Homilías

Miércoles, 03 enero 2018 16:08

Homilía del cardenal Osoro en la Misa en la solemnidad de Santa María Madre de Dios y Jornada Mundial de la Paz (1-01-2018)

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Querido vicario general de nuestra archidiócesis. Ilustrísimo señor deán. Vicarios episcopales. Querido vicario general de la Obra en España. Hermanos sacerdotes. Queridos seminaristas. Hermanos y hermanas.

Que Dios tenga piedad y nos bendiga. Hace un instante así cantábamos, con el salmo 66. Que ilumine Dios nuestro rostro. Que sepamos distinguir lo que en verdad somos los hombres: hermanos. Todos los hombres. Que toda la tierra conozca los caminos de Dios. Que todos los pueblos puedan encontrar la salvación. Ésta que se nos ofrece en Jesucristo nuestro Señor, en este comienzo de un año nuevo, queridos hermanos.

Lo hacemos de la mano de la Santísima Virgen María. Ella es el ser humano del que se sirvió Dios para comenzar algo nuevo y diferente. Para comenzar en esta tierra ya, de la mano misma de un Dios que se hace hombre y que toma rostro humano en el seno de la Virgen María, un nuevo itinerario; ese itinerario que nos marca precisamente la palabra de Dios que acabamos de escuchar.

Queridos hermanos: si os dais cuenta, en este tiempo que vivimos no es extraño que la Iglesia siempre nos proponga a la Virgen María, a quien trajo la paz a este mundo -que es el mismo Jesucristo-, para que nosotros entremos siempre en este itinerario y en esta ruta nueva que se nos ofrece. ¿No os dais cuenta de que los seres humanos estamos instaurando una forma de pensar y de vivir en que creemos que quizá la violencia es la solución para un mundo que cada día vive en más fragmentación?

Es necesario, al comenzar este año nuevo, pensar en los lugares de la tierra donde en puntos diversos existen guerras, terrorismo, criminalidad, ataques armados imprevistos, emigraciones forzadas, víctimas de trata, la devastación también del medio ambiente, los recursos que se utilizan para fines que son mantener la violencia y no para entregar un futuro: el que Dios nos propone a los hombres. Entregar un futuro para todos los jóvenes. Multitud de familias en dificultad, de ancianos, de enfermos, de niños. Entreguemos futuro. Que canten de alegría las naciones. Pero, para ello, queridos hermanos y hermanas, son necesarias tres cosas que el Señor nos ha dicho hoy en su palabra: sentirnos bendecidos, utilizar el título más importante que Dios nos ha dado a los hombres y, por otra parte también, siendo y viviendo como los pastores de Belén. Sí, hermanos: en el encuentro con Cristo, los pastores hacen un cambio de vida.

En primer lugar, sintámonos bendecidos. Lo habéis escuchado en la primera lectura que hemos proclamado del libro de los Números. El Señor habló a Moisés y le dijo que dijese a Aarón y a sus hijos una fórmula de bendición para todos los hombres: «el Señor te bendiga y te proteja. Ilumine tu rostro». Esto es lo que deseamos nosotros hoy para todos los hombres: que nos proteja. Él está a nuestro lado. Él está de nuestra parte. Lo estamos celebrado, queridos hermanos. Santa María nuestra Madre nos está diciendo que Dios ha tomado rostro, que es su Hijo, que es el presente y el futuro del ser humano. Él nos bendice y nos protege. Pero, ¿nos dejamos iluminar por Él, queridos hermanos? El rostro que presentamos en medio del mundo y de la historia, unido a todos los hombres, o unidos a todos los hombres, ¿es el rostro de Cristo? ¿Es el rostro de Dios? ¿Es el rostro que Él nos ha entregado a nosotros? Cuando damos ese rostro, Él nos concede su favor, nos concede la paz, nos concede la unidad, nos concede el bienestar, nos concede la búsqueda de los que más necesitan para proporcionarles aquello que les falta. Compartirlo con ellos. Nos concede, en definitiva, la paz. Sintámonos bendecidos. Y bendigamos también nosotros, queridos hermanos.

La Santísima Virgen María sintió la bendición de Dios. Sintió que Dios contaba con ella. En este primer día del año, al comenzar el 2018, sintámonos también nosotros bendecidos. Dios cuenta con todos nosotros. Dios requiere que nosotros pongamos de nuestra parte que seamos instrumento de bendición para todos los hombres. Demos su rostro, demos su favor. El que Dios entrega a los hombres. Regalemos su paz.

