Homilías

Lunes, 26 julio 2021 11:28

Homilía del cardenal Osoro en la Misa en el quinto aniversario de la muerte de Carmen Hernández (19-07-2021)

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Querido don Antonio, cardenal arzobispo emérito de Madrid. Queridos hermanos obispos, José Luis y Juan Antonio. Vicario general. Vicarios episcopales. Deán de la catedral. Queridos hermanos sacerdotes. Queridos diáconos. Hermanos y hermanas.

Queridos hermanos de las Comunidades Neocatecumenales de Madrid y de otros lugares que habéis querido haceros presentes aquí, hoy. Gracias por seguir haciendo presente en la historia ese carisma que regaló el Señor a la humanidad a través de los fundadores de las Comunidades Neocatecumenales, entre los que se encontraba Carmen Hernández. Hoy nos reunimos para dar gracias a Dios y pedir por Carmen. Celebramos la Eucaristía, que es el modo más pleno de dar gracias a Dios, uniéndonos a Jesucristo en el misterio de su Pasión, Muerte y Resurrección. El mismo que nos enseñó con su vida quién y qué es la misericordia, nos propone quién es la resurrección y la vida, y qué supone para todos nosotros.

«No se os dará otro signo» nos ha dicho el Evangelio que hemos proclamado. Solo el signo de Jonás, que se cumplió con una hondura singular y única en Jesucristo.

Queridos hermanos: nos reúne la fe en Cristo resucitado. Y también el hacer memoria y la oración por una mujer que fue una incansable catequista y trabajadora del anuncio de Cristo como el único Camino, la única Verdad y la única Vida. Trabajo que manifestó en este mundo con hombres y mujeres con rostros concretos en todas las latitudes de la tierra, desde el inicio de la vida hasta la muerte. Lo manifestó con una entrega incondicional de su vida, llevando al corazón de los hombres el anuncio de Cristo resucitado.

¡Qué bien nos hace a todos nosotros este encuentro, hoy, en la Eucaristía, para pedir por Carmen!. ¡Qué hondura alcanza la vida humana cuando la ponemos a buen recaudo, junto a Cristo, que nos vuelve a repetir: «Yo soy el Camino, la Resurrección y la Vida. Y quien cree en mí, aunque haya muerto, vivirá». Y qué bien nos viene dejarnos hacer la misma pregunta que salió de labios de Jesús: «¿Creéis esto?». «¿Crees esto?».

Quiero recordar como tres direcciones que la palabra de Dios proclama, y que tantas veces escuchó y habló de ellas Carmen, cuando nos manifiesta en primer lugar que hemos de ser portavoces en el siglo XXI del grito más necesario para los hombres de parte de Dios: «Cristo ha resucitado». «Amaos los unos a los otros». ¡Qué bien nos lo explica el apóstol san Juan en sus cartas! «Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios y todo el que ama nacido de Dios y conoce a Dios. En esto consiste el amor: en que Él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación para nuestros pecados».

Todos vosotros, queridos hermanos, sabéis que Carmen quiso en su vida ser portavoz de Jesucristo. ¡Cuántas veces escuchamos de sus propios labios: lo que más necesita el hombre es amar con el amor mismo de Cristo, y experimentar el amor del Señor!. ¿Por qué a las Comunidades se acercan hombres y mujeres de toda condición: ricos y pobres, sabios e ignorantes, arrogantes y sencillos? ¿Por qué?. Porque en ellas experimentaban que en sus vidas, y en los corazones de todos los que se acercaban, se daba un cambio y unos deseos de vivir con la novedad de Cristo resucitado. Así nos lo manifiesta san Pablo. Así lo descubrimos en las cartas, en todas las cartas. Y en el Libro de los Hechos de los Apóstoles. Vivir con la novedad de Cristo resucitado. En el fondo, porque sus vidas y sus obras expresaban lo más real que en el fondo del corazón está en cada ser humano: que es un amor de Cristo experimentado, y que suele ser el olvidado en nuestro mundo.

En esta oración que esta noche hacemos celebrando la Eucaristía, y ofreciéndola por Carmen, hemos de caer en la cuenta cde ómo a través de tantas Comunidades presentes en todas las partes del mundo, con obras y palabras, se hace presente Cristo resucitado. Se hace la presencia de su amor.

Carmen nos gritaba, y nos decía de formas diferentes: «Dad rostro a Cristo con vuestra vida». Nos viene bien a todos dejarnos hacer hoy esta pregunta: ¿cuál es la voluntad de Dios en mi vida y para mi vida?. La respuesta nos la da Nuestro Señor Jesucristo: que nos amemos como Él nos ama. Sin condiciones. Esto es lo que más se manifiesta entre nosotros en la vida de cada día. O se ha de manifestar. Se manifiesta en todas nuestras relaciones, del tipo que fuere: personales, familiares, culturales, económicas, políticas...

