Homilías

Viernes, 26 abril 2019 14:04

Homilía del cardenal Osoro en la Misa del Domingo de Ramos (14-04-2019)

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Queridos hermanos don José y don Santos, obispos auxiliares. Querido y excelentísimo cabildo catedral. Hermanos sacerdotes. Queridos seminaristas. Autoridades. Hermanos y hermanas todos.

Solamente unos segundos, porque lo importante lo hemos escuchado y lo hemos vivido también durante la procesión: «Bendito el que viene en nombre del Señor». Este grito de alegría resuena en el evangelio de este Domingo de Ramos. Este grito de un Dios que viene a estar en medio de su pueblo. Este Dios al que todos los hombres de buena voluntad entienden el lenguaje que nos entrega. Llama la atención en el evangelio de hoy que Jesús dispone un modo concreto de entrar en Jerusalén, como dispone de un modo concreto de entrar aquí en Madrid, y en cada uno de nosotros, y en cada uno de los que habitan en este territorio de nuestra archidiócesis de Madrid.

Id a la aldea. Encontraréis un pollino atado que nadie ha montado nunca. ¿Por qué un pollino? Sencillamente, porque representa la mansedumbre y la paz frente al caballo, símbolo de la fuerza y de la guerra. Es también la cabalgadura de los pobres. Y Jesús es un mesías pobre. No como el que esperaban. Jesús no llega a caballo, ni en carroza real, sino en un borrico prestado, como señal de mansedumbre y de pobreza. ¿Y por qué este detalle de que nadie lo había montado? Porque ningún rey de Israel, ningún jefe del mundo, ha ejercido sin usar la violencia y la fuerza. Jesús es el primero que viene como rey de la paz. El primero que no ejerce la violencia. Jesús no se impone a nadie. No es un hombre potente. Solo viene a ofrecernos la paz. Viene a abrirnos un camino de paz y de amor para la familia humana. Y el pueblo, espontáneamente, esto lo distingue y se echa a la calle para clamar a Jesús.

¿Qué significa el grito de paz en el cielo? No es que el cielo necesite paz, sino que es el cielo el lugar de la presencia de Dios, de donde provine esa paz, que por tanto necesitamos en esta tierra ensangrentada por la violencia, por la división, por la ruptura, por el enfrentamiento, por las guerras.

A la reacción positiva de los discípulos y del pueblo, se opusieron algunos fariseos que, dirigiéndose a Jesús, le dicen «Maestro, reprende a tus discípulos». Y Jesús responde: «Os digo que si estos callan, gritarán las piedras». Jesús quiere decir que esta alabanza es incontenible. Que quien ha experimentado la salvación, no la puede callar jamás.

Queridos hermanos: también el Señor en este día quiere atravesar la puerta de nuestro corazón y quiere cruzar el umbral de nuestras resistencias. Al igual que entonces, también todos queremos gritarle: bendito el rey que viene en nombre del Señor. Bendito Jesús. Bendito eres, Señor, que vienes cada día a nuestra vida. Bendito tú, Señor, que vienes con tu paz a este mundo que está desgarrado por la violencia. Tú, que vienes para despertar una esperanza en todo ser humano. Tú, que vienes para amar a los hombres.

Ayer, en una parroquia, en la Paloma, un grupo de jóvenes representaba un musical que, en el fondo, venía a decir a través de los jóvenes cómo lo que más necesita el ser humano para rehacerse como persona y para rehacerse como sociedad es el amor. El amor de Dios en su máxima explicitud, queridos hermanos.

Mirad: estos días de la Semana Santa, que hoy iniciamos en este Domingo de Ramos, es para que descubráis el amor de un Dios que ha venido a este mundo no para juzgarnos. Nosotros juzgamos a los demás rápidamente. Dios nos juzga amándonos. Nos ama. Y así vemos cómo nosotros estamos a veces. Sin armas. Porque no tenemos el arma que realmente cambia el corazón humano y cambia las relaciones entre nosotros. Solo el amor de Dios. Dios nos juzga así.

Recibamos a este Jesús que hoy el pueblo distinguía perfectamente. Quién lo quería. Quién lo amaba. Quién paseaba llevando la paz. Quién no iba con la fuerza, sino que iba con un corazón abierto que entregaba a todos los hombres para decirles: os amo. Os quiero.

En la obra de ayer, de estos chicos, era un chico que no había sentido nunca el amor de nadie: el padre le pegaba, su padre se desentendió de él, y solamente se recuperó cuando alguien le dijo: te quiero.

Pues, queridos hermanos: esta Semana Santa, yo os invito a que la viváis. Porque el Señor viene a decirnos esto: os quiero. No estáis solos. Pero entrad por este camino. Que es un camino de paz, de reconciliación, de verdad, de vida. No importa cómo estéis: os amo.

Este Dios es el que se hace presente hoy, en este Domingo de Ramos, aquí, entre nosotros, en el misterio de la Eucaristía, como un día se hizo presente allá, en Jerusalén. Y la gente gritaba, y le acompañaba, como nosotros hemos hecho antes, en la procesión, y ahora aquí, en la Eucaristía.

Os ama Jesucristo.

Vivid este amor y regalad este amor. Él os juzga, pero con amor. No utiliza otras armas. Acogedle.

Amén.

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