En segundo lugar, es necesario que para ello vivamos con el título que el Señor nos ha dado. Nos lo ha dicho el apóstol Pablo en la carta a los Gálatas, en esta segunda lectura que hemos proclamado: cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió Dios a su hijo, para rescatar a los que estaban bajo la ley. Y para que recibiéramos todos nosotros el título de hijos de Dios. Y lo viviésemos.

Queridos hermanos: nos lo dice el apóstol. «Como sois hijos, aclamad también con el hijo ‘aba’, ‘padre’. Y sentíos hermanos. No enemigos. No alguien que desconoce al otro. No somos esclavos: somos los hijos de Dios. Esta noticia, queridos hermanos, hay que entregarla a todos los hombres. Pero esta noticia no es una noticia teórica. No se explica solamente con palabras. Hay que vivirla en lo más profundo de nuestro corazón. Si yo soy hijo, éste que está a mi lado es mi hermano. Y lo tengo que ejercer. Y esto es lo que cambia el mundo, queridos hermanos. Esto es lo que va a cambiar el mundo.

La Virgen María, Santa María nuestra Madre, la Madre de Dios y Madre nuestra, nos entrega hoy también este título como madre. Y como madre buena nos dice que lo tomemos y lo ejerzamos. Que todos juntos podamos decir a Dios ‘aba’, ‘padre’. Tú eres nuestro Dios, nosotros somos tus hijos, todos los hombres somos hermanos.

Si todos los hombres, por una parte conociesen lo que Jesús nos ha dado, y lo ejerciesen, creéis que habría tantas situaciones en las que como veis estamos llegando a un punto, en el mundo, en el que hemos dejado de pensar que los conflictos ya no se pueden resolver por los caminos de la razón: hay que resolverlos por la fuerza. Esa es una señal de que hemos abandonado el título que Dios nos da: el de ser hijos. Y el de experimentar que somos hermanos. Pero, hermanos, ante el hijo de Dios que nos presenta la Santísima Virgen María, ¿quién es el que dice que no pueden resolverse las situaciones de enfrentamiento buscando otros caminos de derecho, de justicia, de equidad, de verdad, de vida? ¿Quién es el que puede decir esto?

En medio de todas las situaciones en las que podamos estar los hombres, entreguemos la buena noticia. La que siendo ya muy anciano recibió Simeón, como escuchábamos ayer. Y pudo exclamar: ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Ese ahora tiene la fuerza para resolver el conflicto, queridos hermanos. Ahora. Ese ahora es la irrupción total de Dios en la historia. Sí. Ahora termina un tiempo y comienza otro.

¿Seremos capaces de comenzar este año 2018 con la misma expresión de la Virgen María?. Sí. Acepto este ahora. Entrego mi vida para que este ahora se dé. ¿Seremos capaces de hacer lo de Simeón: tomar al niño en brazos, en nuestra vida y en nuestro corazón?. Hemos de hacer saber a los hombres que ahora es la oportunidad de entrar en la experiencia de la verdad, de la fraternidad y de la vida, en la experiencia del amor que nos ofrece Jesús para superar todos los conflictos, queridos hermanos; todas las aberraciones que impiden a los hombres buscar por todos lo medios cómo ser hermanos.

Y, en tercer lugar, no solamente tenemos que sentirnos bendecidos; no solamente tenemos que sentir que tenemos un título todos, queridos hermanos: hijos de Dios. Sino salgamos, seamos, vivamos como los pastores. Yo os lo explico, queridos hermanos: haced por un momento aquello que san Ignacio de Loyola dice en los Ejercicios: hagamos la composición de lugar. Sintámonos todos los que estamos aquí, por un momento, pastores. Los pastores, en tiempos de Jesús, no eran precisamente personas de fiar. No. Sintámonos pastores. Pero los pastores recibieron la noticia del Señor. Como nosotros. Recibieron la noticia de que Dios había nacido. Y fueron a Belén. Y, junto a María y José, contemplaron al Niño acostado en el pesebre. Y contaron lo que ellos habían recibido de parte de Dios, la noticia de que en Belén estaba el Hijo de Dios. Y todos los que estaban allí también se admiraban de que aquellos hombres hubiesen recibido esta noticia. Pero aquellos hombres habían cambiado su corazón y su vida, queridos hermanos. Se sentían hijos de Dios. Se sentían bendecidos por Dios. ¡Qué maravilla!