Permitidme un recuerdo. Cuando era arzobispo de Valencia, saliendo del arzobispado con Carmen, que quería ir a ver muy cerquita de allí dónde había vivido; al salir del edificio hay una imagen, que es una estatua de don Marcelino Olaechea, con quien ella dio los primeros pasos para tomar una decisión; tuvo una relación espiritual grande, y junto a él tomó decisiones importantes en su vida. Y me miró, y señalando a don Marcelino, me dijo: «Ese era obispo. Ese decía que el amor solamente existe encarnado». Queridos hermanos: nos recuerda cómo Dios hizo posible que los hombres entendiésemos qué y quién es el amor. Se encarnó. Tomó rostro humano.

Hoy, en esta celebración, junto a Jesucristo, escuchamos que así se tiene que ser nuestra vida. Entregar en este mundo, en el servicio a cada persona con la que nos encontremos, la sangre derramada, la paciencia, la sonrisa, la compañía, la escucha, la comprensión, la palabra de Cristo.

Encarnado. Y todo ello sin ningún límite, ya que es Dios quien da su amor a través de nosotros. Es un amor para todos, sin distinción de ningún tipo. Este amor es imposible de entenderlo si es que no estamos unidos a nuestro Señor, porque es entonces cuando descubrimos a quién nos encontramos, o que con quien nos encontremos estamos sirviendo a Jesús. Sí, hermanos. Portavoces en el siglo XXI del grito más necesario para los hombres de parte de Dios: «Cristo ha resucitado. Amaos».

En segundo lugar, convencidos de que los hombres de hoy tenemos más necesidad que en otras épocas de la frescura y autenticidad evangélicas. Que no es tirar o echar en cara a nadie nada, sino ser luz, ser manantial de agua que sacia la sed. Qué fuerza tienen las palabras que muchas veces hemos escuchado del profeta Isaías, escuchadas y dichas hoy, aquí y ahora. ¿Por qué acogen todos los hombres, de todas las condiciones y culturas, la palabra de Dios?. Lo habéis experimentado en las Comunidades Neocatecumenales diseminadas por todo el mundo.

Carmen no callaba nada. Pero fundamentalmente sus palabras las pronunciaba desde una entrega incondicional de la vida para anunciar a Jesucristo resucitado. Pronunciaba palabras que eran de esperanza, de salida para quienes pedían luz y sentido a sus vidas, que no viviesen para sí mismos y se diesen cuenta de la grandeza que tiene el amor de Dios, que nos pide dar siempre para que otros crezcan y vivan, y también que reciban el cariño y el amor que es la acogida.

Queridos hermanos: todos los hombres ven que el amor de Cristo es un amor diferente. Que va desde el mismo inicio de la vida hasta la eternidad. Muy bien nos lo describen los profetas y, en concreto, el profeta Isaías, cuando nos trae la noticia de dónde está la frescura y la autenticidad que Dios quiere de los hombres. «El ayuno que yo quiero es abrir prisiones injustas, partir el pan con los hambrientos, hospedar a los pobres sin techo, vestir al desnudo, no cerrarnos a nuestra propia carne. Así brillará tu luz en las tinieblas. Tu oscuridad se volverá mediodía. Y serás huerto bien regado. Un manantial de aguas». Esto es lo que quiso también anunciar Carmen, con el anuncio de la resurrección de Cristo. Ese que escuchábamos hace un instante en el Evangelio que hemos proclamado. Que ha dado vuelta a todo. Absolutamente a todo. Tienen un impacto especial hoy estas palabras del profeta, porque si tuviese que decir en pocas palabras dónde se encuentra el nervio de la existencia de un cristiano, os diría que se encuentra en esta convicción: las fronteras, la división, los motivos de enfrentamiento, no son más que las consecuencias de que el hombre abandona a Dios. Olvida a Dios. A un Dios que le ama. Y hay que acercar a este Dios. Que ha triunfado sobre lo que da muerte, porque Él nos da la vida.

Este fue el anuncio de Carmen. Las fronteras, la división, los enfrentamientos, son consecuencia del abandono de Dios. Y hay que anunciarlo. Y, añado yo, es precisamente el modo de mostrar el rostro de Dios a todos los hombres, desde la caricia, la cercanía, las obras, el recuerdo de que el ser humano es imagen y semejanza de Dios, lo que hace que quienes estén a nuestro lado vean algo especial y singular que atrae y hace sentirse a gusto, y contribuir en la causa del Evangelio, que es acercar el amor de Dios a todos los hombres.

