Homilías

Martes, 08 febrero 2022 14:15

Homilía del cardenal Osoro en la Misa en la Jornada de la Vida Consagrada (02-02-2022)

  • Print
  • Email
  • Media

Querido señor cardenal Aquilino Bocos. Querido don Jesús, obispo auxiliar. Vicario general. Querido vicario episcopal para la Vida Consagrada, padre Elías Royón. Queridos vicarios episcopales. Hermanos sacerdotes. Queridos hermanos y hermanas de la vida consagrada.

Esta jornada tiene para nosotros una significación especial. Caminando juntos. Es una invitación que el Papa Francisco nos ha hecho a todos los cristianos, de todas las partes de la tierra, en las diversas situaciones y modos de entrega que tenemos, para que vivamos esta realidad, que constituye lo más bello y hermoso de la Iglesia para hacer creíble a Jesucristo Nuestro Señor a todos los hombres. Caminando juntos. Esta Jornada de la Vida Consagrada, después de haber escuchado esta Palabra del Señor, nos ayuda a entender fundamentalmente tres cosas.

La vida consagrada, en primer lugar, cada miembro de la vida consagrada, es un mensajero. Sí. Un mensajero de Jesucristo. Y lo sois, queridos hermanos y hermanas, con vuestra propia vida consagrada y presentada al Señor como ofrenda. Esa ofrenda como es debido, dando la vida y poniendo la vida entera a su servicio, con el carisma singular en el que vosotros y vosotras un día os encontrasteis con Nuestro Señor y dijisteis: «Este camino es el mío». Sí. Ha sido una gracia para cada uno de vosotros y vosotras.

Sois mensajeros. Mensajeros de Jesucristo con vuestra propia vida, en las situaciones reales que estáis viviendo, y en la entrega y la realidad en la que os estáis moviendo. Pero sois mensajeros llevando un tesoro. Si no, no podéis ser mensajeros. Así nos lo decía el Evangelio que hemos proclamado. Llevando un tesoro que habéis tomado para que ocupe vuestra propia vida entera, acogiendo en vuestra vida a Jesucristo, llenando vuestra vida de Jesucristo, teniéndole como único tesoro. Todo lo demás ha pasado a segundo lugar. Cristo. Y, como el anciano Simeón, lo tomamos también en nuestros brazos, en nuestra vida. Mensajeros, pero llevando un tesoro, que es Jesucristo, en nuestra vida.

Y siendo testigos, en tercer lugar. Para ser testigos de Él. ¿Cómo podemos hacer esto? Como hemos visto en esta mujer, la profetisa Ana, que no se apartaba del templo. No se apartaba del lugar donde Dios se manifestaba a los hombres. No nos apartamos nosotros de este Jesús, y por eso sabemos que en lo que hacemos, en las tareas y en el trabajo que tenemos, servimos al Señor. Y, como esta mujer, damos gracias a Dios y hablamos con nuestra vida de este Dios. No necesitamos dar más explicaciones que lo que expresamos con nuestra vida, en una comunión absoluta con Cristo, sirviendo a Cristo en quienes nos encontremos. Es el rostro de Cristo que se nos presenta a cada uno de nosotros.

Queridos hermanos y hermanas. Yo os invito a entrar en las entrañas de esta página del Evangelio que hemos proclamado, que proclamamos siempre en este día de la Presentación. Entremos en estas entrañas. Sí. Nos lo ha mostrado a lo largo de nuestra vida... Nos hemos encontrado con personas que, como Simón y Aba, un día acogieron a Nuestro Señor. Regresad a los orígenes de vuestras propias familias, donde los fundadores y fundadoras hicieron esto: vieron la realidad, la vieron con los ojos del Señor, y quisieron servir a este mundo para transformarla; pero, para transformarla no con cualquier fuerza, sino con la fuerza y la vida de Nuestro Señor Jesucristo.

Eso es lo que nos entusiasmó. El entusiasmo fue un encuentro. No se trata de ir viviendo: se trata de mantener ese encuentro sincero y abierto con Nuestro Señor Jesucristo, queridos hermanos y hermanas. Sí. Como hemos escuchado en la Palabra de Dios que hemos proclamado, somos mensajeros; lleváis un tesoro, un tesoro necesario para transformar esta humanidad, que es Cristo; y sois testigos, sois carta escrita, con vuestra propia vida y vuestra propia sangre, de Nuestro Señor Jesucristo.

Si recordáis, el Papa Francisco, en el inicio de su pontificado, nos sorprendió con aquella exhortación apostólica La alegría del Evangelio (Evangelii gaudium). La alegría del Evangelio. Y, en ella, el Papa nos presentaba una invitación clara, y nos hacía una invitación, a vivir; a vivir una «etapa evangelizadora marcada por la alegría». Son palabras exactas de él. Pero, además, nos señalaba que teníamos que abrir caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos años. Yo quiero daros las gracias a todos los consagrados. A veces no habéis sido entendidos, pero habéis abierto caminos. Estáis abriendo caminos. Estáis realizando esfuerzos tremendos para que el Evangelio llegue a los hombres.

