Homilías

Miércoles, 05 enero 2022 11:05

Homilía del cardenal Osoro en la Misa del Gallo (24-12-2021)

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Queridos hermanos obispos auxiliares, don José, don Santos y don Jesús. Querido rector del Seminario Metropolitano, vicarios episcopales, hermanos sacerdotes. Queridos seminaristas. Hermanos y hermanas.

Hoy nos ha nacido un Salvador. El hecho de que estemos aquí esta noche reunidos, el hecho de que en todas partes de la tierra se esté celebrando la Eucaristía a estas mismas horas en muchos lugares del mundo, no es casual: es que Dios ha venido a este mundo; es que Dios se ha hecho presente; es que Dios tomó rostro humano entre los hombres. Es que Dios nos ha manifestado y revelado una manera de vivir y de existir absolutamente nueva. Y en todas las circunstancias de la historia, desde hace 21 siglos, se ha visto la necesidad de acoger esta manera de vivir y de entender la vida, porque daba dignidad, no solamente a quienes lo vivían, sino también a aquellos a quienes se les entregaba esta noticia.

Queridos hermanos: el Señor, el Salvador ha nacido. Está entre nosotros. Y el Señor nos invita a cantar un cántico nuevo. A bendecir su nombre con nuestras palabras y con nuestras obras. A proclamar la grandeza y la victoria de este Dios. A contar a todos los pueblos, en las diversas situaciones en las que están y en las que viven, las maravillas que se realizan precisamente en los hombres y mujeres que acogen en su corazón la vida de Jesucristo Nuestro Señor.

Hoy es un día de alegría para todos nosotros. Es un día en el que ha llegado a este mundo quien rige la tierra con justicia y con fidelidad. Es un día en el que, como nos ha dicho el profeta, el pueblo, el mundo, los hombres que caminaban en tinieblas, han visto una luz grande. Habitaban en sombras, y una luz ha brillado, y sigue brillando.

Queridos hermanos: en estos momentos que vive el mundo, en las circunstancias verdaderas en que muchos pueblos están viviendo, en las diversas situaciones, en culturas distintas en las que los hombres se mueven, decidme queridos hermanos si no es importante anunciar que Cristo ha venido a este mundo; que una manera nueva de existir y de vivir es entregada al hombre, y no por otros hombres, sino por un Dios que ha tomado rostro humano, que se convierte en maravilla de consejero, que se convierte en Príncipe de la Paz. Es el Señor que sostiene, que consolida la justicia y el derecho para todos los hombres.

Ha aparecido, queridos hermanos. Y es lo que estamos celebrando esta noche. Ha aparecido la gracia de Dios. Sí. Jesucristo. La gloria del gran Dios y salvador. El Señor. Ha aparecido este Dios que nos enseña a renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos, y a llevar una vida honrada y religiosa, a llevar una vida en la que nosotros podamos sentir de verdad esto que nos ha dicho el Señor: «Amad a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a vosotros mismos». Este es el día en el que se cumple lo que acabamos de escuchar en esta página preciosa del Evangelio, el capítulo 2 de san Lucas, donde en un tiempo determinado de la historia, siendo emperador de Roma un hombre concreto, siendo gobernador de Siria Quirino, un hombre y una mujer, María y José, suben a inscribirse según el decreto que habían dado de hacer un censo nuevo; y, mientras estaban allí, llegó el tiempo del parto, y María dio a luz al hijo primogénito.

Este hecho, queridos hermanos, es el que nosotros estamos celebrando. Pero yo os pediría que todos nosotros nos sintiésemos como los pastores de Belén: la gloria del Señor, nos ha dicho el Evangelio, los envolvió de claridad; aquella claridad transformó la noche que caía sobre Belén de Judá en un día, en una luz nueva; gracias a la luz de aquella noche, los pastores se vieron inmersos en una extraordinaria claridad. No solo había luz en torno a ellos, sino que también había una luz interior; esta luz nos alumbra todos en esta Nochebuena.

