Homilías

Lunes, 28 diciembre 2020 11:05

Homilía del cardenal Osoro en la Misa del Gallo (24-12-2020)

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Queridos hermanos obispos auxiliares don Jesús, don Santos y don José. Querido rector de nuestro seminario metropolitano. Querido deán de nuestra catedral. Hermanos sacerdotes. Queridos seminaristas de nuestro seminario Redemptoris Mater. Hermanos y hermanas.

Esta noche para todos nosotros, esta Nochebuena, que en la tradición de la vida de los cristianos está desde hace tantos siglos, desde que fue esa primera noche que nosotros admiramos y contemplamos en el belén; aquella claridad que apareció en esta tierra, la noche en que caía sobre Belén de Judá la claridad... Gracias, queridos hermanos, a la luz de aquella noche, los pastores se vieron inmersos en una extraordinaria claridad. Porque no solo había luz en torno a ellos, sino también dentro de sus vidas aparecía, en su interior, una luz nueva. Esta luz que transformó el mundo; que desde entonces la historia tiene un derrotero diferente, dado por Dios mismo; esta luz nos alumbra a todos en esta Nochebuena. La noche cerrada se convierte en claridad que nos envuelve. Cuando el ser humano mira hacia el interior de sí mismo, Dios se manifiesta con una luz que le permite descubrir su propio misterio, ese misterio que llevamos todos impreso en nuestro corazón. Que la luz del nacimiento del Señor ilumine la noche de nuestro mundo, y también la noche de nuestro corazón.

Queridos hermanos, quizá tres palabras son las que me gustaría daros porque, de alguna forma, reflejan lo que las lecturas de esta noche nos acaban de decir. Tres expresiones: la noche, la luz y un camino nuevo. Estamos en un momento de la historia de la humanidad en que necesitamos luz, queridos hermanos. Pero no cualquier luz. Necesitamos la luz que viene de Dios mismo. Y no solamente por la pandemia que estamos viviendo y que ciertamente está haciendo padecer a toda la humanidad –hay sufrimientos, hay muertes, hay dolor, hay miedos–; no solamente porque Dios también ilumina todas las situaciones en las que estemos, sino por la propia situación de un mundo en el que hemos llegado en unos lugares a cotas singulares y especiales de vida, de buena vida, mientras en otros lugares la gente se está muriendo de hambre. Hemos llegado a un momento de la humanidad en que nos conocemos todos, y sabemos en el fondo lo que nos falta a todos. Nos falta, queridos hermanos.. Estamos en la noche. Tenemos necesidad de luz.

El texto que hemos escuchado del Evangelio dice que llegó el tiempo del parto, y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada. No había sitio para Él en la ciudad. Tuvieron que salir a los arrabales, fuera de la ciudad. El Señor ha querido compartir la condición de los más pobres y olvidados de la tierra, de todos aquellos que no tienen sitio en la sociedad. Qué bien nos vienen las palabras del Papa Francisco: hay que salir de las periferias hacia el centro. No vayamos del centro a las periferias, porque si vamos así llevaremos lo nuestro, no lograremos llevar esa pobreza que hay que iluminar. Jesús, desde su primera venida, se hace cargo de la pobreza y de la miseria más extrema, del dolor humano, de la soledad más intensa, y millones de seres humanos prolongan en el tiempo y en el espacio el pesebre de Belén.

En la posada no había sitio. La humanidad espera a Dios. Pero, cuando llega el momento, no tenemos sitio para Él. Llegó el tiempo, y dio a luz en un pesebre. Esto, queridos hermanos, nos hace preguntarnos, y nos hace agradecer a Dios. Porque Dios no quiere que permanezcamos en la noche: no quiere la noche para los hombres, no la quiere para nosotros, no la quiere para nadie. Y a los que nos ha llamado y somos miembros vivos de la Iglesia, formando parte de este pueblo de Dios que camina por todas las partes de la tierra, y esta noche celebra la llegada de la luz a este mundo, nos pide que nos demos cuenta de esta necesidad de la humanidad. Espera a Dios. Pero hagámosle sitio para que entre. También Él quiere encontrar un sitio en nuestro corazón. ¿Tenemos espacio para Él cuando viene a nuestro encuentro? La noche.

Pero el Señor nos habla también de la luz. Él es la luz. ¿Quién tiene espacio para Él? En nuestra sociedad, en nuestro mundo, ¿hay sitio para Él? ¿Hay sitio para el pobre? ¿Para aquel que necesita ayuda? ¿Para el refugiado que busca asilo? ¿Tengo espacio para Dios? ¿Puede entrar Dios en mi vida, o le pongo condiciones? Queridos hermanos: no hay Navidad sin Jesús. Es un absurdo. La Navidad de luces, sin Jesús, es un absurdo. La Navidad ha sido quizá a veces secuestrada por nosotros, por un consumismo exacerbado. La Navidad, queridos hermanos, es Jesús mismo. Es la luz que viene a nuestro encuentro. Quiere que desaparezca la noche. Y quiere entregarnos a todos nosotros la luz.

