Homilías

Miércoles, 04 abril 2018 11:02

Homilía del cardenal Osoro en la Misa del Domingo de Ramos (25-03-2018)

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Queridos hermanos obispos, don Juan Antonio, don José, don Santos y don Jesús; excelentísimo e ilustrísimo vicario general y deán de esta Santa Iglesia catedral; querido cabildo catedral. Hermanos sacerdotes. Seminaristas. Queridos hermanos y hermanas todos:

Antes, al comenzar la procesión, escuchábamos esas palabras con las que comenzamos esta Semana Santa en este Domingo de Ramos: «Bendito el que viene en el nombre del Señor. Bendito el Reino que llega». Este, precisamente, es el grito que resuena en el evangelio de este Domingo de Ramos. Es el grito de los discípulos y el grito de nuestra fe hoy: bendito el que viene en nombre del Señor.

Estas son las aclamaciones del pueblo a Jesús, en su entrada a Jerusalén. Jesús ha despertado mucha esperanza en el corazón de la gente humilde, pobre, olvidada… Y se produce una verdadera manifestación popular. Jesús sube a Jerusalén en medio del gentío, del entusiasmo y de las expectativas que estuvieron vinculadas a la fiesta de Pascua. Él ha venido como peregrino para celebrar la Pascua; ha cumplido su misión en Galilea y viene a ponerse en manos de las autoridades de su pueblo entrando abiertamente en Jerusalén.

Bendito el que viene en nombre del Señor.

Queridos hermanos: hoy también, en todos los lugares de la tierra, los hombres están esperando que venga el Salvador. Que venga quien los libere. Muchos no conocen a nuestro Señor Jesucristo. Pero bien es verdad que este grito lo siguen dando todos los hombres. Recordad que el Señor, en este preámbulo de la Semana Santa que hemos iniciado ya, les dice a los discípulos: «Id a la aldea de enfrente y encontraréis un borrico atado que nadie ha montado todavía. Desatadlo y traedlo». ¿Qué significación tiene para nosotros?

Llama la atención, en primer lugar, que pida un borrico prestado. No es suyo, pero tiene amigos que se lo pueden prestar. Frente al caballo guerrero de los reyes de Israel, Jesús quiere cabalgar en un borrico que nadie ha montado todavía. El borrico representa la mansedumbre y la paz, frente al caballo, símbolo de la violencia y la guerra, que utilizaban los poderosos de este mundo. Jesús es un Mesías lleno de mansedumbre y de paz. Es el Mesías y el Salvador que buscan los hombres. Él trae la paz para todos. Jesús no entra pisando fuerte en un animal militar como el caballo, sino en un borrico. Este gesto habla de humildad y de paz, no de triunfo. Y por medio de este gesto expresa que su reino es un Reino de paz verdadera y de justicia para todos.

Queridos hermanos, ¿qué podemos aprender nosotros en este gesto de paz y mansedumbre? ¿Qué? Mirad: ningún rey de Israel, ningún jefe del mundo, ningún líder de ningún tipo ha ejercido en general sin usar la violencia y la fuerza. Jesús es el primero que viene como rey de la paz, de la humildad, de la mansedumbre. No ejerce violencia. No se impone a nadie. Solo viene a ofrecernos su paz, a abrirnos el camino de amor y de comunicación para todos.

Queridos hermanos, ¿le abriremos nuestro corazón a Él, que viene con su paz? En todas las celebraciones que vamos a tener durante esta Semana Santa, en todas las procesiones que se van a celebrar, se nos está invitando a abrir el corazón al Señor. Porque, como habéis escuchado hace un instante, tanto en la lectura del profesa Isaías como en la lectura de la Carta a los Filipenses, y en esa descripción tan bien proclamada de la pasión de nuestro Señor Jesucristo, se nos revela en primer lugar hoy, para abrirnos de verdad al Señor, el misterio del amor de Dios. Dios nos ama, queridos hermanos. Dios viene junto a nosotros. Dios os quiere. Abrid vuestro corazón al Señor. Abrídselo. Abrídselo, como hace un instante nos decía el profeta Isaías. Él nunca defrauda. Nunca. Siempre nos entrega palabras y gestos de aliento. Él nos ayuda. Él no se rinde, siempre junto a nosotros. Él es nuestra roca firme, es la seguridad del ser humano que solo la da el amor de Dios.

Ese amor que se manifiesta de esta manera tan extraordinaria: siendo de condición divina, como nos ha dicho el apóstol pablo en la Carta a los Filipenses, no se aferró a esa condición. Se hizo hombre, tomó la condición de esclavo, pasó por uno de tantos, cargó con todos nuestros pecados, cargó con todas nuestras situaciones… Sí, hermanos: el misterio del amor de Dios se nos revela y se nos muestra en su amor. En su amor grande. Lo habéis escuchado en toda la descripción que hemos proclamado de la Pasión del Señor. Él viene con una misión. Sí. Viene con una misión. Concreta. Lo habéis visto. Lo vamos a vivir en el Jueves Santo: hagan esto en conmemoración mía. Entren en comunión conmigo, acojan mi amor, vivan con mi amor, salgan con mi amor a este mundo, no os cerréis en vosotros mismos.