Esta mañana he celebrado la Misa en la cárcel de Soto del Real. Un muchacho, un chico, de Irán, había pedido hace tiempo el bautismo; alguien que no conocía al Señor, y lo ha conocido en la cárcel. En la propia situación de la vida que le llevó a estar en esas circunstancias. La noche cerrada para este joven, que terminó en una cárcel aquí, en Madrid, se ha convertido en claridad. Y esta mañana él lo decía y lo manifestaba, antes incluso de decir sobre él y derramar el agua: «Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo». La noche cerrada de su vida, tanto en su país, del que tuvo que salir, como de entrar aquí en España, donde terminó en la cárcel, se convirtió en luz; se convierte en claridad que lo envuelve. Porque, queridos hermanos, cuando el ser humano mira al interior de sí mismo, Dios se manifiesta con una luz que nos permite descubrir nuestro propio misterio: el misterio que llevamos en nuestro corazón.

Que la luz del nacimiento del Señor ilumine la noche, queridos hermanos, de nuestro mundo. Y que ilumine la noche del corazón de los hombres.

En la carta pastoral que os escribo al iniciar siempre el curso, y que os he escrito este año, con el título Dame de beber; esta expresión que utiliza la mujer samaritana que, cuando Jesús le pide agua, ella le responde: «¿Cómo me pides a mi de beber, si eres enemigo, si eres judío, no eres samaritano?». Cuando Jesús sigue hablando con ella: «Si tú supieras quién te pide de beber, tú misma me pedirías el agua a mi». Hermanos: hoy, el ser humano tiene sed; hoy en Madrid hay sed; hoy los jóvenes tienen sed. ¿Seremos capaces de abrevar esa sed?

El texto del Evangelio que hemos proclamado sigue diciendo que le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió entre pañales y lo acostó en un pesebre porque no tenían sitio en la posada. No había sitio en la ciudad para él. Tuvieron que salir a los arrabales. Fuera de la ciudad. Este Dios que viene a darnos vida, que viene a darnos luz; este Dios, ha querido compartir la condición humana quizá de los más pobres, de los más olvidados, de los que no tienen sitio en la sociedad... De los que tienen sed, que hay mucha gente… A veces a los jóvenes les hemos dado muchas cosas. Cosas. Cosas. Sé el primero. Pero no les hemos saciado la sed. Millones de seres humanos prolongan en el tiempo y en el espacio el pesebre de Belén. Él quiere encontrar sitio en nuestro corazón pero, queridos hermanos, ¿tenemos espacio para Él cuando viene a nuestro encuentro? Quizás estamos llenos de nosotros mismos, y no hay sitio ni tiempo para Dios. ¿Quién tiene un espacio interior para Él? ¿Cómo lo preparamos? ¿Hay en nuestra sociedad un sitio para Dios? ¿O intentamos que de esta cultura y de esta sociedad desaparezca la presencia de Dios? ¿Hay un intento soslayado, no directo, de matar y de eliminar la presencia de Dios?. Pues, queridos hermanos, se confunden quienes hacen esto.

Millones de seres humanos prolongan en el tiempo y en el espacio la sed de Dios. Él quiere encontrar un sitio en el corazón del ser humano. No hay Navidad sin Jesús, queridos hermanos. Podemos inventar muchas cosas. Muchas distracciones. La Navidad no puede ser secuestrada por el consumismo. La Navidad no solamente son los regalos. Y, si son los regalos, es porque tienen un significado. En la carta que esta semana os escribía, os explicaba lo que significan estos regalos. Porque el primero que hizo el regalo de sí mismo fue Dios, que vino a este mundo, tomó rostro humano, se hizo regalo, se olvidó de sí mismo, y quiso entrar en nosotros. Y la tradición cristiana en estas fechas... Los cristianos de todos los tiempos se han hecho regalos. Pero, ¿sabéis cuál es el regalo que se hacían los cristianos? El comprometerse en este día de Navidad a olvidarnos de nosotros mismos y a estar junto a los demás.