Había, decía el Evangelio, unos pastores que pasaban la noche al aire libre. Un ángel se les presentó y les dijo lo que esta noche nos dice a nosotros, a todos, queridos hermanos: «No temáis, os traigo la buena noticia, la gran alegría para todos los hombres. Hoy os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor». Este anuncio a los pastores es para todos los seres humanos. Los pastores fueron los primeros destinatarios de esta buena noticia de salvación. ¿Y por qué este anuncio del ángel a los pastores? Mirad: los pastores, en aquella época de Jesús, constituían una clase de hombres despreciables, no les tenían muy en cuenta. Estaban en la noche total. Y resulta que el primer anuncio de esperanza y de alegría va dirigido a los pastores. Quizá, en estos momentos en que vivimos un encerramiento en nosotros mismos, este anuncio viene para nosotros. Queridos hermanos: hoy es un día de alegría, es un día de esperanza. Hay luz. Dios tiene predilección por nosotros. Nosotros los cristianos no podemos ser espectadores de una situación en la que viven los hombres, de indiferencia, de no quiero saber nada, yo con tal… Necesitamos ser solidarios de todos los hombres: de quienes padecen la injusticia, de quienes provocan además la violencia, y la padecen. Somos pastores. Somos pastores. Y la luz y el mensaje nos llama a ponernos en camino para ir al encuentro del Señor y adorarlo.

Queridos hermanos. Noche. Luz que viene a nosotros. Que la tenemos. Y, queridos hermanos, hay un camino que nos propone el Señor: «Hoy os ha nacido un Salvador». En esta noche, el tiempo se abre a lo eterno. Porque Jesús ha nacido entre nosotros. Con el nacimiento de Jesús, el ser humano ha visto que el tiempo humano, este tiempo, es tiempo de salvación. El Señor ha santificado los días, los años, los siglos; ha disipado miedos; ha renovado nuestra esperanza, y nos llena de alegría. Es un camino el que nos propone el Señor. Esta Nochebuena nos repites también a nosotros: «¡No temáis!. Os traigo la buena noticia, la gran alegría para el pueblo. Y no es una idea la que os traigo: es una persona que viene, que quiere entrar en vuestra vida». ¿Estamos dispuestos a acoger esta alegría en el silencio de nuestro corazón? El relato del Evangelio nos ha dicho en forma poética que los ángeles cantaron en la noche de Belén: «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que Dios ama». ¿Quiénes son los hombres que Dios ama? Todos los hombres, queridos hermanos. Vosotros y yo. Todos los hombres. Los ama Dios. Y quiere que logren la dignidad de seres humanos. Y precisamente por eso, cuando vemos tirado, o despreciado o roto a cualquier ser humano, vamos en su búsqueda.

Esta sed de ser amados se sacia en esta noche santa. Porque Dios mismo, con toda claridad, nos dice: «He venido a vosotros, no con el poder o la fuerza.He venido en la pequeñez. ¡Cogedme! Cogedme. Para que seáis grandes. Para que tengáis un corazón grande». Nuestra sed de ser amados se sacia en esta noche santa. Dios es amor. Qué bien lo canta san Juan de la Cruz cuando él dice, en la Noche oscura: «al fin encontré la dichosa salida». La «dichosa salida» la encontró experimentando en su propia existencia que Dios le quería, que Dios le amaba. Dios es amor. El amor de Dios nos abraza a todos. Dios ha amado al mundo en Cristo, y en Él, en su nacimiento, ha revelado a todos los seres humanos el camino de la paz, el camino de la vida, el camino de la fraternidad. Cojamos ese camino, queridos hermanos. Señor –le diríamos hoy–, ayúdanos a ser hombres y mujeres de paz, de fraternidad, de entrega, de servicio. Ayúdanos. En esta noche santa, queridos hermanos, vamos a abrirle nuestro corazón. Ayuda a que en las familias cristianas se logre una comunidad verdadera donde todos se aman y se necesitan con el amor mismo de Jesucristo. Ayúdanos a descubrir lo que es una familia cristiana, lo que supone vivir en esa comunión de corazones y de vida entre los padres, de los padres con los hijos, de los hijos con los padres. Ayúdanos a hacer descubrir el gozo de un amor que, acogiéndolo en nuestra vida, porque es tuyo, nos hace cambiar todo lo que nos rodea.

Queridos hermanos: feliz Nochebuena. Somos importantes. ¿Veis? No todo el mundo tiene esta gracia de poder experimentar esto que nosotros estamos viviendo esta noche. Dios me ama. Dios me quiere. Dios quiere que salga de la noche, que coja su luz y que camine por la vida con su luz y con su amor. Por eso te pedimos, Señor, hoy. Te acogemos con alegría. Tú eres la luz que brillas en la noche de nuestro mundo y en la noche de nuestro corazón. Que te anunciemos, pero no de palabra: con nuestra vida. Jesús, alumbra la oscuridad de este mundo. Enciende en nosotros el fuego de la esperanza. Y cuenta con nosotros para alumbrar las oscuridades que puedan existir a nuestro alrededor.

Feliz Navidad, queridos hermanos. Acojamos la Navidad, que es Jesús mismo, que se va a hacer presente en este altar.

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