Queridos hermanos: ante tantas situaciones que vemos, que ciertamente son los hombres y mujeres que hoy siguen gritando porque desean una liberación y siguen saliendo como salieron a buscar al Señor cuando entraba en Jerusalén… Niños, jóvenes… El Papa está reunido, y termina hoy la reunión, con la preparación del Sínodo de los jóvenes. Ha escuchado a los jóvenes. Ha escuchado no solamente a los que creen, sino también a aquellos que no creen. Ha escuchado lo que quieren. Ha escuchado lo que necesitan. Hagan esto en conmemoración mía.

Él nos dice que está y ha venido a este mundo, no para mandar. Para servir. Para amar.

Queridos hermanos: en estos días, mirad el crucifijo. Pero miradle por dentro, entrad dentro del crucifijo. Sí. Y veréis que nosotros también somos como Pedro: muchas veces negamos al Señor. También nosotros somos como los discípulos: el diálogo con el Señor lo tenemos a veces, pero nos cansamos y nos dormimos. Y Jesús nos insiste que oremos para que no caigamos en la tentación, para que no vivamos de un amor que no sirve.

Queridos hermanos: no seamos como Caifás, ni como Herodes, ni como Pilatos. Hay cariños que matan, dice un refrán castellano. Ellos querían salvar un pueblo. No era verdad. No era cierto. Querían mantener su sitio. Mantener su lugar. No seamos como Judas: no vendamos al Señor. Esta es la hora, queridos hermanos. Este momento histórico que nos toca vivir es la hora, es el momento, es la hora que nos dice el Señor: esta es la hora. La hora en la que los discípulos de Cristo queremos arriesgar porque, queridos hermanos, un discípulo que no arriesga por Cristo, se envejece. Y así le pasa a la Iglesia, de la que somos parte nosotros: una Iglesia que no arriesga, que no anuncia al Señor, envejece. No da la noticia de Cristo.

Demos, queridos hermanos, esta noticia del Señor. Esta noticia. Como la dieron de alguna manera desde esa mujer que echó el perfume, gastó lo mejor que tenía por Cristo; como lo hizo también aquel hombre que ayudó al Señor a llevar la cruz. Simón de Cirene. Cómo ayudó al Señor. Seamos nosotros como aquellas mujeres que lloraban: ellas percibían algo nuevo, distinto en Cristo, y Jesús les dice: no lloréis por mí, llorad por vuestros hijos; es decir, llorad por  aquellos que no descubren, que no conocen el amor de Dios.

Seamos también, queridos hermanos, como ese Jesús que en la cruz dice al Padre: perdónales, porque no saben lo que hacen.

Hoy nosotros, queridos hermanos, al iniciar esta Semana Santa, en este Domingo de Ramos, acogemos el amor del Señor. Y sentimos al Señor que desde dentro de la cruz nos dice: perdónales, que no saben lo que hacen. Pero al mismo tiempo entremos dentro del misterio de la cruz, junto a aquellos personajes que se nombran en el mismo evangelio. Sí. Junto a aquellos personajes que están junto a la cruz, que podemos ser nosotros. Y arriesguemos por Cristo nuestra vida. Arriesguemos por Cristo nuestra existencia, metiendo en nuestra vida el amor mismo de Dios; siendo vasijas que queremos contener el amor de Dios, porque es el arma que cambia este mundo, y es el arma que rejuvenece nuestra vida y la historia.

Hermanos: los cristianos, los discípulos de Cristo, somos portadores del cambio radical. El que necesita esta tierra. Pero si llevamos el amor de Dios. No llevemos otro arma. No. Solo la de Cristo. Solo la que Él nos entrega.

Como os decía, mucha gente hoy también se acerca a Jerusalén; quiere estar en Jerusalén; quiere ver a Jesús. Nosotros todos, juntos, podemos dar visibilidad a un Jesús que salva, que ama, que libera, que rejuvenece, que da respuesta a las interrogantes más profundos que tiene el ser humano también en estos momentos de la historia.

Que el Señor, que se hace presente aquí, en el altar, nos haga sentir a todos su amor y la urgencia de abrir nuestro corazón a ese amor salvador. Tenemos esta semana para hacerlo. Buscad tiempos de oración, queridos hermanos. Buscad tiempos de silencio. Visitad alguna Iglesia. Y cuando estéis también viendo alguna procesión, dirigíos al Señor, a la Virgen, o a quienes acompañan al Señor; que seamos capaces de establecer un diálogo. Un diálogo tan profundo con el Señor cambia nuestra vida. Porque sigue siendo verdad también: dime con quién andas. Queremos andar con Jesús. Queremos ir tras Jesús.

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