La Navidad es Jesús. Había unos pastores que pasaban la noche al aire libre. Aquellos pastores escucharon lo que el Señor, a través de los ángeles, les decía: «Os traigo la buena noticia. Os traigo la gran alegría para el pueblo. Ha nacido hoy un Salvador. El Señor». Este anuncio, queridos hermanos, es para todos los seres humanos. Y nosotros los cristianos estamos empeñados, porque tenemos esa misión, de entregar esta noticia; de que no se olvide esta noticia; de dársela a todos los hombres. Pero tenemos que hacerlo, como nos dice el Papa Francisco, caminando juntos. Uno puede pensar no sé qué cosas... Pero creemos en el Señor, juntos.

No temáis: os ha nacido el Salvador. Este anuncio es para todos los seres humanos. Los pastores son los primeros destinatarios de esta buena noticia. ¿Por qué? ¿Por qué se anunció a los pastores? Fijaros en algo que es muy importante. En aquella época, eran una clase despreciable; representaban la marginación peor de la sociedad. Si podían, robaban algo. Y el primer anuncio de esperanza y de alegría se lo dan precisamente, queridos hermanos, a los pastores. Sí. Es un anuncio que necesitamos escuchar. Esto es lo que yo les decía... lo que, en este papel, con una imagen del belén y unas palabras mías, les entregaba esta mañana a los presos de Soto del Real. «Mira a Jesús. Como lo hacen María y José. Y déjate mirar por Él. Encuentra en esa mirada la paz y el abrazo incondicional que te da, y que todos necesitamos para vivir».

Queridos hermanos: no podemos vivir sin amor. No podemos vivir sin amor. Y necesitamos que Dios nos abrace. Y sigo diciendo a los presos, pero os lo digo a vosotros también: «Jesús no te pregunto qué hiciste. Él se acerca a ti y te abraza. Dios te ama. No te juzga. Te quiere. Está contigo en todas las circunstancias que vivas. Quiere darte su vida: acógela. No dudes. Mírala y déjate abrazar por Él». Es verdad, les decía a ellos, que algo habéis hecho, y por eso estáis aquí. Pero Jesús te abraza y te dice: no lo hagas más. Sgue mis pasos.

Queridos hermanos: esto fue lo que experimentaron aquellos hombres, los pastores, los marginados de la sociedad. Esto fue. Nosotros, los discípulos de Cristo, no podemos ser espectadores de una situación que estamos viviendo; necesitamos ser solidarios, tomarnos en serio nuestra fe. Hoy nos ha nacido el Salvador. En esta noche el tiempo se abre a lo eterno. Jesús ha nacido entre nosotros. El nacimiento es el tiempo humano de Dios, y quiere que lo vivamos nosotros hoy. Nos ha santificado los años, los siglos; ha disipado nuestros miedos y los sigue disipando; renueva nuestra esperanza. ¡Qué bonito, queridos hermanos, es que en esta Nochebuena entren en nuestro corazón estas palabras! Como aquellas que entraron en aquellos pastores: «No temáis, os traigo la buena noticia, la gran alegría para vosotros y para todo el pueblo».

El amor de Dios nos abraza una vez más esta noche, en la memoria que hacemos del nacimiento de Dios entre nosotros. Dios ha amado al mundo en Cristo. En su nacimiento ha revelado a todos los seres humanos dónde está el camino de la paz, dónde está el camino de la verdad, de la justicia... Está en caminar como el Señor camina.

Esta noche le decimos al Señor: ayúdanos, Señor, a ser hombres y mujeres que construimos la paz, porque la encontramos en Jesucristo Nuestro Señor. Y que esto lo sepamos comunicar. Que no lo guardemos para nosotros. Este Jesús, el mismo que nació en Belén, que se hace presente realmentne en el misterio de la Eucaristía en este altar, en esta noche de Navidad; que a este Jesús le dejemos que abrace nuestra vida. Él nos ama. Él quiere que nosotros participemos del misterio de su vida, y que lo entreguemos.

Feliz Navidad. Que el Señor os bendiga, os guarde, y gracias por estar esta noche celebrando este día santo. Amén.

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