En tercer lugar, no solamente el Señor nos ha invitado a ser portavoces del grito más necesario: que Cristo ha resucitado. No solamente el Señor nos invita a ser convencidos hoy de que hay necesidad, más que en ninguna época, de la frescura y autenticidad del Evangelio. Sino que, en tercer lugar, estamos llamamos a concretar en la realidad lo que invocamos en la oración y profesamos en la fe. No hay alternativa a la fraternidad, experimentada en concreto, en la vida de las comunidades. Las obras de misericordia son concretas y para siempre. No es un momento, ni un tiempo. Nuestra vocación de discípulos de Cristo es la caridad y la fraternidad.

En la Eucaristía que estamos celebrando, tenemos un recuerdo permanente y cercano a nuestras vidas de lo que somos. El recuerdo de Cristo, que se quiere seguir acercando a los hombres, es un compromiso de ponernos al servicio de todos los hombres y anunciarles lo más importante: que hay salidas. Que no hay un túnel oscuro. No. Cristo nos abre perspectivas. Es el compromiso de seguir acercando a todos los hombres. De ponernos al servicio de todos, y anunciarles lo más importante. Salimos en la búsqueda de los hombres igual que el Señor ha salido a buscarnos a cada uno de nosotros. «Me quiero inclinar a todos, a quienes han perdido la fe o viven como si Dios no existiera. Sobre los jóvenes cuando no viven con ideales. En las familias en crisis, o en los enfermos, encarcelados, refugiados, inmigrantes, abandonados, niños y mayores, ancianos, enfermos. Nuestra vida, como la de Jesús, tiene que estar disponible para acercarnos a todos como Cristo lo hace. Comprometiéndonos en la acogida y en la defensa de la vida humana, tanto la no nacida como la abandonada y descartada».

Queridos hermanos: estamos rezando por Carmen. Esta mujer que, acogiendo a Jesucristo, fue capaz de anunciarlo abriendo horizontes de alegría y de esperanza. Mostrando y regalando y comunicando el amor misericordioso de Dios. Mostrando la vida nueva que aparece en Cristo. Mirando, tocando, hablando, orando, entrando en el corazón de tantos hombres, que es Dios mismo, a través de su anuncio, quien entraba en nuestra vida.

¿Qué querría decirnos a nosotros el Señor hoy, a todos los que estamos haciendo esta oración?. En primer lugar, el Señor quiere que tengamos siempre su gusto. Tener el gusto de Cristo. Que todos los hombres puedan conocer y amar a Cristo. Él es el centro desde el cual solo se puede difundir la paz. Seamos troquelados por Él en imágenes de Dios. Y, para ello, unámonos a Él. Celebremos que Dios nos ama. Y regalemos el perdón, pues perdonar nos da un corazón puro. ¿Quiénes somos nosotros para condenar a nadie?. Sintamos la gracia de que el mayor premio y regalo es amar a Jesús. Porque hemos sido creados para amar.

En segundo lugar, descubramos siempre a Jesús entre los hombres. Descubrir a Jesús entre nosotros. Quienes nos ven, han de poder ver a Jesús en nosotros. Hacer ver que la misión principal de los cristianos es amar y recordar a los hombres que son amados por Dios. Siempre me preocupa eliminar distancias entre los hombres. Y, por eso, tenemos que buscar gestos que despierten confianza y cercanía. Nuestro trabajo ha de ser nuestro amor en acción. Que, con nuestro amor, los que nos rodeen, descubran el amor de Dios.

Y, no solamente el Señor nos invita a que tengamos siempre su gusto, y a que descubramos que Jesús está entre los hombres. Y lo mostremos. Sino que también, como Jesús, pasemos haciendo el bien. Pasar haciendo el bien. La prueba que Dios nos pone es elegir el camino que nos propuso: amar y dejarnos amar por Él. Solamente se puede amar y servir a las personas en concreto, y no a las muchedumbres en abstracto. Darnos cuenta de que somos pecadores, pues así será más fácil perdonar a los demás.

La fe es generosa. Siempre nos dispone amar. Sentirnos felices con Dios en este mundo supone algunas cosas: amar como Él. Ayudar como Él. Dar la vida como Él. Salvar con Él. Y, para esto, hay que permanecer en su presencia.

Queridos hermanos: estamos haciendo esta oración por Carmen. En un día significativo. Experimentemos hoy, en esta celebración que ofrecemos por el eterno descanso de Carmen, que hay que ir a todos los hombres con nuestra pobreza, pero llenos de la riqueza del resucitado. Esta es la experiencia que tuvo en su vida Carmen. Así escucharemos al Señor ahora también, y dentro de unos momentos, con su presencia real en la Eucaristía: «Yo soy la resurrección y la vida». O esas otras palabras: «Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis».

Queridos hermanos: ¡Cristo ha resucitado!

Amén

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