Homilías

Jueves, 02 marzo 2017 16:42

Homilía del cardenal Osoro en la Misa del Miércoles de Ceniza (1-03-2017)

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Ilustrísimo Señor vicario general, don Avelino, señor Deán, vicarios episcopales, cabildo catedral; queridos seminaristas; hermanos y hermanas todos.

Comenzamos, en este miércoles de Ceniza, este tiempo de Cuaresma. Este tiempo en el que el Señor nos va a permitir a todos nosotros experimentar su misericordia, su amor, su bondad, su compasión, su deseo de que nuestra vida esté limpia, el deseo del Señor de que volvamos a Él nuestro corazón. Solo nos hace falta reconocer que sin Dios no somos nadie; reconocernos pecadores, reconocer que el bueno siempre es Dios y que, solo en la medida en que nos unimos a Él, su bondad se refleja en nosotros.

Por eso, esa petición que juntos hacíamos al rezar el Salmo 50: Crea en nosotros, Señor, un corazón puro; renuévanos por dentro; no hagas que estemos lejos de tu rostro; que tu rostro sea espejo donde nosotros nos miremos; devuélveme además Señor esa alegría que nace de estar en comunión contigo; afiánzame; ábreme el corazón, los ojos, los labios, para poder acoger a todos los hombres, y acogerte a ti por supuesto, que me haces capaz de acoger a todos. Dame también tus ojos para ver la realidad que somos cada uno de nosotros, la que realmente has puesto en nuestra vidas; danos Señor tus labios para alabarte, para proclamar la grandeza de tu presencia y de tu amor.

Queridos hermanos: la misión evangelizadora nos pide a todos los discípulos de Cristo el desafío que requiere el Señor de nosotros: volver a Dios el corazón. Lo acabamos de escuchar en la profecía de Joel, en este texto que hemos proclamado: convertíos a mí de todo corazón; soy compasivo y misericordioso, perdono a todos los hombres. Convertíos de corazón, es decir, dar una versión nueva a vuestra vida; realizad la conversión personal, pero también una conversión en la que tú nos hagas salir a la misión de una manera nueva y diferente; salir a la misión para hacer hermanos, para mostrarles tu rostro. No podremos tener tu amistad sincera y abierta sin ti. Amistad que el Señor nos ofrece siempre: es incondicional, nos deja libertad para aceptarla o no. ¿Por qué no describimos con sinceridad y con verdad nuestras vidas? ¿Cómo es nuestra vida cuando la vivimos desde nosotros mismos y cómo es cuando la vivimos desde la amistad con Dios? ¿Es que no tenemos ese atrevimiento de hacer la prueba y de verificar en nuestra propia existencia la diferencia que existe entre vivir la vida desde nuestras fuerzas, desde nuestro polvo, desde nuestra nada, y de vivir la vida cuando tenemos amistad con el Señor, cuando damos una versión a nuestra vida como la que Él quiere y desea?.

Queridos hermanos, nos lo ha dicho el Señor: convertíos de todo corazón. La Iglesia nos ofrece en este tiempo de Cuaresma una oportunidad única; nos la da Dios: dejar la mediocridad y crecer en la amistad con Cristo. ¿Estamos dispuestos a hacerlo? ¿Estamos dispuestos a invitar a otros a hacerlo con nosotros?. El Señor nos ofrece su palabra.

Como habéis visto, en segundo lugar, el Señor nos llama a la reconciliación, como a través del apóstol Pablo hace un instante nos decía: actúo, decía Pablo, como enviado de Cristo, pero es Dios mismo el que os exhorta, os llama a la reconciliación, os llama a secundar su obra, es un tiempo favorable para vosotros. Y así lo acogemos nosotros, queridos hermanos.

La Iglesia nos ofrece este tiempo de Cuaresma, que es una oportunidad única; nos ofrece su palabra. Escuchemos al Señor, tengamos tiempo para escuchar al Señor. A nuestra vida vienen muchas palabras, y las hemos escuchado, y las seguimos escuchando; pero es verdad que dentro de esas palabras no son muchas las que promueven la verdad de nuestra vida. Hoy, el Señor nos invita a que le escuchemos a Él. Él quiere decirnos algo, quiere decirnos que llegue a lo profundo de nuestro corazón: nos llama a la reconciliación, a la amistad con Él, a vivir en la verdad de nuestra vida.

Por eso, como os digo en la carta que os he escrito esta semana, mi deseo es que en esta Cuaresma del año 2017 nos demos cuenta del gran desafío que a nuestras vidas el Papa Francisco nos propone en la exhortación Evangelii gaudium: vivir en la alegría del Evangelio, contagiar la alegría del Evangelio a los hombres, descubrir la novedad que tiene el ser humano cuando acoge al mismo Jesucristo, que es la alegría.

Es un desafío que requiere de nosotros la conversión sincera de nuestra vida; es un desafío que requiere pasar del pecado a la gracia, de nuestros proyectos al proyecto que Dios tiene para los hombres. Por eso, mi propuesta para todos los cristianos de nuestra Iglesia diocesana en esta Cuaresma es que nos convirtamos a llevar a todos los hombres la alegría del Evangelio, que demos esta alegría, animemos a otros a entrar en esta alegría, contagiemos esta alegría.

