Homilías

Martes, 08 junio 2021 12:05

Homilía del cardenal Osoro en la Misa del Corpus Christi (6-06-2021)

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Queridos hermanos obispos auxiliares, don Juan Antonio, don José, don Santos y don Jesús. Querido deán de nuestra catedral. Hermanos sacerdotes. Querido vicario general. Vicarios episcopales. Querido presidente de la Asamblea de Madrid, don Juan: gracias por su presencia, y por lo que significa. Señora embajadora de Polonia. Y señor General, don Juan. Querida representación del Ayuntamiento de Madrid, concejales presentes aquí, gracias por vuestra presencia. Queridos hermanos y hermanas todos. Queridos niños y niñas que venís en representación de tantos niños y niñas que en Madrid han hecho o van a hacer en estos días la Primera Comunión, el primer encuentro con el mismo Señor, alimentándoos como lo habéis hecho con el pan de la Eucaristía. Queridos hermanos.

«¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?». Lo decíamos juntos en el salmo 115. En el salmo responsorial. Porque es verdad: el Señor ha engendrado en nuestra vida la libertad auténtica. El Señor ha engendrado en nosotros algo que ciertamente, si lo vivimos con todas las consecuencias, cambiamos las relaciones de este mundo. Porque no vivimos para nosotros mismos: vivimos para los demás. En este día del Corpus Christi, en el que nosotros miramos y contemplamos la Eucaristía, miramos y contemplamos aquel momento que acabamos de escuchar en el Evangelio, donde el Señor instituye la Eucaristía para que no nos alimentemos de cualquier alimento, sino que nos alimentemos de Él mismo, y que lo que Él nos da lo repartamos también en este mundo. Este ha sido el gran itinerario de los discípulos de Cristo desde el inicio mismo de la evangelización, cuando el Señor, antes de ascender a los cielos, nos dice a los discípulos, en aquellos primeros, y en ellos a todos nosotros: «Id por el mundo y anunciad el Evangelio». Él había puesto el marco singular para hacer real este mandato. Y el marco que el Señor puso es el que hemos escuchado en esta página del Evangelio que acabamos de proclamar, y que todos juntos hemos escuchado.

«¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?». ¿Os habéis dado cuenta de cómo el Señor no solamente nos dio el pan de la Palabra? Sí. Lo hemos escuchado en la primera lectura: al pueblo de Israel ya, el Señor le regaló unos mandatos. Le regaló una propuesta de vida. Y el pueblo de Israel contestó ya entonces: «haremos todo lo que tú dices, Señor». Pero es que Jesucristo mismo nos ha entregado su Palabra. No solamente palabras teóricas, sino palabras hechas vida. Y el Señor nos ha invitado también a hacer lo que Él hizo, y lo que Él nos mandó. Pan de la Palabra.

Pero también el Señor nos regala el pan de la Eucaristía, tal como hemos escuchado en el Evangelio que hemos proclamado. Pan de la Eucaristía. Alimentar nuestra vida de la Eucaristía. Queridos hermanos: el Evangelio de hoy está marcado por el gesto de Jesús. Este Evangelio nos sitúa en el gesto de Jesús en la última cena. ¿Qué sucede en ese momento? Lo habéis escuchado. Nos decía el Evangelio que mientras comían, tomó el pan y pronunció la bendición, lo partió y se lo dio diciendo: «Tomad, esto es mi cuerpo». Con el pan en sus manos, Jesús sigue diciendo: «Tomad, esto es mi cuerpo». Esta sencilla expresión tiene un significado claro: en el modo de entender al ser humano del mundo judío, en la antropología judía, el cuerpo indica toda la persona. Y Jesús quiere decirnos, cuando nos dice esto, «tomad y comed, que esto es mi cuerpo»... esta sencilla expresión indica toda la persona. Jesús nos dice: «este soy yo. Soy yo mismo». Es como si nos dijera: «este pan que llevo en mis manos soy yo mismo, es mi propia persona. Este pan que se parte y se reparte es mi persona. Es mi forma de vivir. Es mi forma de morir. Es mi forma de amar a los demás. Es mi forma de defender la dignidad de todos los hombres, poniéndome al servicio de todos, pero muy especialmente de aquellos que más lo necesitan».

En este contexto estamos celebrando también el día de Cáritas Diocesana. El Día de la Caridad. Que no es una anécdota en nuestra vida. Quien toma y se alimenta de la persona del Señor, asume una manera de vivir y de amar a los demás. Una manera de defender la dignidad. Pero lo mismo hizo con el cáliz. Cuando pronuncia la acción de gracias, y les dice y nos dice: «Esta es mi sangre, sangre de la alianza derramada por muchos». Por muchos ya sabéis que traduce un semitismo que significa por todos. Por todos. La sangre, para los judíos, era la vida. No signo de la vida, sino la vida misma. Para nosotros, puede ser un signo de la vida; para los judíos, era la vida misma. En el pan y en el vino entregados está la presencia de una vida vivida como don, que el Señor se la quiere regalar a todos los hombres. El gesto de Jesús recoge todo lo que Él ha hecho. Jesús ha ido rompiendo el pan de su vida hasta su muerte. Jesús ha compartido con la gente su pan, su tiempo, su amistad, su vida. Y ahora comparte el cuerpo entregado, y la sangre derramada por todos. Es decir, comparte su amor hasta el final. Y nos lo da para que los discípulos hagamos lo mismo.