Hagamos como María: conservemos estas cosas en nuestro corazón. María estaba allí. Y mientras los pastores estaban diciendo estas cosas, ella, callada, conservaba en su corazón… Conservemos en nuestro corazón lo que el Señor nos dice. Bendecidos. Hijos de Dios. Y pastores. También a veces somos poco de fiar. También a veces cambiamos. Pero hoy el Señor se acerca a nosotros. Y vemos al Señor. Y vemos aquello que merece la pena, o por lo que merece la pena vivir. Y los pastores, nos dice el Evangelio, salieron, volvieron dando gloria y alabanza a Dios. Seamos esos pastores, queridos hermanos. Que volvemos, que damos gloria y alabanza a un Dios que nos ama y que nos quiere.

En esta Jornada Mundial de la Paz, la Iglesia, todos los discípulos de Jesús, hemos de sentirnos llamados a ser unos trabajadores incansables a favor de la paz, valientes defensores de la dignidad de la persona, de los derechos de la persona humana. Los cristianos hemos que vivir dando gracias a Dios. Pero nos hemos sentido llamados también a pertenecer a la Iglesia, que es signo de salvaguarda de la trascendencia de la persona humana, del hecho de que la persona humana sea un hijo de Dios que tenemos que defender, al que tenemos que hacer sitio, y al que tenemos que abrazar como Dios lo hace.

Como nos recuerda el Papa en la carta que nos escribe para la Jornada Mundial de la Paz. Él dice: qué palabras más bellas las que dijo la madre Teresa de Calcuta cuando le entregaban el Premio Nobel de la Paz en 1979. Dice el Papa: fue un mensaje de la no violencia activa. Decía la madre Teresa que en nuestras familias no tenemos necesidad de bombas y armas, de destruir para atraer la paz. Tenemos necesidad de vivir unidos, amándonos unos a otros. Y entonces, decía ella, seremos capaces de superar todo el mal que hay en el mundo.

Construyamos la paz, queridos hermanos. Desde nuestra propia familia. Seamos constructores de la paz os digo en la carta que he escrito con motivo de esta Jornada. Seamos constructores de la paz desde la sustancia de la vida cristiana que es el amor mismo de Dios, contemplado en Cristo mismo. Qué importancia tiene dejarnos renovar por el amor de Dios. Seamos constructores de la paz desde el mejor elogio del amor que existe, queridos hermanos, que lo ha dicho Dios. Dios es amor. Construyamos este mundo desde ese elogio.

Queridos hermanos. Belén, contemplar a Dios en Belén, nos explica la cara del amor, su cuerpo, su estatura, sus pies, sus manos. Dios quiere encontrarse con todos los hombres, razas y culturas. Tiene unas medidas. La desmedida de su amor, queridos hermanos, es la que quiere que tengamos nosotros.

Construyamos la paz con actitudes que derivan del rostro que tiene el amor, que es Dios mismo. La Iglesia tiene que ser signo en la historia del amor de Dios por los hombres. Y para ello se hacen presentes los cristianos en medio del mundo; hombres y mujeres, creadores de nueva humanidad, pues nunca piensan sin motivo mal de nadie, no hablan mal de nadie, no hacen sufrir intencionadamente con palabras o acciones a nadie; con mente limpia, con corazón noble, en juicios y palabras amables, queriendo a los que más marginados están, siempre disponibles para ayudar al prójimo. Esta es nuestra vida, queridos hermanos. Esto es lo que nuestra Madre, la buena Madre, al iniciar el año, nos regala. Santa María nos muestra quién es y quién tiene la paz, que es el mismo Jesucristo.

Seamos, como decía el salmo, rostro que da luz a este Jesús en medio del mundo, bendecidos con el título ejercido de hijos, y siendo como los pastores de Belén: convertidos, que salimos anunciando la buena nueva del Evangelio. Esta nueva buena  que se hace presente en este altar, que es el mismo Jesucristo.

Acojámosle como lo acogió María. Digámosle al Señor, cuando se haga presente en el altar, como lo hizo María: Sí. Sí, Señor. Ahora. En este instante de mi vida.

Que así sea.

 

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