Homilías

Lunes, 14 enero 2019 17:29

Homilía del cardenal Osoro en la Misa del Bautismo del Señor (13-01-2019)

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Querido vicario general. Queridos hermanos sacerdotes, seminaristas. Queridos hermanos y hermanas, y familias que venís hoy con vuestros hijos para que reciban la vida de Nuestro Señor Jesucristo

Quisiera comenzar diciéndoos que es una fiesta, esta del Bautismo del Señor, importante para nosotros, porque de alguna manera es la oferta que Jesucristo hace a los hombres de tener su propia vida en nosotros. Esa vida que significa estar presentes en este mundo regalando la vida misma del Señor: su amor, su entrega, su fidelidad, su preocupación por los demás…

Hoy seguro, queridos hermanos, que si todos los hombres que habitan junto a nosotros descubriesen lo que significa bautizar a una persona, que es hacer que entre la vida de Jesucristo nuestro Señor en su propia existencia, que camine con la misma vida del Señor, habría colas, como en el Jordán. Que, al fin y al cabo, simplemente era un bautismo de conversión, de descubrir sencillamente que había que buscar una vida diferente, distinta a la que estaban llevando.

Sin embargo, el Señor nos regala esta vida a todos. Y no importa. Sabéis que Dios no necesita que nosotros comprendamos las cosas. Sí necesita una persona humana o alguien que esté al lado de ellos, como en este caso vosotras, queridas familias, que traéis a vuestros hijos pequeñitos porque creéis que lo más grande, después de haberles dado la vida, es entregarles la misma vida de Dios, para que crezcan y caminen con esta vida.

Qué distinto sería nuestro mundo y nuestra sociedad si de verdad se valorase esta esencia de la existencia que es tener la vida de Dios en nuestro corazón. Por eso, es normal que hayamos escuchado este salmo 28, en el que se nos decía: «El Señor bendice a su pueblo con la paz». Y bendice con la paz. Esta paz que hay que hay que aclamarla, que hay que buscarla, que hay escucharla. Porque es la voz del Señor. Una voz que es potente, que tiene una belleza inigualable. Sí. El Señor quiere que todos demos un grito unánime en este mundo y en esta tierra… ¡Gloria! ¡Gloria!

¿Lo veis, hermanos y hermanas? La gloria de Dios es también la gloria que quiere que tengamos los hombres. Por eso, nos regala su vida.

Y yo os invito a tres momentos, después de haber escuchado la Palabra de Dios; que los vivamos en los más profundo de nuestro corazón para valorar lo que tenemos y lo que vamos a entregar a estos niños después; para valorar la vida, la existencia, nuestra propia existencia. Tres momentos que yo os digo así para que los guardemos en nuestro corazón: contemplemos a Jesucristo; vivamos de esa gloria que nos da el Señor; acojamos en nuestra historia y en nuestra vida a Dios mismo, que nos ofrece algo importante.

Contemplemos al Señor, queridos hermanos. Ha sido preciosa la definición que nos ha dado, y el retrato que se nos ha hecho de este Dios que quiere entrar, que está en nosotros, los que estamos bautizados. Nos ha dado su vida. Y de este Dios que, después, en el bautismo que vamos a realizar, va a entrar en estos niños que hoy presentamos al Señor. El retrato de este Dios es este. Fijaos: traerá el derecho a los pueblos. No gritará. No hará grandes proclamas. No va a vocear permanentemente. Pero va a promover la justicia, el derecho en esta tierra, el amor entre los hombres, la entrega entre los hombres, la ayuda mutua que nos tenemos que hacer los unos a los otros… Porque la vida esta que nos entrega el Señor nos lleva a vivir en la justicia, a vivir de la mano de Dios, a vivir confiados en Dios, a vivir en alianza con todos los hombres; a vivir entregando esa Luz, que es el mismo Jesucristo. El Señor nos saca, nos arranca de las tinieblas, y nos entrega su vida. Contemplemos a Jesucristo, queridos hermanos.

