Homilías

Lunes, 26 junio 2017 20:42

Homilía del cardenal Osoro en la Misa en honor a san Josemaría Escrivá de Balaguer (26-06-2017)

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Querido don Ramón, vicario general de la Obra en España. Queridos vicarios de Madrid de la Obra. Queridos hermanos sacerdotes. Queridos seminaristas. Hermanos y hermanas todos, miembros de la Prelatura, cooperadores, queridas familias, queridos jóvenes, queridos niños.

Hace unos instantes nos dirigíamos a Dios con esa oración de este día, en la fiesta de san Josemaría. Y le decíamos así a Dios: «Señor Dios nuestro, que elegiste al beato Josemaría, presbítero, para anunciar en la Iglesia la vocación universal a la santidad y al apostolado. Concédenos, por su intercesión y su ejemplo, que, realizando el trabajo cotidiano fielmente, según el Espíritu de Cristo, seamos configurados con Cristo en unión a la Santísima Virgen, y sirvamos con amor ardiente a la Redención».

La Palabra de Dios que acabamos de escuchar, queridos hermanos, nos dice las claves desde las cuales no solamente vivió san Josemaría, sino que hoy él nos regala en esta celebración. Habéis escuchado en la primera lectura, en primer lugar, que nos ha dicho cómo Dios creó lo que existe, creó al hombre, y lo puso al cuidado de todo lo creado, de toda la tierra. Nos ha puesto al cuidado de toda la tierra; nos ha dicho que trabajemos esta tierra, que estemos en ella. El Señor, además, nos ha configurado con su Hijo Jesucristo, nos ha dado la vida de nuestro Señor, para que trabajemos en este mundo y transformemos esta tierra en un hogar, en una casa común, como le gusta decir al Papa Francisco, y nos lo decía así en la encíclica Laudato si´.

Aquí estáis familias, consagrados, jóvenes, niños… Qué maravilla, hermanos, poder acoger esta Palabra del Señor y poder decir: Señor, aquí nos tienes. Queremos cuidar lo que salió de tus manos. Cuidar al hombre, cuidar lo que creaste, cuidar la familia. Cuidar todo aquello que es obra tuya. Pero el Señor nos ha dicho que, además, todos los hombres tenemos un Padre común. Realmente somos una familia, y eso es lo que Jesús quiso venir a decirnos a todos. El Espíritu es el que nos hace clamar a todos «Abba. Padre». Todos los hombres, hermanos.

Qué tarea, hermanos, más impresionante la que nos invita san Josemaría a vivir: en el trabajo cotidiano, configurados con su Hijo, sirviendo con amor ardiente la obra de la redención. Sí. Esa obra en la que el Señor nos ha dicho: sois hermanos. No podéis estar en litigio, en guerra, en división, en enfrentamiento… Sois una familia. Pero, además, el Señor nos ha dicho algo excepcional en el Evangelio que acabamos de proclamar: la gente tiene necesidad de Dios. Es lo primero que nos dice el Evangelio: la gente se agolpaba. Hoy la gente tiene necesidad de Dios.

Queridos hermanos: sin Dios, no sabemos quiénes somos nosotros. Sin Dios, estamos perdidos en este mundo y en esta tierra. Sin Dios, la tentación primera es esclavizar a los demás. Sin la fuerza y la gracia de Dios, no valemos para mucho queridos hermanos.

De ahí que san Josemaría hoy también nos pide y nos repite a todos nosotros que, fieles en el Espíritu de Cristo a lo que hacemos en la vida diaria, en el trabajo cotidiano, seamos capaces de decir siempre «Abba». «Padre». Y seamos capaces de descubrir la necesidad que tenemos de Dios. También nosotros somos como aquellas dos barcas: el Señor coge una de ellas. Cada barca somos nosotros, queridos hermanos. Y el Señor quiere entrar en nuestra vida y, a través de ella, llegar a todos los hombres. Pero Señor, si nosotros no podemos hacer nada, si hemos estado toda la noche pescando y no hemos hecho nada… Pero, por tu palabra, echaremos las redes.

Sí, queridos hermanos. Por su palabra, san Josemaría ha hecho posible, entre otras cosas, esta misma realidad que esta noche aquí, en la catedral de la Almudena, estamos viviendo. Muchos de vosotros, los que estáis aquí, habéis conocido mucho más al Señor, y os habéis entregado a un servicio mayor a la Iglesia, precisamente porque conocísteis a san Josemaría y de su mano habéis sido capaces de hacer, de vuestra vida, un programa pastoral de santidad.

Recordad cómo san Juan Pablo II nos decía, a los cristianos y a toda la Iglesia, en la carta apostólica Novo Millennio Ineunte, que para hacer la nueva evangelización, la perspectiva en la que debe situarse el camino pastoral es el de la santidad. Confesar a la Iglesia como santa significa mostrar su rosto de esposa de Cristo. Este don de santidad que tenemos y se da en cada bautizado, queridos hermanos, san Josemaría nos lo ha acercado a nuestra vida. Nos ha dicho que la vida nuestra puede ser un programa pastoral de santidad. Y digo a propio intento pastoral, porque se trata de relacionarnos con los demás y de comunicar esa santidad, que es la de Dios que entra en mi vida y contagia a todo el que está a mi alrededor.

No nos contentemos con una vida mediocre y superficial. La mediocridad y la superficialidad no pertenecen a la identidad cristiana. Tomemos en serio la entrada de Jesucristo en nuestras vidas. Dejemos, queridos hermanos. Seamos su barca. Él quiere que conozcan a Dios a través de nosotros.

