con una manera de involucraros en la vida con obras y con palabras, con gestos y gestas creíbles para todos los hombres. Necesitamos avanzar en el camino de la conversión pastoral y de la conversión misionera. El Concilio Vaticano II nos dijo qué es la conversión eclesial: nos decía que es la apertura a una permanente reforma de la Iglesia, por fidelidad a Jesucristo. Él nos llama a una perenne reforma. El Papa san Juan Pablo II subrayó que «toda renovación en el seno de la Iglesia debe de tender a la misión como objetivo para no caer presa de una especie de introversión eclesial» (EiO, 19). Y el Papa Francisco nos habla así: «Efectivamente, es un sueño que les comparto y que quiero que entre todos hagamos realidad: sueño con una opción misionera, capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda la estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual, más que para la autopreservación (que conservarse a sí misma)» (EG 27), y lo que tiene que hacer es anunciar a Jesucristo.

Y en segundo lugar, no solamente lo manifiesta sabiéndonos misión, somos misión, sino la Iglesia que camina en San Agustín es consciente de que una Madre nos acompaña en la misión: Nuestra Señora de la Leche y del Buen Parto a quien vamos a coronar como Reina y Señora de todo lo creado. Me han contado, pero también en las horas que he podido estar aquí con vosotros, el cariño y la devoción que tenéis a la Santísima Virgen María, en esta advocación, la devoción a nuestra Madre. Doy gracias a Dios porque sois un pueblo que ha sabido hacer verdad lo que acabamos de escuchar en el Evangelio y que ha aceptado con todas las consecuencias la donación que Cristo, desde la cruz, hizo en san Juan a todos los hombres: «Ahí tienes a tu Madre». Acoger un don tan grande engrandece a un pueblo. Gracias, queridos hermanos. Habéis metido en vuestra casa y en vuestra vida, en vuestra historia, a esta mujer excepcional que supo decir a Dios con todas las consecuencias y con una fe inquebrantable: «Aquí estoy Señor», «he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra». Hoy también esta diócesis de San Agustín dice las mismas palabras que aquella mujer del gentío que escuchaba a Jesús: «Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron». Y el Señor nos responde con las mismas palabras que entonces dijo a aquella mujer: «Mejor, bienaventurados los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen». ¿Acaso al Señor le disgustaban aquellas palabras que dirigían a su Madre? En absoluto, queridos hermanos. Por eso respondió llevando a la máxima altura a su Madre: «Mejor, bienaventurados los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen». Reconocía este hecho en su Santísima Madre, y con estas palabras nos presenta a su Madre y nos pide que la imitemos. En estas palabras Jesús nos invita a estar junto a María como Ella estuvo: escuchando y cumpliendo siempre la Palabra de Dios.

Hoy le pedimos a Nuestra Señora de la Leche y del Buen Parto tres cosas. En primer lugar, vivir siempre en la alegría del Evangelio. Nuestra Señora de la Leche y del Buen Parto, danos tu identidad profunda. Intercede por todos nosotros para que tengamos en nuestra vida el contenido que tú tuviste y regalaste. Un día recibiste este saludo que era tu identidad, «Alégrate llena de gracia», que es lo mismo que decir «alégrate porque estás llena de Dios». Dios ha rebosado de sí mismo tu vida, para que regales a los hombres su vida misma. El vacío existencial que produce nuestra historia reciente en la vida de los hombres y, muy especialmente en la vida de los jóvenes y de los niños, aumentado también por la pandemia que estamos viviendo de la COVID-19, hace que sintamos necesidad de llenar el corazón de realidades plenas que oxigenen la vida, que llenen de alegría, que nos hagan experimentar el deseo de salir de nosotros mismos y de ir a los demás, especialmente siempre a quienes más lo necesitan. Santa María Madre de Dios, que pongamos fundamento a nuestra vida como tú lo hiciste. Hermanos, llenaos de Dios. El movimiento espiritual que surge en la diócesis de San Agustín en el inicio de su camino y de su misión, fue para llenar la vida de los hombres de Dios, con el estilo, la manera y la intercesión de María. El mejor servicio, queridos hermanos, que podéis realizar a los hombres es llenar vuestra vida de la misma realidad que la llenó María: llena de gracia, llena de Dios. Familias, poned a vuestros hijos al alcance de Dios. Hacedlo como lo hizo María.