En esta cena de despedida toman un relieve especial, si os habéis dado cuenta, estas otras palabras que nos dice el Señor: «Ya no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que lo beba de nuevo en el Reino de Dios». Estas palabras ciertamente tienen un valor histórico. Jesús es consciente de que está en el final de la vida. La despedida de Jesús, aun siendo triste y dolorosa, está llena de esperanza. Para Jesús, hay un más allá donde se consuma el Reino. Donde está el vino que alegra el corazón humano. Jesús se compromete a no tomar más vino de este mundo viejo hasta que lo beba en el Reino. En el banquete del Reino. Jesús, queridos hermanos, hoy, regalándonos su pan para alimentarnos, y su sangre como bebida; regalándonos su vida, su persona, cuando la acogemos en nuestra vida, nos da una palabra de esperanza en medio de este mundo de muchas oscuridades. Esta muerte no es el final de todo. Jesús tiene la firme esperanza de que Dios realizará aquel Reino que Él había venido a inaugurar en la tierra. El mundo nuevo vendrá a pesar de la aparente derrota de su muerte; más aún, vendrá precisamente en el don de sí que Él va a hacer a través de la muerte.

Queridos hermanos: ¿no sentimos hoy reavivar la esperanza en este mundo nuestro concreto en el que vivimos? ¿No sentimos la urgencia de hacer vida en nuestra vida estas palabras que nos ha dicho Jesús: «Haced esto en memoria mía»? Jesús no nos dijo: «Reflexionad. Editad. Organizad un congreso». No. «Haced esto en memoria mía». Es decir: «Dad. Entregad la vida. Pero entregad la vida en las mismas dimensiones que yo os regalo y os doy como alimento y como vida». «Haced esto». La Eucaristía es memoria viva, no solo porque actualiza su presencia entre nosotros, sino porque nos hace vivir como Él vivió. Queridos hermanos: no es secundario este encuentro que nosotros tenemos los domingos, todos los cristianos en todas las partes de la tierra, en el que se nos invita a celebrar la Eucaristía. No es una anécdota. Es algo esencial. «Haced esto en memoria mía». Es que Jesús nos regala en la Eucaristía su vida. Su persona. Y, cuando entramos en comunión con Él, nos identificamos con Nuestro Señor. Jesús viene a mostrarse en forma de alimento. No vive para aprovecharse de los otros. No vive para comer a los otros, haciendo que le sirvan. Sino, al contrario: ofrece la vida en forma de comida, a fin de que se alimenten otros y crezcan con su vida. No con cualquier vida: con su vida. En cada Eucaristía hay una fuerza liberadora que hace presente a Cristo resucitado. La Eucaristía nos libera para vivir en la comunión con los otros. Por eso hoy, este Día de Caridad, nos dice que demos el pan de la Palabra. El pan de la Eucaristía. Pero, además, el Señor nos dice que también demos el pan de la ternura de Dios. Que es vivir para los demás. Es salir de mí mismo. Es dar la mano a quien lo necesita. Es colaborar en construir un mundo distinto. El Señor nos pide que cambiemos nuestro estilo de vida. Que cultivemos la cercanía. La disponibilidad. Que cambiemos nuestras miradas. Que me acerque mirando la realidad concreta.

Queridos hermanos: no vivamos solamente de los anuncios. De lo que vemos… No. No. Acerquémonos a la realidad. Aesa realidad de hombres, de mujeres, de niños, de jóvenes... que necesitan que el amor de Jesucristo sea tocado. Lo puedan tocar. Que no solamente lo miremos, sino que cambiemos también nuestro tiempo. Nuestro tiempo es para compartir. Es para ver las necesidades que tienen los otros también. Es para solucionar las realidades que a veces hacen muy difícil que se viva con la dignidad que Dios nos ha entregado como imagen suya que somos. Queridos hermanos: hoy, en esta fiesta del Corpus Christi, el Señor nos dice «no pases de largo. Nunca pases de largo. La herencia que yo te doy –nos diría el Señor–, la herencia que yo os doy, tomad y comed, tomad mi vida entera, mi estilo de vida, la herencia que yo te doy, y bebed, tomad la vida mía. La herencia que os doy, hará el verdadero cambio en este mundo».

Y la historia, queridos hermanos, nos lo dice. Es verdad que a veces los cristianos pues hacemos cosas que no tendríamos que hacer. Pero también es verdad que el derrotero por donde han entrado los cristianos anunciando el Evangelio ha cambiado los estilos y las maneras de vivir, y el reconocimiento de la dignidad del ser humano, en todas las partes de la tierra. Y esto, para nosotros, no es un título más que podamos… No. Es una responsabilidad el celebrar la Eucaristía. Y el vivir hoy este día precioso del Corpus Christi. Porque es el regalo más grande que un ser humano puede tener, poder entrar en comunión con Dios y realizar y provocar que la vida de Dios esté presente entre los hombres.