Por un instante, pensad en este Dios que hemos visto estos días pasados cómo nos quiso tanto que se hizo hombre, nos quiso tanto que Él va a dar hasta su propia vida para demostrarnos que el Dios en quien creemos es un Dios que nos ama entrañablemente; que no está a nuestro lado para darnos o pegarnos o maltratarnos, sino para darnos un abrazo y que sintamos el amor de Dios; y que ese amor que sentimos en nuestra existencia, se lo regalemos a todos los hombres que nos encontremos por el camino.

Por eso, qué importante es para todos, queridos hermanos, para todos nosotros, poder decir esto a todos los hombres. Aquello que hacía Juan Bautista, como hemos escuchado en el Evangelio, que se puso en el Jordán para hacer un bautismo de conversión. Y que, después, llega y se pone en la cola Jesucristo nuestro Señor. Se mete en la cola de los pecadores, como luego veremos. Sí. No siendo Él pecador… Pero se mete en la cola para que oigamos esa expresión del Señor: «Este es mi hijo, el amado, mi predilecto». Y en Él, nos ha hecho hijos a todos los hombres. Y en libertad, quiere que tengamos también esta vida que Él nos ofrece. Contemplemos a Jesucristo.

Queridos hermanos. ¿Habéis conocido en la historia humana… Hay personas buenísimas, que han pasado por la historia. Pero, ¿una persona que haya hecho lo que nosotros descubrimos en la Palabra de Dios cuando leemos su vida? Una persona que provoque, cuando se le acoge y se le contempla, que iniciemos un camino distinto, un camino nuevo, un camino diferente, un camino no realizado con nuestra propias fuerzas, sino con la fuerza de Dios… ¿Habéis conocido a alguien? Sin embargo, este Jesús que nace en Belén (lo veíamos este domingo pasado, el día de la Epifanía), este Jesús provoca en aquellos hombres que están buscando a alguien que dé sentido a su vida, buscan al Rey, cuando llegan a Jerusalén… «venimos buscando al Rey», este Jesús provoca en ellos, cuando llegan a Belén a adorarlo, tal versión de su vida, que de allí salen cogiendo otro camino diferente. No vuelven por Jerusalén. No vuelven buscando al rey que hay en Jerusalén. Han encontrado la Luz. Han encontrado al Rey. Han encontrado el sentido de su vida. Han encontrado el camino verdadero. Y por eso vuelven por otro camino diferente.

¿Conocéis a alguien que provoque esto en la vida de las personas? ¿Conocéis a alguien que, a través de la historia, haya provocado tantas versiones nuevas en la vida?

Anoche, repasando un texto de Edith Stein, esta mujer pensadora, profesora de universidad, judía, que llega a casa de unos amigos, ellos tienen que salir y ella se queda en esa casa esa noche… se queda leyendo un rato en su biblioteca, y coge aquel  libro de santa Teresa de Jesús. Y se tira leyéndolo hasta que termina. Y termina diciendo: si esto es lo que yo estaba buscando en la vida. Lo he encontrado a través de una testigo. De una mujer que tenía la vida del Señor. Y viene su conversión. Viene su entrada al monasterio. Viene después su martirio… en la guerra última…

Queridos hermanos: contemplemos al Señor. Y veamos lo que ha hecho en nuestra vida. Otra cosa es que seamos consecuentes. Pero veamos lo que nos ha entregado. Porque Él nos ha hecho luz, también, para los hombres. levando la vida de Jesucristo; una vida que cambia y transforma nuestro mundo, ciertamente, si la ponemos en práctica; nos cambia a nosotros y cambia todas las relaciones que tengamos con los demás; porque son relaciones, no de muerte, sino de vida.

Pero, en segundo lugar, vivamos. Vivamos desde Jesús. Pedro tomó la palabra. Lo hemos escuchado en la segunda lectura de los Hechos de los Apóstoles. Dios no hace distinciones. Qué bonito es esto. Dios quiere llegar a todos los hombres. Dios es amigo de todos a los hombres. Dios está en todas las culturas. Dios quiere alcanzar el corazón de todos los hombres. Es un Dios que nos quiere hacer un pueblo universal. Este, que es la Iglesia, de la que nosotros somos parte, que está extendido por toda la tierra. Somos cristianos discípulos de Jesús, teniendo la vida de Jesús, en todas las geografías, en todas las culturas, a través de todas las épocas.

