Homilías

Jueves, 15 octubre 2020 13:40

Homilía del cardenal Osoro en la Misa del 75 aniversario de la Asociación de Belenistas de Madrid (11-10-2020)

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Querido deán de la catedral, don Jorge. Querido don José María, que acompañas desde hace muchos años a la Asociación de Belenistas de Madrid. Queridos hermanos sacerdotes, seminaristas. Hermanos que estáis aquí en la catedral, y quienes estáis viviendo esta celebración desde vuestras casas a través de TVE. Hermanos todos.

Un domingo más nos reunimos para celebrar el día del Señor. Lo hacemos aquí hoy, en la catedral de Madrid, que es también santuario de nuestra madre la Virgen en esta advocación de Nuestra Señora de la Almudena. Y lo hacemos para unirnos también con gozo a la celebración del 75 aniversario de la Asociación de Belenistas de Madrid. Me honro en saludar también al presidente y a todos los que forman parte de esta Asociación. Muchas gracias, belenistas de Madrid. Desde aquí queremos unirnos a la Federación Española de Belenistas. Queremos agradeceros a vosotros el empeño que tenéis, los belenistas, por hacer todo lo posible para que nunca se pueda olvidar que Dios se hizo hombre, se acercó a nuestra vida, nos manifestó con claridad que nos ama, que Dios nos ama entrañablemente a los hombres; que pasó haciendo el bien y lo hizo sin algaradas, como uno de tantos; se acercó a nuestra historia, nos dio a conocer quién es Dios y quiénes somos los hombres. Qué bueno es poder decir aquí, ahora y desde aquí estas realidades que tantas veces a lo mejor hemos escuchado, pero que yo quisiera que entrasen en vuestro corazón, queridos hermanos. Dios te ama: a ti, a todos, a cada uno de los hombres. Cristo te salva. Para eso ha venido a este mundo. Él vive. No estamos reunidos aquí en nombre de un muerto que vivió hace 21 siglos. Vive entre los hombres. Y el Espíritu da vida, sostiene la vida de la Iglesia; el Espíritu nos impulsa a anunciar a Jesucristo; y el Espíritu impulsa también a que los hombres y los cristianos nos organicemos, como en este caso en la Asociación de Belenistas, para mostrar y dar a conocer y hacer permanentemente la noticia agradable de que Dios está junto a nosotros, y vino junto a nosotros.

La Palabra de Dios, queridos hermanos, que hemos proclamado nos lleva a decirle al Señor siempre lo que hace un instante nos decía el salmo: «Habitaré en la casa del Señor, siempre». Y nos acerca tres realidades que quisiera comentar por un instante entre vosotros y con vosotros. Que el Señor está aquí, en primer lugar. «Estoy con vosotros». Nos lo acaba de decir la primera lectura que hemos proclamado. En segundo lugar, que el Señor nos sostiene. «Todo lo puedo en aquel que me conforta» decía el apóstol Pablo. Lo hemos escuchado también. Y, en tercer lugar, que nos ofrece su amor para que vivamos de él y también entreguemos este amor a todos los hombres. «Venid a la boda. Venid al banquete. Os lo tengo preparado».

Queridos hermanos: sí, el Señor está aquí. «Estoy con vosotros». Como nos ha dicho hace un instante el profeta Isaías, «aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara. Celebremos y gocemos su salvación». En medio, queridos hermanos, de esta pandemia que nos azota y azota a la humanidad entera, Él está con nosotros. Quiere reconstruirnos en todas las dimensiones, no solamente en los social y económico, que también, desea darnos los fundamentaos de la vida social y de la vida personal. Hagamos todo lo posible por dar fundamentos; por ayudarnos a entender que juntos, dándonos la mano, mirando los unos hacia los otros y los unos por los otros, saldremos adelante. Para esto se nos ha dado la dignidad que tenemos: no para destruirnos, sino para ayudarnos unos a otros, para defender la vida y no instaurar la muerte. No somos dueños, queridos hermanos: somos hermanos, y somos defensores del otro, sea quien sea. Él ha preparado para todos los pueblos, para todos los hombres, un festín.

Qué bien nos lo ha recordado el Papa Francisco en la encíclica Fratelli tutti (Hermanos todos). La ha puesto en nuestras manos para formular nuestro corazón y para que formule nuestras acciones. Todos hermanos. ¿Quién ofrece en esta humanidad algo igual sin que sobre nadie? ¿Quién nos da capacidad para vivir con todos, entre todos y para todos, como vengo formulando desde este eslogan desde que llegué a Madrid en los planes de pastoral que voy haciendo, donde en los dos últimos hay dos expresiones de Jesús que lo dicen y que son las que debieran formular nuestra vida? Aquella que le dice Jesús al ciego Bartimeo: «¿Qué quieres que haga por ti?». Esta ha de ser nuestra pregunta también a todos los que nos encontremos. Y la otra es un deseo, es una afirmación, es el deseo de Jesús cuando ve a Zaqueo, que quiere verlo subido al sicomoro, y le dice: «Quiero entrar en tu casa». Esta es la afirmación que nos dice a nosotros hoy el Señor: «quiero entrar en tu casa». Porque el Señor prepara para todos los hombres un festín, arranca los velos que tapan la mentira y el odio, que engendran división, que engendran rupturas y falsas seguridades, y nos invita a entregar su amor. El Señor ha venido a darnos vida y a eliminar la muerte. Nos trae su misericordia. «Estoy con vosotros», nos ha dicho el Señor.