Quizá es aquí donde mejor entendemos aquellas palabras que durante toda la vida, desde el momento de su primera comunión, pronunciaba el beato san Josemaría, cuando decía, y tantas veces repetimos: «Yo quisiera Señor recibiros con aquella pureza, humildad y devoción con que os recibió vuestra santísima Madre, con el espíritu y fervor de los santos».

Recordar que esto es lo que se hizo el día de nuestro Bautismo, cuando si somos adultos nos preguntan a nosotros mismos: ¿Quieres recibir el bautismo? Que en el fondo es decir: ¿quieres ser santo?. Se puede traducir perfectamente así. Y cuando lo hacen nuestros padres por nosotros, también: ¿Qué queréis para vuestro hijo? El bautismo. Es decir, queremos que sea santo.

Queridos hermanos, cambiemos esta tierra. Cambiemos esta historia. El evangelio que hemos proclamado tiene una fuerza especial para descubrir la llamada que el Señor nos hace para cambiar esta tierra con la fuerza de la santidad de Dios. Para ello, agolpémonos junto a Jesús, tal y como nos dice el evangelio que hemos proclamado. Como lo hicieron aquellas gentes de los primeros momentos con los que se encontraban el Señor y los apóstoles: nos agolpamos para escuchar su Palabra, para orientar nuestras vida y nuestro camino, no por cualquier palabra, sino por la palabra del Señor, quien hizo todo lo que existe.

También nos pide a nosotros, como lo hizo con aquellos que también eran pecadores, los apóstoles. Las barcas. ¿Qué son las barcas, hermanos? Son nuestras vidas. Y nuestras vidas como son, con las medidas que tienen. Pero hoy el Señor, a través de san Josemaría, nos pregunta: ¿Estáis dispuestos a dejar vuestra vida en manos del Señor? ¿A dejar vuestra barca, que es vuestra vida, para que Él, desde ella, pueda hablar a los hombres? Como nos dice san Josemaría, es tarea de los hijos de Dios lograr que todos los hombres entren en libertad dentro de la red divina, para que se amen.

Cambiemos esta tierra, queridos hermanos. Y hagámoslo saliendo con una confianza ilimitada en el Señor. Recordad aquellas palabras de san Josemaría: se trata en una palabra de comportarse como cristianos, conviviendo con todos, respetando la legítima libertad de todos, y haciendo que este mundo nuestro sea más justo.

El evangelio nos está pidiendo que tengamos la valentía para aceptar el reto que hoy nos propone Jesucristo a través de san Josemaría. Porque no solamente nos pide nuestra vida de una manera teórica o fácil, para que otros al lado nuestro oigan y vean al Señor. Nos piden mucho más. Quiere que entremos en su misterio. Acordaos de aquellas palabras del evangelio, en las que el Señor le decía a Simón: rema mar adentro, echa las redes para pescar. Nos está pidiendo que nos fiemos de Él. Que tengamos valentía para acoger su palabra como único camino, porque su palabra nos propone un camino: seamos valientes para confiar en el Señor, en estas circunstancias históricas. Valientes para fiarnos de la Iglesia que él fundó, tal y como Él la fundó, con la valentía de san Josemaría. Quiso entrañablemente a la Iglesia, en todos los momentos de su vida; cuando tenía más dificultades y cuando menos. Siempre mantuvo y se mantuvo en la misma línea de su vida, porque confiar en el Señor y hacer el estilo de vida que Él propone, sin cuestionamientos, fue lo que él acogió en su corazón.

Caminemos con confianza. Quizá tengamos también, no digo la tentación, pero sí el decirle al Señor, como le dijo Pedro al ver que se había llenado de peces toda la barca, que habíamos tenido éxitos. Pedro, que no confiaba, le dijo: apártate de mi, Señor, que soy un pecador. Pero qué bonito. Qué belleza tiene la vida cuando caminando con confianza aparece una versión nueva, que no nos es dada por la fuerza de los hombres, sino por la fuerza de Dios. San Josemaría lo expresó en una frase que a mí siempre me gusta repetir: «Que tu vida no sea una vida estéril, sé útil, deja poso».

Queridos hermanos y hermanas: Jesucristo nuestro Señor se va a hacer presente aquí, en este altar. Hoy, en esta fiesta de san Josemaría, el Señor nos lo ha regalado a través de la iglesia a Él como un modelo de vida a quien podemos imitar. Y en su Palabra lo acabamos de escuchar. Cuidemos de todo lo que Dios ha creado. Cuidaros las familias, los padres y los hijos, los esposos. Cuidad el trabajo. Hacedlo con las medidas de Dios. Hacedlo sabiendo que sois hijos de Dios: que todos somos hijos de Dios. Que todos los hombres son hijos de Dios. También los que están a veces en contra de nosotros. Hijos de Dios. Ellos no lo saben, pero seamos capaces nosotros de hacérselo saber, porque es el Espíritu el que nos impulsa a decir: Padre. Y dejemos que el Señor se meta en nuestra vida.

No estamos en el mar. Estamos en una tierra donde no hay mar. Pero los que somos de mar entendemos muy bien esta página del evangelio. Seamos barcas. Aunque sean las del Retiro. Seamos barcas. Lo diría san Josemaría así, con esa espontaneidad que le caracterizaba. Y así recibamos a nuestro Señor Jesucristo, en el que san Josemaría se fió absolutamente. Y puso su vida junto a Él, en Él y desde Él. Que así lo hagamos nosotros. Amén.

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