Queridos hermanos: Él anuncia la paz. La que trae Jesucristo. Por eso nos dice el apóstol: ¿Conocéis lo que pasó en el país de los judíos? Me refiero a Jesús de Nazaret. Pasó haciendo el bien. Curó a los oprimidos. Dios estaba con Él.

Queridos hermanos: vivid. Dios está con nosotros. Es el día del bautismo del Señor. Aquella voz, «Tú eres mi hijo», la sigue dando el Señor para nosotros, todos los que estamos aquí. Sois mis hijos en el Hijo. Tenéis su vida. Poned esa vida en movimiento. Esa vida que, como regalo inmenso, vosotros los padres queréis dar a vuestros hijos, pequeñitos, recién nacidos, en estos momentos también. Y ayudarles a crecer en este regalo que el Señor nos ha dado.

Pero para ello vivamos la universalidad, queridos hermanos. Sí. Esta vida que tienen es para todos los hombres, no para un grupo determinado, es para todos; es la que trae la paz; es la que nos hace pasear por este mundo haciendo el bien; y es la que nos remite al derecho que tenemos todos los hombres de pasear por esta tierra. Es un derecho de los hombres. Les ponemos límites nosotros, queridos hermanos. Y Dios ha creado lo que existe para todos los hombres.

En tercer lugar, no solo contemplamos, no solo vivimos lo que el Señor nos ha regalado, sino que lo acogemos en nuestra vida. Pensad por un momento el Evangelio que acabamos de proclamar. En un bautismo general, Jesús se bautiza. Jesús se hace solidario de las esperanzas y de las necesidades de quienes aguardan una novedad, y se pone en la fila de los que buscan un cambio, como un penitente más. Pero, sin embargo, es Jesús la novedad de Dios. Es la novedad de un Dios que asume la condición humana y se hace solidario de la necesidad que tiene toda esta humanidad de tener hombres con la vida de Dios.

En la cola de los pecadores, Él nos enseña el amor solidario. Jesús solidario con los sufrimientos, con las cegueras, con las esclavitudes, con las heridas de todos los hombres.

Es un hecho histórico: Jesús se pone en la fila de los que iban a bautizarse en el Jordán.

El Evangelio nos decía que Juan recibió una noticia. Sí. Una noticia importante. Todos preguntaban si Juan sería el Mesías, y él contestó: yo bautizo con agua, pero viene uno que puede más que yo, que bautizará con Espíritu Santo.

Queridos hermanos: mientras oraban, nos ha dicho el Evangelio que se abrió el cielo. ¿Qué quiere decir: se abrió el cielo? ¿Qué nos quiere decir a nosotros? Quiere decir que, en Jesús, el cielo que Él ha abierto, el cielo que en la mentalidad judía era lugar de la morada de Dios, irrumpe en la historia humana con Jesucristo nuestro Señor. Bajó el Espíritu sobre Él y se oyó una voz desde el cielo. Sí, queridos hermanos: se abrió el cielo quiere decir que Dios quiere estar con nosotros, que Dios quiere hacerse a través de nosotros presente en este mundo con la vida que Él nos ha regalado. Tú eres mi hijo, el amado, el predilecto, hemos escuchado. Sí, tú eres mi hijo, el amado. Tú eres mi amor, tú eres la alegría. En adelante Jesús, queridos hermanos, va a invocar siempre a Dios como Padre. Abbá. Padre. Es la experiencia de un Dios amor. Jesús experimenta el amor del padre. Por eso es capaz de decir: tú eres el padre, yo te amo y aquí me tienes. Y esa es la experiencia que quiere transmitirnos a todos nosotros: poder decir también a Dios «Tú Señor me amas. Pero yo quiero también vivir de tu amor. Aquí me tienes».