En segundo lugar, nos dice que Él nos sostiene: «Todo lo puedo en Aquel que me conforta», decía, viviendo esta experiencia de que era sostenido por Jesús. Lo decía así san Pablo: «todo lo puedo». Qué confesión nos hace el apóstol. En todas las circunstancias, el apóstol experimentó que el Señor lo confortaba, le daba esperanza, le daba salidas. Vivió en la pobreza y en la abundancia, con hambre y privaciones, pero el Señor estuvo a su lado siempre. Tuvo siempre en su vida la riqueza que es Jesucristo. Nosotros juntos, hermanos, juntos, podemos superar la crisis que estamos viviendo. Separados, enfrentados, no iremos a ninguna parte. Sin embargo, creando redes, redescubriendo valores, regenerando todo, si no nos rompemos en bloques ideológicos; si nos rompemos, no llegaremos a ninguna parte; pero si no nos rompemos, llegaremos, superaremos. En la situación que estamos viviendo como es la pandemia, al suscitar planteamientos que pueden atentar contra la vida, que nada tienen que ver con el Evangelio, os invito a tomar posturas. Somos hijos de la vida, no de la muerte. Defendemos la vida. Por ello no podemos estar legitimando nada que tenga que ver con la muerte. Cuando hemos vivido en esta pandemia tantas situaciones de muerte, donde tantos no pudieron despedir a los suyos ni siquiera ya muertos, y siguen estando presentes en el recuerdo, no es posible que legitimemos más muertes, queridos hermanos. Sostenidos por el Señor, hagamos posible que no se resquebraje nunca el amor entre nosotros, la fraternidad, la solidaridad que debemos a todo ser humano. Queridos hermanos, esto es lo que la Asociación de Belenistas nos recuerda: el Señor ha venido a este mundo para sostenernos, para marcarnos dirección de fraternidad, para darnos la mano los unos a los otros, como Él ha venido a darnos la mano.

Y, en tercer lugar, acojamos el amor que Dios ofrece a todos los hombres y regalemos este amor. Hoy el Señor nos ha hecho en el Evangelio una gozosa invitación: «Venid a la boda. Tengo preparado un banquete. ¡Venid!». Jesús utiliza esta parábola como una metáfora para indicar que Dios está llamando a todo ser humano a saciar los anhelos más profundos que están en nuestro corazón. Nos llama a todos a la mayor felicidad posible. Dentro de todas nuestras limitaciones, todos los hombres estamos invitados al banquete. El Señor quiere que participemos de la alegría de la vida y de la relación fraterna con los demás. El Señor quiere que seamos felices. Y es que Jesús nos revela un Dios que es el de la alegría y el de la esperanza. «Venid a la boda. Venid a la fiesta. Todos los hombres estáis invitados». ¿Qué es lo que respondemos nosotros? ¿Nos excusamos, nos vamos, o decimos sí a su llamada? Llama la atención en la parábola que los primeros invitados no quisieron ir; que volvió a invitarles, y no le hicieron caso. Es más, reaccionaron con violencia. Sí. Uno se marchó a sus tierras, otros a sus negocios.

La parábola tiene plena actualidad. No podemos cerrarnos en nuestros propios intereses, en nuestros propios asuntos. El Señor nos invita a entrar a esta fiesta. No seamos sordos. No busquemos solo nuestros intereses personales. Es llamativa la reacción del padre del novio al conocer que los invitados han rechazado esta invitación. Ese prender fuego a la ciudad que nos habla hace una referencia a la destrucción que iba a suceder en Jerusalén. Y los nuevos invitados son los gentiles, todos los humanos, sin importar la raza, sin importar la condición social; lo que es más importante, sin importar si son buenos o malos. «Id a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis convidadlos». Queridos hermanos: qué maravilla. Dios invitando a todos los hombres. ¿Cómo es que un rey invita al banquete de boda de sus hijos a todo tipo de personas? Dios invitando a todo ser humano al Reino que Jesús anuncia, al banquete universal, para todos los hombres, para todos los pueblos, para todos nosotros. Somos hermanos. El amor de Dios es ofrecido al mundo entero, y tenemos responsabilidad nosotros, como discípulos de Cristo, de ofrecérselo también. Cómo sería nuestro mundo si los hombres acogiésemos este amor de Dios para vivir, no de espaldas los unos a los otros, sino mirándonos, dándonos la mano, saliendo adelante, superando dificultades, porque nos amamos. La vida sería esta fiesta de la cual nos habla y a la que nos invita nuestro Señor. Qué fuerza tiene la decisión de Dios manifestada en Cristo. «Id ahora a todos los caminos. A todos los cruces de caminos. Y, a todos los que encontréis, convidadlos a la boda. A todos». Es la invitación que nos hace a los discípulos de Cristo el Señor: vayamos a todos los lugares, invitemos a la fraternidad, invitemos a la filiación. Somos hijos de Dios. La vida sería una fiesta. Para todos es la invitación. Es una invitación a la libertad, queridos hermanos; es una invitación a la justicia; es una invitación a amarnos los unos a los otros; es una invitación a darnos la mano en todas las ocasiones para superar todas las dificultades. Es una invitación el mensaje del Evangelio, que tiene plena actualidad, y más en estos momentos. Tal vez podríamos preguntarnos: ¿dónde busco yo la felicidad?. ¿Estoy dispuesto a dejarme liberar por la fuerza del Evangelio?, ¿a dejarme invitar a la esperanza?, ¿a dejarme llamar para construir este mundo a la manera y con la fuerza y con la gracia de Jesucristo nuestro Señor?

Queridos hermanos. Yo os invito a que digamos al Señor: «Señor, yo acojo esta invitación que me haces, en lo más profundo de mi corazón. Me abro a tu mirada de amor. Me abro a tu compasión. Convierte mi vida. Convierte la vida de todos los hombres en esta fiesta donde reine la alegría y el amor verdadero». Amén.

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