El Papa nos decía estas palabras: «Os invito a asumir un estilo evangelizador nuevo para ser asumido en cualquier actividad que se realice». Quiero daros las gracias, queridos hermanos y hermanas de la vida consagrada, por el esfuerzo, por la disposición y las tareas que habéis asumido, según cada carisma que tenéis, y que habéis acogido en vuestra vida, para entrar en esta etapa nueva de la humanidad, y llevar la alegría del Evangelio, en las circunstancias que tengamos, que a veces no son fáciles.

Por el Bautismo hemos renunciado a Satanás y a sus obras, y hemos recibido las gracias necesarias para la vida cristiana y para la santidad. Y, desde entonces, brotó la gracia de la fe que nos ha permitido vivir unidos a Dios. Pero, ¡qué belleza tiene vuestra vida consagrada! En el momento de la profesión religiosa o de la promesa, la fe que os llevó a una adhesión total al misterio de Cristo, que cada miembro descubristeis en el carisma al que os adheristeis. Habéis renunciado, es verdad, a muchas cosas buenas; a disponer incluso libremente de vuestra vida, a formar una familia, a no disponer de bienes, a vivir en una libertad absoluta entregándoos a Cristo y al servicio de su Reino. Yo quiero daros las gracias. La Iglesia que camina en Madrid, hoy, a través de mí como pastor, os anima a seguir peregrinando, a caminar juntos, como dice el lema de esta Jornada de la Vida Consagrada. En este día, os deseo a cada uno de los miembros de la vida consagrada que tengáis un tiempo para recordar el entusiasmo con el que emprendisteis el camino de peregrinación en esta vida que da belleza a la misión de la Iglesia.

Seguid confiando en la ayuda de la gracia. Seguid viviendo el entusiasmo de la entrega de la vida a causa del Evangelio. Seguid teniendo la alegría de dar la vida sin reservas por Jesucristo a través de la Iglesia, en una congregación o instituto, con un carisma concreto al que tenéis que dar rostro, forma, vida y pasión. Y lo tenéis que realizar, no en la soledad, sino caminando juntos. Nunca olvidéis, queridos hermanos y hermanas, lo que el Papa Francisco nos decía al inicio de su pontificado. «El gran riesgo del mundo actual –nos decía, son palabras suyas–, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Parecería que en ese nivel de disfrute nos sentimos alegres, pero cuando la vida interior se clausura en los propios intereses ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios y, como consecuencia, ya no se goza la dulce alegría de su amor y ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien».

He visto, queridos hermanos, a través de mi vida en la vida consagrada, que cuando se renuncia a todo por seguir a Cristo, cuando uno entrega lo más querido que se tiene afrontando todo sacrificio, como hizo Jesucristo, la persona consagrada se convierte en signo de contradicción. ¿Por qué? Entre otras cosas, porque su modo de pensar, de vivir, de ser, contrasta con la lógica del mundo. Pero, ¡qué importante es llevar al mundo la lógica del Evangelio!. Y yo os doy las gracias porque lleváis esta lógica del Evangelio. Y lo estáis haciendo en concreto, en esta Iglesia particular de Madrid. Caminad juntos. Caminando juntos, nos recordaban los obispos de la Comisión para la Vida Consagrada; caminando juntos desde la consagración, desde la escucha, desde la comunión y desde la misión.

Queridos hermanos y hermanas. Yo, como todos los años, os he escrito una carta, que os entregarán al final de la celebración, a la salida. Llevad las que queráis para vuestras comunidades también. La he titulado Caminando juntos. Algunas de las cosas que os he dicho están aquí, y otras diferentes, pero vuelvo como empezaba: no olvidéis que sois mensajeros al estilo del profeta, como nos decía la primera lectura. Lleváis un tesoro, a Él os remitís permanentemente: es Jesucristo Nuestro Señor. Sed testigos de Él en estas circunstancias, en estos momentos históricos que nos toca vivir, donde a veces... Mirad, hoy hay que tocar el corazón del ser humano. No bastan discursos. No bastan. No bastan palabras. Hay que tocar el corazón. Y a vosotros, en las diversas realidades en las que vivís, el Señor os da la oportunidad de tocar los corazones. Y de hacer verdad, y hacer experimentar a quienes están junto a vosotros, que lo hacéis en nombre del tesoro que lleváis, que es Jesucristo. Y que lo hacéis porque queréis ser testigos fuertes del Señor en medio de este mundo. Pero lo hacemos caminando juntos. Lo mismo que ahora vamos a alimentarnos del mismo Señor. Del único Señor. Este único Señor, cuando lo acogemos en nuestra vida, cuando crecemos en Él, nos hace caminar juntos.

Que el Señor os bendiga. Y gracias por todo el trabajo de evangelización que, de diversas maneras, estáis llevando a cabo la vida consagrada en la archidiócesis de Madrid. Que el Señor os bendiga. Gracias de corazón.

Arzobispado de Madrid

Sede central
Bailén, 8
Tel.: 91 454 64 00
info@archidiocesis.madrid

Catedral

Bailén, 10
Tel.: 91 542 22 00
informacion@catedraldelaalmudena.es
catedraldelaalmudena.es

 

Medios

Medios de Comunicación Social

 La Pasa, 5, bajo dcha.

Tel.: 91 364 40 50

infomadrid@archimadrid.es

 

Informática

Departamento de Internet

C/ Bailén 8
webmaster@archimadrid.org

Servicio Informático
Recursos parroquiales

SEPA
Utilidad para norma SEPA

 

Search