A partir de entonces comienza una larga etapa en la vida y en la misión, queridos hermanos. La experiencia humana de sentirnos amados es la única que puede dar un sentido nuevo a nuestra vida. Sentirnos amados. Todos los que estamos aquí, bautizados. Hoy el ser humano necesita sentirse querido. Se siente solo. Siente necesidad de sentir el cariño de un Dios que nos impulsa a dar la mano a los demás.

¿Somos conscientes todos nosotros de esta realidad? Jesús, a partir de sentirse amado por Dios, es cuando empieza en la vida pública, y nos invita a nosotros hacer lo mismo: a curar enfermos, a tocar a los leprosos, a levantar a los paralíticos, a defender a los pobres, a acoger a los pecadores. Queridos hermanos: es que ha cambiado todo. Es una realidad nueva la que tenemos en nuestra vida. Y un cambio ciertamente en la historia.

Mientras no hagamos esta experiencia interior, estaremos en inseguridad permanente. Mientras no experimentemos el cariño de un Dios. Nosotros hemos tenido la experiencia de ser amados por nuestros padres, amigos… El amor está en el inicio de todo lo que nos precede. Nos da la vida. Nadie puede vivir de verdad sin la experiencia básica del amor. Por eso, queridos hermanos, es importante esto que os decía antes: contemplad a Jesucristo, vivid de su vida. Sí. No tenemos a veces tiempo para escuchar esa voz interior. Pasamos rápidamente de una cosa a otra y nos quedamos casi siempre en la superficie de nosotros mismos. Cada vez tenemos menos espacio interior.

Hoy se trata, en este día del Bautismo del Señor, de escuchar la voz. La voz de Dios. Que, como a Jesús, nos dice: tú eres mi hijo amado. Sí. Eres mi hijo. Habrá otras voces. Pero qué bonito es, hermanos, poder escuchar juntos aquí hoy esta voz: sois mis hijos.

Esta es la voz que nos libera. Esta es la voz que da pleno sentido a nuestra vida. Esta es la voz que nos da alegría, una alegría que nadie nos puede quitar. Esta es la voz que quita los miedos. Esta es la voz que nos abre a los otros, a todos. No nos encierra en nosotros mismos. Y nos urge a ir al encuentro de los demás, y especialmente a los que más lo necesitan.

Hoy, Señor, te decimos; nos volvemos a ti. Te contemplamos. Experimentamos cómo verificas tú nuestra vida. Y queremos acogerte en nuestra vida. Porque queremos vivir de este amor que nos das, regalándonos tu vida misma. Hoy se abre el cielo. Hoy podemos escuchar: tú eres mi hijo. Eso basta para vivir, queridos hermanos. Y esto es lo que esta mañana vamos a regalar a estos niños que se acercan hoy a recibir la vida de nuestro Señor. La que todos nosotros tenemos. Pero seamos visibles, queridos hermanos. Seamos visibles. Porque, por lo que fuere, en esta sociedad en la que estamos, a veces por no escuchar esa voz interior que está en lo más profundo del corazón, no damos suficiente valor a lo que es tener la vida de Dios en nuestra vida.

Hay que ser misionero. Hay que tener el atrevimiento de poder decir a los que nos encontremos: oye, dad la vida a Dios. No te apropies de algo que no es tuyo. No te apropies de la oportunidad que da el dar a otro ser humano una vida que tiene una dimensión hacia los demás siempre; que busca al otro siempre. Enséñale a crecer. Esto es cambiar la sociedad, queridos amigos. Otros cambian la sociedad. Como no sintamos el amor de Dios en nuestra vida, nos llevarán a veces al amor propio; y a buscar y regalar no la vida de Dios, sino mi opinión, mi manera de ser, mi manera de vivir, mi manera de ver el mundo… Pero es mi manera. Y no me abrirán a las dimensiones universales de ver que todos juntos somos hijos de Dios.

Que el Señor os bendiga. Que el Señor os guarde. Y que vivamos esta celebración escuchando también hoy, en estas criaturas: tú eres mi hijo. Tú eres mi hijo. Y yo te doy mi vida. Porque te quiero.

Que así sea.

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