Como iglesia que somos, demos respuesta a los nuevos desafíos y necesidades que tiene el ser humano aquí y ahora. Es cierto que lo quieren todas las latitudes de la tierra, pero aquí tienen desafío. El ser humano cada día sabe menos quién es, se siente perdido. Y la Iglesia tiene que salir en nombre de Cristo a decirle al ser humano quién es: es hijo de Dios, es hermano de los hombres; tiene que crear una cultura del encuentro entre los hombres, no de la división, no de la dispersión; tiene que respetar al ser humano en todo. Y esto, hermanos, no se hace con recetas, no se hace con imposiciones; se hace con decretos; se hace con la ternura de un Dios que nos quiere, que quiere que vivamos según la imagen que Él nos ha dado; que quiere ofrecernos el rostro de Él mismo, manifestado y revelado en Jesucristo. Él quiere que vivamos la novedad de este rostro: novedad en ardor, novedad en método para vivir y para ser en este mundo libro abierto para otros; y novedad en expresión.

¿De qué conversión nos quiere hablar el Señor? ¿Cómo el Señor nos quiere decir a nosotros que, por una parte, como os decía antes, nos convirtamos de codo corazón y demos respuesta a la llamada que nos hace la reconciliación? Él quiere, como nos dice el Papa Francisco, que nuestra conversión sea la que vivió la samaritana, la que cambió la vida de Zaqueo; que sea una conversión de encuentro profundo con nuestro Señor Jesucristo. Se trata de realizar una conversión con tal novedad, con tal ardor, con tal fuerza, sin complejos de ningún tipo, que nuestro corazón sea distinto, sea otro.

Habéis escuchado el Evangelio. Tres acciones ayudan a la conversión. Las hemos escuchado muchas veces en este tiempo de Cuaresma, y al iniciar la Cuaresma. Tres acciones.

Una, hacer limosna. Pero, queridos hermanos, lo más difícil es darse: que mi vida sea limosna, que yo me dé a los otros. No solamente se refiere al dinero; es mi tiempo, es mi vida; dársela al Señor, y dársela a través de los que me rodean, de los que me encuentro en mi camino, de los que me gustan porque piensan como yo, y de los que no me gustan porque son muy distintos a mí. Darse. Hagamos limosna. Demos la vida, que es más difícil, hermanos. Gastemos la vida por el otro. No guardemos nada para nosotros mismos. Demos todo lo que Dios ha puesto en nuestra vida. Es una acción que ayuda a la conversión.

En segundo lugar, intensifiquemos la oración, el diálogo con el Señor, la amistad con Dios. Hay que tener tiempo para la amistad con Dios, queridos hermanos. A los amigos, a nivel humano, nos gusta verlos y amarlos, oírlos, escucharlos... Dios quiere que tengamos su amistad. Pero esa amistad hay que cultivarla, hay que darla tiempo, tiempo para escuchar al amigo. Dediquemos más tiempo a escuchar la palabra de Dios en esta Cuaresma. Hoy tenemos muchas facilidades para escuchar la Palabra, queridos hermanos. Tenemos, muchos de vosotros seguro, la Sagrada Biblia. Pero también los Evangelios que se publican, el Evangelio de cada día. Meditad esa Palabra. Es la gran noticia. La gran noticia, queridos hermanos.

Hoy, en el Twitter que yo he mandado, digo: «Generosidad, diálogo con Dios y ayuno nos despiertan a Verdad, a Dios». Y me unía con estas palabras al obispo Francisco, de Canarias, diciendo sus mismas palabras: «No todo vale». Lo que no construye y destruye la convivencia, no vale. Lo que hace reírse los unos de los otros, no vale. Destruye. No vale construir un mundo del ‘todo vale’. Intensifiquemos el diálogo con Dios. Muchas veces, cuando entréis a la Iglesia, cuando vengáis aquí, a la catedral, o a cualquier Iglesia, estad un rato con el Señor. A veces, solamente tenéis que decirle: «Aquí estoy, mírame, yo te dejo entrar en mi corazón». Y a veces no tendréis palabras. No solamente vayamos a Él a pedirle. Dejemos que Él nos pida. Que nos pida a nosotros.

Y última acción: vivid en ayuno, en austeridad. Queridos hermanos: cuanto más nos encontremos con los otros, con las personas, cuanto más salgamos a este mundo y veamos las necesidades de los demás, más austeros seremos. Cuando uno ve las páginas del Evangelio, todo un Dios que se hace hombre, que se acerca a los hombres; el rico que da toda su riqueza, y vive en austeridad total para que los otros sean más... Esto es vivir la Cuaresma.

Tres acciones que nos ayuden a la conversión. Que nos ayuden a reconciliarnos. Porque el Señor nos llama a esto, con Él y con los hombres, y a convertirnos de todo corazón.

Hermanos: lo nuevo es encontrarnos con Jesucristo. Tengamos ese tiempo de Cuaresma para vivir lo nuevo. Todo lo demás es viejo. Lo nuevo es Cristo, el hombre nuevo. Acojamos en nuestra vida al Señor como esta tarde, en este altar, Él se acerca a nosotros: el que es rico se hace pobre en un trocito de pan para alimentarnos a todos. Para que nosotros seamos cada día más. Él. Para que podamos decir con más fuerza aquello de Pablo: «No soy yo, es Cristo quien vive en mí». Este sería el itinerario de la Cuaresma. Que, al finalizar, todos los que estamos aquí y toda nuestra diócesis pueda decir: es verdad, ha estado más dentro Cristo en nosotros, lo he descubierto más, me he enriquecido más.

Tres acciones: limosna, oración y austeridad, ayuno.

Que el Señor os guarde, queridos hermanos. Que la Virgen, nuestra Señora la Real de la Almudena, nos ayude a acoger en nuestra vida al Señor como Ella lo hizo. Amén.

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