Y le pedimos también en segundo lugar a la Santísima Virgen María no solo vivir en la alegría del Evangelio, sino vivir sabiéndonos hijos de Dios y hermanos de todos los hombres. Nuestra Señora de la Leche y del Buen Parto, haznos descubrir lo que significa en nuestras vidas el título de hijo de Dios. Somos hijos de Dios. Lo son todos los hombres. Aquellos que no lo conocen no se saben hijos, pero son hijos de Dios. Y si somos hijos, los que lo sabemos, también somos hermanos de todos los hombres. Hijos de Dios e hijos de María. Haznos descubrir, Santa María, que el hijo es aquel que se deja conducir por Dios con todas las consecuencias. Jesucristo se dejó conducir por el Padre. María se dejó conducir por Dios; recordemos el día en que María dijo, «Hágase en mí según tu Palabra». El Evangelio nos manifiesta cómo ha de ser ese dejarnos conducir por Dios y también cómo ser hijos de Dios, que supone vivir como vivió el Hijo, realizando su seguimiento. Las palabras de Jesús a María desde la cruz adquieren pleno significado: «Mujer, ahí tienes a tu hijo. […] Hijo, ahí tienes a tu madre». Escuchemos nosotros esas palabras, eran para nosotros en san Juan. El Señor expresa que va a ser María quien nos enseñe a ser hijos como el Hijo. Que en María encontremos la dicha de vivir con hondura estas palabras de Jesús: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y cansados, y yo os aliviaré» (Mt 11, 28).

No solamente le pedimos a la Virgen vivir en la alegría del Evangelio y sabiéndonos hijos de Dios y hermanos de todos los hombres, Le pedimos a nuestra Madre también que nos enseñe a hacer lo que Él nos dijo. En las bodas de Caná faltaba vino para la fiesta. Ahora, como señala el Papa Francisco, hay que cultivar la fraternidad y la amistad social, siempre desde el cuidado y desde el encuentro. Santa María, tu tuviste estas dos categorías del cuidado y del encuentro de un modo especial; enséñanos a vivirlas hoy. Cuidaste de Dios para que Dios tuviese el mismo recorrido que todos nosotros hemos tenido: nació de María Virgen, estuvo en el vientre de María, dio a luz en Belén, creció junto a María. A nuestro mundo le falta la verdad del hombre y, por ello, se producen situaciones aberrantes. Necesitamos de ti, Santísima Madre, de ti, Nuestra Señora de la Leche y del Buen Parto. Que nos concedas el don de sabernos acercar a los demás para estar junto a ellos. Que nos encontremos con los demás, que los cuidemos siempre. Acompáñanos, aunque tengamos que hacer como tú un largo camino y atravesar regiones montañosas, como hiciste tú para ver a tu prima Isabel, hasta estar también al pie de la cruz junto a tu Hijo, Jesucristo.

Jesucristo, el Hijo de María, se va a hacer presente realmente en el misterio de la Eucaristía. Recibid al Hijo de María, hermanos, acogedlo en vuestro corazón; servidlo, adoradlo y dejaos hacer por su Palabra, por sus obras, por su gracia, por su amor. Que la Virgen interceda por nosotros y nos haga sentir en lo más hondo de nuestro corazón aquellas palabras que Ella dijo cuando aquellos hombres de las bodas de Caná, aquella familia, estaba necesitada. Y dijo la Virgen: «Haced lo que Él os diga». Que hoy lo sintamos en nuestra corazón. Nos lo dice la Virgen: «Haced lo que Él os diga».

Salve Reina del cielo y de la tierra; Salve Virgen que alimentaste al Hijo de Dios; Salve siempre adorada patrona; Salve Madre de estos buenos hijos de la diócesis de San Agustín. Amén.

Arzobispado de Madrid

Sede central
Bailén, 8
Tel.: 91 454 64 00
info@archidiocesis.madrid

Catedral

Bailén, 10
Tel.: 91 542 22 00
informacion@catedraldelaalmudena.es
catedraldelaalmudena.es

 

Medios

Medios de Comunicación Social

 La Pasa, 5, bajo dcha.

Tel.: 91 364 40 50

infomadrid@archimadrid.es

 

Informática

Departamento de Internet

C/ Bailén 8
webmaster@archimadrid.org

Servicio Informático
Recursos parroquiales

SEPA
Utilidad para norma SEPA

 

Search