Yo quiero agradecer a nuestra Cáritas de Madrid el trabajo y el esfuerzo que están haciendo. Liderado por Luis, director de Cáritas, pero con todo un equipo muy grande que realiza o que hace posible que nos recuerden permanentemente que nuestro estilo de vida tiene que cambiar, que nuestra mirada tiene que ser la de Jesús, que nuestro tiempo es un tiempo para compartir, y que no puedo pasar de largo de ninguna de las maneras.

Queridos hermanos: hoy es un día grande y especial para todos nosotros. Hoy es un día en que el Señor nos invita a adorarle. Hoy es un día grande, queridos hermanos. Casi al llegar a Madrid, a los poco meses, me encuentro con una persona, un matrimonio. Ella no había sido cristiana. Lo era en ese momento. Y me cuenta cómo fue su conversión. Había venido a España, y entró en una Iglesia donde estaba la exposición del Señor. Sintió... Ella no sabe describirlo, pero sintió algo en su corazón. No creía. No sabía. Y le explicaron quién era el que estaba allí. Porque había dado un vuelco a todo su corazón. Y allí salió para ver a una persona y que la acompañase, y le explicase. Esta mujer es cristiana hoy. Pertenece a nuestra Iglesia diocesana. Se incorporó a la Iglesia. Recibió el Bautismo. Recibió la Primera Comunión. Y ella dice que ha cambiado toda su existencia. Su mirada es distinta hacia los demás. Los demás no son un producto; no son un número; los demás son algo muy distinto y muy diferente, que tenemos que acoger como lo acogió Nuestro Señor.

Queridos hermanos y hermanas: en cada Eucaristía hay una fuerza liberadora que hace presente a Cristo resucitado. La Eucaristía nos libera para vivir en comunión con los otros. No me digáis que esto no es importante en estos momentos que vive el mundo. Hagamos un esfuerzo, los cristianos. Hoy es un día memorable. Hoy es un día grande, en el que sacamos a las calles... en estos momentos, impedidos para hacerlo como lo hacíamos otras veces. Pero manifestamos la presencia de Jesucristo Nuestro Señor en medio de los hombres. Hoy es el día en que el Señor se hace presente y nos dice: «Mirad, que hay un lugar en mi mesa para todos los hombres. De todas las razas. De todas las culturas… Para todos. Hay un lugar en mi mesa. Pero cuidado: poned en primer lugar a los excluidos en esta mesa. Por las acusas que fueren: del hambre que atormenta a millones de seres humanos, de pobrezas diversas, de soledades... las soledades de los ancianos que hemos vivido especialmente durante esta pandemia en todos los lugares de la tierra; de la angustia del paro, de la inmigración y de cualquier tipo de exclusión social». La Eucaristía nos libera. Hace que tengamos una mesa en la que logremos que todos puedan sentarse. La fiesta del Cuerpo y de la Sangre de Cristo que hoy celebramos nos hace preguntarnos a todos nosotros qué lugar ocupa la Eucaristía en mi vida. ¿Qué lugar? ¿Cómo es posible que sigamos celebrando la Eucaristía a veces viviendo en la indiferencia en nuestro mundo de hoy? ¿Cómo podemos celebrar la Eucaristía y no seguir compartiendo nuestra vida, nuestro amor, nuestra entrega? Vamos a hacerlo, queridos hermanos. Hoy repetimos junto a Jesucristo Nuestro Señor, y le decimos al Señor: «Señor, quisiera acoger hoy tu gesto de amor y dejarme asimilar por ti. Tú que has venido para que todo ser humano tenga vida, que yo con mi vida pueda decir también: “toma. Come. Pero no lo mío. Lo que hay de Cristo en mí. Bebe, pero no mi bebida. No. La vida misma de Cristo que regala”».

Esto es además Cáritas, queridos hermanos. Cáritas no es una organización más de las muchas que podemos tener en la Iglesia. Es el amor mismo efectivo de Cristo hecho realidad concreta a través de unos medios que necesitamos para movernos hoy. Pero es el amor de Cristo que, celebrado en la Eucaristía, lo repartimos a todos los hombres.

Hermanos y hermanas: que el Señor nos bendiga. Es un gozo ser cristianos. Es un gozo. No vivimos de ideas. Vivimos de una Persona que se va a hacer presente realmente aquí otra vez, en el misterio de la Eucaristía. Y que nos va a decir: «Tomad y comed, tomad y bebed. Tomad mi vida, mi persona. Acogedla en vuestra vida. Tomad mi vida entera y dadla: no la guardéis para vosotros». Esto es lo que celebramos con gran alegría en este día del Corpus Christi.

Que el Señor bendiga a toda la Iglesia. Nendiga a nuestra archidiócesis de Madrid. Nos bendiga a todos nosotros. Y, sobre todo, nos haga descubrir a los cristianos el significado profundo que tiene la celebración de la Eucaristía. Vamos a hacer un esfuerzo por que sea en la Eucaristía donde aprendamos todos juntos a presentar hoy un proyecto de mundo diferente, no hecho por mis fuerzas, sino con la fuerza y la gracia de Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

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